Por JUANMA AGULLES
¿Cómo valora la situación actual de la izquierda política y social en Europa?
Creo que la situación se podría definir como la de un «fatalismo de base», derivado del proceso histórico de integración de las corrientes más radicales que se enfrentaron al ascenso del capitalismo. Ese fatalismo ha asumido que ya no hay posibilidad de transformación social más allá del marco de los Estados y del crecimiento económico.
Lo que denominamos izquierda política es un producto relativamente reciente de la forma histórica capitalista, y afronta su declive con ella. Este declive se expresa en las reivindicaciones parciales y los programas de reformas, más o menos estructurales, que pretenden regular los aspectos más nocivos de las relaciones sociales de explotación y dominación sin cuestionar de raíz el proceso de acumulación de capital que las hace necesarias: reivindicaciones medioambientales, de redistribución de la riqueza, de igualdad de oportunidades, etc.
Lo que denominamos izquierda política es un producto relativamente reciente de la forma histórica capitalista, y afronta su declive con ella
En ese sentido, la izquierda ha asumido un papel de compensación cultural frente a la realidad material de un capitalismo con cada vez más problemas para reproducirse y que, en su búsqueda incesante de trabajo barato, energía barata, alimentos baratos y materias primas baratas (como ha señalado Jason W. Moore en El capitalismo en la trama de la vida), afronta un proceso de reestructuración global y de intensificación de la explotación sin precedentes.
La gestión mundial de la pandemia debida a la COVID-19 es un ejemplo de cómo el capitalismo se expresa a través de la naturaleza y la naturaleza se expresa a través del capitalismo, dejando las tradicionales reivindicaciones de izquierda frente a frente con su incapacidad para superar el marco de pensamiento político y social inaugurado por el nacimiento del sistema-mundo capitalista.
Las agendas políticas de lo que se podría denominar izquierda política y social europea no han sido una excepción. Las reivindicaciones en torno a una mayor regulación estatal de las sociedades de mercado y de una transformación ecológica y digital del capitalismo, entran en contradicción con el juego de suma cero que siempre ha representado el proceso de acumulación. Son minoritarias las corrientes que defienden que la verdad histórica del capitalismo ha sido la de generar un régimen de escasez endémica y un aparato burocrático destinado a la represión y al encuadramiento de los ecosistemas dentro del modo de producción capitalista.
La crítica del Estado y del desarrollo tecnológico ha desaparecido de casi todos los sectores críticos con el capitalismo. El Estado (en tanto violencia organizada jurídicamente) y el desarrollo tecnológico (en tanto explotación organizada científicamente), aseguran la continuidad de la propiedad privada, el dinero y el trabajo como realidades naturalizadas de un sistema histórico de explotación. La tarea histórica de lo que llamamos izquierda política ha sido legitimar ese sistema y facilitar la integración de los sectores más refractarios a su orden social.
El ascenso de distintos partidos neofascistas es solo la punta del iceberg de un fascismo social
La culminación de esa tarea coincide con la culminación del proceso de modernización capitalista y su transformación en un régimen de administración de muerte, en el que el ascenso de distintos partidos neofascistas es solo la punta del iceberg de un fascismo social (Boaventura de Sousa Santos, Sociología jurídica crítica) que concita un acuerdo mucho más amplio, y cuyas expresiones políticas desconciertan la artificial división izquierda/derecha que ha imperado en un corto periodo de tiempo dentro de la historia del desarrollo del modo de producción capitalista.
Desde su punto de vista, ¿cuál debería ser el Plan de Acción de la(s) izquierda(s) europea(s) si pretende que su proyecto emancipatorio alcance la hegemonía?
En coherencia con los argumentos precedentes, un proyecto emancipatorio, que abordase radicalmente la transformación social necesaria, tendría que poner en cuestión, precisamente, la dicotomía izquierda/derecha, como también la contraposición sociedad/naturaleza, urbano/rural, o la falsa confrontación Estado/ mercado. En esto, la izquierda europea (cualquier izquierda, en realidad) representa un límite claro para la creatividad social y la resistencia al régimen histórico capitalista. Toda agenda política (sea verde, violeta, roja, rojiparda, o de cualquier otro color) que pretendiese la hegemonía acabaría contribuyendo, desde mi punto de vista, a la opresión que es necesario combatir.
Sin cierto tipo de resistencias parciales, el proceso de acumulación capitalista no puede relanzarse. De igual modo que desastres ecológicos, pandemias, genocidios y destrucciones de todo tipo terminan por convertirse en nuevos ciclos (cada vez más cortos) de acumulación, un listado de reivindicaciones «de izquierdas» puede tener el mismo efecto, como se puede ver con la adopción de las demandas medioambientales, convertidas en eje vertebrador de la reestructuración del modelo («digital y sostenible») de cara a las próximas décadas.
Toda agenda política (sea verde, violeta, roja, rojiparda, o de cualquier otro color) que pretendiese la hegemonía acabaría contribuyendo, desde mi punto de vista, a la opresión que es necesario combatir
Sé que no es popular decir esto en un momento en el que el espantajo de los partidos de ultraderecha es agitado por la izquierda cultural y se renueva el llamamiento a la consecución de mayorías sociales frente al fascismo. Pero la realidad es tozuda. Los límites del modelo capitalista son los límites de sus relaciones sociales, no solo de los recursos o de la energía o de la capacidad de redistribución o de integración de diferentes grupos sociales. El núcleo íntimo del proceso de acumulación es la violencia y la desposesión, y, para el escenario presente, de agotamiento de un modelo histórico, las formas autoritarias gozarán de un mayor consenso social que los argumentos tradicionales de la izquierda. Esa es, a mi juicio, la tragedia que se nos presenta hoy y que se desarrollará en las próximas décadas.
Es probable que la forma que adopte la disidencia frente al declive del sistema capitalista, en un contexto de crisis recurrentes, estados de excepción y degradación de las condiciones de vida para una gran mayoría, no se atengan a las agendas de la izquierda política y social tal y como la hemos conocido. De poco sirve lamentarse por el paulatino encuadramiento de las antiguamente conocidas como clases trabajadoras en las filas de la nueva derecha, o por la «desafección política de la juventud», o por el «descrédito» de los Estados de derecho liberales.
Allá donde surjan los espacios sustraídos a la lógica de acumulación, allá donde la sociedad se enfrente al monopolio jurídico del Estado, se estará expresando la lucha histórica por la emancipación
Todos estos fenómenos forman parte de la larga decadencia de un modo de producción y un proyecto de dominación de clase con al menos cinco siglos de antigüedad. Allá donde surjan los espacios sustraídos a la lógica de acumulación, allá donde la sociedad se enfrente al monopolio jurídico del Estado, se estará expresando la lucha histórica por la emancipación. Probablemente con unos modos y unos argumentos que, como los tiempos que vivimos, resultan contradictorios, paradójicos y altamente inestables.
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Juanma Agulles. Doctor en Sociología, forma parte del colectivo y revista Cul de Sac. Ha publicado, entre otros: La destrucción de la ciudad, Los libros de la Catarata, 2017; La vida administrada. Sobre el naufragio social, Virus Editorial 2017; La plaga de nuestro tiempo, Editorial Milvus, 2020.