Por ALDO BARBA y MASSIMO PIVETTI
Durante los primeros treinta años tras la guerra, en el capitalismo económica y socialmente más avanzado, se fue construyendo un complejo sistema de política económica destinado a alcanzar el pleno empleo como objetivo prioritario. La relación entre el estado y el mercado dentro de cada nación y las relaciones de cada nación con el resto del mundo se estructuraron de modo que se permitiera un crecimiento lo más sostenido posible del producto en condiciones de equilibrio de la balanza exterior.
El paso de esa época de crecimiento sostenido y de pleno empleo a una fase de prolongado estancamiento y elevado desempleo se ha percibido generalmente como un fenómeno ineluctable y ha quedado en gran medida inexplicado. Y se corre el riesgo de que siga así porque en Europa es muy fuerte la resistencia a atribuir este proceso a la orientación liberal estampada en la política económica de los últimos decenios. Establecer una conexión entre el fin del crecimiento y el gran cambio de política económica de los primeros años ochenta equivale, de hecho, a reconocer la naturaleza esencialmente política de sus factores determinantes. Por ello, este reconocimiento es la premisa necesaria para lograr comprender las causas del deterioro económico y social producido en las principales naciones europeas.
El volumen que hemos escrito analiza el tránsito de los llamados Treinta gloriosos a los Treinta infernales enlazando explícitamente los acontecimientos económicos europeos de los últimos treinta años -cambio de las condiciones distributivas, desaceleración del proceso de acumulación, aumento del desempleo y de la exclusión social- con el comportamiento de la izquierda. El elemento político que ha caracterizado este tránsito ha sido sin duda su derrota. Pero las causas, la forma en que esta se ha producido y sus efectos no son obvios y debemos analizarlos.
El comienzo del fin de la izquierda continental se encuentra en los años 1982-1983, cuando el gobierno de la izquierda unida en Francia da un giro, cuando renuncia a la plataforma política que se había venido articulando a lo largo del decenio precedente y que había conducido a su victoria electoral en 1981. La importancia de este acontecimiento viene dada no solo por el hecho de que la victoria de la izquierda se derivaba de su capacidad para acumular un amplio consenso en torno a un preciso programa de renovación social, sino también por el hecho de que es en relación con ese país y con esa experiencia como se pueden enfocar mejor los elementos de debilidad subyacentes a la propuesta política de toda la izquierda europea y las condiciones culturales que sentaron las bases de su viraje.
La principal carencia del programa de la izquierda tuvo que ver con el asunto de la gestión de las limitaciones externas para su realización, es decir, de la infravaloración de las repercusiones sobre el desequilibrio en la balanza exterior de un programa de inversiones públicas y de redistribución de la renta. Las dificultades así creadas abrieron una brecha a la difusión de la ideología “modernista” y antiestatalista, presente ya también en la cultura de izquierda.
Lo que [la izquierda] abandonó, en suma, fue una concepción del crecimiento económico basado esencialmente en el crecimiento del poder contractual de los salarios y en las políticas redistributivas. Este círculo virtuoso fue sustituido por un círculo vicioso entre políticas recesivas, debilitamiento de los salarios y pérdida de consenso popular
Del rechazo de una gestión no ortodoxa de la dependencia exterior se pasó a la aceptación sin condiciones de la globalización y a la consecuente renuncia a políticas de pleno empleo que deben alcanzarse a través del crecimiento de la demanda interna. La estabilidad de precios y el crecimiento de las exportaciones se convirtieron en objetivos prioritarios de la política económica. Sindicatos débiles, mayor flexibilidad de los mercados, crecimiento de salarios inferior al crecimiento de la productividad del trabajo, reducción del Estado social, políticas presupuestarias restrictivas, privatización de las empresas públicas industriales y financieras, llegaron a ser las etapas que caracterizaron por todas partes la nueva vía seguida por la izquierda de la “modernidad” y de las “reformas”. Lo que se abandonó, en suma, fue una concepción del crecimiento económico basado esencialmente en el crecimiento del poder contractual de los salarios y en las políticas redistributivas. Este círculo virtuoso fue sustituido por un círculo vicioso entre políticas recesivas, debilitamiento de los salarios y pérdida de consenso popular.
La “vía de la modernidad” completada por la izquierda europea ha consistido en la práctica en la pérdida de la conciencia de que el control del desempleo, una distribución de la renta socialmente tolerable y adecuados niveles de protección social implicarían un control completo de la política monetaria y presupuestaria por parte de los gobiernos nacionales, y, por tanto, un control de los flujos internacionales de capitales, mercancías y fuerza de trabajo mucho más estructurado que si cada país hubiera escogido apostar por la expansión continua de su propio mercado interno para asegurarse un crecimiento estable.
Tal incapacidad de la izquierda europea para mantener el rumbo es explicable solo bajo la luz de que, más que promover y apoyar el consenso expansionista de los Treinta gloriosos, la izquierda fue apoyada en gran medida por ese mismo consenso. Su contribución, dicho de otra manera, no fue expresión de hondos convencimientos adquiridos. Esto fue así en Francia, como se demuestra por el giro en “U” [de 180 grados] de 1982-1983; fue incluso más en Italia, donde el elemento de pasividad y el efecto de arrastre ejercido por el gradual contexto general fueron siempre predominantes.
Naturalmente, es sobre todo la experiencia del PCI la que puede ayudarnos a comprender el camino realizado por la izquierda italiana desde la postguerra hasta su definitiva salida de escena con la implosión del “socialismo real”: un camino constantemente caracterizado por la opción del no uso de su propia fuerza. A diferencia del caso francés, la cuestión de cambiar los programas de efectiva renovación social por la adhesión a la ideología del mercado realmente nunca se planteó en el mayor partido de la izquierda italiana, cuya acción política sustancialmente no fue más allá de estar presente como un vigilante ceñudo.
El auténtico obstáculo al renacimiento de una izquierda capaz de poner en el centro de su acción las cuestiones de clase y la potenciación del Estado nación, viene representado por la situación de general subordinación con respecto a la cultura económica dominante
Si bien «las ideas de la clase dominante son en toda época las ideas dominantes» (Marx) es también cierto que cuanto más indiscutible es esta dominación tanto más indiscutible es su fuerza de sometimiento. Con el alejamiento de las cuestiones económicas y de clase también por parte de la izquierda autodenominada antagonista, y el desplazamiento de su interés de la esfera de los derechos sociales a la de los derechos civiles, se puede decir que a lo largo de estos últimos treinta años las ideas dominantes no han encontrado ni siquiera el mínimo obstáculo. Para la izquierda “antagonista” la defensa de los asalariados a través de la potenciación del Estado y la defensa de la soberanía nacional en el terreno económico han dejado de ser brújula de la acción política, sustituidas por la reivindicación del derecho a la diversidad y por la “lucha de liberación” de cualquier tipo de instancia individual. Nunca hubo “lucha” más funcional para la protección de los intereses de las clases dominantes, que de hecho la han fomentado en buena medida como un entretenimiento perfecto ante el retroceso de las clases populares en el campo de las conquistas sociales, por no hablar del factor de división interna que ello supone.
Es evidente que estamos hoy en presencia de condiciones objetivas para el renacimiento de una verdadera izquierda: desde la creciente hostilidad popular frente a la globalización y las finanzas hasta la urgencia social de políticas destinadas al pleno empleo y la redistribución de la renta; desde el descenso continuo de la participación electoral a la aspiración cada vez más extendida a recuperar la soberanía nacional. El auténtico obstáculo al renacimiento de la izquierda capaz de poner en el centro de su acción las cuestiones de clase y la potenciación del Estado nación viene representado precisamente por la situación de general subordinación con respecto a la cultura económica dominante, una subordinación que dura ya treinta años.
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Introducción del libro La sconfitta de la sinistra in Europa, de Aldo Barba y Massimo Pivetti. Imprimatur, 2016. Traducción de Javier Aristu. El texto se publica con autorización del editor.
Aldo Barba (1970). Economista y profesor en la universidad degli Studi di Nápoli Federico II.
Massimo Pivetti (1940). Economista. Ha sido profesor de Economía política en la universidad Roma La Sapienza. Autor de obras de teoría de la distribución de la renta, economía internacional y política monetaria, así como historia del análisis económico.