Por JOAN HERRERA I TORRES
Sí, existe una “clase corporativa transnacional”. Y su capacidad para influir en las políticas supone un vaciamiento sin precedente de la democracia. Hoy existen mecanismos para doblegar la voluntad democrática emanada de un gobierno. E instrumentos poderosísimos capaces de alterar el signo de la ciudadanía.
El debate sobre las élites es un tema recurrente. Tan es así que en este país a las élites le hemos puesto nombre: los del IBEX. Y a pesar de haber vivido años trepidantes y con grandes expectativas de cambio, hay quien dice que las élites han sido un actor a la hora de configurar partidos. Miguel Mora escribía en CTXT, para describir el golpe contra Sánchez, cómo había sido “más que una lucha intestina por el poder en un partido menos fracturado ideológicamente que paralizado por el pánico de las élites al derrumbe del chiringuito entero”.
Las élites no son en España las mismas de hace unos años. En la teoría de las élites hay siempre un análisis muy detallado del funcionamiento de las élites políticas. Cómo se captan, se eligen, se renuevan. Pero la gran paradoja es que, en un contexto de vaciamiento del poder de estas élites políticas aparentes, no contamos con un análisis detallado del funcionamiento de las élites reales en el nuevo capitalismo.
La definición clásica de élite es un grupo superior al resto de la comunidad en determinados aspectos: su estatus social, sus capacidades (intelectuales, físicas…), la posesión de riquezas o el hecho de ocupar una posición preeminente. En todos los grupos sociales hay siempre una minoría que dirige, que se eleva sobre los otros, que sobresale, que destaca: esta minoría es la élite. Hay élites políticas (por ejemplo presidentes/as, ministros y diputados/as, asesores/as, secretarios/as generales y miembros de la dirección de los partidos políticos); élites administrativas (alto funcionariado), élites militares, élites económicas, élites sociales (dirigentes de sindicatos, organizaciones empresariales, culturales, movimientos sociales, referentes intelectuales…). La cuestión hoy es si el análisis sobre las élites puede hacerse al margen de las nuevas formas de capitalismo y de una desigualdad sin precedentes, y de si esta desigualdad hace que las élites que acumulan más riqueza son capaces de captar como nunca la voluntad del resto.
Acemoglu y Robinson, en su reciente libro Por qué fracasan las naciones, explican que una élite extractiva se caracteriza por: «Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio. […] Tener el poder suficiente para impedir un sistema institucional inclusivo, es decir, un sistema que distribuya el poder político y económico de manera amplia, que respete el Estado de derecho y las reglas del mercado libre. Dicho de otro modo, tener el poder suficiente para condicionar el funcionamiento de una sociedad abierta –en el sentido de Popper– u optimista, en el sentido de Deutsch.»
Esta descripción contrasta poderosamente con la tesis de la “destrucción creativa” del capitalismo sostenida por Schumpeter. Esa «destrucción creativa que es la revolución incesante de la estructura económica desde dentro, continuamente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo.»
Lincoln despachó el asunto en diez oraciones y menos de 300 palabras. De ellas, tan solo diez bastaron para definir la democracia de una manera que ha perdurado hasta nuestros días: «El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» es todavía hoy el principio rector de la democracia, consagrado tal cual por ejemplo en el artículo 2 del título primero de la Constitución de la V República Francesa, significativamente titulado «De la Soberanía».
Pericles definió en 431 a.C., nada menos que hace casi 2.500 años, la democracia de forma ejemplar, como el sistema donde «la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos», donde los ciudadanos son iguales ante la ley, los poderes públicos están sujetos a normas y rige el principio del mérito y no del origen social en el acceso a los cargos públicos. En la visión de Pericles, la democracia no es solo la eficacia utilitarista de conseguir el bien de la mayoría, algo que, al menos en teoría, el despotismo ilustrado podría alcanzar, sino alcanzar ese bien de una forma que incluya a los ciudadanos. Pero la inclusión en el debate público es lo que ha saltado por los aires.
Philip Petit, el filósofo irlandés, afirma que «El estado tiene el poder, precisamente para evitar que unos fuertes tomen como súbditos a unos débiles»; pero la acumulación de dinero, influencia y poder de las élites financieras puede hacer que se resquebraje la idea misma de democracia, que es precisamente la mejor repuesta a un funcionamiento depravado de esas élites.
Desigualdad, capitalismo financiarizado y élites
¿Operan las élites de la misma manera en 2016 que tres décadas antes?
El capitalismo se caracteriza por una acumulación de capital que nos retrotrae a los periodos previos a la Segunda guerra mundial.
El incremento de las desigualdades a escala global, y particularmente europea, se produce desde los años ochenta, bajo el liderazgo de Reagan y Thatcher. El incremento de la desigualdad es el resultado de un cambio, en el que el poder financiero se impone al poder político e, incluso, al económico. Y la desigualdad, como señala Tony Judt, se convierte en «corrosiva, en la medida en que corrompe las sociedades desde dentro».
Grantham, uno de los principales expertos en economía financiera, dice que el sistema financiero ha sido para la economía «como correr con una sanguijuela pelmaza, grande y creciente sobre los hombros.» Así, las finanzas están actuando como un mecanismo de extracción de rentas del resto de sectores, y desde los años noventa están cambiando a su favor la distribución de ingresos salariales y de rentas.
El incremento de la desigualdad es el resultado de un cambio, en el que el poder financiero se impone al poder político e, incluso, al económico. Y la desigualdad, como señala Tony Judt, se convierte en «corrosiva, en la medida en que corrompe las sociedades desde dentro»
Christopher Lasch, historiador y sociólogo estadounidense, marxista, escribió ya en 1996 La rebelión de las élites y la traición a la democracia, y habló del aislamiento de las élites. En su reflexión contrastó las nuevas élites con las élites “antiguas”, poseedoras de una riqueza con obligaciones cívicas anexas. La tentación de recluirse en un mundo propio y exclusivo quedaba compensada por la conciencia de que «todos han recibido beneficios de sus antepasados», como lo expresó Horace Mann en 1846. Según él, sólo un «ser aislado, solitario, sin relaciones con la comunidad que lo rodea podría suscribir la arrogante doctrina de la propiedad absoluta.» En contraste con la “rebelión de las masas” orteguiana pasamos a la rebelión de las élites. Lasch sostuvo que hoy son las élites las que controlan el flujo internacional del dinero y la información, presiden fundaciones e instituciones de enseñanza superior, tienen instrumentos de producción cultural y establecen los términos del debate público.
Lasch habla de cómo la “democratización de la abundancia” –la esperanza de que cada generación pueda disfrutar de un nivel de vida fuera del alcance de sus predecesores– ha dado paso a una fase completamente distinta en la que las desigualdades ancestrales están volviendo a establecerse, en ocasiones a un ritmo aterrador y en otros tan lentamente que resultan imperceptibles.
Mickey Kaus, redactor en jefe de New Republic, propone una interpretación del malestar democrático, bajo el título THe End of Equality. La amenaza más grave para la democracia en nuestra época no procede tanto de la mala distribución de la riqueza como de la decadencia y el abandono de las instituciones públicas en las que los ciudadanos se encuentran como iguales. Sostiene que la igualdad de ingresos es menos importante que el “más factible” objetivo de la igualdad cívica o social.
Robert Reich señala que «la desnacionalización de las empresas tiende a producir una clase de cosmopolitas que se consideran “ciudadanos del mundo”, pero sin aceptar […] ninguna de las obligaciones que la ciudadanía de un Estado implica normalmente.»
Así, en vez de mantener los servicios públicos, las nuevas élites dedican su dinero a mejorar los enclaves cerrados. No es sólo que los ricos tengan demasiado dinero sino que este los aísla aún más que en el pasado de la vida corriente.
Nos dijeron que el pacto de posguerra se basaba en unas instituciones políticas y económicas inclusivas, que crean igualdad de oportunidades y fomentan la inversión en nuevas tecnologías. En ellas hay una tendencia a repartir del poder de forma mínimamente equitativa. y como contrapartida se consagra el derecho a la propiedad. Hoy, la ruptura del pacto de distribución de rentas abre un círculo desastroso en que las instituciones extractivas tienden a perpetuar un modelo de transferencia de riqueza de la mayoría a su favor. Los recursos que obtienen para consolidar su control del poder político pueden dar pie al crecimiento, pero este no se mantiene porque el desarrollo económico necesita de innovación y esta no puede ir separada de la destrucción creativa, que sustituye lo viejo por lo nuevo en el terreno económico y también desestabiliza las relaciones de poder en el campo político. Esa destrucción creativa teorizada por Schumpeter, que Acemoglu y Robinson describen cuando hablan de élites inclusivas, se convierte en algo bastante inverosímil cuando un incremento de la desigualdad da pie a un funcionamiento distinto.
Una versión actualizada de la teoría de las élites en el capitalismo financiarizado en Gran Bretaña la ha dado Owen Jones, en El Establishment. La casta al desnudo.
Según Jones, forman el Establishment una serie de grupos poderosos que necesitan proteger su posición en una democracia en la que tiene derecho a votar casi toda la población adulta. Estos grupos procuran gestionar la democracia de modo que esta no afecte a sus intereses. El Establisment lo consolidan una serie de vínculos financieros y una cultura de “puertas giratorias” utilizadas por individuos poderosos que fluyen entre el mundo político, el corporativo y el mediático.
Jones establece las siguientes categorías:
A) El escudero, en la que incluye a periodistas, institutos, espacios de elaboración en los que se prepara a las personas para actuar y persuadir y, por supuesto, se ensayan a conciencia los escenarios de crisis desde la mentalidad de Milton Friedman: «Solamente una crisis, ya sea real o percibida, produce un cambio real. Cuando llega una crisis […], lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable.»
Los partidarios de un orden que favorece a los ricos y a los poderosos pueden acceder a un fondo ilimitado de material intelectual, además de obtener respetabilidad académica.
El papel de los escuderos es fundamental. Ellos pueden plantear ideas o propuestas que un político no se atrevería a mencionar. «Son capaces de afirmar algo y luego el político dice “bueno, no lo haremos porque es demasiado radical, pero sí que podemos llevar a cabo una pequeña parte”», explica el conservador Robert Halfon, amigo íntimo del fundador de Tax Payer’s Alliance, Mathew Elliot.
Uno de los legados del neoliberalismo es vallar el acceso a los medios de producción del conocimiento y quedárselo para ellos. Así, los “escuderos” conectan en exclusiva los mundos de la empresa, la política y los medios.
B) La segunda categoría es el sistema de partidos, lo que Jones denomina el “cártel de Westminster”. En este sistema muchas de las donaciones van ligadas a determinadas políticas; y de un modelo de financiación pública y aportaciones militantes, se ha pasado a otro basado en aportaciones privadas. Este cambio de modelo de financiación, que lideró Tony Blair, fue una de las razones por las que el laborismo se alejó de su misión original, y una de las claves para explicar la posición actual de dominio del Establishment.
C) La tercera categoría la fija en la “mediocracia”. «Los medios de comunicación desempeñan un papel crucial dentro del Establishment británico. Al descargar sus baterías contra quien está abajo, lo que están haciendo es desviar la atención para que nadie supervise a la élite de ricos y poderosos que ocupa la cumbre de la sociedad. Sus propietarios forman parte de esa élite y están comprometidos ideológicamente con el statu quo.»
La mayoría de los grandes medios de comunicación los controla un número muy reducido de propietarios movidos por intereses políticos, y el control que ejercen es una de las formas más devastadoramente eficaces del poder.
Otro elemento que destaca Jones en este contexto es la selección del periodista. Durante años son becarios que trabajan gratis, un filtro que ejerce una discriminación a favor de los que pueden trabajar sin cobrar. El 50% de los periodistas más influyentes han estudiado en universidades privadas. Sólo el 10% proviene de la enseñanza secundaria no selectiva, a diferencia de 9 de cada 10 británicos.
D) La siguiente categoría es la de las fuerzas de orden. Jones explica cómo una de las primeras medidas del nuevo gobierno de Thatcher en 1979 fue subir el salario en un 45% a los cuerpos de seguridad, a pesar de la rebaja general de los salarios. Luego la policía fue utilizada como ariete político contra la huelga de mineros de 1984-1985. La Ley de orden público británica criminaliza todas aquellas palabras o conductas que podrían causar “hostigamiento, alarma o nerviosismo”. Determinadas leyes han impedido manifestaciones contra los intereses de ciertas corporaciones; así, la manifestación en Oxfordshire por la defensa de un lago contra la empresa energética RWE Power.
E) La siguiente categoría es la de los “gorrones del Estado”. Se utiliza el término “gorrón” en contraste con un relato muy difundido sobre los beneficiarios –gorrones– de subsidios sociales, y aquí trata Jones de una de las realidades que subyacen en el capitalismo moderno: siempre se espera que sea el contribuyente quien pague la cuenta. El discurso oficial reza que el libre mercado es «la mejor fuerza imaginable para producir riqueza y felicidad humanas». La filosofía subyacente es el ansia de liberarse del Estado, reducir sus fronteras y dar rienda suelta a la libertad humana que el Estado reprime. Pero mientras se plantea esa batalla desde las ideas y el lenguaje, la práctica de múltiples sectores consiste en sacar provecho de la regulación y la inversión estatal.
En la categoría de los “gorrones” incorpora Jones a empresas de obras públicas, eléctricas, empresas de telecomunicaciones, industria armamentística, la fiscalidad sobre los carburantes que no internalizan los costes ambientales, o el rescate del sector financiero. Según Jones, «toda la ideología del capitalismo de libre mercado se basa en una estafa: el capitalismo británico depende por completo del Estado. La ideología mercantilista del Establishment es poco más que una simple fachada para colocar recursos públicos en manos privadas.» Jones lo define como un “socialismo para ricos”, mientras que del resto de la población se espera que “se salven como puedan: su única experiencia es la de un capitalismo de fauces ensangrentadas”.
F) La siguiente categoría es la de los “magnates y defraudadores fiscales”. Los ricos pueden contratar a un ejército de contables y abogados para evitar pagar la cifra en impuestos que los mandan la legislación parlamentaria. Normalmente se trata de empresas que ayudan en calidad de expertos a elaborar las leyes, y después asesoran a sus clientes acerca de cómo saltárselas. Su relación con las estructuras de la hacienda británica es estrecha. De hecho, frecuentemente son asesorados o asesoran a hacienda “incrustando” a algunos de sus profesionales en la estructura de la administración británica. En el centro de esta conspiración están las llamadas cuatro grandes firmas de contabilidad: Ernst and Young, PricewaterhouseCoopers (PwC), Deloite y KPMG. Richard Murphy explica cómo «la élite financiera global se ha adueñado de la vertiente del mundo fiscal que evalúa el cumplimiento de la tributación. Pero es que ahora se ha apropiado, en la práctica, del proceso de redactado de la legislación.»
Con multitud de ejemplos, Jones demuestra cómo la implicación cada vez más grande de los intereses privados en el centro mismo de la maquinaria estatal contribuye a alterar el equilibrio de poder y riqueza en beneficio de quien está más arriba. La descripción de esta práctica proporciona la expresión más clara de un fenómeno de desnacionalización de las élites.
La transferencia de recursos públicos al sector privado, la reducción del impuesto sobre sociedades, el acceso de lobistas de las empresas al centro mismo del poder, la globalización sin límites, y el debilitamiento del tradicional enemigo sindical; todo esto ha impulsado una profunda sensación de arrogancia y triunfalismo, así como una distribución cada vez más desigual de la riqueza.
Los think tanks y las corporaciones mediáticas generan sin parar justificaciones ideológicas de estos fines, y presentan los intereses de la élite empresarial como los mismos que tiene el conjunto del país.
Las grandes empresas ayudan a financiar think tanks y partidos. Pero es que además, también se han fusionado con varios sectores de la propia maquinaria estatal. La ausencia de presión compensatoria por parte de movimientos organizados –como los sindicatos– hace que casi no haya control sobre la constante transferencia de riqueza y de poder hacia las élites.
G) La última categoría que describe Jones es la de los “amos del universo”, la City como máxima expresión del Establishment. El origen de su renacimiento se remonta a los años 80, cuando se potenció desde el thatcherismo un modelo basado en las finanzas y la desindustrialización. El nuevo capitalismo, que ha dado pie a élites distintas, tiene en la City una posición inexpugnable. Sin ella, no se hubiese producido la mayor ola de “nacionalizaciones” de los últimos años. Según Blanchflower, miembro del Banco Central, el rescate bancario fue posible gracias a que la City fue capaz de mantener su poder de forma eficaz, incluso en pleno cataclismo económico, gracias a su sofisticada maquinaria de relaciones públicas y presión parlamentaria, que incluye instituciones como la British Bankers’ Association (BBA) o la más influyente todavía City of London Corporation.
Este, según Jones, es un claro ejemplo de cómo una élite minúscula subvierte la democracia, sin importar que los intereses de estos poderosos entren en conflicto con el país entero.
Así, si el capitalismo moderno se ha financiarizado, las élites también lo han hecho, y representan una amenaza para la democracia británica.
El caso español
Cabe preguntarse, a partir de las categorías expuestas por Owen Jones para el capitalismo británico, si las categorías globales citadas operan también en España en términos similares.
Pues bien, las categorías expuestas existen. Y a pesar que la intensidad es distinta, puede afirmarse que cuando muchos hablan del “Ibex”, este término es sinónimo de “Establishment”.
¿Existen los escuderos del sistema? Eva Belmonte, en Españopoly, dice: «Dinero, apellido y poder. La clave está en la confluencia de estos factores, cuantos más mejor, para poder saber quiénes son los más influyentes, aquellos cuyas decisiones afectan a nuestro día a día. Por naif que pueda parecer, una de las claves para ejercer poder es estar presente. Por eso un país en el que el lobby profesional es aún minoritario, los encuentros –literales, físicos– entre lo público y lo privado (reuniones, asambleas de fundaciones, viajes) son un elemento clave. Porque muestran a aquellos que despachan con aquellos que toman decisiones sobre lo público, ya sean ministros, el rey o el presidente del Gobierno. Aquellos para jugar en este Monopoly.»
Así, marcos como el Instituto de la Empresa Familiar, con la participación de empresas que representan el 17% del PIB español; el Consejo Empresarial para la Competitividad, un think tank formado por las empresas más grandes en España; Seopan, en el sector de la gran obra pública; Unesa en la vertiente eléctrica, juegan un papel de cabildeo, y además son núcleos irradiadores de propuestas.
Y el problema principal es que el contrapoder hoy en España aún está por definir.
Jones habla del cartel de Westminster, ¿no podemos equipararlo al sistema de partidos que consagró determinados principios constitucionalizando la austeridad?
Así, marcos como el Instituto de la Empresa Familiar, con la participación de empresas que representan el 17% del PIB español; el Consejo Empresarial para la Competitividad, un think tank formado por las empresas más grandes en España; Seopan, en el sector de la gran obra pública; Unesa en la vertiente eléctrica, juegan un papel de cabildeo, y además son núcleos irradiadores de propuestas
Cuando hablamos de mediocracia, ¿juegan los medios de comunicación un papel que favorece debates en profundidad en todo aquello que afecta al modelo productivo, o la titularidad de los mismos y su fuerte dependencia del sector financiero está haciendo que el debate sobre el sector financiero o sobre el modelo energético sea sesgado o marginal? EL papel de los medios está siendo clave en el funcionamiento de la democracia española en los últimos años. Los medios en general, y la televisión en particular, son en España un gran creador de leguaje, opinión y realidad.
Por un lado, hay un marco muy acotado, el de la deliberación sobre grandes temas. En los términos de Pericles, no existe tal deliberación. Debates trascendentes, como los energéticos o los fiscales, están muy condicionados por los intereses económicos que pueden acabar afectados. De hecho, si un debate social puede suponer que alguien pierda determinados privilegios, casi siempre ese alguien consigue impedir que el debate se realice.
Pero si la financiarización de los medios, algo muy analizado en EEUU por su fuerte impacto en el crash de 1929, aquí apenas se ha estudiado. Tan sólo Núria Almirón ha publicado, en inglés, Journalism in crisis: media and financiarization, y Pere Rusiñol ha seguido su estela con Papel mojado. La crisis de la prensa y el fracaso de los periódicos en España. Rusiñol subraya «la financiarización de las empresas periodísticas, un fenómeno especialmente visible en España, donde hoy muchos de los principales grupos periodísticos se han convertido en una unidad más del propio sector financiero.» Es cierto, la banca siempre influyó en los medios, ya fuese mediante la publicidad, o a través de la concesión de créditos, pero la última burbuja ha hecho que pasemos directamente a que el sector financiero sea el mismo propietario, el editor.
Otra cuestión es el papel de los medios en un momento de crisis institucional. Sin lugar a dudas en 2016, un año en el que debían definirse mayorías de Gobierno, el papel de los medios en general, y de algunos grupos mediáticos en particular, ha sido determinante para que determinadas crisis partidarias se recrudecieran.
Cuando se habla de las fuerzas del orden, debemos interrogarnos sobre el papel que han jugado la ley mordaza o la penalización del ejercicio de un derecho reconocido como es el derecho a la huelga.
Owen Jones habla de los “gorrones del Estado”, y en España tenemos un modelo de “capitalismo de amiguetes” en el que las posiciones de dominio se han consolidado mediante una legislación a favor del interés particular y no del interés general; el rescate del sector financiero o la fijación del precio de la electricidad son un claro paradigma de ello.
Sin lugar a dudas en 2016, un año en el que debían definirse mayorías de Gobierno, el papel de los medios en general, y de algunos grupos mediáticos en particular, ha sido determinante para que determinadas crisis partidarias se recrudecieran
Cuando se habla de defraudadores fiscales, a todos nos vienen a la cabeza las diferentes amnistías fiscales, o cómo determinados gabinetes jurídicos han ayudado a elaborar reformas fiscales para después aplicar todas las medidas de ingeniería fiscal que permite la elusión fiscal sin necesidad de delinquir. Por no hablar del gran peso del sector financiero, y su extraordinaria capacidad para mantener leyes y prácticas que tan sólo han sido posibles en España, como la legislación hipotecaria o el caso de las preferentes, que ha llegado a afectar a más de un millón de personas.
Descritas estas categorías, no podemos decir que en todos los casos se opere igual en España que en el Reino Unido. En algunos casos en España se opera con mayor impunidad, en otros casos disponemos de mayores contrapoderes. Pero las siete categorías descritas por Jones encajan en la manera de funcionar de las élites en España.
Causas y consecuencias
El capitalismo en España es un modelo de capitalismo construido al lado del Estado, en el que 40 años de franquismo han tenido una gran influencia en la acumulación de capital original.
A este pecado original debemos el modo de funcionamiento de unas élites extractivas. Entre las causas de este modelo están la desigualdad y la corrupción. Entre sus consecuencias, también la desigualdad y la corrupción. Nos encontramos así ante un círculo vicioso muy difícil de romper, y sobre el que se ha dado una intensidad distinta en función de cada época y de cada correlación de fuerzas. No siempre ha primado un escenario de incremento de la desigualdad, ni la corrupción ha campado siempre a sus anchas. Pero es verdad que ambos atributos existen en el funcionamiento de la sociedad española.
— Desigualdad
En España nos encontramos en uno de los contextos de mayor acumulación de capital en muy pocas manos, y con una desigualdad en incremento notable. Vivimos en una de las sociedades más desiguales de la Unión Europea. Según el estudio de la Fundación Primero de Mayo, España es lo segundo país de la UE en términos de desigualdad social, por detrás de Letonia. Datos ratificados en un informe de Intermon-Oxfam, que ilustraba cómo en España 20 familias disponen de la misma porción de renta que el 20% de la población con menos recursos.
El aumento de la desigualdad en la distribución de la renta se disparó entre 2001 y 2007. Las cifras son contundentes: «Los hogares más ricos registraron una renta mediana mensual de 9.158 euros el 2001, mientras que en el caso de las más pobres fue de 758 euros. Esto significa que los hogares más ricos tuvieron 9,1 veces más renta que las más pobres. Esta brecha aumentó un 6 % entre el 2001 y el 2007, hasta llegar a 9,8 veces de diferencia».
El llamado “milagro económico” español no lo fue para todo el mundo. Por ejemplo, entre 2001 y 2006 «los ingresos medios del 10% de la población más rica crecieron un 23 %, frente al 11 % del conjunto de la población.»
El capitalismo en España es un modelo de capitalismo construido al lado del Estado, en el que 40 años de franquismo han tenido una gran influencia en la acumulación de capital original. A este pecado original debemos el modo de funcionamiento de unas élites extractivas. Entre las causas de este modelo están la desigualdad y la corrupción
Los datos son especialmente graves a partir del 2008. La sacudida de la crisis ha supuesto no sólo un debilitamiento del marco de negociación colectiva sino el fuerte debilitamiento del contrato social en todos aquellos derechos vinculados a nuestra condición de ciudadanos.
España es el segundo país de la Unión Europea en el que más ha crecido la distancia entre rentas altas y bajas, sólo por detrás de Estonia, y entre 2007 y 2014 el salario medio español se desplomó un 22,2 %.
Además, según datos de la OCDE, los hogares más desfavorecidos son los que han sufrido una mayor caída de los ingresos durante la crisis, y el salario de los más ricos es 18 veces superior al del 10 % más pobre.
Antón Costas señala en un artículo titulado “La desigualdad, asesina de democracia” que las «élites favorecidas por la acumulación de renta y la riqueza acostumbran a desarrollar una fuerte insensibilidad por los costes humanos y las pérdidas de bienestar que experimentan los más débiles como consecuencia de conductas y políticas que perjudican gravemente el bienestar individual». La desigualdad económica produce desigualdad política; se da una relativa autoexclusión política de los excluidos, y en último término las élites consiguen desviar la atención sobre la desigualdad.
— Corrupción
A estos niveles de desigualdad se le suma un modelo empresarial donde determinados sectores han basado su posición de dominio, en el nivel estatal pero también como una palanca para operar a nivel internacional, en un modelo de negocio basado en las políticas realizadas por parte de la administración. El sector de la gran obra pública y el sector energético son sus dos exponentes más destacados.
Corrupción legal. Este aparente oxímoron expresa una manera de hacer. De hecho, en una plutocracia es habitual la captura o el secuestro de las instituciones en beneficio de unos pocos. Hablo de actuaciones que se pueden entrar dentro de los márgenes de la legalidad, pero que son profundamente inmorales y se basan en el aprovechamiento de la posición de poder y de un contacto directo y privilegiado con los gobernantes.
¿Cuál es el origen de la proliferación de grandes infraestructuras faraónicas y absolutamente inútiles? Trenes sin pasajeros, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches. Unas infraestructuras que, además, no dan respuesta a los problemas de la gente, que mayoritariamente toma trenes de cercanías y transporte público en general. ¿Cómo se explica que seamos uno de los países más dependientes energéticamente del exterior y, en cambio, se pongan todas las trabas a las energías renovables? ¿Cómo se explica que ante la amenaza de la burbuja inmobiliaria no se actuara para impedir el sobreendeudamiento, para controlar las prácticas de riesgo, para regular los sueldos de los directivos? ¿Cómo se explica que no se persiga el fraude fiscal y se decrete una amnistía, y no se tomen medidas para impedir la ingeniería fiscal para pagar menos impuestos? ¿Cómo se explica, en definitiva, un sistema que permite dedicar miles de millones a salvar bancos pero declara que no hay dinero para mantener el contrato social? El caso de las preferentes, la falta de condiciones puestas al rescate financiero, un modelo de obra pública irracional en la que ha primado la gran obra por delante de lo racional económicamente, el rescate de las concesiones de autopistas ruinosas, la fijación –arbitraria– del precio de la luz que nos lleva a tener la electricidad más cara de Europa, son solo algunos ejemplos que ilustran la tesis aquí expuesta: las élites han hecho que muchas de las decisiones tomadas beneficiasen su interés particular y no el interés general.
Estas prácticas son los ejemplos claros de la «corrupción legal» del mismo sistema. La respuesta fácil es la mala gestión de los políticos. La paradoja es que pocas veces nos fijamos en las caras de los responsables económicos.
La redistribución de la riqueza, la necesidad de reducir la dependencia energética del exterior y reducir sus elevados costes, la función social que debería jugar el sector financiero, la participación de trabajadoras y trabajadores en las decisiones de la empresa, son debates inexistentes, mientras que las decisiones que se toman caminan en un sentido determinado.
¿Hacia el consociativismo?
Consociativismo es el sistema de gobierno basado en el pacto constante de las élites y los grupos dirigentes en países con fuerte fragmentación de intereses. Los de arriba tienen una red que evita la dispersión y el agravamiento de fracturas. Se percibe a veces el consociativismo como sinónimo de compartir el poder, aunque técnicamente sólo es una forma de retenerlo. Los de arriba tejen una malla que evita la dispersión y el agravamiento de las fracturas.
Lo utilizó el politólogo holandés Arend Lijphard para explicar casos como los de India y Bélgica, pero especialmente se ha producido en Italia.
Ahora bien, aquí utilizamos el término, no como la conformación de mayorías parlamentarias o bloques de apoyo al Gobierno, sino como una amalgama que define y orienta gran parte de las decisiones que se toman en lo cotidiano y cuyo principal riesgo es el empantanamiento político y democrático por la falta de alternativas.
En España se dan síntomas de estas características. Y de hecho, se agudizan en los momentos más delicados, como el del año en el que se decidía si España se ubicaba en un escenario de cambio o de mantenimiento de la involución. Es en ese contexto en el que se movilizan las élites endogámicas, esas élites que, como ha escrito Miguel Mora, «solo hablan, piensan y escriben para ellas mismas, consideran que los partidos, los medios de información, las leyes, la ética y los votantes son meras herramientas a su servicio; que las instituciones y derechos, incluido el derecho a la información veraz, son cosas desechables cuando se trata de mantener el poder a toda costa.»
Conclusión
Hoy funcionan unas élites que acumulan más capital que nunca, más influencia y más poder. Y el Establishment descrito por Jones es el vehículo institucional e intelectual que utilizan unas élites adineradas para defender sus intereses en democracia.
Cierto que la democracia es la solución y no el problema, ya que ha permitido, mediante el voto universal, poner límites en primer lugar. Y acompañada de luchas y reivindicaciones sociales, protagonizar un ciclo de conquistas sociales y reparto de la riqueza.
Pero si la democracia abre la puerta al control de las élites, el relato del “no hay alternativa”, y la definición de un marco más estrecho en la toma de decisiones económicas y políticas vuelve a ensanchar el grado de acción de estas.
Hoy se ha instalado la creencia en que son las élites, no la gente, las que deciden. La percepción es que los poderes democráticos han cedido ante intereses privados, y la élite política sólo discrepa en los detalles y no en las cuestiones importantes. Así el Establishment hace un daño irreparable a la democracia.
De hecho, esto ha dado pie a la búsqueda de utopías posibles –en términos de Marina Subirats el independentismo ha sido una de ellas– o a la construcción de relatos anti Establishment por quienes en realidad mejor lo defienden: UKIP, FN o Donald Trump.
Y a la vez, mediante el empoderamiento se han encontrado soluciones a los abusos de poder protagonizados por parte de estas élites. Andreu Missé, en La gran estafa de las preferentes. Abusos e impunidad de la banca durante la crisis financiera en España, no sólo nos describe la magnitud de la estafa y el abuso de poder por parte del sector financiero. Explica también el contrapoder que ha supuesto la movilización y cómo esta ha conseguido superar el silencio mediático ante un drama que ha afectado a más de un millón de personas. O bien, cómo más del 90% de las sentencias han sido favorables a los preferentistas, de modo que jueces y juezas, normalmente etiquetados como un sector conservador, han jugado un papel crucial a favor de la ciudadanía.
Pero en este escenario es clave la respuesta, no para restaurar lo anterior, sino para reconstruir. Jones plantea la centralidad del mundo del trabajo y de los sindicatos como un actor central para jugar un papel de generador de ideas.
El lenguaje es uno de los instrumentos más poderosos en la creación de realidades. Y el combate de las ideas y del lenguaje pasa a ser una de las batallas más relevantes a dar. Y para ello son necesarios instrumentos.
Owen Jones habla del mundo del trabajo y del sindicalismo como uno de los sujetos que pueden combinar la dimensión de think tank, de generador de ideas. Añadiría que a ello se suma una praxis sobre el terreno, sobre lo concreto y tangible, que acrecienta la capacidad de “sujeto transformador” de una fuerza sindical.
Sin lugar a dudas, para que ello sea posible, la primera batalla se libra en el terreno de la igualdad. No es posible más democracia sin más igualdad. Para después pasar a una propuesta profunda de democracia económica. Y al tiempo que se repiensa la necesidad de elegir de forma diferente a nuestros representantes políticos, conviene repensar también los mecanismos para que la clase obrera también esté ahí.
Bibliografía
Daron Acemoglu y James Robinson, Por qué fracasan las naciones. Ed Deusto, 2012.
Owen Jones, El Establisment. La casta al desnudo. Ed. Seix Barral, 2015.
Andreu Missé, La gran estafa de las preferentes. Abusos e impuinidad de la banca durante la crisis financiera en España. Ed. Alternativas Económicas, 2016.
Christopher Lasch, The revolt of the elites and the betrayal of democracy. Ed. Norton, 1996.
Eva Belmonte, Españopoly. Cómo hacerse con el poder en España. Ed. Ariel, 2015.
Pere Rusiñol, Papel mojado. La crisis de la prensa y el fracaso de los periódicos en España. Ed. Mong, 2013.
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Joan Herrera i Torres es licenciado en Derecho, especialista en derecho urbanístico y medio ambiente. Es profesor de Teoría de las Élites en la Universidad de Girona. Fue secretario general de Iniciativa per Catalunya Verds en 2008-13, y coordinador de la misma formación en 2013-16; y diputado en el Congreso español (2004-10) y en el Parlament de Catalunya (2010-15).