Por RICH YESELSON
A partir del día de las elecciones, el espectáculo maníaco que han representado Donald Trump, Rudy Giuliani y Sidney Powell, personificando al “auténtico orate americano”1, habrá conseguido, sin duda, que Philip Roth se parta de risa en cualquiera que sea el lugar del Más Allá donde reposa. Mientras tanto, los dirigentes del movimiento sindical americano han mantenido su vieja rutina con la estolidez acostumbrada.
Después de las elecciones, Richard Trumka, el presidente de la AFL-CIO, ha dicho que las organizaciones sindicales han sido coprotagonistas de la derrota de Trump porque “se han volcado en la participación”. Dado el porcentaje inusualmente alto de voto por correo en estas elecciones, los resultados del recuento no son enteramente fiables, pero parecen confirmar en buena medida la aseveración de Trumka: Joe Biden obtuvo el 56% de los votos de los trabajadores afiliados a sindicatos; una cifra apenas inferior a las obtenidas en los últimos ciclos electorales anteriores a 2016, y sensiblemente superior al 51% de Hillary Clinton, aunque queda muy lejos del 84% de los votos sindicalizados que obtuvo Lyndon B. Johnson en 1964.
Salvo un puñado de excepciones a la regla, de signo reaccionario, los dirigentes sindicales americanos hicieron en esta ocasión lo mismo de siempre: visto el pésimo cariz de la alternativa, llamaron a sus afiliados a votar a los demócratas para la presidencia y también para todos los comicios de rango inferior. En este caso, el beneficiario fue Biden, un político de largo recorrido que ha ocupado cargos en la política nacional desde la época del segregacionista James Eastland hasta la de Barack Obama.
A lo largo de su prolongada carrera, Biden ha ido oscilando a derecha e izquierda con la intención de situarse siempre en el centro de su partido. Su acercamiento a los sindicatos ha sido puntual y oportunista. Como señaló el historiador y miembro del consejo editorial de Dissent, Gabriel Winant, en el Guardian, en 2019, el rol “Scranton Joe”2 de Biden, como “hijo de una familia de clase obrera”, siempre ha sido una especie de disfraz obrerista, ligado a la masculinidad de los sindicatos de la gran industria manufacturera, la minería y el transporte, a mediados del siglo XX. Con todo, la AFL-CIO considera la derrota de Trump como una misión cumplida.
Otra lectura posible de las elecciones sugiere, en cambio, que el voto sindical militante no ha supuesto una diferencia tan grande. Se dan divergencias significativas entre los datos que ofrecen Edison Research, una organización especializada en el desglose de las estadísticas electorales, y la AFL-CIO, tanto en Pennsylvania (donde Biden ganó por un 1%) como en Ohio (donde perdió por un 8%). Edison afirma que Trump se llevó la mayoría del voto de los trabajadores afiliados a sindicatos en ambos estados, y endosó a Biden un 57 – 43% en Ohio. Con base en su propio recuento, la AFL-CIO sostiene que Biden ganó el voto sindicalizado en los dos estados.
Otros estados clave ya no cuentan con sindicatos lo bastante fuertes para afectar de forma significativa al resultado de la elección. Por ejemplo, en Wisconsin, donde Biden ganó de forma apretada, la afiliación sindical es más baja que nunca, en torno al 8%, después de los exitosos esfuerzos del anterior gobernador, Scott Walker, para hacer aprobar leyes restrictivas de la afiliación sindical (con la excepción, vale la pena señalarlo, de los cuerpos de la policía y los bomberos). No disponemos de un desglose en estos estados del voto sindicalizado por grupos raciales o para cada sindicato en particular, pero no sería sorprendente que los trabajadores de la construcción varones de raza blanca, y los obreros de la industria manufacturera, votaran por Trump en gran número, tal vez incluso con porcentajes muy mayoritarios.
En años recientes, los afiliados a esos sindicatos, que son en una gran mayoría mujeres no blancas, han protagonizado las acciones más amplias e importantes de la nueva clase trabajadora
Subsiste sin embargo un “plus político sindical” por el que los varones blancos afiliados votan más a los demócratas que los varones blancos no sindicalizados. Pero la diferencia es bastante menor de lo que fue en decenios pasados. El hecho de que Bernie Sanders, con un mensaje audaz, redistributivo y pro sindicatos, no consiguiera obtener el apoyo de la relativamente moderada clase trabajadora blanca dentro del Partido Demócrata, indica la gravedad de la situación, tanto para los sindicatos como para el propio Partido Demócrata.
Antes de la pandemia, Trump alentaba una economía “caliente” con rebajas de impuestos, incrementos presupuestarios, bajas tasas de interés, y un desempleo también bajo. Además, la CARES Act3 proporcionó un complemento eficaz a los ingresos de los trabajadores precarios durante meses. Es probable que todo ello contribuyera al incremento del apoyo que habían dado en 2016 a Trump los trabajadores no blancos. Sin embargo, el 91% de las mujeres de color votó por Biden, y es muy probable que los demócratas obtuvieran un voto masivo de la afiliación de los que son ahora los buques insignia de la economía postindustrial y del movimiento sindical americano: el sector público, la sanidad, la educación y la hostelería. Es decir, la Service Employees International Union (SEIU, Unión Internacional de Empleados en los Servicios), la American Federation of State, County and Municipal Employees (Federación Americana de Funcionarios de Estados, Condados y Municipios), la American Federation of Teachers (Enseñantes), la Communications Workers of America (Comunicaciones), UNITE HERE (Ocio, juego y hostelería), y National Nurses United (Enfermería).
En años recientes, los afiliados a esos sindicatos, que son en una gran mayoría mujeres no blancas, han protagonizado las acciones más amplias e importantes de la nueva clase trabajadora: varias huelgas de la Chicago Teachers Union (enseñantes) a partir de 2012; huelgas salvajes y acciones en el lugar de trabajo de enseñantes, en la mayoría de los estados “rojos” (de mayoría demócrata) en 2018, empezando por Virginia Occidental; la huelga de United Teachers de Los Angeles en 2019; y la organización combativa, más las huelgas, de los trabajadores sanitarios y de enfermería en todo el país.
Esta nueva militancia es una razón mayor de por qué los sindicatos pueden tener más influencia con Biden de la que tuvieron con Obama. La urgencia causada por el colapso de la economía debido a la pandemia, y la consolidación de una facción socialdemócrata significativa dentro del Partido Demócrata, han permitido al movimiento sindical “golpear” por encima de su fuerza potencial, y promover políticas sociales que benefician a las clases trabajadoras.
Pero en el momento en que escribo, a principios de diciembre de 2020, las direcciones de los sindicatos parecen decididas a desperdiciar su primera oportunidad de influir de forma efectiva en la pelea en torno a la persona nominada para la Secretaría de Trabajo. Los sindicatos podían haber llegado a un consenso para recomendar una de dos magníficas opciones, mencionadas con insistencia en todas las “quinielas” en las semanas posteriores a las elecciones: Julie Su, la brillante e incansable secretaria de la California Labor and Workforce Development Agency, que ha liderado la lucha contra la misclassification o clasificación en una categoría errónea; o bien Andy Levin, el congresista de Michigan con decenios de experiencia sindical y negociadora. Levin fue uno de los organizadores del SEIU, el sindicato que agrupa a los servicios; ejerció de ayudante del director de Organización de la AFL-CIO; formó parte del Departamento de Trabajo (Department of Labor, DOL) en la etapa de Bill Clinton, y fue después un alto funcionario en el gobierno del estado de Michigan. Tanto Su como Levin poseen la combinación de experiencia en la Administración y de auténtica vocación, capaces de despertar al adormilado gigante burocrático que es el DOL. Los dos han pasado además años relacionándose con activistas de la izquierda más allá de los sindicatos, tanto en el interior del Partido Demócrata como en sus alrededores, como reconocimiento a que cualquier política sindical debe incorporar hoy también un activismo dirigido a la lucha por la conservación del medio ambiente y la justicia racial.
Los responsables sindicales se han convencido a sí mismos, a lo largo de tantos años de ejercer su representación, de que “acceso” equivale a poder
Pero en lugar de llegar a un consenso sobre uno de estos dos excelentes candidatos, los medios informan de que los sindicatos están divididos entre una minoría favorable a Levin y un bloque predominante que respalda al alcalde de Boston Marty Walsh4, antiguo jefe del comercio inmobiliario de la ciudad. Walsh es el candidato perfecto para los tipos que se dedican a la compraventa de inmuebles. (Y supondrá sin duda una mejora respecto del último titular del DOL, Peter J. Brennan, un apparatchik de Nixon y defensor de los trabajadores de la construcción de Nueva York que atacaron a los manifestantes contra la guerra in 1970). Pero tanto Su como Levin se mueven en un nivel muy superior al de Walsh.
La mejor razón que han dado los portavoces sindicales para proponer a Walsh, es su amistad con Biden. “Es su amigo y conoce bien a Joe: han trabajado juntos en numerosas ocasiones”, ha dicho Trumka. “Tienen la clase de relación que me parece necesaria.” Esta declaración me ha recordado una historia que me contaron hace años, acerca de que a los dirigentes de los sindicatos les encantaba recibir gemelos de camisa “oficiales” de la Casa Blanca, de manos de los presidentes demócratas. Los responsables sindicales se han convencido a sí mismos, a lo largo de tantos años de ejercer su representación, de que “acceso” equivale a poder. No alcanzan a entender que obtener un liderazgo dinámico para un departamento, incluso si es de rango inferior dentro del gabinete, pero con un presupuesto de 11.000 millones de dólares y 15.000 empleados, es más importante que el hecho de que a Biden le guste compartir con ellos unas hamburguesas con queso.
A pesar de su trayectoria anterior, el programa laboral de Biden es bastante incisivo y, salvo en un par de aspectos, equiparable a los defendidos por Bernie Sanders y Elizabeth Warren en sus respectivas campañas presidenciales. Eso muestra la existencia de un sentimiento “laborista” en el seno del partido, especialmente entre los jóvenes izquierdistas urbanos de los medios de comunicación y los ambientes académicos. Pero es obligado añadir que incluso Pete Buttigieg tenía un programa laboral fuerte, y que los aspectos legislativos de todos esos programas dependen de que los demócratas obtengan el control del Senado, y de la eliminación de la super-mayoría republicana filibustera.
El plan de Biden está basado en la PRO Act5, una versión mejorada del “card check bill” para el que, en 2009, una mayoría demócrata mucho más amplia no consiguió ni siquiera los votos suficientes para entrar a debatirlo en el Senado. Más aún, llevar al Consejo Nacional de Relaciones Laborales (NRLC, National Relations Labor Board) más vocales favorables a la sindicación —una iniciativa que podría remover muchos obstáculos para la organización— se enfrenta a la doble dificultad de un Consejo desestabilizado y un Senado previsiblemente republicano6. Hay una especie de desvalimiento patético —un deseo similar al de los gemelos de camisa de antaño— en el hecho de que los líderes reclamen un poder político que les niegan el sistema presidencial madisoniano de separación de poderes, un partido republicano vociferante y revanchista, y el declive sistémico de los sindicatos. La paradoja del poder sindical en los Estados Unidos consiste en que, cuando el trabajo tiene fuerza suficiente para reclamar más atención por parte del Estado, es cuando menos la necesita. Cuando pierde pie, en cambio, necesita esa ayuda más que nunca.
Las debilidades de los sindicatos son al mismo tiempo una causa central y un efecto de las limitaciones del Partido Demócrata como vehículo para una economía política multirracial y redistributiva. En particular en los Estados Unidos, los sindicatos necesitan maximizar su influencia política junto a y dentro del Estado, a fin de superar la enorme, hegemónica ventaja del capital. Pero eso no puede hacerse sin cierto poder en los centros de trabajo y en la sociedad civil. Las dimensiones del desafío son enormes: existe una disfunción temporal entre la necesidad a corto plazo de forjar coaliciones electorales, y la perspectiva a más largo término de contar con una organización de masas en sectores clave de la economía. Hay ocasiones en que los dos vectores se alinean, como ocurrió cuando las industrias del acero y el automóvil se organizaron en el momento álgido del poder del New Deal, en 1937. Pero hoy no es posible sincronizar los objetivos políticos con los organizativos.
Los sindicatos necesitan maximizar su influencia política junto a y dentro del Estado, a fin de superar la enorme, hegemónica ventaja del capital
Por ejemplo, Biden se impuso en Georgia, y fue el primer demócrata en conseguirlo desde Clinton en 1992, pero la coalición que pudo poner en pie revela los límites de una política basada en las clases trabajadoras, en un momento de rechazo rural de los sindicatos, y de anti-urbanismo. En 1936, cuando Jim Crow dominaba Georgia a partir de un electorado casi enteramente blanco, Franklin D. Roosevelt ganó en todos los condados del estado excepto uno. Alf Landon, el candidato republicano, se quedó en el 12% del voto del estado. En 2020, Harris County, que tiene un 80% aproximadamente de población blanca y donde está situado el gran Parque Estatal F.D. Roosevelt, vio a un comparativamente fuerte Biden rural obtener un voto del 27%. En otros condados rurales blancos, Biden apenas mejoró los resultados de Landon en 1936.
Según los analistas políticos Nate Cohn, del New York Times, y Dave Wasserman, del Cook Political Report, Biden ganó en Georgia debido a un enorme incremento del sentimiento en favor del cambio y anti-Trump, que se dio en los bulliciosos suburbios multirraciales del área metropolitana de Atlanta. Esos votantes ni siquiera eran necesariamente demócratas —muchos de ellos votaron a los republicanos en las elecciones menores—, y tampoco progresistas. Pero los demócratas ganaron la elección por haber obtenido su confianza, mientras que los descendientes de los votantes rurales blancos que creyeron en FDR en la época de Jim Crow, han sido refractarios tanto al moderno movimiento sindical como al moderno Partido Demócrata.
En este punto se da una divergencia aguda entre los dos vectores históricos, de la fuerza electoral demócrata y de una organización obrera compacta. No existe un lugar de trabajo donde sea posible organizarse a una cierta escala en regiones rurales que carecen de universidades o de hospitales; los centros de trabajo son demasiado pequeños, y están desperdigados. Y si faltan los sindicatos, es difícil recurrir a otras instituciones intermedias capaces de contrarrestar el anti-cosmopolitismo ambiente. Y sin una coalición multirracial capaz de englobar a las clases trabajadoras rurales y urbanas, a los demócratas no les queda más opción que modular su programa económico con el fin de atraer tanto a los trabajadores manuales como a los profesionales acomodados, siguiendo la estrategia global adoptada por el partido en los últimos decenios. Existe una clase activa e inquieta de profesionales y managers de izquierdas —representada por los lectores de esta revista y de Jacobin—, que proporciona una chispa cultural estimable, pero no lo bastante potente para cambiar las perspectivas fuera de las áreas rurales profundas. De momento, es poco lo que pueden hacer los sindicatos para crear una base institucional capaz de poner en pie la solidaridad de clase que se necesita para ofrecer una alternativa real.
La situación es mejor en el Medio Oeste que en el Sur, pero no mucho mejor. Las grandes fábricas y plantas sindicalizadas dispersas por el Medio Oeste, que servían de puntos de referencia en las áreas rurales blancas, han desaparecido.
La marginación de los trabajadores rurales blancos de un proyecto emancipador a través de la lucha de clases representa una limitación grave para los sindicatos
En 1989, pasé varias semanas de un frío glacial en New Hampton, Iowa, y sus alrededores, en el pequeño condado rural de Chickasaw, en la parte nordeste del estado. Mi trabajo consistió en entrevistar a trabajadores afiliados a sindicatos de la planta Sara Lee de cruasanes y muffins, acerca de ciertas graves deficiencias de seguridad y salud causadas por el incremento de los ritmos de trabajo impuesto por la compañía. Las viviendas eran en aquella comunidad las más pequeñas que yo había visto en los Estados Unidos, pero la plantilla, de unos 500 trabajadores en un condado con una población de tan solo 13.000 habitantes, representaba un respaldo económico importante. En 1988, un par de meses antes de mi visita, Michael Dukakis, que no era precisamente un heredero de Eugene Debs7, se había impuesto en el estado y vencido con comodidad en el condado al republicano George H.W. Bush, por un 16%. Aquella planta de Sara Lee cerró en 2000; este año Biden ha perdido el estado por un 8% y Chickasaw County con una caída de apoyos del 31%. En 1989, el estado tenía unos porcentajes de afiliación del 15%. Hoy está en el 6%.
Con todo, es posible exigir un poco más a Scranton Joe, porque una administración demócrata está en condiciones de aliviar algunos de los desastres de la etapa Trump. Pero la marginación de los trabajadores rurales blancos de un proyecto emancipador a través de la lucha de clases representa una limitación grave para los sindicatos. Van a tener serias dificultades para recuperar poder económico y político. De momento, los demócratas tendrán que seguir ensamblando coaliciones transversales para ganar elecciones, y las políticas activas que lleven a cabo reflejarán ese compromiso.
Esta es la realidad geográfica a la que se enfrenta hoy el trabajo organizado. Los sectores muy urbanizados de la educación y la sanidad están en el centro de la economía política de los Estados Unidos. Los sindicatos de estos sectores son la mayor baza para cualquier estrategia política basada en el trabajo, en los años próximos. Biden ha mostrado un aplomo considerable, para un político tan convencional, al citar en varios discursos unos versos del gran poema de Seamus Heaney “The Cure at Troy”:
The longed-for tidal wave
Of justice can rise up
And hope and history rhyme8.
Personalmente me gusta más un epigrama de Brecht, algo cínico, pero perversamente estimulante: “Siempre has de preferir los malos días de hoy, a los buenos de antaño.”
Traducción, Paco Rodríguez de Lecea
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Rich Yeselson. Miembro de la plantilla editorial de “Dissent”. En la actualidad trabaja en un libro sobre las causas y consecuencias de la aprobación en 1947 de la ley Taft–Hartley.
NOTAS DEL TRADUCTOR
1.- Este artículo apareció en la revista “Dissent” el 11.1.2021, formando parte del número “Invierno 2021”. Sin embargo, fue escrito en diciembre de 2020, de modo que su autor no sabía aún hasta qué extremos llegaría la representación coral del “orate americano” impulsada por Trump, en los sucesos del día 6 de enero en el Capitolio. [^]
2.- Joe Robinette Biden nació en 1942 en Scranton, Pennsylvania. [^]
3.- Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security (CARES) Act, ley para la Ayuda, Tratamiento y Seguridad Económica contra el coronavirus, publicada por el Congreso el 27 de marzo de 2020. [^]
4.- En efecto, el 7.1.2021 se anunciaría oficialmente que Joe Biden contaba con Marty Walsh como Secretario de Trabajo en su Administración. [^]
5.- Protecting the Right to Organize Act (PRO Act), ley en favor de la autoorganización de los trabajadores en sindicatos. La card check era un consentimiento firmado individualmente por los trabajadores de un centro productivo, para que les representara determinado sindicato. Si más del 50% de la plantilla firmaba, era obligatorio para la empresa reconocer al sindicato así constituido. [^]
6.- Como se apunta en la nota (1), el artículo se escribió antes de la segunda vuelta electoral en Georgia, que trajo la confirmación de una mayoría demócrata también en el Senado. [^]
7.- Eugene V. Debs (1855-1926) fue uno de los fundadores del combativo sindicato IWW (los míticos wobblies), y candidato en cinco ocasiones a la presidencia de EEUU, por el Partido Socialista de América. [^]
8.- “La tanto tiempo esperada crecida de la marea / de la justicia, podrá al fin alzarse, / y la esperanza rimará con la historia. [^]