Por FERNANDO BERMEJO RUBIO
Ángel Munárriz, IGLESIA S.A. Dinero y poder de la multinacional vaticana en España, Madrid: Akal, 2019 (3ª ed.)
En medio del maremágnum de tinta superflua que inunda el mercado editorial resulta conveniente identificar los libros necesarios. Este de Ángel Munárriz, periodista de InfoLibre, pertenece sin duda a esta categoría. Ciertamente, no es la primera obra que analiza los aspectos crematístico y político de la Iglesia en España –el autor menciona con honradez y reconocimiento varias de ellas–, pero su carácter de síntesis actualizada, crítica, documentada, reflexiva y lúcida hace de IGLESIA, S. A. una contribución señera a lo que es una cuestión pendiente en la sociedad española. Por si fuera poco, es un libro escrito con una prosa fluida y solvente, y con un pathos ético del que se halla ausente cualquier inquina.
Enmarcado por un prólogo y un epílogo denominados, con alusiones bíblicas, “Génesis” y “Apocalipsis”, el libro está dividido en siete capítulos. “El tinglado” comienza a explicar cómo se han ido conformando los privilegios de la Iglesia española. Tras recordar su papel decisivo en el golpe de Estado franquista, el autor pasa revista a la renovación de los privilegios perdidos con la República: el acuerdo Iglesia-Estado de 1941, la Ley Hipotecaria de 1946 –con el permiso concedido a las autoridades eclesiásticas para inmatricular propiedades y la conversión de los obispos en fedatarios públicos–, el acuerdo con el Vaticano de 1950 sobre la jurisdicción castrense y, en especial, el concordato del 27 de agosto de 1953, con su sinfín de exenciones y privilegios fiscales; finalmente, el acuerdo de 1976 y los cuatro de 1979, que, aunque, formalmente democráticos, tienen la misma base que el concordato. Munárriz deja claro que la democracia –con independencia de qué partido haya gobernado– ha refrendado, e incluso aumentado, las prebendas de la Iglesia española, convirtiéndola en “un parásito del Estado”.
“El paraíso” prosigue el análisis de la “feliz economía eclesiástica”, sostenida sobre un genuino paraíso fiscal que ampara las aproximadamente 100.000 –no sobran ceros– propiedades inmobiliarias de la Iglesia española. Consigna la deliberada opacidad que, en esta época de “transparencia”, la Iglesia mantiene sobre la dimensión exacta de su patrimonio, una parte del cual no sirve a fines religiosos o sociales, sino puramente lucrativos, desde aparcamientos a hoteles. Explica los términos de la exención del IBI en la Ley de Mecenazgo de diciembre de 2002. Y constata el fracaso del laicismo a la hora de tomar medidas eficaces para cancelar estas prerrogativas.
“El sumidero” explica cómo tal trato privilegiado supone un desagüe incesante de dinero público. Aborda la cuestión del IRPF y de las casillas que en la declaración de la renta se dedican a la Iglesia y a “fines sociales”, analizando por qué, de facto, esta última constituye casi una segunda casilla eclesiástica. Aunque en teoría la Iglesia católica debería autofinanciarse, en realidad lo que recibe de sus fieles es una cantidad ínfima en relación con el total de beneficios públicos: el modelo español ancla la financiación de la Iglesia en el Estado, evitando promover entre los fieles una cultura del pago. Todo español, con independencia de sus creencias y de su voluntad, debe aportar cada año dinero a la Iglesia. El autor expone cómo esta institución tiene hoy incluso más asegurado el caudal que a la salida del franquismo, después de que los gobiernos socialistas implantasen el sistema de asignación vía IRPF y lo reforzasen luego hasta el 0’7 por ciento. El capítulo, además, desmonta la tesis eclesiástica oficial de que la mayor parte de lo ingresado por este concepto se destina a fines sociales.
“El expolio” es el capítulo central, y no solo arquitectónicamente. En efecto, lo que en él se cuenta resulta esencial para juzgar con mayor acribia la situación denunciada por el autor. Por una parte, muestra el negocio de la explotación –exenta del pago de impuestos– de los bienes eclesiásticos, con algunos ejemplos obscenos (como las carísimas visitas VIP a la catedral de Toledo, la perpetración de atentados patrimoniales en la mezquita-catedral de Córdoba o los enterramientos de postín en la cripta de la Almudena, previo pago). Por otra, el autor narra el proceso de inmatriculaciones que, llevado a cabo en toda España por parte de las diócesis con calculado secretismo, ha supuesto en unas pocas décadas la alteración del estatus de propiedad más sangrante en la historia de España y cuenta cómo tuvo lugar el desvelamiento del monumental chanchullo. El fenómeno de las inmatriculaciones, colosal negocio inmobiliario que –al impugnar el carácter de bien público de edificios construidos con el trabajo y la riqueza del pueblo– demuestra el sangrante desprecio del bien común por parte de las jerarquías, ha sido a todas luces una maniobra, opaca y coordinada a gran escala, que desmiente la fábula de que la Iglesia española actúa descoordinada.
“El poder” explicita lo que anteriormente había ido quedando cada vez más claro, a saber, que la voluntad de poder de una jerarquía de vocación teocrática se ve alimentada por la inercia, la desidia o el interés que permiten la permanencia de la simbología católica en espacios e instituciones públicos. Este capítulo, además de una incursión en los entresijos del Vaticano, pone de relieve la infiltración del Opus Dei y otras instituciones religiosas católicas –siempre interesadas en mantener estrechos contactos con las elites– en la política, la empresa, la educación y el periodismo. Y sigue mostrando cómo los sucesivos gobiernos de la democracia –incluyendo a los del PSOE– han ido concediendo por doquier nuevas prebendas a la Iglesia, haciendo gala de una tibieza generalizada.
“La pizarra” examina cómo la escuela resulta imprescindible para perpetuar la influencia social y el capital simbólico de la Iglesia, la cual no se conforma con su red privada de colegios y universidades, sino que sigue interviniendo en la educación pública, vulnerando así también en las aulas el principio de aconfesionalidad del Estado: que los obispos sean quienes ejercen la tutela ideológica y profesional sobre unos 11.000 profesores de religión a los que paga el Estado es un desatino, pero solo uno de tantos: el propio Tribunal Constitucional ha pontificado en 2018 que la educación segregadora por sexos “no causa discriminación”. El carácter obsceno de todo este control educativo-adoctrinador se pone particularmente de relieve en el caso del emporio de los Legionarios de Cristo fundado por el sacerdote Marcial Maciel, un delincuente sexual cuyo proyecto contó siempre con el beneplácito de papas, millonarios y políticos del PP.
Finalmente, “El negocio” informa de cómo la Iglesia española –diócesis, órdenes, congregaciones, fundaciones, ONGs– ha invertido y especulado, a menudo de forma ruinosa: los casos Gescartera y Cajasur son buenos ejemplos. La propia Iglesia creó una sociedad (“Umasges”) destinada a la inversión bursátil, con altos eclesiásticos españoles como miembros del consejo de administración, y ha operado con sicavs, algunas de las cuales –elocuente ironía– adquirieron acciones de farmacéuticas fabricantes de anticonceptivos.
No es posible hacer justicia, en el espacio de una breve reseña, a la riqueza de información y de juicios certeros que cabe encontrar en este libro, en el que abundan felices frases lapidarias (“El rechazo a la democracia […] está incrustado en el espinazo de la Iglesia”; “Allá donde la herencia del franquismo aún se hace notar en la sociedad española aparece la silueta de la cruz”; “En el seno de la jerarquía española, reaccionaria hasta la médula, uno puede pasar por moderado sin salir del siglo XVIII”; “Las arcas, las almas y las aulas: esa es la recompensa a la Iglesia por ofrecer a los perdedores, cuya pobreza ha contribuido a hacer crónica en vida, el sueño de un resarcimiento post mortem”), así como un espicilegio de las insensateces vertidas en los últimos años por los monseñores españoles. Menos aún proceder a examinar las reflexiones de largo alcance a las que el libro invita. Y tampoco sustanciar algunas puntualizaciones necesarias –como la conveniencia de que el autor explicase con mayor nitidez cómo se articulan el carácter jerárquico y coordinado de la institución y su descentralización operativa–, que en cualquier caso no irían en desmedro del valor del libro.
Munárriz muestra cómo el proceso de secularización de la sociedad española no ha ido acompañado de la pérdida de los privilegios de la Iglesia católica, cuya nula fundamentación lógica –pues vulneran tanto el principio de igualdad como la aconfesionalidad del Estado–expone con claridad. Y denuncia la falsedad de los comodines y coartadas utilizados por los jerarcas de la Iglesia: que si sus intereses son puramente espirituales; que si la Iglesia es pobre y para los pobres; que si es imposible hacerse una idea de los bienes eclesiásticos, porque estos están descentralizados; que si la Iglesia española se autofinancia (cuando, en lo esencial, es mantenida por el Estado español); que si el grueso de lo que recibe por IRPF se destina a actividades asistenciales (en realidad, se destina en su mayoría a pagar los gastos de personal eclesiástico o el agujero financiero de 13TV); que si su actividad asistencial es virtuosa (¿lo es, financiándose con fondos no propios, sino ajenos?); que si son víctimas del laicismo (cuando reciben prebendas por doquier), etc. Además, señala diversos casos en los que las autoridades eclesiásticas se saltan sus propias normas cuando se trata de ganarse a los poderosos y de hacer caja. Así pues, demuestra la nula credibilidad y ejemplaridad moral de quienes, en nombre de la Verdad, no tienen reparo en conculcar las pequeñas, cotidianas y comprobables verdades.
El autor insiste con acierto en que los ilógicos e ingentes privilegios de la Iglesia católica, que solo en exenciones de impuestos ascienden a varios miles de millones de euros, implican un enorme coste a la sociedad española. En efecto, suponen un considerable menoscabo para las arcas del Estado, yendo en detrimento de la sanidad, la educación, la asistencia social, la investigación científica o las infraestructuras. Se pone así de relieve la lógica perversa de una situación en la que la Iglesia se extiende como una carcoma para el Estado: cuanto más débil es este, más fuerte aquella.
A la luz de este hecho, Munárriz sugiere algo que merecería una reflexión más detenida. Me refiero a la contradicción en la que incurren los partidos de derecha, históricos apologistas de los privilegios eclesiásticos, en la medida en que su patriotismo halla aquí un curioso límite. Mientras ponen el grito en el cielo ante cualquier supuesto atentado a la soberanía nacional, les tiene sin cuidado la efectiva merma, material y de soberanía, que entrañan para el Estado los acuerdos del 76 y el 79, mediante los cuales “España incrusta al Vaticano en el edificio jurídico, educativo y económico de la democracia”, obligando a todos los españoles a pagar servicios religiosos privados y a dedicar fondos públicos a fines acordados con un Estado teocrático extranjero.
Como todo libro que indaga con rigor y no se amilana a la hora de enunciar verdades, el de Munárriz resultará profundamente incómodo. Pero, paradójicamente, no para los impertérritos jerarcas de la Iglesia, sino para quienes aspiran a vivir en un Estado aconfesional en el que exista igualdad ante la Ley y justicia social. Que una institución cuya jerarquía ha encubierto durante siglos miles y miles de casos de pederastia; que ha sido siempre una rémora a la modernización del país y al desarrollo de los derechos de las minorías, así como a los empeños emancipadores; que, mediante el proceso de inmatriculaciones, ha arrebatado al Estado decenas de miles de inmuebles que deberían ser de titularidad pública; y que, no contenta con ello, no deja de hacerse la víctima de los mismos gobiernos a los que extorsiona y que la mantienen… que esta institución y su jerarquía sigan siendo sustentadas con fondos públicos dice mucho sobre la calidad democrática de un país y sobre su clase política, que lo permite. En tal sentido, resulta penosamente instructivo que –como recuerda el autor– haya sido siempre la Comunidad Europea la que ha llamado la atención al Estado español sobre el carácter injusto e ilegal de mucho de lo que consiente a la Iglesia católica. Y es igualmente vergonzoso que tengan que ser las iniciativas privadas de individuos y asociaciones cívicas las que, a menudo en vano, intenten poner coto a los abusos.
Como observa con razón Munárriz, la única solución al despropósito imperante sería cuestionar radicalmente los acuerdos de 1976/1979, que no son en esencia sino una reproducción del concordato franquista, pues es en ellos donde se asienta la raíz de los privilegios –“la confesionalidad encubierta, la bula fiscal, el chollo educativo, la garantía de opacidad, los sacerdotes con cargo al erario público, la financiación pública garantizada”–. El autor afirma que, a pesar de la obvia dificultad de la iniciativa, sería teóricamente posible derogarlos, si hubiera voluntad política para ello. Otra cuestión, claro, es la práctica.
En suma, he aquí un libro excelente, que hace honor al periodismo y que debería ser leído por todo aquel que aspire a desarrollar una conciencia informada y lúcida. Demostrando oficio y valentía, Jesús Munárriz ha abordado un tema espinoso sin rehuir sus aristas, proporcionando así un útil instrumento de reflexión cívica. Solo puede congratularnos el hecho de que haya visto ya su tercera edición. Merece, de hecho, muchas más.
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Fernando Bermejo Rubio. Profesor del Departamento de Historia Antigua (UNED, Madrid). Especializado en historia de las religiones de la Antigüedad, ha publicado extensamente en revistas científicas sobre judaísmo palestino, maniqueísmo y orígenes del cristianismo. Entre sus últimos libros figuran La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía (Siglo XXI, 2021, 4ª ed.) y Los judíos en la Antigüedad. Desde el exilio en Babilonia hasta la irrupción del islam (Síntesis, 2020).