Por PIERRE JOXE
Pierre Joxe, socialista, abogado y varias veces ministro de François Mitterrand, reivindica, frente al ministro de Economía Emmanuel Macron y al “patrón de patronos” Pierre Gattaz (Medef, Mouvement d’Entreprises de France), la vigencia del derecho laboral, un tema que le apasiona; el código del trabajo, «acumulación de conquistas jurídicas lentas», y la vía de la unidad de la izquierda – cuya historia en Francia repasa– para la defensa de unas conquistas que se pretende suprimir en nombre de la modernidad. El texto siguiente es un resumen amplio del discurso que pronunció el viernes 28 de agosto en Marennes (Charente Maritime).
Édouard Martin [eurodiputado socialista, presente también en la tribuna] hablaba esta mañana de unos sindicalistas brasileños que le han pedido: «¡Manteneos firmes! Europa es nuestro modelo en materia de derecho social».
Es una lección muy importante. El derecho social es un invento reciente. No existía en el siglo XIX. Nació en el momento en que el capitalismo desarrolló el trabajo asalariado y provocó accidentes de trabajo terribles. Las primeras leyes de derecho social fueron leyes de seguridad física.
Ese derecho social es presentado hoy como una antigualla, o peor, como un peligro. Hoy, las circunstancias os han servido en bandeja las declaraciones aún frescas de Macron, ¡se diría que os estaba escuchando! Y cuarenta y ocho horas después, ¡interviene Gattaz! El patrón del Medef ha dicho que el código del trabajo tiene 3.500 páginas. Es una mentira increíble: la legislación fiscal es infinitamente más pesada y más compleja, más complicada, más cambiante y más ilegible que el código del trabajo. Bajo la encuadernación roja de las ediciones Dalloz, y bajo el título «Código del trabajo», se publica anualmente un grueso volumen que contiene, además del código del trabajo, toda una serie de notas de jurisprudencia, y de comentarios. ¡Queda claro que el señor Gattaz no ha abierto nunca el código del trabajo!
Porque si uno abre un código del trabajo, descubre lo que os estoy diciendo, lo que saben todos los sindicalistas, lo que saben todos los asesores y mediadores laborales, lo que saben todos los que trabajan en serio en el terreno jurídico. Publicar mentiras tan pueriles, es un comportamiento desvergonzado por parte de un responsable profesional.
¡Peor aún! Gattaz ha dicho: «Me siento feliz al constatar que empieza a aparecer un cierto consenso entre los responsables políticos, así como entre juristas eminentes, tanto en la derecha como en la izquierda, en torno a la necesidad de la evolución de nuestro modelo social hacia un modelo económico y social adaptado a las nuevas condiciones del mundo de hoy.» ¿Qué «consenso histórico»? Es cierto que [Robert] Badinter ha publicado recientemente, ay, un libro [se refiere a “Le travail et la Loi”, escrito en colaboración con Antoine Lyon-Caen y publicado en junio de 2015. En él Badinter, ex presidente del Consejo constitucional francés, aboga por la reforma del Código del trabajo] que me deja estupefacto, tanto más porque él nunca ha sido un especialista en derecho del trabajo. ¿«Consenso histórico»? ¡Ahí es nada! Gattaz añade: «El gobierno que solucione este problema entrará en la historia.»
Pero, ¿qué problema? ¿El problema del derecho del trabajo? Pero el derecho del trabajo, el derecho social en general, es una acumulación de conquistas jurídicas lentas. La primera fue la ley sobre la indemnización por accidentes laborales, de finales del siglo XIX. Luego vino el descanso semanal, en 1906, año de la creación del ministerio de trabajo bajo el gobierno Clemenceau, después de la catástrofe minera de Fourmies, donde hubo centenares de muertos. Se recuperaron más de mil cadáveres, pero nunca se sabrá cuántos muertos hubo, porque trabajaban en los pozos muchos niños que no estaban declarados. El derecho del trabajo nació de una serie de conmociones, políticas, sociales, físicas, psicológicas, emocionales. ¡Mil muertos! Tanto en la izquierda como en la derecha, la gente se sentía conmocionada. Leed las actas de las discusiones en la Asamblea nacional en aquella época. Y los días siguientes, aún se encontró a personas con vida, se rescató a veinticinco mineros atrapados: la dirección de la mina había suspendido la búsqueda porque prefería salvar las instalaciones a salvar a los últimos supervivientes.
La historia del derecho social está hecha de una progresión lenta, y de retrocesos ocasionales, en Francia, en Inglaterra, en Alemania. No somos los únicos en interesarnos por esa larga historia. En Brasil, la conocen. Os he traído un libro pequeño, barato, la lección inaugural del profesor Alain Supiot en el Collège de France. El profesor Supiot escribe una frase sobre la que vale la pena meditar: «El estado social no es un monumento en peligro (…) sino un proyecto de futuro perseguido bajo formas diferentes en todos los grandes países emergentes.»
¡Esa es la realidad del derecho social! (…) El señor Gattaz no parece darse cuenta de lo que está ocurriendo en esos países, no le interesa en absoluto. (…) El derecho que protege la vida de los trabajadores, la salud de los trabajadores, sus condiciones de vida, su remuneración, sus condiciones de trabajo: ese derecho se construye ante nuestros ojos.
En Francia, va a ser destruido ante nuestros ojos. No se puede dejar que la gente juegue con esas cosas.
¡Decir, como lo ha hecho [Jean Marie] Le Guen, el doctor Le Guen [socialista, secretario de Estado en el gobierno Valls], que «el código del trabajo es un repelente poderoso del empleo»! Repelente, es un término científico utilizado por los médicos, o por los veterinarios más bien, para designar una sustancia que, debido a su olor, ahuyenta a los mosquitos o a las moscas. Para el doctor Le Guen, que aunque tarde se dedica por fin a la medicina, el código del trabajo es un repelente para el empleo. Pero cuando era un asalariado de la Mnef [Mutua nacional de los estudiantes de Francia], ¡no estaba en contra del código del trabajo!
Nosotros somos depositarios de esa historia. Nosotros, la izquierda francesa, todos sus movimientos que se entrelazan y a veces se enfrentan: socialistas, comunistas, sindicalistas. Nosotros somos garantes de esa historia, que es la de la humanidad.
La aspiración a la seguridad, el sentimiento de solidaridad, la impresión de responsabilidad, son sentimientos humanos, que se desarrollan o se ven obstaculizados por la vida social, la economía, las guerras. (…)
No creáis que la izquierda pueda morir. No. La izquierda no puede morir. Porque los sentimientos de solidaridad, de compasión, de temor, son humanos y trascienden los siglos. En Francia, no es la primera vez que la izquierda pasa por una fase de división, de dispersión. Ocurre así desde hace un siglo. Desde la primera unificación de 1905, minada de partida por la debilidad y la división del movimiento sindical con la carta de Amiens… Desde aquella época lejana y atrasada, la izquierda ha pasado por fases de división, de enfrentamientos, de reconciliaciones.
El socialismo se había unificado en 1905 con la fusión de diferentes corrientes: guesdistas, marxistas, blanquistas, proudhonianos, sindicalistas, etc. Jaurès consiguió ese milagro, cuestionado por cuatro acontecimientos internacionales sucesivos, después de su asesinato: la guerra del 14, la revolución de 1917, el ascenso de los fascismos y la segunda guerra mundial.
En cada ocasión, la organización, la acción de las fuerzas de izquierda, en Francia como en otros lugares, se vio perturbada por los sucesos internacionales: división o unión respecto de la guerra del 14; división o unión frente al problema del comunismo instaurado por los bolcheviques, con la escisión del partido socialista en el congreso de Tours; dispersión del Cartel de las izquierdas después de la victoria en 1924, cuando el partido radical, gran partido histórico de la izquierda, dividido él mismo, empezaba a deshilacharse. Y la cosa no mejoró después; división y reagrupamiento con el nacimiento y la muerte del Frente popular; división a favor de la elección o el rechazo del régimen de Vichy, con un gran número de diputados de izquierda que votaron a favor de dar plenos poderes a Pétain (por fortuna, también hubo algunos que votaron en contra); división o reconciliación con la Liberación por la puesta en práctica parcial o total, rápida o prolongada, del programa del Consejo nacional de la Resistencia, con todo lo que contenía en el ámbito del derecho social; división, evidentemente, en el apogeo de las guerras coloniales y de los crímenes que llevaron a las fuerzas de izquierda, la SFIO en particular, a dividirse y subdividirse; ilusión con Mendès-France de que la izquierda iba a reagruparse; éxito del genio táctico de Mitterrand, que consiguió reagrupar a la izquierda en torno a un programa…
Con frialdad, dada mi edad, pero sin indiferencia, dado mi pasado, observo que la izquierda nunca ha desempeñado su papel progresista sino en la unidad. En Francia, esta resulta particularmente difícil. El reagrupamiento, cuando se ha producido, ha tenido lugar bajo una base programática. El programa es siempre difícil de construir, y luego de llevar a la práctica. El reagrupamiento siempre se ha visto precedido, y acompañado, por escisiones, fusiones, novaciones, clubs, estructuras locales. El reagrupamiento siempre se ha visto facilitado por la existencia de líderes más o menos capaces. El reagrupamiento, ese acuerdo programático, siempre ha tardado en venir, y ha sido difícil de aplicar; en definitiva, ha sido complicado.
(…) Pero en cualquier caso, quienes entrarán en la historia no serán los que intenten volver a poner en cuestión, en un país como Francia, conquistas que forman parte de nuestra historia. Los que entrarán en la historia serán los que consigan superar nuevas etapas, sea en su país, sea en otros. Habría que recordar al señor Gattaz que hay varias maneras de entrar en la historia. Se puede entrar en la historia como Mitterrand, que empezó en Vichy, entró en la Resistencia – un claro progreso –, atravesó la Cuarta República – no fue un recorrido muy largo –, vivió veinte años en la oposición bajo la Quinta República, y consiguió reagrupar a la izquierda sobre la base de un programa común, y hacer luego lo que hizo.
Es preferible entrar así en la historia que hacerlo como los que empezaron por la SFIO antes de la guerra del 14, navegaron después en el Cartel de las izquierdas, sabotearon el Frente popular, y acabaron en Vichy, es bien sabido en qué condiciones…
Entrar en la historia no es un fin en sí mismo, como no lo es convertirse en millonario. Pero si se desea entrar en la historia, más vale elegir la puerta buena.
[Publicado originalmente en Overblog. Traducción de Paco Rodríguez de Lecea]