Por JAVIER FLORES FERNÁNDEZ-VIAGAS
Compañeros, hace falta una mayor participación al servicio del conjunto de los trabajadores y de los sectores menos favorecidos, y seguir con la adhesión suficiente para conseguir mejores condiciones de trabajo, mejores condiciones de vida, una mejor sociedad en la cual todos podamos vivir más dignamente. No nos los van a dar, lo tenemos que conquistar con una actividad diaria completa, positiva, enérgica. Y esa es la obligación que tenemos nosotros, la clase trabajadora. En definitiva, el progreso de la izquierda y la democracia.
Nicolás Redondo, secretario general de la UGT. Tribuna de oradores de la Puerta del Sol. 16 de diciembre de 1988.
Preludio… Una huelga en Barcelona
Con las manos apoyadas en el atril, como quien está recostado sobre el alféizar de una ventana, observaba plácidamente a la multitud crítica de cuarenta mil personas que se agolpaba aquel día para escucharlo. Como Antonio Gutiérrez y Nicolás Redondo sesenta y nueve años después en la Puerta del Sol, él estaba en su ciudad, donde dirigía su sindicato, y llegaba el momento de gestionar el éxito. 1919 y 1988, el primer y el último gran éxito del sindicalismo en España. Cuánto tiempo gestionando únicamente la frustración, cuántas noches en vela repensando los métodos del sindicato, cuántos años tejiendo la organización, también en la clandestinidad, calabozo y pintadas nocturnas, y ahora en la tribuna frente a la multitud, frente al éxito. Barcelona y Madrid, plaza de toros de Las Arenas y Puerta del Sol. 1919 y 1988. Salvador Seguí tomó la palabra al caer la tarde de aquel 19 de marzo de 1919. Explicó a la multitud que era pueril continuar con la huelga, que el sindicalismo se basa en la confianza y que en ese momento correspondía confiar en el acuerdo alcanzado. Para ello, el Noi del Sucre no se elevó por encima de la multitud, sino que habló a los trabajadores con toda firmeza y complicidad, desde la solidaridad de clase, era el currante que hablaba a otros currantes. Como Antonio Gutiérrez y Nicolás Redondo el 16 de diciembre de 1988, así se pasa por encima de la desconfianza que mata al movimiento sindical cuando se instala entre los trabajadores.
Liberación de los huelguistas presos que quedaban en el castillo de Montjuic, readmisión de los trabajadores despedidos, aumentos salariales, implantación de la jornada de ocho horas… Estos eran los términos del acuerdo con el que los trabajadores de Barcelona finalizaban la huelga que paralizó la ciudad durante cuarenta y cuatro días, en los meses de febrero y marzo de 1919, la huelga de La Canadiense. Ocho trabajadores de cuello blanco despedidos a principios de aquel año por protestar contra una reducción salarial. Trabajadores que formaban parte de la administración de la compañía eléctrica más importante en Barcelona, empresa cuyo capital mayoritario era canadiense. Estos despidos pusieron en huelga a todos los trabajadores de la administración de la compañía, poco después a toda la compañía y unos días más tarde ya eran todos los trabajadores del sector eléctrico de Barcelona los que secundaban la huelga. A ellos se unieron los trabajadores del agua, del gas, del textil y de otros muchos sectores, paralizando la ciudad de Barcelona durante más de un mes. La confianza, el compromiso de los trabajadores de la ciudad y la audacia del Noi del Sucre transformaron unos pocos despidos en una huelga general, que puso contra las cuerdas a la burguesía y las autoridades de la época, como los desdichados personajes de El sueño de Debs, el famoso relato de Jack London.
1919 y 1988, el primer y el último gran éxito del sindicalismo en España. Cuánto tiempo gestionando únicamente la frustración, cuántas noches en vela repensando los métodos del sindicato, cuántos años tejiendo la organización, también en la clandestinidad
Durante la huelga de La Canadiense, los propietarios y las autoridades, a través de los medios de comunicación, insistieron repetidamente en la idea de que se trataba de una huelga política, que nada tenía que ver con los trabajadores. En la cabeza de todos estaba la huelga general de 1917. Obviamente, toda huelga es un acto de carácter político, pero con esa acusación se deslizaba la idea de que había intereses espurios, para intentar quebrar así la confianza y la solidaridad de los trabajadores. El anarcosindicalismo catalán respondió con la demostración de fuerza, con una huelga que se alargaba en el tiempo, en la que los trabajadores persistían organizados solidariamente en su protesta por la vía pacífica, y con una plataforma reivindicativa de contenido plenamente laboral, para la mejora de las condiciones de trabajo y de vida. La huelga fue incruenta. Hubo algunos muertos, sí. Pero nada comparable a lo que solían ser estos procesos en los Estados liberales de principios de siglo XX. Toda una lección sindical orientada a la construcción de la democracia mediante la praxis, y de esto sabían mucho Seguí, Pestaña y otros muchos cenetistas. Frente a los partidarios de las acciones violentas, estos anarcosindicalistas pragmáticos se convirtieron en los padres del sindicalismo moderno en España. Demostraron que el sindicalismo es el método de los trabajadores, la mayoría social, para conquistar espacios de libertad y de poder político. Construyendo democracia mediante la negociación y con la fuerza de la movilización. La huelga es la máxima expresión de todo esto.
Transición y 14D… De dónde venimos
Pragmatismo fue lo que aprendieron los comunistas españoles tras la Jornada de Reconciliación Nacional, en 1958, y la Huelga Nacional Pacífica de 1959. La dictadura de Franco no caería mediante una acción así, por mucho que en ello se implicaran amplios sectores sociales y políticos de oposición al régimen. Tras aquellas acciones, el escenario social español seguía pareciendo un páramo a ojos de cualquier espectador interesado (pensemos en el viaje de la comunista italiana Rossana Rossanda en 1962).
Sin embargo, la Ley de Convenios Colectivos de 1958 y el Plan de Estabilización de 1959 generarían un nuevo marco en el que sí fuera posible la recomposición del movimiento obrero español. Poco a poco, en cada fábrica, en cada centro de trabajo, aparecieron las comisiones obreras con las que los trabajadores lograban una interlocución directa con los empresarios, al margen del sindicato vertical. Buen ejemplo de ello fue la huelga minera asturiana de 1962, considerada el acontecimiento fundacional de las comisiones obreras, el nacimiento del nuevo movimiento obrero organizado que protagonizaría la lucha contra la dictadura y la construcción de la democracia. Así, a lo largo de la década de los sesenta, las comisiones obreras se convirtieron en una de las más grandes preocupaciones del régimen de Franco. Este movimiento sindical se extendería por todo el territorio español, aprovecharía los recursos del sindicato vertical para abrir amplios espacios de libertad en el edificio de la dictadura y dirigiría un sinfín de huelgas en muy diversos sectores de la actividad productiva. La estrategia era extraordinariamente sencilla: recoger las reivindicaciones más cotidianas de los trabajadores, para organizarlos en torno a ellas y aprovechar esta fuerza para luchar contra la dictadura. Pura praxis sindical, construir democracia con los pies en los tajos.
Sin los millones de jornadas laborales perdidas en huelgas durante el periodo 1975-1978, no se entiende el desarrollo del proceso democrático que permitió la legalización de las organizaciones sindicales y políticas, las leyes de amnistía, la convocatoria de elecciones libres y el establecimiento de la constitución de 1978
Así el movimiento de las comisiones obreras se constituyó en uno de los actores fundamentales de la Transición Democrática. Solo en el año 1976, todavía en dictadura y sin derecho de huelga, hubo más de cuarenta mil conflictos colectivos, en los que participaron más de dos millones y medio de trabajadores. Sin los millones de jornadas laborales perdidas en huelgas durante el periodo 1975-1978, no se entiende el desarrollo del proceso democrático que permitió la legalización de las organizaciones sindicales y políticas, las leyes de amnistía, la convocatoria de elecciones libres y el establecimiento de la constitución de 1978.
Si bien el 23F es considerado el acontecimiento con el que se cerró la Transición Democrática, la victoria del PSOE en las elecciones de octubre de 1982 supuso la consolidación política del sistema democrático del 78. Pero la consolidación democrática en el ámbito social y sindical llegó en 1988, con la mayor huelga general que ha conocido la historia de este país.
La primera parte de la década de los ochenta, en España, estuvo marcada en lo sindical por el ascenso de la UGT a través de la concertación social con los gobiernos del PSOE. Al margen de esta concertación se posicionaba CCOO que, tras su compromiso con el proceso de transformación democrática (Pactos de la Moncloa, 1977), mostró una actitud muy combativa frente a las políticas neoliberales y los recortes sociales de los ochenta. A este respecto cabe destacar la huelga general organizada por CCOO el 20 de junio de 1985, contra la reforma de las pensiones promovida por el Gobierno del PSOE, en detrimento de los trabajadores, y la situación de desempleo generalizado.
Tras la victoria socialista en las elecciones de 1986, continuaron las reformas neoliberales del Gobierno, cada vez más obsesionado con la inflación, el mantenimiento de unos salarios con los que se continuaba perdiendo poder adquisitivo y unos Presupuestos Generales del Estado recesivos. La UGT empezaba a desgastarse en su estrategia de compromiso (y unidad de acción) con el Gobierno del PSOE. El hartazgo de su secretario general, Nicolás Redondo, quedaba cada vez más patente, con su renuncia al acta de diputado socialista junto a otros ugetistas, en 1987. Y el anuncio del llamado Plan de Empleo Juvenil (PEJ) por parte del Gobierno fue lo que precipitó el cambio de estrategia sindical de la UGT, que se fue gestando desde la huelga general convocada por CCOO en 1985, determinando la segunda parte de la década. Destaca, en este proceso, la extraordinaria paciencia demostrada por los dirigentes de la UGT que, durante el periodo 1985-1987, pasaron de la unidad de acción con el Gobierno del PSOE a la unidad de acción con CCOO de manera muy gradual, conforme el Gobierno iba marcando con mayor claridad su línea política neoliberal. Destaca también sobremanera la paciencia y la prudencia demostrada por la dirección de CCOO que, siendo consciente de que la unidad sindical era imprescindible para doblegar las políticas neoliberales del Gobierno, esperó el necesario giro de la UGT y midió al milímetro sus relaciones con la central sindical socialista. Un lúcido diagnóstico de la situación política que atravesaba el país y una estrategia medida y bien ejecutada.
El PEJ del Gobierno del PSOE era el summum de su línea política neoliberal: promover el empleo juvenil mediante contratos temporales, subvencionados por el Estado a las empresas privadas, y el establecimiento del salario mínimo interprofesional para esos contratos. Es decir, la precarización generalizada del mercado de trabajo. El año 1988 estuvo marcado por este polémico plan del Gobierno, de manera que, en torno al PEJ, comenzó a girar todo el descontento acumulado en las distintas capas sociales a lo largo de años de retrocesos y recortes sociales.
El Plan de Empleo Juvenil (PEJ) del Gobierno del PSOE era el summum de su línea política neoliberal: promover el empleo juvenil mediante contratos temporales, subvencionados por el Estado a las empresas privadas, y el establecimiento del salario mínimo interprofesional para esos contratos. Es decir, la precarización generalizada del mercado de trabajo
A finales de los años ochenta, la clase trabajadora, en España, ya no era homogénea. La reconversión industrial había desmantelado el sector secundario, por lo que se redujo la importancia de los obreros fabriles, y la economía se había diversificado centrándose en el sector terciario. El mercado de trabajo estaba muy precarizado, con unos niveles de desempleo que se mantenían altos, y los trabajadores estaban cada vez más divididos en muy distintos estratos que difícilmente alcanzaban condiciones laborales decentes. Esta heterogeneidad, tan propia también del tiempo actual, marcaba ya la sociedad española de los ochenta, haciendo más difícil la articulación de una protesta de carácter general en todo el país. Sin embargo, los sindicatos de clase mayoritarios supieron conectar con todos los grupos sociales descontentos, lanzando una protesta que procedía del mundo del trabajo, pero que impugnaba la política gubernamental para exigir un giro social en aquellos años finales de los ochenta, que eran ya años de bonanza económica.
El 17 de noviembre de 1988, CCOO y UGT lanzaron un llamamiento a los trabajadores y la ciudadanía en general, encabezado con la consigna “Juntos Podemos”. En el mismo se explicaban las razones de la huelga general convocada para el 14 de diciembre, la cerrazón del Gobierno y la plataforma reivindicativa: retirada del PEJ y su sustitución por un plan general de empleo alternativo, subidas salariales para recuperar el poder de compra, aumento de las pensiones, mejora de la cobertura a los parados, fortalecimiento de la negociación colectiva, regulación de los beneficios empresariales, amparo a los trabajadores temporales y medidas para el reparto del trabajo. La difusión de este manifiesto conectó con los trabajadores estables, los trabajadores en situación precaria, los desempleados y los muy diversos colectivos juveniles en lucha contra el PEJ. Conectó con una sociedad civil desencantada con las políticas neoliberales de un Gobierno que se mostraba muy autoritario, que se consideraba invulnerable gracias a sus éxitos electorales.
Durante las semanas previas al 14D, el trabajo de los comités de huelga en cada centro de trabajo, en cada ciudad, fue clave para llegar a los trabajadores y la ciudadanía. Fueron semanas de movilizaciones para calentar la jornada de huelga general. El 1 de diciembre, las organizaciones juveniles contrarias al PEJ sacaron a miles de jóvenes en manifestación por las calles de Madrid. En ese momento, el 14D ya contaba con amplísimos apoyos sociales: muchos intelectuales se comprometieron con un manifiesto, otros sindicatos como USO y CNT se habían sumado también a la convocatoria, Cáritas se había posicionado a favor de la huelga y hasta los futbolistas profesionales se solidarizaron (Butragueño, Michel, el Lobo Carrasco y otros formaron el comité de huelga del fútbol profesional).
El momento político se volvió muy favorable a los sindicatos de clase, lo que generó una reacción muy notable en la prensa con el objetivo de criminalizar el movimiento sindical. Desde los medios de comunicación se insistió en la idea de que una huelga general era cosa de otro tiempo, que era algo peligroso y hasta antidemocrático (tal cual). Se recordó repetidas veces la huelga revolucionaria de 1934, se acusó a los sindicalistas de ser gente violenta que impedía el derecho al trabajo, se insistió en que se trataba de una huelga política, promovida por intereses espurios que pretendían derribar al Gobierno, acabar con el sistema político. Lo mismo que se decía de los huelguistas de La Canadiense en 1919. Los dirigentes y cuadros sindicales tuvieron que emplearse a fondo durante aquellas semanas, para contrarrestar aquella campaña mediática explicando que el derecho al trabajo no se entiende sin el derecho a huelga en democracia. Que lejos de debilitar el sistema democrático, el 14D nos acercaba a Europa, pues el ejercicio de la huelga era algo propio de las democracias desarrolladas. Incluso se dio una información detallada de la actividad de los piquetes informativos que se preparaban para la jornada de huelga, en una exagerada demostración de transparencia. Y se explicó hasta la saciedad que la huelga general no se convocaba contra el Gobierno, sino contra las políticas del Gobierno, siendo muy conscientes (las direcciones sindicales) de que, para que una huelga general tenga éxito (más en el caso de un Gobierno socialista), hay que despolitizarla, hay que despojarla de cualquier ropaje partidista.
El Gobierno y el PSOE también se mostraron realmente nerviosos y arrogantes en aquellos días. Se promovió una oposición interna dentro de la UGT para posicionar a los cuadros sindicales en contra de la huelga. Se intentó impedir que la gran manifestación sindical proyectada para el 16 de diciembre pasara por las calles del centro de Madrid. Se impusieron unos servicios mínimos abusivos, que los sindicatos intentaron negociar hasta el último momento. Finalmente se alcanzaron acuerdos para los servicios mínimos en transportes, comunicaciones y sanidad, pero en otros muchos sectores las organizaciones sindicales se vieron obligadas a manifestarse en contra de estos. Una cuestión que llegaría a los tribunales y que daría lugar a planteamientos muy controvertidos, hasta el punto de ponerse en duda, incluso, la legalidad de la huelga general. El derecho a huelga, en España, está reconocido constitucionalmente pero no está regulado. Tan solo hay una ley de 1977 y la jurisprudencia generada al respecto, por lo que el 14D también supuso un hito en lo que a esto se refiere.
Lo cierto es que la huelga general del 14 de diciembre fue un ejercicio masivo de civismo en el que España paró durante 24 horas, protestando de manera pacífica sin que apenas se produjeran incidentes. Gracias a la responsabilidad de la ciudadanía y a la actitud contenida de los dirigentes sindicales. Y a pesar de la campaña antisindical de criminalización desplegada por los medios de comunicación y de la actitud autoritaria del Gobierno, que llenó las calles de policías y antidisturbios e incluso llegó a preparar al ejército para una posible actuación. Por eso decimos que el 14D supuso la consolidación de la democracia en términos sociales y sindicales, normalizó los movimientos de protesta, acabó con los atavismos de la época franquista, que asociaban la huelga al miedo y a la violencia…
La huelga general del 88 fue sobre todo un enorme éxito de la clase trabajadora, una acción colectiva a gran escala, una demostración de fuerza que consiguió cambiar la agenda política del Gobierno. Más del 90 por ciento de los trabajadores secundaron el paro y millones de personas se manifestaron en las calles de las ciudades y pueblos españoles. Una huelga general que comenzó en la medianoche del 13 al 14 de diciembre, cuando TVE paró su emisión apareciendo en pantalla la carta de ajuste. En un país que solo contaba con la televisión pública, el éxito de la huelga fue un clamor desde que, a las 0:00 horas del 14D, los trabajadores de TVE lograron cortar la emisión. La euforia se desató en los locales de los sindicatos de clase y la templanza, el sentido de la responsabilidad a la hora de gestionar aquel 14D, se mantuvo en todos los discursos sindicales. La misma tarde del 14D, Chema de la Parra, secretario de organización de CCOO, subrayaba el éxito de la jornada diciendo que “hoy, en España, han parado hasta los relojes”, sentencia con la que UGT y CCOO iniciaron su rueda de prensa conjunta y, con ella, el despliegue de su unidad de acción para las negociaciones con el Gobierno. El viernes 16 de diciembre por la tarde, culminó aquella campaña de protestas con la gran manifestación que llenó las calles del centro de Madrid, desde Atocha hasta la Puerta del Sol.
La huelga general del 88 fue sobre todo un enorme éxito de la clase trabajadora, una acción colectiva a gran escala, una demostración de fuerza que consiguió cambiar la agenda política del Gobierno
Los resultados de aquel triunfo sindical no se hicieron esperar. Conforme el Gobierno salía del estado de shock, como un boxeador noqueado, comenzó a desandar parte del camino recorrido en los años anteriores. El odiado PEJ desapareció de la agenda política, se estipularon aumentos salariales para la recuperación del poder adquisitivo, se incrementaron las pensiones, se reforzó la negociación colectiva… Además, los sindicatos habían pasado a la ofensiva con el 14D, por lo que se apreció un claro giro social en los Presupuestos Generales del Estado, con la ampliación de la protección a los parados y la atención a los colectivos más vulnerables, reforzándose considerablemente la inversión pública en aquellos años de expansión económica.
En un tiempo histórico (en el que aún nos encontramos) marcado por la destrucción del Estado del bienestar y el retroceso de las políticas públicas, los grandes sindicatos confederales optaron por rebelarse contra las políticas neoliberales para forzar un giro social en las políticas del Gobierno del PSOE. Y tuvieron éxito, a diferencia del sindicalismo de otros países europeos (Gran Bretaña, Francia), que no dejó de encajar derrotas en la década de los ochenta. Aquí, unos sindicalistas muy experimentados y curtidos volvieron a convertirse en vanguardia de la mayoría social, aprovechando el descontento generalizado para tejer amplias alianzas laborales y ciudadanas que compensaran la desarticulación de una clase trabajadora en plena descomposición. Salió bien, pero la época no dejaba de ser la que era, aquí y en toda la Europa occidental. La del inicio del derrumbe de los sistemas del bienestar.
Concertación y crisis… Qué nos ha pasado
La crisis económica de 1992-1993 provocó una notable caída del PIB y una tasa de desempleo disparada, que llegó al 25 por ciento en 1994. En estas circunstancias, reapareció la fiebre neoliberal en el Gobierno del PSOE, que volvió a apostar por la creación de empleo mediante la precarización del mercado de trabajo. Así, se aprobó la reforma laboral con la que se legalizaban las Empresas de Trabajo Temporal (ETT), dando barra libre a la proliferación de los llamados “contratos basura”. Trabajadores con los que se hacía negocio, haciéndolos pasar de una a otra empresa con unas condiciones laborales y salariales extraordinariamente precarias.
CCOO y UGT, que ya habían convocado una huelga en 1992 contra las políticas regresivas del Gobierno, lanzaron la convocatoria de huelga general para el 27 de enero de 1994. Nuevamente CCOO tuvo que tirar de la UGT para conseguir la unidad de acción en la convocatoria. Una huelga general que supuso un notable éxito en cuanto al seguimiento de esta en los centros de trabajo. Si en el 14D de 1988 fueron más de ocho millones de trabajadores los que secundaron la jornada de huelga, el 27 de enero de 1994 se alcanzaron también estas cifras. Los sindicatos de clase volvían a demostrar que sabían movilizar a los trabajadores españoles, la maquinaria sindical continuaba bien engrasada tras el hito del 14D. Y también como en aquella ocasión, los ataques a los sindicatos por parte de los medios de comunicación, la patronal y el Gobierno fueron muy virulentos.
El Gobierno mantuvo la reforma laboral y sus “contratos basura”, y los sindicatos optaron por paliar sus efectos a través de la negociación colectiva. Se consiguió, pues se fue elaborando toda una red normativa que limitaba los efectos de la precarización, mediante la negociación de los convenios sectoriales.
Se abandonó la movilización sindical abierta contra la patronal y el Gobierno, para aprovechar el impulso de las protestas anteriores en una acción sindical centrada en la negociación, con el objetivo de limitar daños, de paliar los peores efectos de las reformas neoliberales, pretendidamente modernizadoras. El sindicalismo de clase en España asumía un rol de carácter defensivo, en unos tiempos en los que las políticas neoliberales estaban en auge en todos los países desarrollados. La mayor parte del sindicalismo europeo había asumido ya ese rol, pues las experiencias sindicales de cariz más ofensivo, destinadas a doblegar esas políticas neoliberales, se contaban por derrotas, teniendo como punto de referencia simbólico el recuerdo de la malograda lucha de los mineros británicos en 1984-1985.
De hecho, en España comenzó un tiempo de crecimiento económico que se prolongó desde 1994 hasta 2008, con altas tasas de PIB cada año. Las grandes confederaciones sindicales aprovecharon esta amplia fase de auge económico para negociar su gestión con los distintos Gobiernos. Salvo en ocasiones puntuales, como en el caso de la huelga general del 20 de junio de 2002, con la que se tumbó la reforma de la protección por desempleo y otros cambios en el mundo laboral, impuestos por el Gobierno del PP, CCOO y UGT consolidaron unos mecanismos de negociación tripartita con Gobierno y patronal durante el periodo 1994-2010.
Una maquinaria sindical cada vez más centrada en las mesas de negociación y las instituciones fue perdiendo músculo en la calle y los centros de trabajo, fue perdiendo la conexión con sus representados, unos trabajadores alejados de las mesas negociadoras y que empezaban a ver a los sindicatos como una suerte de apéndice de los Gobiernos
Se llegó a numerosos acuerdos a nivel nacional en el marco del Diálogo Social. A nivel autonómico, se desarrollaron los acuerdos de Concertación Social que, en comunidades autónomas como la andaluza, fueron muy numerosos. Esto fortaleció mucho la influencia sindical en las políticas de los distintos Gobiernos, ampliando las estructuras de las grandes confederaciones y adaptándolas a los mecanismos de negociación. Con todo, somos hijos de nuestro tiempo histórico y este es un tiempo en el que las políticas públicas continúan en retroceso. Eran obvias las carencias en el desarrollo de las políticas más progresistas establecidas en estos acuerdos. Además, unos sindicatos de clase volcados en la concertación modificaron su acción sindical, cada vez menos combativa, especializándola en la obtención de mejoras en la mesa de negociación, lo que provocó un considerable debilitamiento de la capacidad movilizadora y desvirtuó el binomio presión-negociación, la necesaria base de toda acción sindical.
Una maquinaria sindical cada vez más centrada en las mesas de negociación y las instituciones fue perdiendo músculo en la calle y los centros de trabajo, fue perdiendo la conexión con sus representados, unos trabajadores alejados de las mesas negociadoras y que empezaban a ver a los sindicatos como una suerte de apéndice de los Gobiernos. Esta no es cuestión baladí, habida cuenta de lo que estaba por venir. El establecimiento de mecanismos neocorporativos de negociación resulta fundamental en todo Estado social y democrático, pero ya no estábamos en los treinta gloriosos, de hecho, éstos apenas pasaron por España. Estábamos en el cambio de siglo, en un país de la periferia europea con altas tasas de desempleo y un mercado de trabajo particularmente precario.
En 2008 llegó a España la Gran Recesión, la crisis económica iniciada en EE. UU. durante el año anterior. Con una tasa de desempleo por encima del 13 por ciento de la población activa, las grandes organizaciones sindicales españolas iniciaron un proceso de negociación con el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, con la pretensión de paliar los efectos de la crisis. En 2009, se firmó un nuevo acuerdo de Concertación Social en Andalucía y, en 2010, un acuerdo para el empleo y la negociación colectiva en España. Tímidas subidas salariales y ampliación de subsidios a parados que habían agotado sus prestaciones, pero la pérdida de puestos de trabajo continuaba, con una tasa de desempleo por encima del 18 por ciento a fines de 2009. La sangría de despidos era tan exagerada que desbordaba cualquier acuerdo en cualquier mesa negociadora; la calle, a la que hacía tiempo que se le había perdido el pulso, clamaba por dos problemas fundamentales: el paro y los desahucios. Y el movimiento sindical no estaba abordando ninguna de estas dos tragedias a ojos de los trabajadores y la ciudadanía. ¡La crisis de las subprime había hecho estallar en mil pedazos la estrategia sindical 1994-2010! De hecho, la falta de respuesta sindical en la calle generó la articulación de nuevas formas de organización y protesta, de carácter más bien voluntarista, como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y el Movimiento 15M.
Con la tasa de desempleo por encima del 20 por ciento de la población activa y bajo la presión de las élites financieras (subida de la prima de riesgo) y las instituciones europeas, el Gobierno del socialista Rodríguez Zapatero aplicó un drástico recorte del gasto público a partir de mayo de 2010, recorte que pasó por encima de la huelga con la que, el 8 de junio de ese año, los sindicatos movilizaron al sector público. A este tijeretazo, se le sumó la reforma laboral del verano del mismo año, mediante la que se facilitaba y abarataba el despido y con la que los empresarios se reforzaban en el ámbito de las relaciones laborales. La huelga general, convocada por CCOO y UGT para el 29 de septiembre de 2010, paralizó la industria y llenó las calles con multitud de manifestaciones, pero el seguimiento de esta fue moderado y muy desigual en función de los distintos sectores productivos. Ni que decir tiene que la reforma laboral se mantuvo.
¡La crisis de las subprime había hecho estallar en mil pedazos la estrategia sindical 1994-2010! De hecho, la falta de respuesta sindical en la calle generó la articulación de nuevas formas de organización y protesta, de carácter más bien voluntarista, como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y el Movimiento 15M.
Los sindicatos confederales continuaron con la dinámica estratégica del periodo anterior y, en febrero de 2011, firmaron un Acuerdo social y económico con el Gobierno y la patronal, en el que se aceptaba el aumento de la edad de jubilación a los 67 años y la reducción de la cuantía de las pensiones. Ya con el PP en el Gobierno, una nueva reforma laboral, con la que se volvía a abaratar el despido y además se limitaba la ultraactividad de los convenios colectivos a dos años, provocó otra huelga general el 29 de marzo de 2012. CCOO y UGT volvían a paralizar la industria y el sector secundario en general, también los puertos y los transportes, pero el seguimiento de la huelga en las actividades del sector terciario fue escaso. No se lograba movilizar a la clase trabajadora en su conjunto ni se conectaba con la ciudadanía en general, pese a los cientos de miles de personas que participaron en las manifestaciones de aquella jornada con la que no se detuvieron las reformas del Gobierno. Atendiendo a la gravedad de esta última reforma laboral, que tan desprotegidos dejaba a los trabajadores, y a las tasas de desempleo de 2012, que sobrepasaban el 10 por ciento de la población activa en la Unión Europea y llegaban al 25 por ciento en España, CCOO y UGT organizaron una nueva huelga general aquel mismo año, en convergencia con otras movilizaciones en distintos países de la Unión Europea. La huelga general española del 14 de noviembre de 2012 tuvo efectos similares a los de la huelga del 29 de marzo anterior, pero al mismo tiempo se movilizaron los trabajadores de Francia, Italia, Portugal, Grecia, Bélgica, Chipre y Malta, para protestar contra los recortes sociales, la falta de inversión pública y las políticas impuestas por las instituciones europeas al dictado de los poderes financieros. Este era el camino, la unidad sindical en toda Europa, pero se llegaba tarde.
La concertación desarrollada por los sindicatos de clase con el Gobierno de Zapatero, durante los primeros años de la Gran Recesión (2008-2010, e incluso hasta 2011), hundió al movimiento sindical ante unos trabajadores que, desconocedores de lo que se trataba en las mesas de negociación, no veían a las organizaciones sindicales ni en la calle ni en los centros de trabajo. Y la situación resultaba verdaderamente extrema, con despidos y desahucios por doquier. Esto provocó una notable falta de confianza hacia las organizaciones sindicales, que impidió el éxito de las huelgas generales convocadas. En el sindicalista ya no se veía al currante que habla a otros currantes. La desaparición de esta relación de complicidad generó un momento político antisindical, en un contexto de destrucción de lo público. Las confederaciones sindicales mantenían su predicamento en los polígonos industriales, donde la clase obrera perdura más o menos compacta y organizada, pero se mostraban incapaces de articular una movilización que conectara con el conjunto de los trabajadores, con todos los estratos sociales, y menos aún con la ciudadanía, pues se había perdido la batalla de la opinión pública. Una opinión pública que ahora consideraba a los sindicatos artífices del desastre económico, tras tantos años de acuerdos con los Gobiernos.
A todo ello, debe añadirse la continuada campaña antisindical emprendida por los medios de comunicación durante aquellos años de crisis económica, recortes y reformas laborales. Una campaña antisindical que siempre hostiga a los sindicatos en los momentos de movilización, como en 1919, como en 1988, pero que en aquella ocasión logró sus objetivos. Los dirigentes sindicales del periodo 2010-2012 no demostraron ante los medios de comunicación la misma entereza que sí se vio, por ejemplo, durante el 14D de 1988. Sin embargo, se trataba de los mismos dirigentes. Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez ya formaban parte de las direcciones de CCOO y UGT en los años ochenta, y ambos cuentan con una dilatadísima militancia forjada en los años de la clandestinidad. Eran los mismos pero veinte años después del 14D… Veinte años de concertación, anquilosamiento y pérdida del pulso movilizador.
En el sindicalista ya no se veía al currante que habla a otros currantes. La desaparición de esta relación de complicidad generó un momento político antisindical, en un contexto de destrucción de lo público (…) A todo ello, debe añadirse la continuada campaña antisindical emprendida por los medios de comunicación durante aquellos años de crisis económica, recortes y reformas laborales
Qué hacer… La huelga de los metalúrgicos gaditanos
Durante el pasado mes de noviembre de 2021, tuvo lugar en Cádiz la convocatoria de una huelga indefinida de los trabajadores metalúrgicos, que finalmente duró nueve días. No estaban movilizados los trabajadores de Navantia, Airbus y las grandes empresas industriales, sino que se trataba de los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas metalúrgicas cuya actividad gira alrededor de las grandes compañías. Trabajadores, por tanto, muy precarizados, con contratos temporales y cuya atomización dificulta mucho la protesta y la defensa de sus derechos colectivos.
CCOO y UGT convocaron esta huelga indefinida para impulsar las negociaciones del convenio colectivo del sector del metal en la provincia. Nueve días de huelga con manifestaciones y multitud de cortes de tráfico, nueve días en los que estos metalúrgicos se ganaron la simpatía de muchos otros trabajadores y buena parte de la ciudadanía. La dificultad más destacada en las negociaciones del convenio fue el desencuentro con las patronales respecto al salario, en el actual contexto de alta tasa de inflación. Sin embargo, también había otros problemas. Los incumplimientos de los convenios anteriores han sido muy frecuentes en el sector, debido a que la alta temporalidad debilita la acción colectiva, fomentando más aún la precariedad. Los representantes sindicales hablaban de jornadas laborales salvajes de once horas o más, una temporalidad por encima de la permitida y una situación general más parecida a los célebres relatos de La jungla, con los que el escritor Upton Sinclair hablaba de las ciudades industriales a principios del pasado siglo.
Un sector como el de las pequeñas y medianas empresas del metal de Cádiz, tan precario y tan castigado por la temporalidad, ha conseguido movilizarse en una acción colectiva por la defensa de sus intereses
Finalmente hubo acuerdo y la huelga fue un éxito. Las demandas salariales fueron satisfechas con referencia al IPC y se estableció una mesa para la vigilancia del cumplimiento del convenio del sector, mesa que tendrá que estar compuesta por sindicatos, patronales e Inspección de Trabajo. Un sector como este de las pequeñas y medianas empresas del metal de Cádiz, tan precario y tan castigado por la temporalidad, ha conseguido movilizarse en una acción colectiva por la defensa de sus intereses. El compromiso sindical de los trabajadores en huelga ha tenido mucho que ver con este éxito, pero también la labor de los enlaces y las estructuras sindicales de CCOO y UGT, que han sabido unir a un sector muy atomizado. Un sector, reflejo de la actual fragmentación de la clase trabajadora, que se ha unido en la defensa de un convenio, esta es una cuestión fundamental para entender cómo la lucha conjunta de estos trabajadores los ha hecho fuertes para poner un poco de orden en esa selva.
Un mes después, en diciembre de 2021, la ministra de Trabajo Yolanda Díaz presentaba el acuerdo con patronal y sindicatos para la primera reforma laboral en cuarenta años que sirve para recuperar derechos. Con ella, se recupera la ultraactividad, es decir la vigencia de los convenios una vez expirados hasta que se acuerde uno nuevo, y se colocan como punto de referencia los convenios sectoriales para luchar contra la temporalidad y la precariedad del mercado de trabajo. Este es el camino de la izquierda, una praxis desplegada en el mundo del trabajo para consolidar derechos adquiridos y mejorar la vida de la gente. Para ello, resulta imprescindible fortalecer la confianza entre los trabajadores en torno a los intereses que los unen, la complicidad con las organizaciones sindicales que los defienden a través de los representantes sindicales, y la confianza también en las instituciones del Estado social. Será fundamental el papel de la Inspección de Trabajo en el seguimiento del convenio del metal gaditano, por ejemplo.
Resulta imprescindible fortalecer la confianza entre los trabajadores en torno a los intereses que los unen, la complicidad con las organizaciones sindicales que los defienden a través de los representantes sindicales, y la confianza también en las instituciones del Estado social
La reconstrucción de la izquierda en el mundo de las relaciones laborales resulta fundamental, porque ahí están los intereses que convierten a los trabajadores en mayoría social, la democracia en el ámbito laboral. Esta es la fuerza del movimiento sindical, este es el poder material y simbólico de la huelga. Para ello, los sindicatos de clase deben ampliar y adaptar sus estructuras a las necesidades de los trabajadores precarios que no están organizados y que necesitan fuerza para conseguir buenos convenios. Esto es lo que podrá convertir de nuevo a los trabajadores, hoy divididos en multitud de estratos distintos, en una fuerza mayoritaria. Es esto lo que convierte a la izquierda en mayoría, lo que nos une, más allá de la estéril competencia en un mercado político saturado hoy de ofertas identitarias que solo atienden a lo particular, a la diferencia. Este es el camino aquí, en España, pero también en los escenarios europeo y global, donde las convergencias internacionales resultan ya imprescindibles para nivelar trabajo y capital.
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Javier Flores Fernández-Viagas. Profesor de Geografía e Historia y escritor. Ha publicado: La izquierda: utopía, praxis y colapso. Historia y evolución (Almuzara 2017) y Diez razones para ser de izquierdas… a pesar de la izquierda (Almuzara 2019).
BIBLIOGRAFÍA
Flores Fernández-Viagas, Javier. Diez razones para ser de izquierdas… a pesar de la izquierda. España, Almuzara, 2019.
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Soler, Antonio. Apóstoles y asesinos. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016.