Por RAMÓN GORRIZ
Durante más de dos siglos, aún con grandes y obvias diferencias históricas, sociales y políticas, los procesos huelguísticos vienen recorriendo el mundo. Las huelgas siempre se hallan determinadas por las condiciones objetivas de la situación económica, política y social de las sociedades capitalistas. También el estado de ánimo de las clases trabajadoras resulta determinante.
Los objetivos de las huelgas, los cambios que operan en la conciencia y en la vida, el impacto en el conjunto de la sociedad, las relaciones entre las huelgas económicas y las huelgas políticas han dado lugar a importantes debates en el seno del movimiento obrero. Estos debates continúan en estos tiempos, especialmente desde la irrupción de los llamados nuevos movimientos sociales que, hoy en día, ya no resultan tan novedosos. Cuentan con medio siglo de vida, aproximadamente, dado que surgieron en torno a los diversos “sesentayochos”.
Por otro lado, las huelgas son un instrumento en línea con los objetivos, que en cada situación histórica concreta se han marcado las organizaciones políticas y sindicales. Por esto, es importante centrar los debates, que a mi modo de ver no pueden ser sobre la utilidad y el riesgo de la convocatoria de las huelgas. Se trata, más bien, de conocer los factores y efectos que pueden provocar. Esto, lógicamente, exige un examen lo más minucioso posible, lo que incluye interrogarse sobre la necesidad de la convocatoria y los objetivos de la huelga. Así, en función de estos factores y efectos hemos conocido distintos tipos de huelgas.
La huelga, escribía Rosa Luxemburgo, requiere unas determinadas condiciones económicas, políticas y psicológicas, que no se pueden provocar artificialmente
A lo largo de la historia hemos conocido la Huelga general revolucionaria, producto de la acción decidida, organizada y violenta de la clase obrera, como antesala de la toma del poder. También se han sucedido procesos de huelgas generalizadas, como expresión de momentos álgidos en la lucha de clases. Del mismo modo se han registrado huelgas políticas, sectoriales o territoriales, contra las políticas económicas de los gobiernos. Huelgas asimismo organizadas para frenar agresiones, conquistar derechos sociales, políticos y cívicos o contra el recorte de estos en los regímenes liberales. Desde luego, la huelga también ha sido una herramienta para tratar de derribar, o al menos erosionar, las dictaduras contemporáneas.
Como la huelga y sobre todo la huelga general se convirtió con el tiempo en un estereotipo asociado a aspectos como la violencia y el derrocamiento del sistema capitalista, más recientemente, el término “huelga” se ha sustituido por “paro general”. En este caso, la mayor parte de las veces se trata de paros contra las políticas económicas y sociales, sin poner en cuestión el marco político y económico.
No puede olvidarse en la enumeración de estas acepciones, la Huelga General de inspiración anarquista, que ya se debatió en la 1ª Internacional o las concebidas por la socialdemocracia durante sus primeros años. La huelga de tradición “pablista” (por Pablo Iglesias), que exigía una serie de requisitos, entre los que se encontraban que no hubiera trabajadores en paro, que las organizaciones alcanzarán altos niveles de afiliación, o que la caja de resistencia estuviera llena para sufragar las pérdidas de salarios de los huelguistas, … En resumen, toda una serie de condiciones que conducían a no encontrar nunca el momento apropiado para convocar la huelga.
La huelga, escribía Rosa Luxemburgo, requiere unas determinadas condiciones económicas, políticas y psicológicas, que no se pueden provocar artificialmente. Y esto, más allá de que tales condiciones sean precedidas de grandes manifestaciones populares y acciones de masas. Por lo tanto, ya a principios del siglo XX, Rosa Luxemburgo combatía con igual energía a quienes quieren convocar lo más rápidamente posible la Huelga General sobre la base de una decisión del comité directivo y para una fecha preestablecida del calendario, como también a aquellos que consideraban que, con la convocatoria de huelga general, ya estaba asegurada la transformación de la sociedad capitalista y resuelto el problema. Ambas posiciones consideraban la convocatoria de la huelga como un instrumento técnico, que puede dormir el limbo de los justos o que, por el contrario, puede convocarse en cualquier momento.
Las movilizaciones revolucionarias, de principio del siglo XX y la experiencia de la revolución rusa, dejaron meridianamente claro que la huelga de masas no puede quedar al pairo, ni decidirse de forma arbitraría. La Huelga de masas, es un fenómeno histórico que surge a partir de unas condiciones sociales, con la fuerza de la necesidad histórica para suprimir el capitalismo.
Las huelgas, decían los clásicos del movimiento obrero, responden a una lucha global de las clases trabajadoras, educan y transforman la conciencia de clase, abren los ojos en lo que respecta a los gobiernos y a las leyes
La huelga de masas exige la existencia de unas condiciones objetivas y subjetivas, que la haga posible o incluso necesaria, lo que no quita para que la convocatoria de la huelga de masas actúe en el sentido de crear nuevas condiciones favorables a la lucha, dejando al descubierto la realidad social, suscitando nuevas energías, nuevas fuerzas y nuevas voluntades, aumentando la organización y el crecimiento intelectual y cultural de las clases trabajadoras.
Las huelgas, decían los clásicos del movimiento obrero, responden a una lucha global de las clases trabajadoras, educan y transforman la conciencia de clase, abren los ojos en lo que respecta a los gobiernos y a las leyes. Un ejemplo importante, ocurrido recientemente en nuestro país, es el tratamiento represivo dado a la huelga del sector del metal de Cádiz, enviando a las fuerzas de orden publico contra los trabajadores y trabajadoras que reivindicaban, salarios y empleo. Lo mismo puede decirse de las movilizaciones vecinales contra la presencia de la ultraderecha en sus barrios.
En los últimos años han aparecido “nuevas” formas de protesta social. La mayoría de ellas, han sido acciones de los movimientos sociales, en especial del movimiento feminista, aunque también del movimiento ecologista. En el caso del feminismo ha enunciado una resignificación del concepto de huelga de masas, ajustándola a la realidad de las mujeres, abriendo debates importantes como la huelga de cuidados y consumo, la composición del mundo del trabajo (hombres/mujeres), o sobre los sujetos mismos de las huelgas. Algunos sectores han tratado en ese contexto de contraponer la huelga laboral, la huelga en el centro de trabajo como contraria a ese nuevo significado positivo del concepto de la huelga feminista o ciudadana. En mi opinión se trata de error, porque de ese modo se desvaloriza y debilita la noción de huelga laboral e incluso el concepto de trabajo.
Todos estos importantes fenómenos tienen que ver directamente con la sociedad capitalista donde se producen. En este sentido tanto desde el sindicalismo como desde los movimientos sociales, se deberían evitar posiciones excluyentes que, en lugar de sumar, restan y dividen; es decir, debilitan las movilizaciones y a los propios movimientos, incluido el sindicalismo.
Por supuesto, la lucha de clases es algo más que el conflicto en el centro de trabajo por cuestiones inmediatas de carácter económico y social. Pero al mismo tiempo, también es muy importante superar la oposición entre política de identidad y política de clase.
De ahí que haya que evitar las posiciones sectarias y las exclusiones ya que de lo que se trata es de avanzar hacia una alianza de todos los movimientos que luchan por una sociedad libre de opresión, explotación y violencias machistas. En este sentido hay que ir más allá del marco identitario y aunar las distintas fuerzas que pelean contra la desigualdad en los distintos espacios de la sociedad. La eclosión y la potencia de las movilizaciones de los movimientos sociales no están reñidas con el trabajo que desarrolle el movimiento sindical. Lo sujetos del feminismo y del sindicalismo tienen diferente base social, formas de organización, prioridades e interlocutores, pero deben dialogar y compartir objetivos, respetando la autonomía de cada uno de los movimientos.
La lucha de clases es algo más que el conflicto en el centro de trabajo por cuestiones inmediatas de carácter económico y social. Pero al mismo tiempo, también es muy importante superar la oposición entre política de identidad y política de clase
A su vez, el sindicalismo debe ensanchar el territorio de las reivindicaciones feministas en el centro de trabajo y en las estructuras organizativas, implantando la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, junto a la mejora real de las condiciones de vida y trabajo que garanticen la autonomía y la libertad de las mujeres. Para ello debe discutir y negociar con el propósito de mejorar el empleo, eliminar la segregación sectorial y ocupacional, la precariedad laboral, la desigualdad retributiva, etcétera. Asimismo, desarrollar planes de igualdad en los centros de trabajo o controlar el reglamento de la igualdad retributiva, el registro salarial. También exige un cambio de orientación del trabajo de cuidados, proponiendo que éste se convierta en un derecho social universal, además de exigir la ratificación del Convenio 189 de la OIT de las empleadas de hogar y de participar en los trabajos de las organizaciones LGTBI+. A su vez, ha de tratar de impedir los recortes del Estado del Bienestar que conlleva una reducción de las inversiones en políticas públicas en sanidad y educación, así como las privatizaciones.
En el plano de la Transición energética y ecológica, el sindicalismo avanza medidas para una transición justa en el marco de la reestructuración ecológica y la descarbonización en distintos sectores económicos, desde una apuesta triple de sostenibilidad económica, social y ambiental, consciente de la complejidad que supone conciliar crecimiento económico y sostenibilidad ambiental en el marco de una transición ecológica justa.
En aquellos contextos donde el sindicalismo de clase no es un sujeto activo, presente y con capacidad de organizar el conflicto, el sindicalismo interviene con identidad propia en conflictos sociales que tienen una fisonomía compleja. La tarea del sindicalismo no es otra que introducir la perspectiva de clase a los objetivos de los movimientos sociales, desde la coherencia a los principios y valores del trabajo.
La tarea del sindicalismo no es otra que introducir la perspectiva de clase a los objetivos de los movimientos sociales, desde la coherencia a los principios y valores del trabajo
El conflicto entre capital y trabajo es el factor esencial de construcción de un proyecto de transformación y cambio social para que la retórica no quede en palabras huecas y la modificación de las condiciones materiales de la mayoría social no se dejen para el día de después.
Cuando se quieren construir alianzas entre los movimientos sociales y los sindicatos es necesario estar dispuesto a compartir espacios de propuesta y movilización. Del mismo modo, se requiere evitar mirarse mutuamente como “parte de un problema” y en su lugar hacerlo como referentes para encontrar soluciones, a sabiendas de que desde unos se renuncia a priori a la consolidación organizativa y a favor de la acción política, lo que dificulta a veces la interlocución y la toma de decisiones.
De este modo, considero un error que se intente dificultar la presencia del sindicalismo confederal cuando ante distintas convocatorias ha mostrado una voluntad de confluencia y de apoyo a las movilizaciones sociales y cívicas, aportando elementos laborales y sociales, que son los que dan una vertiente material a la desigualdad.
Cuando se quieren construir alianzas entre los movimientos sociales y los sindicatos es necesario estar dispuesto a compartir espacios de propuesta y movilización. Del mismo modo, se requiere evitar mirarse mutuamente como “parte de un problema” y en su lugar hacerlo como referentes para encontrar soluciones
Al principio de estas líneas citaba la importancia de las condiciones objetivas y subjetivas a la hora de convocar una huelga de masas. La igualdad real entre mujeres y hombres, la lucha contra el cambio climático, y por una transición ambiental justa son objetivos por los que seguir luchando, fortaleciendo la acción sindical en políticas de igualdad y en la transformación del modelo productivo y de consumo. La alianza del sindicalismo con estos movimientos es clave para lograr una hegemonía social en la construcción de una nueva sociedad.
El fortalecimiento de la organización de las mujeres y de las y los ecologistas en los sindicatos junto a la movilización de los movimientos sociales, sin exclusiones de orden identitario, sigue siendo el camino hacia una sociedad más justa, contra el patriarcado y el capitalismo.
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Ramón Gorriz. Ex Secretario Confederal de Acción sindical de CCOO, expresidente de la Fundación 1° de Mayo y actual consejero del CES por CCOO