Por BRAIS FERNÁNDEZ
¿Cómo valora la situación actual de la izquierda política y social en Europa?
Creo que la situación es de crisis y retroceso. Al contrario que tras la crisis de 2008, hemos entrado en un ciclo en el que la extrema derecha está en ascenso político y canaliza el malestar de amplios sectores de las clases medias, en un intento por salvaguardar a la baja ciertos privilegios relativos, en un contexto en el que Europa sufre un fuerte declive en su estatus global. La extrema derecha adquiere varias formas, desde el iliberalismo radical de Orban hasta el posfascismo, pasando por fenómenos ultraconservadores, pero marca la dinámica proponiendo una alianza entre la burguesía y las clases medias a costa de los sectores subalternos: mujeres, migrantes, colectivos LGTBI y la gran mayoría de la clase trabajadora.
No me extenderé mucho en describir y caracterizar el estado de la socialdemocracia, pero creo que es evidente que es una fuerza sistémica e irrecuperable, incapaz siquiera de “reformar el capitalismo”. Sus gobiernos son incapaces de frenar la marea de precarización que se extiende sobre las sociedades europeas. Creo que lo que se revela de fondo es que la socialdemocracia solo fue una gestora de los impulsos del viejo movimiento obrero y que dependía precisamente de la existencia de un sector social radicalizado para negociar esas conquistas. La socialdemocracia ha hecho una política que solo ha conseguido debilitar a esas facciones y al final, ha cavado su crisis política.
La socialdemocracia solo fue una gestora de los impulsos del viejo movimiento obrero y que dependía precisamente de la existencia de un sector social radicalizado para negociar esas conquistas
La izquierda tuvo un momento de fuerte auge hace una década, en torno a Syriza y Podemos, que representaban políticamente todo un ciclo de insurgencia social desde abajo. Esto tuvo réplicas en otros países, como Portugal y Francia. Es obvio que la derrota y la capitulación de Syriza ante los grandes poderes fue un punto de inflexión. La gente había votado por la ruptura en el famoso referéndum del “Oxi”, y al no ser capaz de llevar a cabo ese mandato, tanto por falta de voluntad de la dirección de Syriza, como por carecer de un plan político que abriese una vía hacía algún tipo de socialismo, la desmoralización y la sensación de que “no se puede” se extendió por toda Europa. Podemos en España asumió esa senda de falso pragmatismo y aunque ambos partidos han sobrevivido mal que bien electoralmente, ya no representan opciones de transformación radical, sino fórmulas que o bien sustituyen al socio-liberalismo, como en el caso de Syriza, o bien que son sus apéndices, como en el caso de Podemos. En Portugal habrá una batalla electoral decisiva, entre el Partido Socialista, por un lado, y el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista Portugués por otro. Esperemos que resistan, aunque el contexto será distinto, ya que la extrema derecha entrará en el parlamento. En Francia el panorama es desolador, y aunque como ya supondréis apoyo a Poutou, el candidato anticapitalista, es evidente que eso no es suficiente para cambiar una dinámica en la que dos candidatos de extrema derecha tienen opciones de pasar a la segunda vuelta. Melenchon y su populismo nacionalista tampoco parecen estar en su mejor momento. En Alemania Die Linke es una fuerza en crisis y en Europa del Este, la resaca del estalinismo está siendo durísima, es la propia democracia liberal la que está en riesgo. En Italia directamente la izquierda ha dejado de existir en las instituciones. Hay, por el contrario, algunas experiencias exitosas como la del PTB en Bélgica, la CUP en Catalunya, o la Alianza Rojiverde en Dinamarca, pero no tienen opciones reales de alcanzar el poder por ahora, aunque su mera existencia y fortaleza es un antídoto contra dinámicas políticas que podrían ser peores.
Por otro lado, por decirlo todo, el anticapitalismo heredero de la tradición socialista revolucionaria e internacionalista al que me adscribo, no está en mejor situación. Aunque hay ciertas organizaciones con influencia en algunas franjas del activismo, como Anticapitalistas en el Estado Español, el NPA Francés, y experiencias unitarias relativamente exitosas en donde participan de forma destacada estas corrientes, como el Bloco de Esquerda en Portugal, o la Alianza Rojiverde en Dinamarca, lo cierto es que se encuentran (nos encontramos) en los márgenes de la política de masas.
Este es el resumen de la situación a nivel político. No existen partidos de masas ni tan siquiera reformistas como fueron los Partidos Comunistas, y los núcleos militantes revolucionarios son pequeños y sufren un aislamiento crónico, que genera muchas veces enfermedades como el sectarismo, o las veleidades autoproclamatorias que le impiden trabajar de forma constructiva con más gente. Ahora bien, paralelamente a este declive, han emergido en Europa movimientos como el feminista y el ecologista, que suponen movimientos de masas formidables para reconstruir alternativas al capitalismo. Estos movimientos son interclasistas, a menudo asumen perspectivas de “integración sistémica”, pero suponen un campo clave para el resurgir socialista, ya que muchas de sus demandas no pueden ser solucionadas por este sistema. Creo que la clave de que resurja una fuerza transformadora de clase en Europa pasa por la convergencia de estos movimientos, otros activismos sociales, los núcleos políticos anticapitalistas no sectarios y la irrupción de luchas obreras. Eso si, creo que el panorama será mas complejo, porque irrumpirán sectores sociales como los Chalecos Amarillos, antagonistas y radicalizados, que no se referencian en las estructuras que he mencionado. Es obligatorio ser capaz de ser flexible para conectar con estos sectores cuando irrumpan.
Desde su punto de vista, ¿cuál debería ser el Plan de Acción de la(s) izquierda(s) europea(s) si pretende que su proyecto emancipatorio alcance la hegemonía?
Lo primero, y partiendo del análisis anterior, es reconocer que estamos en una crisis de nuevo tipo, caracterizada por la emergencia climática. El capitalismo y la clase dominante no pueden resolver esta crisis. Es objetivamente imposible que los mismos que han causado este desastre bajo el régimen del capitaloceno resuelvan esta encrucijada para la humanidad. En ese sentido, cualquier fuerza social que aspire a frenar el desastre debe ser por necesidad anticapitalista.
Ahora bien, dicho esto, creo que hay varias apuestas que debemos explorar. La primera la he descrito más arriba: una convergencia de las fuerzas antagonistas y de los movimientos sociales, apostando por su coordinación organizativa y política a escala europea. Los 8M y las huelgas climáticas marcan el camino. Creo también que esta fuerza social debe estar liderada por la clase trabajadora y no por sectores de las clases medias, que tienden a buscar una alianza con las oligarquías. Es importante arrastrar a las clases medias hacia el campo popular, pero debe ser una clase trabajadora vertebrada en torno a la producción y la reproducción social la que lidere los grandes retos de nuestra época, en torno a la conquista de la igualdad, y frenar la catástrofe ecológica. Para ello también es central luchar con fuerza contra el racismo, que está siendo la herramienta de la clase dominante en muchas partes de Europa para dividir y enfrentar a la gente trabajadora. Si los sectores más oprimidos de la sociedad, como los sectores racializados, las personas migrantes, las disidencias sexuales, no son protagonistas en este bloque de clase, no podremos hablar de emancipación ni constituiremos una fuerza social y política con capacidad transformadora en un sentido radical.
El único interés general que existe es el de la mayoría social y disputar la hegemonía pasa por empezar a invertir las prioridades a través de la lucha y la organización: el beneficio social de los trabajadores, de las clases oprimidas, está por delante de los beneficios empresariales
Una estrategia que vaya a la raíz de los problemas implica explorar formas de acción más contundentes. Por ejemplo, ahora hay una fuerte crisis de abastecimiento a nivel global. ¿Por qué los sindicatos no organizan huelgas en los sectores clave, en donde la clase trabajadora es más fuerte y los capitalistas son más débiles? ¿Por qué no romper falsos compromisos con la clase empresarial y aprovechar la debilidad del capital para conseguir más poder social para la clase trabajadora en su conjunto? Imagínense una huelga de trabajadores del transporte en toda Europa, apoyada por todo el mundo, con todo el mundo solidarizándose activamente exigiendo, por ejemplo, una renta básica europea y planes de trabajo garantizado con reducción de la jornada laboral, así como mejoras salariales para los trabajadores del transporte y otros sectores laborales. Necesitamos una estrategia de lucha también en ese sentido, que no tema en aprovechar las debilidades de la clase empresarial, y las vuelva contra ellos. El único interés general que existe es el de la mayoría social y disputar la hegemonía pasa por empezar a invertir las prioridades a través de la lucha y la organización: el beneficio social de los trabajadores, de las clases oprimidas, está por delante de los beneficios empresariales.
Por último, a nivel político creo que hay que trabajar por construir un proyecto anticapitalista basado en la redistribución del trabajo productivo, la socialización del trabajo reproductivo y la planificación económica democrática desde una perspectiva ecosocialista. Un proyecto profundamente democrático y comprometido con las libertades, una bandera que muchas fuerzas políticas, arrastradas por la ola reaccionaria, empiezan a abandonar. Podemos entrar en una etapa como la de los años 20, donde la democracia y la libertad sean percibidas como un lastre por amplias capas de las clases medias y del capital. En ese sentido, el futuro pasa, como decía Ralph Miliband, por unir socialismo y democracia: el socialismo significa más democracia, más libertad individual y democracia en más sitios, como en las empresas. Creo que esto es algo por lo que merece la pena luchar.
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Brais Fernández. Forma parte de Anticapitalistas y de la redacción de viento sur. Escribe en diversos diarios y revistas como El Salto y Jacobin América Latina.