Por ROGER MARTELLI
La Francia insumisa continúa marcando el terreno político en torno de una idea simple: constituir un movimiento mayoritario capaz de conquistar el poder y de cambiar profundamente la situación económica, social e institucional. Para hacer eso se ha estructurado primero como “movimiento”. En la actualidad impulsa la creación de un medio alternativo que quiere ser un “espacio cultural”. Habla de la posibilidad de crear una “organización para los niños”.
Detrás de todo esto circula una noción implícita: “contra-sociedad”. Interrogado por Léa Salamé, el miércoles 18 de octubre, el diputado del departamento del Norte Ugo Bernalicis afirmó que era necesario «proponer una contra-sociedad». En lo que respecta a Jean-Luc Mélenchon, en una consistente entrevista publicada esta semana en Le Un, expone las bases de su estrategia. Preguntado por lo que le diferencia de Emmanuel Macron y su República en Marche el selecciona dos líneas de separación: La República En Marcha no es ni un «movimiento de masas transversal» ni «una contra-sociedad». A contrario, la Francia insumisa es por tanto un movimiento transversal y una contra-sociedad.
El derecho a la experimentación
Es inútil alimentar polémicas que no tienen razón de ser. Siempre nos podemos preguntar si Le Média conseguirá efectivamente ser algo más que un medio de la Francia insumisa. Hay sin duda algo de profundamente legítimo en el proyecto que él ha proclamado: cuando uno está insatisfecho con una realidad –en este caso la práctica usual de los medios– sin necesidad de esperar que las condiciones generales vayan a cambiar es mejor hacer por ti mismo lo que crees conveniente y piensas que los otros no van a hacer.
Se puede desear una ruptura global y, sin embargo, no encerrarse en la idea paralizante de que nada es posible mientras no llegue esa ruptura. En resumidas cuentas, ¿el derecho a la experimentación alternativa y la práctica de esta experimentación no forman parte de las condiciones modernas de la “revolución”?
Del mismo modo, el proyecto de una organización para niños va a provocar sin duda un escándalo: ¿Cómo se puede a estas alturas, tras un abrumador siglo XX, querer “reclutar” a la juventud? Sin embargo, no es ningún absurdo preguntarse qué discursos sobre el mundo y la sociedad y qué prácticas se pueden promover para evitar entre los jóvenes el consumismo, el individualismo, el rechazo de los otros y el desprecio del compromiso cívico que forman parte de nuestra actual vida social.
El formateado de las jóvenes generaciones es bastante poderoso y el esfuerzo público bastante insuficiente para que podamoshoy en día, incluso con buenas razones, preguntarnosqué se puede hacer, sin esperar un esfuerzo necesario pero improbable de la responsabilidad pública.
De forma general podemos reclamar un incremento de la acción pública y de los servicios públicos y, por el momento, actuar individual y colectivamente para cubrir las lagunas de estos. De todos modos, consideroque se corre un riesgo con la voluntad de actuar inmediatamente dentro de la referencia a una “contra-sociedad”. Como temo la tentación de inscribir la promoción política del pueblo en la vaga categoría de “populismo”.
El PCF fue algo más que una contra-sociedad
La “contra-sociedad” es un concepto que hizo furor a partir de la década de 1960. Fue la historiadora Annie Kriegel que la popularizó aplicándola al PCF. Con sus redes de educación militante, sus editoriales, sus películas, sus “organizaciones de masas”, su “comunismo municipal” o sus asociaciones culturales, explicaba entonces la historiadora, el PCF había constituido una verdadera “contra-sociedad”, con sus prácticas y sus códigos.
La “contra-sociedad” es un concepto que hizo furor a partir de la década de 1960. Fue la historiadora Annie Kriegel que la popularizó aplicándola al Partido Comunista Francés (PCF)
Sin embargo, yo siempre pensé que esta imagen de la “contra-sociedad” apenas se acercaba a la realidad social profunda del comunismo francés. Es verdad que este, contrariamente a la doctrina “leninista” dominante en el movimiento comunista internacional, no se reducía a la única realidad del Partido comunista francés. El comunismo en Francia recubría de hecho dos tipos de realidad.
Existía en primer lugar bajo la forma de una impresionante galaxia que agrupaba a decenas e incluso centenares de organizaciones de todo tipo, sindical, asociativa, cultural, municipal. De forma asombrosa, esta galaxia se parecía a la que fuera de aquí había montado la socialdemocracia europea y que el socialismo francés jamás había conseguido estructurar completamente, ni antes de 1914 ni después de 1920.
Por otra parte, el comunismo se presentaba bajo la forma de una auténtica sociabilidad política, una cultura en el más amplio sentido del término. Pero lo que le dio fuerza a esta sociabilidad, al menos en Francia, es que esta no funcionaba en el vacío. Se mezclaba con una doble cultura bastante más amplia, no partidaria: por un lado, la cultura que irrigaba los espacios obreros y urbanos en expansión; por otro lado, el antiguo fondo de la cultura plebeya y democrática, de la cepa revolucionaria. La Francia de la fábrica y de la banlieue y la Francia de la Revolución francesa…
La sociabilidad comunista no era más que la prolongación , en el espacio público, de lo que hasta entonces había sido una sociabilidad dominada y voluntariamente rebelde, cuyo colectivo militante quería mostrar que podía, al contrario, llegar a ser un eje de la modernidad de los tiempos. Era por tanto menos una “contra-sociedad” reivindicada que la promoción continua de un espacio social numéricamente expansivo, pero políticamente subalterno.
El riesgo de aislamiento
Si hubiera que buscar un ejemplo de contra-sociedad comunista lo encontraríamos rápidamente en el Partido Comunista Alemán (KPD) de antes de 1933. El que fue en aquel tiempo el más poderoso de los PC del mundo occidental, se dedicaba a promover abiertamente una “cultura proletaria” (Proletkult) contra el bloque de la “cultura burguesa”. y consideraba la red de organizaciones ligadas al KPD como un todo opuesto indistintamente al conjunto de las otras fuerzas sociales y políticas. El comunismo alemán de aquellos años de plomo disponía de un increíble dinamismo militante. Pero impulsaba la distinción buscada –la exaltación de “la identidad” comunista– hasta los límites de la diferencia.
1933. El que fue en aquel tiempo el más poderoso de los PC del mundo occidental, se dedicaba a promover abiertamente una “cultura proletaria” (Proletkult) contra el bloque de la “cultura burguesa”, y consideraba la red de organizaciones ligadas al Partido Comunista Alemán (KPD) como un todo opuesto indistintamente al conjunto de las otras fuerzas sociales y políticas
La propensióna la contra-sociedad alimentaba sin duda afectos que permitían oponer, de forma sensible, un “nosotros”, que se veía del lado de los proletarios, y un “ellos”, que terminaba por confundirse con todo lo que no era el mundo comunista. De hecho y gracias a esta lógica, se pasaba de la constitución de un colectivo consciente de sí mismo –la emergencia de un “nosotros”– a la exaltación de la diferencia. Se pasaba insensiblemente de un “nosotros y los otros” a un “nosotros contra los otros”.
Vayamos más allá del modelo alemán: la contra-sociedad puede soldar mentalmente un colectivo militante, pero a riesgo de aislarlo de la sociedad en su conjunto. En este caso, la cólera contra el sistema que aliena corre el riesgo de convertirse en resentimiento indiferenciado contra todos los responsables de la sujeción de cada vez mayor número de personas. Sabemos el terrible precio político que pagaron los comunistas alemanes en creciente resentimiento y en aislamiento político, en 1933 y después.
Por ello me parece que hay un doble riesgo con el abuso del prefijo contra, contra-sociedad, contra–poder, contra–cultura: aísla y deja las manos libres a las fuerzas dominantes. Utilizar el instrumento de los “contra–poderes” para limitar temporalmente la nefasta acción de los “poderes” existentes puede ser necesaria; pero teorizar la importancia estratégica de los “contra–poderes” vuelve a dejar al mismo tiempo el control del “poder” a las fuerzas dominantes que imponen las normas del mismo, los métodos y las leyes.
Otra sociedad más que una contra–sociedad.
Establecerelementos de “contra–cultura” puede ser de lo más estimulante desde el punto de vista de la creación –la exaltación de las “vanguardias”– pero puede también e igualmente acostumbrar masivamente a la idea de que no es posible subvertir global y de forma duradera las normas que excluyen a la mayoría de la distribución de recursos culturales de la humanidad. Porque los islotes de comunismo “utópico”, en el siglo XIX o en el siglo XX, nuncasobrevivieron mucho tiempo en el océano del capitalismo dominante.
En el fondo, la lógica de la contra–sociedad no escapa a las trampas de la ilusión “comunitarista”: une a la comunidad de aquellos y aquellas a los que congrega dándoles la autoestima que la sociedad global les niega; pero a su vez les encierra en un marco que, en el mejor de los casos asegura funciones de defensa, y en el peor conduce al grupo hacia el aislamiento y en consecuencia hacia la incapacidad de hecho para “cambiar el mundo”.
Teorizar la importancia estratégica de los “contra–poderes” vuelve a dejar al mismo tiempo el control del “poder” a las fuerzas dominantes que imponen las normas del mismo, los métodos y las leyes
En política, la contra–sociedad sustenta, voluntariamente o no, la cultura de “quien no está conmigo está contra mí”. Podemos criticar de forma general el funcionamiento de los medios de comunicación, pero no sirve de nada englobar a dichos medios en un “partido mediático” indistinto que recuerda desgraciadamente al “partido americano” de la guerra fría. No es que no hubiera defensores mayoritarios del atlantismo en la Francia de aquella década de 1940-1950, pero al globalizar excesivamente en su conjunto, los comunistas lo que consiguieron de hecho no fue sino revelar un aislamiento que hizo que, a pesar de sus numerosos militantes y del dinamismo de estos, no lograran reunir mayorías contra las lógicas occidentales de la guerra fría.
Es mejor ponerse en guardia: la tentación de la “contra–sociedad”, seductora en un primer momento, puede impugnar al final la aspiración de mayorías alternativas. Si hay que crear un “nosotros” expansivo y conquistador, este no vendrá del encierro comunitarista sino de la promoción de un “todos” que no separen ya las lógicas alienantes de la explotación y de la dominación.
La vía de la emancipación no está en la exaltación de una “contra–sociedad” sino en el sueño necesario de “otra sociedad”. Porque esta otra sociedad no está fuera de la sociedad contemporánea: está en el corazón mismo de esas sociedades que son las nuestras. Por tanto, el reto no es separarla sino hacerla emerger, promoverla y sacar de ella la fuerza de las mayorías.
[Artículo original publicado en Regards, 20 de octubre de 2017. La traducción es de Javier Aristu]
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Roger Martelli es historiador especializado en la crónica del comunismo francés. Durante un periodo fue director de Cahiers d’histoire del Institut de recherches marxistes. Miembro de la dirección del PCF entre 1982 y 2010 cuando abandonó este partido. Ha participado en los últimos años en actividades de reorganización de la izquierda francesa. Es co-director de la revista Regards.