Por GEOFF ELEY
Voy a invertir un poco de mi tiempo en sugerir algunas maneras de abordar la cuestión planteada tan a menudo durante las elecciones, a saber: ¿en qué medida y de qué formas podemos considerar a Trump un fascista?
Hay varias maneras de enfocarlo. Desde luego podemos hacer una lectura inteligente de la retórica del propio Trump y mostrar sus deudas muy directas con bien conocidas imágenes e ideas fascistas o neonazis. El hecho de que Trump tuitee este o aquel eslogan nazi, o utilice el mismo lenguaje que usaban los nazis, es decididamente significativo. Pero en definitiva la cuestión estructural parece más importante. Es decir, ¿qué tipo de situación hace que el fascismo resulte viable y atractivo? Si pensamos en el fascismo como un tipo de política que quiere suprimir e incluso matar a sus oponentes antes que discutir con ellos, que prefiere un estado autoritario a una democracia, y que parte de una idea agresivamente excluyente de la nación frente a un pluralismo que prioriza la diferencia; si aceptamos esta definición por el momento, entonces la cuestión clave es: ¿qué clase de crisis hace aflorar ese tipo de política? ¿Cuándo empieza la gente a encontrar atractivo el recurso a la violencia política? ¿Qué es lo que les lleva a verla como necesaria?
¿Qué clase de crisis hace aflorar ese tipo de política? ¿Cuándo empieza la gente a encontrar atractivo el recurso a la violencia política? ¿Qué es lo que les lleva a verla como necesaria?
En síntesis, ¿qué clase de crisis política genera fascismo? En mi opinión, una crisis dual en la que coinciden dos elementos diferentes. Primero, un sistema político dado funciona de tal manera que ya no permite la estabilidad de los eventuales gobiernos. Segundo, esos gobiernos funcionan a su vez tan mal que pierden el consenso de la gente.
Esa es la clase de crisis dual que estamos viviendo en la actualidad. El sistema político está roto. Por una parte, tenemos el desdén hacia las prácticas democráticas en el estado, ya sea en el interior de las cámaras legislativas o en las relaciones entre la Presidencia, el Congreso y la Corte Suprema, o en el ataque a los derechos de los votantes y al proceso electoral, o en el recorte de las libertades civiles, o en las dimensiones de la población reclusa. Por otra parte, existe ahora la convicción latente en la ciudadanía de que el gobierno consiste únicamente en un lastre gravoso de corrupción, incompetencia y falta de responsabilidad; crece la creencia popular en la no inteligibilidad del poder, la sensación de que ese poder se ejerce en un lugar remoto, detrás de puertas cerradas y de ventanas con cristales opacos, por medio de conspiraciones de elites que no responden ante nadie y a las que sencillamente nada les importa.
Crece la creencia popular en la no inteligibilidad del poder, la sensación de que ese poder se ejerce en un lugar remoto, detrás de puertas cerradas y de ventanas con cristales opacos, por medio de conspiraciones de elites
Ahora bien, cuando las dos crisis aparecen juntas –crisis de representación, crisis de consenso; parálisis de gobierno, impasse democrático-, estamos ante un problema grave. Esto es lo que da sentido a la retórica de Trump. Y luego hemos de añadir aún algunos otros aspectos. Hemos de hablar de la reestructuración capitalista fundamental, la desindustrialización y la globalización neoliberal. Hemos de hablar de una drástica recomposición de clases, incluida la reorganización del trabajo y de los mercados de trabajo, la reescritura del contrato de trabajo. Tenemos que hablar de la catástrofe global medioambiental, el cambio climático en particular, que plantea retos efectivos y cuantificables a la gobernanza en todos los niveles posibles. De la competencia entre naciones por los recursos básicos; de los esfuerzos para contener la migración económica y a las poblaciones de refugiados que huyen de hambrunas, sequías e inundaciones; de las rivalidades en torno a los recursos energéticos. Todas estas realidades remodelarán el lenguaje de la seguridad nacional en un sentido aún más divisivo. Las mentalidades enrocadas, los lenguajes de una política organizada desde la ansiedad, el amurallamiento como paradigma social emergente, todo ello incrementará las tendencias autoritarias y violentas de la gobernabilidad contemporánea. Si lo sumamos todo, tendremos la clase de crisis capaz de permitir que cuaje una política que se parezca al fascismo. Y es en este contexto en el que Trump ha prosperado.
[Traducción de Paco Rodríguez de Lecea]
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Geoff Eley. (1949) Historiador británico, especializado en historia de Alemania y del nazismo. Es profesor del Departamento de Historia, en Ann Arbor, Universidad de Michigan. Autor de reconocidos títulos sobre historia social y cultural, en España es conocido sobre todo por Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000 (ed. Crítica, 2003). El texto que publicamos es un guión que su autor sometió a discusión en un encuentro universitario en Michigan precisamente al día siguiente de las elecciones norteamericanas. Le agradecemos su generosidad al permitirnos su publicación.