Por RAMÓN UTRERA CEJUDO
La crisis del 2008, calificada ya como la Gran Recesión, alcanzó tal magnitud en profundidad y extensión que ya se la considera la más grande habida desde la Gran Depresión de 1929. Los efectos son tan evidentes y profundos que aún se perciben por doquier. Tanto por sus causas como por su desarrollo es una crisis de origen financiero trasladada a la economía real. Lo cual viene siendo bastante habitual en casi todas las crisis importantes de los últimos 40 años. Es decir, que los problemas surgidos en la economía financiera acaban impactando fuertemente en la economía real. A pesar de ello hay muchas personas de todos los niveles culturales y sociales que rechazan el contacto y el entendimiento -por pura antipatía psicológica- con todo lo relacionado con las finanzas. Justificado o no, esto tiene múltiples y graves consecuencias en sus vidas, porque la realidad financiera y sus tremendos efectos les afectan, sin necesidad de su permiso o de su comprensión, y mucho más allá de lo que normalmente se piensa.
El problema es tan grave, que muchas personas, y hasta muchos partidos y organizaciones de todo tipo, creen que la economía financiera y la realidad financiera se pueden enfocar de una manera excesivamente discrepante, que no sólo la propuesta -que también tendría sus limitaciones- sino que hasta la propia visión de la realidad de la que hay que partir en el análisis se la puede “manipular” haciendo un enfoque progresista. Esto a veces se puede hacer y a menudo no. El no haber entendido bien este problema es lo que ha llevado y lleva al fracaso de muchas propuestas económicas de izquierda, y al de muchos experimentos progresistas; entre otros, al fracaso de la economía financiera en la experiencia del socialismo real -una de las causas de su hundimiento histórico- y al de la mayoría de las revoluciones.
Los problemas surgidos en la economía financiera acaban impactando fuertemente en la economía real
De entrada, hay que subrayar que la economía financiera ha dejado de estar al servicio de la economía real, para invertirse la relación, desgraciada y absurdamente. La desregulación y globalización neoliberal iniciada en el mundo occidental y extendida a todo el orbe a partir de los años 80 ha provocado el boom de las finanzas. Por aportar algún dato: Entre 1980 y 2007, antes de que se desencadenara la crisis financiera mundial, los activos y pasivos exteriores mundiales se multiplicaron por seis, pasando de significar alrededor del 60% del PIB mundial al 360%. Ya a principios de siglo el volumen de contratación de un día en los mercados de divisas internacionales equivalía al de los flujos de comercio exterior de todo el mundo en un mes. Es curioso que los profesionales y defensores de la racionalidad y autorregulación de los mercados financieros pretendan apoyarse en Adam Smith, a pesar de que este dejó claro que la lógica de un mercado libre y competitivo no debía extenderse a la economía financiera.
El fenómeno, anticipado en parte por los clásicos de la izquierda, ha ido mucho más allá de lo previsible. Los capitalistas actuales han cambiado su relación con las empresas y los negocios, hacia una posición menos directa, menos vinculada y sobre todo más “líquida”. Están menos vinculados con los proyectos económicos y más con su rentabilidad financiera; la preocupación por el riesgo en todas sus variantes prima más que la del beneficio. Las nuevas tecnologías y el propio desarrollo del capitalismo han cambiado las formas de propiedad y/o control de las empresas e inversiones. Hoy en día es relativamente fácil deshacerse de una empresa o una inversión. Todo se puede comprar y vender rápidamente en los mercados financieros en cualquier parte del mundo. Y como todo se compra y se vende con dinero, de lo que se trata es de que se mueva mucho dinero, el que haya o el que se cree, dado que si hay mucha actividad hay muchas posibilidades de especular y de cobrar por la intermediación. Si no se tiene dinero los mercados siempre desarrollan rápidamente mecanismos para poder tomarlo prestado. Todo es una cuestión de riesgo para ambas partes, y por tanto del precio de ese riesgo y ese dinero.
Este fenómeno de dependencia se ha desarrollado tanto que actualmente es la economía real, y por tanto las necesidades sociales, las que están “al servicio” de la economía financiera, y no al revés. Poner en marcha cualquier proyecto o actividad económica o cubrir cualquier necesidad requiere dinero, y el que lo tiene impone su precio y sus condiciones. “Solucionar” el problema alcanzando el gobierno de un país, la dirección o el control de una empresa, o el poder de cualquier tipo de ente, queda muy limitado si ese país, empresa o ente tienen déficits, deudas o/y necesidades futuras de financiación. Porque eso les convierte en dependientes de quién tiene el dinero; grave problema si encima éste está fuera de su control. La idea progresista habitual de “solucionar” el problema dándole a la “maquinita” del dinero, de utilizar al Banco Central como banco público, o de nacionalizar algunos o todos los bancos, tiene algunas posibilidades y bastantes limitaciones, de tiempo y de grado. Es una idea muy sobrevalorada, justa socialmente, pero no muy eficaz, porque sus posibilidades no son ilimitadas como se cree, sobre todo si el instrumento es pobre. El que no funcionara en los países del socialismo real durante 74 o 45 años debería ser indicativo del problema. Y si a todo el bloque soviético le fue imposible aislarse de la realidad de los flujos de capitales del resto del mundo mucho más difícil le será ahora a cualquier experiencia política nueva.
Este fenómeno de dependencia se ha desarrollado tanto que actualmente es la economía real, y por tanto las necesidades sociales, las que están “al servicio” de la economía financiera, y no al revés
El capitalismo, consciente de esta realidad, ha entrado en una nueva fase en la que el elemento principal de su dominio no es una relación colonial clásica, ni una opción armada, ni los métodos habituales de presión, sino el control financiero a través del desarrollo de unos mercados y una economía financiera basados en sus principios habituales de desregulación y globalización, con su garantía de seguridad jurídica y sistémica, y con un entramado de instituciones que vigilen su funcionamiento. Por eso tiene el apoyo del dinero mundial y de aquellos que tienen capacidad para generarlo, y que le demandan rentabilidad, liquidez y seguridad. ¿Se puede prescindir por tanto de los mercados financieros? ¿La postura de la izquierda ha de ser oponerse y negar toda la innovación financiera, útil o no? ¿O debe ser entenderla, controlarla y regularla?
Partiendo de esta realidad evolucionada aceleradamente en los últimos 40 años, los mercados han desarrollado enormemente sus productos, sus servicios, su funcionamiento rápido y eficaz, la circulación del dinero, los volúmenes, etc., aportando, hay que reconocerlo, muchas e importantes mejoras muy útiles a la economía y a la sociedad en general; pero paralelamente han disparado los riesgos, la frecuencia y tamaño de las crisis, la sensibilidad a los contagios y sobre todo se ha perdido mucha capacidad de control de todos estos problemas. Entender lo básico de esta nueva realidad, y sus problemas es imprescindible para adoptar una posición a cualquier nivel. Y para ello es necesario entender algunas ideas básicas y no tan complejas.
En los mercados de hoy día se compra y se vende de todo en cualquier momento y lugar, se han inventado soluciones a muchos de los problemas, y se han estandarizado y normalizado. Pero todo tiene un precio, aparte de las comisiones y servicios. Como siempre en todo tipo de mercados, se vende y se compra algo por un lado, y se vende y se compra dinero a la vez. El precio de ese dinero varía en función de diversas variables incontrolables, entre las más importantes, la del riesgo -hay muchos tipos de riesgo-, la de su amplitud y profundidad, y sobre todo la del plazo. El hecho de que haya un precio para cada plazo en función de múltiples factores es lo que permite que exista la curva de tipo de interés, que no es más que un gráfico de los precios del dinero en los diferentes plazos. El empeño de la izquierda de ignorar directa o indirectamente su existencia en sus políticas en la oposición o en el gobierno, o incluso la ingenua creencia de que en una sociedad socialista o tras una revolución se puede ignorar que el dinero siempre tiene un precio en cualquiera de sus plazos y en todas las circunstancias, o que ella misma puede fijarlo desde el poder, siempre ha llevado a frustraciones y fracasos. Se puede intentar controlarlo, pero con limitaciones, y sobre todo entendiendo cómo funciona. Desde luego lo que es ingenuo hoy día es pensar que se puede aislar a una economía nacional del resto.
Por poner otro ejemplo, el de los derivados financieros. Estos instrumentos que asustan por su complejidad no son básicamente más que una especie de seguros. Asegurar una casa, o cualquier otro bien, no es malo, es útil; siempre que las condiciones y el precio sean razonables. En este caso se trata de instrumentos que han sido utilizados para sacar a la libra del SME en 1992, para atacar a las divisas emergentes en la crisis asiática de 1997, para atacar a las bolsas en la crisis de las Torres Gemelas de 2002, para atacar a Grecia, Irlanda, Portugal y España en la crisis soberana de 2009, etc. en general para sacar provecho de todas las crisis, o conatos de ellas, de los últimos 40 años. Es importante aclarar que en contra de lo que se suele decir ni los derivados ni los especuladores son los causantes de todas esas crisis, no es ese su crimen. En todas esas crisis siempre hubo una causa de fondo real que las “justificaba”, que justificaba las correcciones necesarias -porque había un desequilibrio, que es el que hay que estudiar y buscar sus causas y responsables- que de una manera u otra había que abordar.
Es ingenuo hoy día es pensar que se puede aislar a una economía nacional del resto
El crimen de los especuladores y del uso que estos hacen de los derivados, es que cuando huelen problemas, se lanzan sobre todos los mercados con operaciones que agrandan y profundizan los procesos y sus efectos, esto es, que conforman un efecto de “bola de nieve”. Y un problema que en condiciones normales requeriría una solución más o menos difícil, pero abordable, se escapa de las manos, el contagio se extiende a justos y pecadores, y los tremendos efectos indirectos en la economía se disparan. Cuando ya se ha desbordado el problema, las soluciones serán más drásticas y dolorosas, y encima el ritmo y las formas para aplicarlas se deshumanizará e incluso hasta se volverá irracional.
No obstante, una sociedad no puede crecer, generar empleo y cubrir sus necesidades sociales si no genera su propio ahorro o no paga el ajeno. Y este no aparecerá si no se le retribuye de alguna manera y no se le protege. Una cosa es combatir todos sus excesos y otra perseguirlo. Hay que canalizarlo hacia donde interesa socialmente y retribuirlo de una manera justa y transparente. La gente no ahorrará si por lo menos no consigue una rentabilidad que le proteja de la inflación, o si no tiene claro que los riesgos que entiende, y los que no entiende, no están controlados. Los problemas de liquidez, volatilidad, sobrerreacción, información privilegiada, complejidad técnica, apalancamiento excesivo, banca en la sombra, paraísos fiscales, etc., no pueden dejarse en manos de la desregulación que demanda el neoliberalismo especulador.
Se deberían ampliar las tareas de control y regulación a todos los intervinientes en los mercados, y no sólo a los bancos
En el mundo actual la auto regulación que reivindican los liberales defensores fariseos de la economía de mercado, cuyas leyes se las saltan continuamente en cuanto su codicia se lo demanda, es un subterfugio para que los poderosos impongan sus intereses a las clases populares, sin contar que es falso que de entrada en la economía de mercado todos los intervinientes son iguales. Pero la solución no es negar o ignorar la presencia de los flujos de dinero, hoy día no se pueden poner puertas al campo de la economía internacional; la solución es entender, controlar y depurar la nueva realidad de los mercados financieros. Entre otras cosas se deberían ampliar las tareas de control y regulación a todos los intervinientes en los mercados, y no sólo a los bancos. Los hedge funds, los fondos de inversión, de pensiones, los soberanos, o cualquier otro instrumento que se inventen los inversores deben ser igualmente controlados porque su capacidad de generar riesgos y problemas a la economía es la misma. Otro tanto puede decirse de las operaciones de la banca en la sombra. La ingeniería financiera avanza muy rápido y la supervisión no se puede quedar atrás. Evidentemente se trata de problemas muy complejos para el ciudadano común, pero no para que su intuición no le pida que los poderes públicos han de extender las labores de vigilancia y regulación a todo el mundo sin excepción.
La ciudadanía ha de entender las ideas básicas de lo que significa el producto o servicio financiero que necesita o le ofrecen, así como sus implicaciones; pero también debería entender cómo afecta el funcionamiento de los mercados a la economía nacional de la que depende su casa, su trabajo, su salud, su pensión, sus ahorros, los servicios sociales y públicos que demanda, sus hipotecas, sus deudas, el coste de la vida, etc. etc. Debe desechar algunos mitos populistas porque racionalmente no son realizables o porque sus efectos serían inasumibles; mitos como que en una sociedad socialista no habría inflación, o se podría emitir el dinero que se quisiese o se puede prestar gratis el dinero que se quiera, o no pagar las deudas sin que no haya efectos, entre otros muchos bienintencionados, pero ingenuos. La ciudadanía debe completar la ética de sus valores con un conocimiento realista de los problemas, orientar en consecuencia sus decisiones, y elaborar su punto de vista personal en la vida y en la política; siempre sobre la base de que vivimos en una sociedad capitalista con toda su lógica y con sus implicaciones y contradicciones.
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Ramón Utrera Cejudo. Ha sido analista financiero durante treinta años, forma parte del grupo de Socioeconomía de Isegoría.