Por STEVEN FORTI
El 4 de marzo marca un antes y un después en la política italiana. La victoria del Movimiento 5 Estrellas (M5E) y el éxito de la Liga de Matteo Salvini han enterrado definitivamente la Segunda República nacida a principios de los años Noventa tras los escándalos de Tangentópolis y han abierto la puerta a una Tercera República cuyo futuro es totalmente incierto.
Como en aquel nudo crucial de la historia del Belpaese, el paso de una República a otra no se debe a un cambio de régimen o a profundas reformas constitucionales, sino a la transformación del sistema de partidos. En aquel entonces se vinieron abajo –por los casos de corrupción y, sobre todo, por las repercusiones del fin de la Guerra Fría– las formaciones que habían sido los pilares del sistema tras la conclusión del segundo conflicto mundial (Democracia Cristiana, Partido Socialista). Mientras tanto, el Partido Comunista había empezado un viraje hacia la social-democracia que lo llevaría en 2007 a la creación del Partido Demócrata (PD), gracias a la fusión con los sectores progresistas de la exDC (la Margarita).
Este 2018 hemos visto, al fin y al cabo, algo similar: por el desgaste interno y por las repercusiones de los cambios políticos y económicos internacionales, los partidos que se han alternado en el gobierno del país en las últimas dos décadas (Forza Italia, PDS-DS-PD) han perdido la hegemonía a favor de formaciones políticas relativamente nuevas (M5E) o completamente renovadas (Liga). En realidad, la Segunda República –que se quería bipartidista a raíz de las reformas de las leyes electorales que nunca cuajaron– se encontraba en la UVI con la aparición en 2013 de los 5 Estrellas –25% de los votos– que habían transformado un sistema sólo aparentemente bipolar en tripolar. Ya entonces la polaridad entre el neoliberismo teñido de populismo (¿ante litteram?) de Berlusconi y el europeísmo ilustrado del centro-izquierda –base y fundamento de la Segunda República– se había desmoronado por las consecuencias de la crisis del 2008 –la Gran Recesión, la debilidad del proyecto europeo, el desgaste de las familias políticas del Novecento, etc. La expresión plástica de este desmoronamiento la hemos tenido el pasado 4 de marzo. Es cierto que el PD y Forza Italia no se han pasokizado, pero es indudable que el descalabro es evidente para ambos y hay hasta quien vaticina su próxima desaparición. Quizás sean estas palabras mayores, pero en los tiempos gaseosos –más que líquidos– en que nos encontramos no podemos descartar nada. Trump, el Brexit y Macron son pruebas fehacientes de ello.
Los partidos que se han alternado en el gobierno del país en las últimas dos décadas (Forza Italia, PDS-DS-PD) han perdido la hegemonía a favor de formaciones políticas relativamente nuevas (M5E) o completamente renovadas (Liga)
Hacia un nuevo sistema de partidos
Los resultados electorales son de sobra conocidos: con una participación del 72,9%, la coalición de centro-derecha ha obtenido el 37% de los votos –con la Liga al 17,3%, Forza Italia al 14% y Hermanos de Italia al 4,3%–, el M5E el 32,7%, la coalición de centro-izquierda el 22,8% –con el PD al 18,7%– y Libres e Iguales (LeU), la alianza de lo que queda de las izquierdas transalpinas, al 3,4%. Fuera del Parlamento –la barrera es al 3%– se han quedado la lista movimentista de Potere al Popolo (PaP) con el 1,1% y los “fascistas del Tercer Milenio” de Casa Pound con el 0,9%. Se ha tratado sin sombra de duda de un verdadero terremoto político, aún más evidente si miramos a la asignación de los escaños en las dos Cámaras del Parlamento gracias a una ley electoral –el Rosatellum, por el nombre del diputado del PD Ettore Rosato que propuso la nueva ley electoral el pasado otoño– extremadamente compleja que preveía la elección del 61% de los diputados con el sistema proporcional y el 37% con el uninominal.
¿Qué queda tras el sisma? En primer lugar, nos encontramos con una situación de fragmentación parlamentaria –que el Rosatellum buscaba con el objetivo de evitar una victoria clara de los 5 Estrellas y formar un gobierno de gran coalición a la italiana– que podría abocar a la ingobernabilidad. Es cierto que no se trata de una novedad en la historia política italiana, pero respecto al pasado no hay un actor que ocupa la centralidad, como lo fueron la DC hasta 1992 o el PDS-DS-PD y Forza Italia desde aquel entonces. Si el M5E es el primer partido, el centro-derecha es la coalición vencedora. Y esto explica también la batalla por el relato que se están disputando los de Di Maio y los de Salvini-Berlusconi.
En segundo lugar, la situación es de transición hacia un nuevo sistema de partidos, así que son normales los tiras y aflojas de estas primeras semanas post-electorales: se deben encontrar unos nuevos equilibrios y para esto hace falta tiempo. Todo el mundo debe recolocarse. No sólo las formaciones políticas, sino también los bloques sociales (o lo que queda de ellos), los poderes fácticos y los medios de comunicación. Además, no faltarán otras sacudidas en los próximos tiempos. Una primera prueba de ello la tendremos en las elecciones regionales que se celebrarán a finales de abril en Molise y Friuli-Venecia Julia y en otoño en Trentino-Alto Adigio, Basilicata y Valle de Aosta, además de las municipales de mediados de junio donde se votará en 800 ayuntamientos, incluidas 21 capitales de provincia. En mayo de 2019 tocará a las Europeas. En aquel entonces tendremos un panorama más claro.
Entre Di Maio y Salvini
Resulta complicado, o más bien aventurado, pronosticar a dónde va Italia. También porque el partido ganador de las elecciones es inclasificable. ¿Qué es el M5E? ¿Un experimento populista sui generis? ¿La refundación malgré lui de la Democracia Cristiana? ¿Un proyecto en rápida transformación?
De momento, los 5 Estrellas siguen jugando con la ambigüedad que le ha permitido convertirse en un partido atrapalo-todo. En campaña electoral, su candidato, el joven y telegénico Luigi Di Maio, ha alabado a De Gasperi, Berlinguer y también Almirante. Todos al mismo tiempo. En su programa, la lucha contra la corrupción –una de las lacras del sistema italiano– y los gastos de la política, la propuesta de la renta mínima garantizada y una mayor inversión en educación, sanidad y economía verde se acompañan a la mano dura contra la inmigración, mayores inversiones para la seguridad de la ciudadanía, la bajada de impuestos y un euroescepticismo de fondo (aunque la propuesta de un referéndum sobre la salida del Euro parece haber desaparecido). Ni izquierda ni derecha, como suelen decir los grillini. O más bien un poco de izquierda y un poco –a veces mucho– de derecha.
Lo mismo dígase en lo que concierne a la estructura y el funcionamiento del partido. Se hace gala de la democracia directa vía web, pero luego las votaciones las controla la empresa Casaleggio Associati –que es propietaria del partido–, la dirección modifica cuando les conviene los resultados de las consultas –donde la participación es extramadamente baja– y la libertad de voto de los diputados es una quimera –cada diputado ha firmado un contrato según el cual deberá pagar 100.000 euros y dimitir en caso de no respetar la decisión de la dirección.
Es cierto que el partido fundado hace una década por el excómico Beppe Grillo está transformándose: ha procedido a un relevo de facto en los vértices del partido con la figura de Di Maio –aunque Grillo sigue marcando la línea–, ha empezado a conocer las instituciones –tras una legislatura en el Parlamento y el gobierno de diferentes ciudades, como Parma, Livorno, Turín y Roma– y ha estrechado lazos en ambientes económicos nacionales e internacionales. Pero también se debe tener en cuenta que la limitación auto-impuesta de sólo dos mandatos obliga a la formación a una renovación constante, con todo los problemas que eso conlleva. Entender en qué se convertirá un actor político con estas características es extremadamente difícil.
Forza Italia es un partido-empresa personalista sin base territorial -más allá de las redes clientelares- y falta una figura que pueda sustituir al exCavaliere que parece más bien interesado en vivir una jubilación sin otras condenas
Pero, más allá de los 5 Estrellas, se deberán ver los equilibrios dentro del centro-derecha: ¿la Liga de Salvini canibalizará a Forza Italia? La lucha por la hegemonía es descarnada. Todos dan por cierto el definitivo declive del exCavaliere, que cumplirá 82 años en septiembre, aunque el hombre de Arcore espera aún una rehabilitación por parte de los tribunales que le permitiría volver al Parlamento. La elección de Maria Elisabetta Alberti Casellati –un fiel peón del berlusconismo desde los orígenes– como presidenta del Senado fue una victoria pírrica, tras la negativa de Salvini para votar el candidato propuesto por Berlusconi. Forza Italia es un partido-empresa personalista sin base territorial –más allá de las redes clientelares– y falta una figura que pueda sustituir al exCavaliere que parece más bien interesado en vivir una jubilación sin otras condenas. Es un secreto a voces que la mayoría de los dirigentes de Forza Italia están esperando una llamada de Salvini para dejar el barco berlusconiano y subir al carro del vencedor. Y para los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni la sintonía con Salvini es evidente.
Lo que es indudable es que quién marca la agenda política del (ex)centro-derecha es Salvini que se abraza a Marine Le Pen, se deja fotografiar con Trump y mira a Viktor Órban como modelo. Berlusconi ya no detiene la hegemonía y tiene que cambiar su discurso para no perder el contacto con Salvini.
¿Qué queda de la izquierda?
Por otro lado, se deberá ver cómo reacciona el PD, que se ha quedado noqueado tras la derrota del 4 de marzo. Matteo Renzi se ha dado por aludido sólo parcialmente: es cierto que ha dimitido de la secretaría general, pero ha impuesto al partido su línea aventiniana –contraria a cualquier acuerdo de gobierno con los 5 Estrellas– gracias al apoyo de un grupo parlamentario que le es mayoritariamente fiel. El proyecto de Renzi –que intentó adelantar a Macron– había fracasado por completo con la sonora derrota en el referéndum sobre la reforma constitucional de diciembre de 2016: su empecinamiento en seguir adelante –junto a las políticas aprobadas por su ejecutivo, como la reforma del trabajo y la educativa– le ha costado al PD la pérdida de 5 millones de votos respecto a las Europeas de 2014. Si el PD no cambia de rumbo, está destinado a convertirse en un actor residual de la política italiana.
Tampoco parece una solución el regreso al modelo del centro-izquierda prodiano que proponen con mayor o menor convicción las oposiciones (Emiliano, Orlando, Franceschini), mirando al ejemplo de la región Lacio, donde el gobernador Zingaretti ha conseguido mantenerse en el gobierno –aunque haya perdido votos– en alianza con Libres e Iguales. Faltan ideas y dirigentes, en suma. A finales de abril se celebrará una asamblea para decidir quién liderará el partido –todo apunta al actual gestor Maurizio Martina– a la espera de un congreso.
Más negro aún es el panorama a la izquierda del PD. El resultado de LeU ha sido decepcionante –14 diputados y 4 senadores– y el futuro de la coalición está en entredicho. Si el candidato Pietro Grasso –exmagistrado y expresidente del Senado– había anunciado un congreso para fundar el nuevo partido, ahora todos los actores involucrados se lo están pensando. Izquierda Italiana –hija de SEL de Nichi Vendola– ha descargado la responsabilidad de la derrota sobre los Bersani y los D’Alema (Movimiento Democrático y Progresista, MDP), mientras estos esperan a que el PD aparte a Renzi para volver al viejo redil. Además, en las próximas elecciones regionales en Friuli LeU no se presenta, en las municipales depende de las diferentes situaciones locales –a veces apoya al candidato del PD– y de cara a las Europeas sus núcleos principales no consiguen ponerse de acuerdo: los de MDP quieren seguir en el grupo socialista, Izquierda Italiana en el GUE. Aunque se transforme en un partido, LeU está ya muerta.
El proyecto de Renzi –que intentó adelantar a Macron– había fracasado por completo con la sonora derrota en el referéndum sobre la reforma constitucional de diciembre de 2016 (…) Más negro aún es el panorama a la izquierda del PD. El resultado de LeU ha sido decepcionante -14 diputados y 4 senadores- y el futuro de la coalición está en entredicho
Finalmente, queda la novedad de Potere al Popolo, experiencia promovida por el centro social ocupado exOPG de Nápoles que ha conseguido reunir buena parte de los movimientos sociales y al apoyo –aunque no oficial– del alcalde partenopeo Luigi De Magistris. El resultado, francamente decepcionante, se ha presentado como un éxito y el comienzo de un nuevo camino político. 372.000 votos no son una mala noticia por un proyecto lanzado tres meses antes de las elecciones, pero no parece que pueda dar mucho más de sí, sobre todo porque el espacio político al cual mira –los derrotados de la globalización, las clases trabajadoras, los enragés– está ocupado por los 5 Estrellas (y al Norte también por la Liga). Formado por sectores soberanistas de izquierdas –la plataforma EuroStop y lo que queda de Rifondazione Comunista–, PaP mira a Melénchon de cara a las Europeas. Un punto de fricción con un posible aliado como De Magistris que ha lanzado ya el proyecto de una lista transversal con Diem25 de Varoufakis y otros partidos de la izquierda europea, como Generation-s del exsocialista francés Benoit Hamon. Hay mucha confusión bajo el cielo y, al contrario de lo que decía Mao, la situación no es excelente. Ni mucho menos.
Una Italia partida en dos
Los resultados del 4 de marzo nos muestran también más cosas, como que Italia está partida en dos. En el Sur domina el M5E, con resultados cercanos al 50% de los votos en Sicilia y Campania y superiores al 40% en Cerdeña, Calabria, Apulia, Basilicata y Molise. En el Norte gana el centro-derecha con la Liga –que ronda o supera el 30% en Veneto, Lombardia y Piamonte– claramente por delante de Forza Italia. Una Liga que, tras haber quitado la palabra Norte de su símbolo y haber abandonado las ideas secesionistas padanas y el eslogan de “Roma ladrona”, se ha lepenizado gracias a la labor de un hiper-mediático Salvini. Así ha podido romper por primera vez en su historia la barrera de los Apeninos para convertirse en el partido hegemónico de la derecha italiana: en el centro de la península ha obtenido entre el 15 y el 20%, ganando también en históricos feudos comunistas, mientras en el Sur ha conseguido un millón de votos y 23 diputados, cuando hace unos años ni se atrevía a presentarse.
Los resultados del 4 de marzo nos muestran también más cosas, como que Italia está partida en dos
Estos datos no nos muestran tan sólo el declive del PD –que ha quedado a duras penas primer partido sólo en algunas provincias de la Toscana y la Emilia-Romaña y que mantiene resultados aceptables sobre todo en los centros de las grandes ciudades (Milán, Turín, Bolonia, Florencia, etc.) donde residen las clases medias con estudios–, sino la profunda fractura existente en el país. Si la promesa electoral estrella del M5E –que en el Norte consigue de todos modos resultados importantes: entre el 20 y el 27%– ha sido la renta ciudadana, las de la Liga han sido la reducción de los impuestos y la expulsión de los inmigrantes. Dos propuestas que difícilmente pueden ir juntas: por un lado un Sur golpeado duramente por la crisis pide mayor asistencialismo; por otro, un Norte productivo, pero en dificultad por la globalización pide un menor intervencionismo estatal y más seguridad. Falta de momento un partido que tenga un proyecto de país para toda Italia. La vieja cuestión meridional de la cual hablaba Gramsci sigue ahí. Y a esa se ha añadido la cuestión septentrional que llegó a las crónicas en los años Noventa con los primeros éxitos de la Liga Norte de Umberto Bossi. Ténganse en cuenta sólo un dato para percibir la fractura: según un estudio de SVIMEZ, entre 2000 y 2013 el Sur de Italia creció tan sólo la mitad de lo que hizo Grecia en el mismo periodo, mientras el Norte puede rivalizar aún con el corazón carolingio de Europa.
Falta de momento un partido que tenga un proyecto de país para toda Italia. La vieja cuestión meridional de la cual hablaba Gramsci sigue ahí
Los retos de los ganadores
Cuál será la Italia que tendremos al final de esta fase de transición es un misterio. Lo que es cierto es que será completamente distinta a la que hemos conocido en las últimas décadas. Sin duda, habrá un recambio de la clase política que en parte ya hemos visto en los últimos años con la aparición de Renzi, Salvini, Di Maio, o Meloni. Pero este fenómeno ahora se ha acelerado notablemente: el 75% de los parlamentarios del M5E y el 86% de los de la Liga elegidos el 4 de marzo se han sentado por primera vez en Montecitorio y Palacio Madama.
Por otro lado, no está nada claro que los ganadores de las elecciones puedan dar respuestas satisfactorias al fuerte impulso por la renovación que ha pedido la mayoría de los italianos. Renzi pasó del 40 al 18,7% en menos de cuatro años. Nadie puede descartar que a los 5 Estrellas o la Liga no le pueda pasar algo similar, si consiguen formar un gobierno. Para ellos, el reto ahora es enorme: el de cumplir con las promesas electorales y el de satisfacer las demandas de sus electores. Sobre todo con los pocos márgenes que tiene un país con una economía que no despega (+1,5% en 2017, la más baja de la UE), una deuda pública al 131,8% y un déficit que, tras el rescate de los bancos vénetos, ha subido hasta el 2,3% del PIB en 2017, teniendo en cuenta también el giro que está viviendo la política internacional con la guerra comercial chino-estadounidense –que no favorece a un país exportador como Italia– y el próximo fin de la etapa de Draghi en el BCE. ¿Cómo se situarán además a nivel internacional? ¿Abandonarán el clásico europeísmo y atlantismo italiano? ¿Se acercarán a Putin y/o Trump en función anti-alemana? Tanto la Liga como los 5 Estrellas defienden un más o menos marcado soberanismo. ¿En qué se traducirá más allá de las declaraciones retóricas? Queda por descubrir.
No está nada claro que los ganadores de las elecciones puedan dar respuestas satisfactorias al fuerte impulso por la renovación que ha pedido la mayoría de los italianos
Así como queda por descubrir qué gobierno se formará, siempre que no se vaya a una repetición electoral. ¿Un gobierno de los 5 Estrellas con la Liga? A Salvini no le parecería mal pero significaría romper con Berlusconi. Y eso tendría repercusiones graves donde gobiernan juntos, como en Lombardía y Véneto. ¿Un gobierno del M5E con un PD sin Renzi? Difícil. ¿Un gobierno sólo del centro-derecha? Le faltan demasiados diputados. Quizás la cuadratura del círculo se podría encontrar con un gobierno liderado por una figura institucional o super partes que reúna a los 5 Estrellas y todo el centro-derecha (con un Berlusconi con un perfil muy bajo). A esto se dedica estos días el presidente de la República, Sergio Mattarella, que tendrá un papel crucial.
Tampoco hay quien descarta que los nuevos populismos se moderen más pronto que tarde. Veríamos entonces Salvini y Di Maio en busca del voto del gran centro que parece haber desaparecido del mapa parlamentario. Porque ahí está uno de los nudos gordianos de todo el asunto: la ausencia de un partido de referencia del mundo católico. Y ese voto sigue existiendo en Italia, el país que alberga el Vaticano y en que el catolicismo es transversal. La del “gran centro” sería la solución más vieja del repertorio político italiano: el transformismo. Es decir, citando al Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que todo cambie para que todo siga igual.
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Steven Forti. Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa. Sus más recientes publicaciones son El proceso separatista en Cataluña. Análisis de un pasado reciente (2006-2017) (junto a A. Gonzàlez i Vilalta y E. Ucelay-Da Cal; Comares, 2017) y Ada Colau, la città in comune. Da occupante di case a sindaca di Barcellona (junto a G. Russo Spena; Alegre, 2016).
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