Por ALBERT RECIO ANDREU
1. La pandemia, especialmente el período de confinamiento, ha servido en el plano laboral para aflorar fenómenos que llevaban tiempo gestándose y que ahora se han hecho visibles. Los elementos más vistosos lo constituyen el crecimiento del teletrabajo y las plataformas de la mal llamada «economía colaborativa». Ambos tienen en común que dependen crucialmente de las tecnologías digitales, lo que ha abierto el debate sobre el futuro del trabajo en un mundo digital.
Antes de entrar en el debate, resulta interesante indicar que no siempre lo más vistoso ni es tan nuevo ni prefigura el conjunto del sistema laboral. Cuando se discute de trabajo se corre siempre el riesgo de tomar una situación particular como una explicación de la totalidad, cuando en todas las épocas en las que existe una elevada división del trabajo lo más probable es que convivan realidades laborales, técnicas y organizativas muy distintas. El otro error en el que se suele caer es considerar el desarrollo tecnológico como un proceso autónomo al que simplemente las organizaciones se adaptan. No es el momento aquí de entrar en un debate sobre el cambio tecnológico, pero sí vale la pena recordar que este siempre tiene una matriz social, que a menudo se introduce en contextos diversos que dan lugar a soluciones organizativas diferentes y que, muchas veces, los efectos que achacamos a las tecnologías tienen un origen en otra parte.
Quisiera también introducir, de entrada, una reflexión nacida de mi propia experiencia profesional. A principios de la década de 1980 estaba trabajando en mi tesis doctoral, orientada a entender a qué correspondían las nuevas formas de relación laboral que estaban desarrollándose al calor de las políticas de flexibilidad. Una parte de mi trabajo la dediqué a leer textos históricos sobre la organización del trabajo, lo que me llevó a concluir que prácticamente todas las formas que emergían como novedades tenían una larga trayectoria en la historia del capitalismo, simplemente estábamos asistiendo a la reintroducción o al reforzamiento de fórmulas contractuales en un nuevo contexto. La única novedad quizás la aportaba el crecimiento del empleo a tiempo parcial, en gran parte ligado al desarrollo de un capitalismo de servicios que generaba puntas de actividad en el tiempo para las que no resultaba rentable la contratación a tiempo completo1. Y creo que esto también vale para las novedades de la pandemia, aunque el contexto y la tecnología sin duda juegan un papel diferente que en el pasado.
La tecnología digital es fundamentalmente una economía de la información a distancia. No es una economía desmaterializada
En las páginas que siguen primero abordaré el análisis de estas nuevas fórmulas para concluir con una reflexión más general sobre lo que puede significar la digitalización. En segundo lugar, subrayaré la importancia de otras cuestiones laborales que la pandemia ha puesto de manifiesto y que sirven, a mi entender, para aclarar aspectos sustanciales de la complejidad del trabajo humano. En tercer lugar, introduciré la cuestión ignorada de la crisis ecológica y su impacto potencial sobre el trabajo. Y acabaré con una reflexión final sobre trabajo, desigualdades y sostenibilidad que subyacen en cualquier propuesta seria de planteamiento humanista igualitario.
2. La tecnología digital es fundamentalmente una economía de la información a distancia. No es una economía desmaterializada, requiere de la existencia de una colosal red de instrumentos y mecanismos para garantizar su funcionamiento, una gran cantidad de materiales y energía. Pero es un potente medio que permite conectar actividades muy distantes en el espacio. Y por ello abre la posibilidad de solventar una de las grandes cuestiones de toda organización del trabajo en general, del capitalismo en particular: el problema del control del comportamiento humano. Toda la historia de la organización capitalista del trabajo está marcada por el problema del control del trabajo ajeno. Lo explicaron muy bien en sus análisis E. P. Thompson y S. Marglin2. La cuestión no es exclusiva del capitalismo, en todas las sociedades clasistas, aparece la necesidad de controlar el trabajo ajeno, pero es sin duda en las economías capitalistas donde la cuestión se plantea con mayor intensidad.
El primer capitalismo, el de la protoindustrialización, fue en parte un experimento originado por los grandes mercaderes para eludir el control sobre las condiciones de trabajo que imponían los gremios de artesanos. Al deslocalizar la producción accedieron a una fuerza de trabajo socialmente débil que abarataba salarios. Pero la dificultad de vigilar una fuerza dispersa generaba otros problemas relacionados con la calidad, los plazos de ejecución y el deterioro o merma de materiales. La manufactura, un espacio controlado por el empresario permitía el control visual de las personas y asociado a la imposición del reloj y las normas disciplinarias se conseguía influir en el comportamiento laboral. La introducción de las máquinas no solo aumentó la productividad al sustituir energía humana por energía fósil, sino que también facilitaba la imposición de ritmos y el control del trabajo. Con todo, en estas fases iniciales del desarrollo industrial la calidad del producto siguió dependiendo de la pericia de los trabajadores cualificados, y explica tanto el poder de los sindicatos de oficio como el uso frecuente de subcontratas en el interior de los centros de trabajo. El taylorismo y el fordismo constituyeron un nuevo capítulo en esta historia del control basados en el control empresarial de la organización del trabajo y en la fragmentación de procesos para erosionar el poder de los oficiales3. Resultó un intento incompleto pero insuficiente, por varias razones: la fragmentación del proceso no es factible en todos los procesos productivos y deja espacios fuera de control (el caso de la construcción es uno de los más vistosos por tratarse de una actividad «manual»: una actividad que requiere múltiples conocimientos, que se realiza en espacios no controlables, que a menudo genera el dilema de la cantidad o la calidad…), y las grandes instalaciones fordistas constituyeron además el espacio más adecuado para la implantación del sindicalismo industrial.
Lo que ofrece la tecnología digital es un modelo mucho más versátil, adaptable, multifuncional, de control. Empezando por la capacidad de conocer aspectos básicos del personal aún antes de ser contratado. Algo que facilita los procesos de selección y que, potencialmente, puede favorecer nuevas modalidades de discriminación y nuevas políticas antisindicales. Y continuando por controlar a tiempo real el comportamiento de los trabajadores, como ilustra el uso de GPS en el sector del transporte. La digitalización ofrece una amplia panoplia de soluciones de control y este es el aspecto más preocupante de su implantación. Mucho más que los efectos que puede tener la robotización en términos de volumen de empleo. Es obvio que no todo lo que ofrecen estas tecnologías es simplemente control. La disponibilidad de información tiene muchos aspectos positivos de acceso a conocimientos y facilidad de interacción humana. Pero la única forma de evitar que prevalezcan los aspectos negativos exige subrayar este potencial de control desigual que está en la base del interés de las élites por el desarrollo de esta tecnología. Las inquietantes revelaciones de Wikileaks sobre las actividades de control de las agencias de información norteamericanas o todo lo que se va conociendo de empresas como Google o Facebook indican que el peligro es algo más que una simple presunción4.
Lo que ofrece la tecnología digital es un modelo mucho más versátil, adaptable, multifuncional, de control (…) Teletrabajo y empleo en plataformas se sitúan ambos en este contexto de actividades donde es posible el control a distancia
Teletrabajo y empleo en plataformas se sitúan ambos en este contexto de actividades donde es posible el control a distancia, aunque se trata sin duda de situaciones muy diferentes. Pero en ambos casos no constituyen una novedad tan absoluta como la que a menudo se piensa.
El trabajo en plataformas es una nueva variante de muchas actividades precarias que han existido a lo largo de la historia. La única novedad real es que ahora la contratación se realiza en base a una plataforma tecnológica y antes se desarrollaba en un espacio físico. En la mayor parte de casos coinciden dos elementos. De una parte, que se trata de actividades cuya demanda varía continuamente y son de corta duración en su ejecución. De otra que existe una oferta excedente de personal dispuesto con pocas exigencias en materia de salarios y derechos. Una situación generada por circunstancias locales (ausencia de oportunidades de empleo alternativas) o por disposiciones legales (el estatus de los migrantes irregulares es actualmente uno de los mayores creadores de este tipo de «oferta»). Lo que hoy conocemos de las plataformas es lo que antes conocimos en la agricultura, en la construcción o en la descarga portuaria. W. H. Beveridge elaboró una primera teoría sobre el paro involuntario analizando el funcionamiento del mercado de los trabajadores portuarios de Londres; Jack London utilizó esta misma base para escribir su novela-panfleto El talón de hierro. Tampoco la utilización de la figura del empleo autónomo es novedosa. Esta ha sido utilizada a gran escala en muchos países en sectores como la construcción5. La externalización y el uso de subcontratas ha formado parte del arsenal de soluciones organizativas de lo que llamo empresa red (o empresa neoliberal)6. Los sindicatos llevan años denunciando la situación de los llamados «trades» y los falsos autónomos, en la que pueden inscribirse los «riders». Es solo una forma más vistosa de un fenómeno más general. Y esto explica que el cortafuegos que han puesto los empresarios a la regulación del sector, tras acumular sentencias que declaraban que se trataba de una relación laboral en toda regla, ha sido la de limitar la nueva regulación al terreno de las empresas de reparto sin extenderlo a otras muchas actividades donde impera una situación parecida. Por esto me parece que, sin dejar de denunciar el abuso que impera en el sector de la economía «colaborativa», es mejor entenderlo como parte de un proceso más general de erosión de derechos laborales y de explotación en base a un monopolio tecnológico.
La extensión del teletrabajo es sin duda un fenómeno potencialmente mucho más masivo. La velocidad con que gran parte de la administración pública y las empresas se adaptaron a esta modalidad durante el confinamiento muestra su capacidad de desarrollo. Aunque no es lo mismo una solución de emergencia que un recurso permanente. El trabajo a domicilio no es tampoco una novedad histórica. Ha tenido una larga presencia, no solo en el periodo de protoindustrialización, sino también en determinados sectores industriales como la confección textil, el género de punto o los pequeños montajes. Casi siempre se trataba de procesos productivos específicos, relativamente fáciles de controlar y desarrollados mayoritariamente por una fuerza de trabajo femenina que lo realizaba como un medio para complementar los ingresos familiares (lo que sin duda reducía salarios y permitía eludir el pago de seguros sociales).
Existe la posibilidad que la extensión del teletrabajo signifique el reforzamiento de las tendencias a la individualización de las relaciones laborales, al aislamiento social, dificulte la organización sindical y abra nuevos espacios donde los abusos en materia laboral son habituales
Ahora, el alcance de los procesos externalizables a través del teletrabajo es mucho mayor. Porque muchas actividades laborales tienen más que ver con la manipulación de símbolos y la comunicación que con la manipulación de bienes físicos. Sin duda el componente de control que incorpora la digitalización favorece esta externalización espacial por cuanto en muchos casos no se pierde la capacidad de control sobre una fuerza de trabajo dispersa. Y, como en otras actividades a domicilio, queda un espacio para que la empresa reduzca costos que se desplazan a la economía familiar (aspecto que trata de impedir la nueva regulación española). Existe la posibilidad que la extensión del teletrabajo signifique el reforzamiento de las tendencias a la individualización de las relaciones laborales, al aislamiento social, dificulte la organización sindical y abra nuevos espacios donde los abusos en materia laboral son habituales. Una situación que lleva años enraizada en diversos espacios laborales y que aquí puede encontrar nuevas posibilidades.
Pero tampoco se puede pasar por alto que la experiencia del teletrabajo puede significar una experiencia vital muy diferente para diversos tipos de trabajadores, en función de su estatus social, el tipo concreto de actividad, las formas de control que se aplican, su situación familiar. Como norma general la cantidad de control que se ejerce sobre una persona suele ser inverso al de su posición en el organigrama empresarial (incluyendo en ello al sector público). Cuando menor es el estatus, mayores las especificaciones del trabajo y más recurrente el control. Cuando mayor, menos definidas las tareas y más posibilidades de autonomía personal en la organización del trabajo. Una persona que teletrabaje en tareas simples y definidas puede ser fácilmente monitorizada a distancia casi a tiempo real; un empleado en tareas «creativas» puede conseguir mayor libertad y comodidad realizando su actividad en su domicilio. Contando además que cuando mayor es la renta crecen las posibilidades de contar con un ambiente doméstico que facilita el trabajo. Casi toda mi vida laboral he realizado parte de actividad en casa, pues las universidades no están en condiciones ni tienen voluntad de controlar el día a día de sus profesores fuera de las aulas. Y he podido gozar de bastante libertad en la organización de mi vida cotidiana y en mi trabajo profesional que espero haya sido provechosa. Nada que ver con la experiencia que puede tener alguien cuyos horarios y tareas vienen marcados cotidianamente por un control remoto del que puede depender su empleo. Las posibilidades de que en la práctica signifiquen una nueva intromisión del capital en la vida de las personas no es en absoluto despreciable, incluyendo la imposición de jornadas extra y horarios imposibles. El campo del teletrabajo es, por tanto, un espacio que puede dar lugar a situaciones muy diversas que pueden reforzar y agrandar las líneas de desigualdad ya visibles en el mundo laboral actual. No es tanto una cuestión tecnológica como una cuestión de poder.
Sin duda hay otra dimensión del teletrabajo a tener en cuenta. Es su relación con el trabajo de cuidados, una actividad esencial que se desarrolla en gran parte en la esfera doméstica. La visión edulcorada de esta relación sugiere que trabajar en casa facilita la conciliación, pues permite organizar mejor los tiempos y ahorra el dedicado al desplazamiento. Lo primero depende crucialmente de cómo venga organizada la actividad telemática. Si deja libertad de organización o funciona con horarios impuestos, o aún peor, generan una continua injerencia empresarial en la vida doméstica. Depende una vez más de lo comentado anteriormente con respecto a la desigualdad de poder, al grado de autonomía. Siempre es sospechoso que se introduzca el argumento de la conciliación a la hora de potenciar un nuevo modelo organizativo, especialmente cuando se focaliza en las mujeres. Ha ocurrido algo parecido con el empleo a tiempo parcial; se justifica como una medida para la conciliación y se suelen pasar por alto dos cuestiones: que a menudo los horarios de los empleos a tiempo parcial chocan con las necesidades del ciclo familiar (por ejemplo, muchas actividades de limpieza que se realizan a primeras horas de la mañana o últimas de la tarde) y que la desigualdad de salarios realimenta las desigualdades de poder en la familia (y conducen a la pobreza cuando el empleo a tiempo parcial tiene lugar en una familia monomarental)7. El teletrabajo puede generar tantas posibilidades de conciliación como de disrupción de la vida familiar. Sin perder de vista que sugieren un mundo donde lo deseable es un modelo familiar como un espacio encerrado en sí mismo y desprecia la importancia que la interacción con otras personas tiene para la sociabilidad y la vida de mucha gente. La presentación en abstracto del tema olvida además algo que en la pandemia se ha hecho presente: el espacio y las características de los hogares son muy diferentes. Casi siempre en función de la renta y la riqueza familiar. Y no es lo mismo desarrollar esta actividad en un espacio aislado, confortable, que hacerlo en uno donde confluyen al mismo tiempo diversas personas o no existe un mínimo de comodidad. De hecho, una vez más la externalización hacia los hogares incluye, en una mayoría de casos, la omisión de las condiciones de vida las personas.
El teletrabajo puede generar tantas posibilidades de conciliación como de disrupción de la vida familiar (…) Hay además problemas añadidos. El más citado es el de la brecha digital, las desigualdades en equipamiento y conocimientos para interactuar con las plataformas
El considerar la relación entre teletrabajo y trabajo doméstico ayuda a entender una de las lógicas de la digitalización. Diversos enfoques críticos en ciencias sociales han mostrado que el funcionamiento de las empresas capitalistas se sustenta sobre otras realidades que se consideran dadas y que aportan unos recursos gratuitos sin los cuales es imposible que funcione la economía mercantil: en concreto la reproducción humana y la naturaleza. El análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo muestra que en este proceso juega un papel crucial el trabajo doméstico (y las provisiones públicas) gratuito realizado mayoritariamente por mujeres. El desplazamiento de actividades desde la esfera mercantil, retribuida, a la esfera de la reproducción y el trabajo no retribuido es una opción que ha funcionado en la dinámica capitalista. Lo explicaron los sociólogos J. Gershuny e I. Miles ilustrándolo en el paso del transporte público al coche privado8. La introducción de las plataformas digitales significa otra versión masiva de este proceso, algo que experimentamos a diario cuando realizamos gestiones con la administración pública, el sistema financiero y el comercio electrónico. La destrucción de empleo es a veces la contrapartida del aumento de tiempo libre dedicado a las gestiones. Hay además problemas añadidos. El más citado es el de la brecha digital, las desigualdades en equipamiento y conocimientos para interactuar con las plataformas. Hay posiblemente otro peor, el que yo llamaría «pared digital», la dificultad de interaccionar con las pantallas, el cierre de respuestas que son frecuentes en nuestras relaciones con algunas grandes empresas, con el sistema sanitario, con la administración. Una nueva fórmula de opacidad facilitada por la tecnología de la información.
En conjunto, podemos destacar que la digitalización, de las que teletrabajo y economía de plataformas son dos variantes entre otras, introduce soluciones tecnológicas a cuestiones que han estado presentes a lo largo de la historia del capitalismo. En particular la del control de la actividad laboral, la eficiencia de su desempeño. Por su versatilidad y por su capacidad de generar soluciones de control remoto y de tratamiento de inmensas masas de información representa de entrada una respuesta muy potente. Y al menos en teoría —ofrece la oportunidad a las empresas de externalizar muchas actividades— hacia los hogares, las subcontratas, los centros de producción lejanos, sin pérdida de control. Control sobre comportamientos humanos es ya en lo que se basan las grandes tecnológicas. No está claro sin embargo que el resultado vaya a ser tan lineal. Pueden aparecer problemas tanto internos a la propia tecnología (los malware, las caídas de red, los ciberataques…) como las reacciones sociales que pueden alimentar el desplazamiento de tantos costes sociales hacia las personas y la sociedad. Respuestas como las que se enfrentan ahora las plataformas de distribución. Hasta ahora la historia del capitalismo está llena de vaivenes entre los proyectos del capital y las reacciones sociales.
Pensar que el juego no está cerrado, que la propia tecnología está abierta a diferentes soluciones, no puede hacer olvidar sus peligros. Para mí el más obvio es que puede constituir un nuevo eslabón en la creación de desigualdades. Reforzando los procesos desarrollados a lo largo de todo el período neoliberal. Sobre todo porque, como ya he comentado, la misma tecnología puede aplicarse en contextos y modalidades muy diversas, como pone de manifiesto el ejemplo del teletrabajo: permitir una gestión autónoma o implicar un control cotidiano en el propio domicilio. Y ello no solo refuerza experiencias vitales diferenciadas, sino que, en la medida que la gente que ocupa estratos sociales superiores tiene mucha más presencia de voz en los medios, predomine la visión edulcorada del modelo y se acallen las voces críticas.
3. Las grandes novedades de la pandemia las acabamos de comentar. Pero el confinamiento ha hecho emerger otras cuestiones importantes que el discurso tecnológico esconde.
En cierta medida el confinamiento ha sido una especie de «experimento natural» que ha permitido detectar algunos aspectos profundos de nuestro modelo productivo y social. Al forzarnos a un encierro que dificultaba la realización de muchas actividades ha obligado a realizar una elección entre lo fundamental y lo supletorio. Especialmente porque el teletrabajo solo funciona para algún tipo de actividades. Es obvio que decir entre lo básico y lo secundario no es tarea sencilla, especialmente en una sociedad con una división del trabajo tan sofisticada como la nuestra y donde, además, la propia escala de necesidades está alterada por años de cultura consumista.
En todo caso creo que hay una lección importante. Cuando de lo que se trata es de proteger la salud y garantizar suministros básicos resulta obvio que los trabajos esenciales los conforman un conjunto muy variado de profesiones entre los que se encuentran tanto trabajadores habitualmente considerados muy cualificados como personal situado en el punto más bajo de la escala. Incluso en el subconjunto de la salud la garantía del buen servicio ha exigido la movilización de personal médico, de enfermería, auxiliares sanitarios, de limpieza y de cocina, de mantenimiento, informáticos y científicos. Cualquier vacío en una de estas tareas ponía en peligro al conjunto. Si ampliamos la mirada al conjunto de actividades esenciales aumenta aún más la importancia de los empleos de baja cualificación en actividades como la agricultura, la industria de bienes básicos, el transporte, el comercio detallista, los cuidados a personas mayores, la limpieza pública etc.
El confinamiento ha sido una especie de «experimento natural» que ha permitido detectar algunos aspectos profundos de nuestro modelo productivo y social. Al forzarnos a un encierro que dificultaba la realización de muchas actividades ha obligado a realizar una elección entre lo fundamental y lo supletorio
Hay varias cuestiones relevantes que destacar y que tienen una importancia vital para cualquier debate sobre la igualdad y la inclusión social. En primer lugar, destaca la importancia de la cooperación sobre la competencia. Una cooperación esencial en una organización social tan compleja y con una división del trabajo tan desarrollada. En segundo lugar, cuestiona uno de los grandes discursos del neoliberalismo, que ha calado hondo en la sociedad, el de la importancia del capital humano, entendido como educación formal y la jerarquía de profesiones en función de una pretendida productividad (que nadie sabe cómo medir adecuadamente). Si la sociedad depende de tareas tan diferentes, que requieren actitudes, experiencias, formaciones, hábitos específicos resulta discutible toda jerarquización estricta. Mi salud depende tanto de la pericia y el compromiso del personal sanitario como del esmero del personal de limpieza y mantenimiento. Y hablando en plata, ninguna limpiadora suele tener formación para ser médica, pero ningún médico suele tener el aprendizaje para ser un buen limpiador. Más que jerarquía lo que hay es complementariedad. Y la única forma de garantizar una sociedad decente es consiguiendo condiciones materiales y reconocimiento social para todo el mundo. Lo contrario de una sociedad donde muchas actividades esenciales están sujetas a la precariedad y al olvido. Una muestra de que ello es así es que cuando se empezaron a repartir las vacunas y se priorizaron grupos de riesgo nadie tuvo en cuenta, por ejemplo, al personal de supermercados que había estado expuesto a mucho contacto y que a su vez podía ser una fuente de contagios. Un responsable municipal me contó que cuando la administración autonómica definió las profesiones esenciales se olvidó del personal de asistencia domiciliaria, con una elevada exposición al contagio, y solo la presión de algún ayuntamiento permitió incluirlos en las primeras tandas.
Solo en los primeros días del confinamiento afloró esta evidencia, pero, como acabo de apuntar, cuando empezó la vacunación, los aplausos a las limpiadoras estaban olvidados. El olvido es comprensible en una sociedad donde domina una cultura de la excelencia, la competencia y un desprecio al trabajo manual. Pero debe constituir un foco de atención para cualquier intento de construcción de una cultura de la igualdad. De hecho, la experiencia del confinamiento también es significativa en cuanto muestra que en la satisfacción de las necesidades humanas hay una cierta jerarquía y algunas tareas son más prescindibles que otras. La distinción que a este respecto hace D. Graeber entre trabajos basura y trabajos de mierda resulta significativa9. Los primeros son a menudo trabajos esenciales realizados en condiciones indignas en lo que respecta a salarios, horarios, eventualidad, reconocimiento social, etc. Los segundos son trabajos cuyo valor social puede ser nulo, se explican por las a menudo irracionales lógicas organizativas de empresas y administraciones, pueden generar en quien los realiza sensación de inutilidad, aunque sus condiciones laborales sean buenas. Aunque el planteamiento suena drástico apunta a una cuestión relevante en dos sentidos. Primero que desde el punto de vista del bienestar social no todas las actividades tienen la misma importancia, algunas pueden generar un daño social o ser simplemente nulas. Segunda que las condiciones de empleo a menudo no se corresponden con el valor social de la tarea realizada, pues en la determinación de las primeras juegan complejos procesos sociales e institucionales que configuran una verdadera jerarquía de empleos.
4. Hasta este punto he tratado de situar cuestiones que afectan a lo que podríamos llamar una visión convencional de la actividad laboral. De la que participa el enfoque económico dominante y buena parte de los enfoques alternativos. Hace años sin embargo que este enfoque económico ha sido puesto en cuestión tanto por la economía feminista cómo por la economía ecológica. La economía convencional ha ignorado durante muchos años el papel que juega la naturaleza en la actividad económica. Hoy esta incomprensión ya ha mostrado su peligrosidad. Estamos iniciando lo que considero una crisis ecológica que no es otra cosa que confrontar la imposibilidad de mantener un flujo creciente de personas, producción y consumo en un planeta de dimensiones finitas y donde la propia supervivencia de la especie humana está condicionada al cumplimiento de una serie de equilibrios físico-químicos y biológicos específicos. La crisis tenía que ser en algún momento inevitable y ya empezamos a tener manifestaciones preocupantes. No es solo el cambio climático, por sí mismo muy grave, es también el agotamiento de recursos no reproducibles, la destrucción de biodiversidad, el agotamiento de suelos fértiles, el abastecimiento de agua10.
La respuesta optimista a este desafío apunta a la tecnología, fundamentalmente a la sustitución de las energías fósiles por renovables. Pero un número creciente de analistas destacan que no hay materiales ni posiblemente energía para realizar la enorme inversión requerida para tener éxito. Esta consideración afecta también a la cuestión de la digitalización, pues también esta requiere de un gran consumo energético y de muchos materiales que están dados en cantidades fijas. Y es bastante posible que el proceso de digitalización sufra problemas de suministro y encarecimiento que frenen su expansión.
Estamos iniciando lo que considero una crisis ecológica que no es otra cosa que confrontar la imposibilidad de mantener un flujo creciente de personas, producción y consumo en un planeta de dimensiones finitas
La crisis ecológica puede representar un grave trastorno social, pues altera dramáticamente la trayectoria de la actividad económica convencional y los hábitos de vida y consumo de grandes grupos de población. La pandemia de la covid ya nos ha dado pistas de ello: desde la crisis de las áreas especializadas en actividades turísticas hasta los comportamientos negacionistas de parte de la población o la proliferación de enfermedades mentales.
Y la crisis ecológica interpela también al significado del trabajo. Es patente por ejemplo que una parte importante del espectacular aumento de la productividad en los últimos dos siglos ha sido el resultado de emplear dosis masivas de energía fósil de forma directa o indirecta. O que la enorme complejidad de las sociedades desarrolladas exige un enorme consumo de energía y materiales que, quizás, no será posible mantener. El pensamiento económico actual, incluso mucho del alternativo, defiende la creación de empleo como eje fundamental de la política económica. De hecho, el empleo es la forma como la mayoría de la población accede a recursos monetarios básicos y a un cierto reconocimiento social. En todo caso se discuten las condiciones de este empleo, pero casi nunca ni su relevancia social ni su aportación efectiva al bienestar. Muchos empleos simplemente están diseñados para proteger intereses minoritarios. Considerar el aumento del trabajo como un objetivo social siempre me ha parecido erróneo. El trabajo es precisamente la parte de actividad que tenemos que realizar para obtener un determinado nivel de bienestar, es el «coste», no el producto. En la mayoría de las sociedades de clases que han existido, la mayor carga de trabajo queda para las clases inferiores, mientras las élites se dedican a actividades «superiores». Basta con averiguar cómo vivían las élites romanas o leer cualquiera de las informativas novelas de Jane Austen sobre las clases pudientes en el siglo XVIII. En el capitalismo esto es menos evidente porque una parte de estas élites tienen una participación activa en las empresas, pero en lo sustancial los trabajos más duros, básicos y repetitivos siguen realizados por la base social. Incluyendo el trabajo doméstico desempeñado fundamentalmente por mujeres.
A una economía con menos disponibilidad de energía y materiales se le presenta un dilema social. O evolucionar en la dirección de las viejas sociedades de clase, reforzando la presión sobre los desfavorecidos, forzándoles a trabajar duro a cambio de muy poco. O adoptando una vía igualitaria que pasa por racionalizar las actividades y repartir el trabajo. Es obvio que un planteamiento de este tipo no supone ni liquidar la división del trabajo, ni despreciar la importancia de la actividad científica y tecnológica. Pero sí pasa por un reequilibrio en la distribución del producto social, de la carga de trabajo y del reconocimiento social. El peligro que la crisis ecológica derive en crisis social, en el recrudecimiento de desigualdades e injusticias, es elevado. Algo de ello se puede intuir de algunos de las respuestas que han aflorado a lo largo de la pandemia. Por esto es más urgente repensar la actividad laboral en una dirección que posibilite una salida igualitaria, humana, a la crisis.
El peligro que la crisis ecológica derive en crisis social, en el recrudecimiento de desigualdades e injusticias, es elevado (…) Es más urgente repensar la actividad laboral en una dirección que posibilite una salida igualitaria, humana, a la crisis
En esta dirección es más que dudoso que la producción altamente mecanizada de lo digital pueda mantenerse. Requiere un consumo de energía y materiales que difícilmente será posible alcanzar. Es bastante probable que muchas actividades manuales vuelvan a reaparecer de algún modo. Y por esto es preciso pensar que alternativas podemos adoptar para mantener lo mejor de la experiencia pasada y eludir el clima de enorme injusticia en el que ya viven millones de personas en todo el mundo.
Repensar la sociedad a la vista de la crisis ecológica supone también repensar el trabajo, esta actividad que realizamos tanto en espacios formales como en los hogares, o en esto que se llama voluntariado o participación social.
5. La pandemia ha desvelado muchas cosas sobre el funcionamiento social. Algunas referentes al trabajo. Situaciones que ya estaban presentes y que, en algunos casos, como el teletrabajo, se han visto incrementadas.
Lo que ahora vemos es el resultado de una larga mutación de la actividad laboral activada especialmente a partir del triunfo del neoliberalismo. Una transformación en la que han jugado un gran papel los cambios en las legislaciones y políticas laborales por un lado y las transformaciones en la organización de las empresas y el proceso productivo. En estos cambios la tecnología ha jugado un papel favorecedor, sobre todo al posibilitar nuevas formas de control sobre el trabajo y los flujos productivos sin los cuales no hubiera sido posible desarrollar los procesos de externalización y deslocalización que constituyen el núcleo esencial de estos cambios. Su aceptación social ha necesitado de un amplio —despliegue propagandístico— ideológico desarrollado tanto en el mundo académico, en los think tanks, en los medios de comunicación y en las grandes instituciones internacionales. Un discurso que ha combinado una devaluación de las actividades manuales del papel de la cooperación y la acción colectiva y a sobrevalorar el de la educación formal y las carreras competitivas11. El resultado visible se puede detectar tanto en aspectos objetivos — caída de la participación de los salarios en la renta nacional, precarización, inseguridad económica etc. —, como subjetivos— pérdida del sentido de clase, de lo colectivo.
A este proceso han contribuido además, dos transformaciones profundas. Una es la eclosión del feminismo y de la crisis del modelo familiar tradicional que ha servido para poner de manifiesto desigualdades estructurales basadas en el género, dentro y fuera del mercado, así como situar la importancia de las tareas dedicadas a la reproducción social a los cuidados que significan una aportación crucial a la hora de reformular el tema del trabajo y de repensar la organización social. De otro los nuevos procesos migratorios norte-sur que en parte han sido utilizados para reforzar la degradación de las condiciones laborales, pero que por otra ponen a las sociedades ricas ante el espejo de su pasado colonial y racista y plantean la necesidad de reconstruir una visión más universalista de lo humano, más respetuosa con la diferencia. Pero, al menos a corto plazo, forman parte del tablero en el que se inserta la desigualdad y la fragmentación.
La crisis ecológica pone en cuestión buena parte de las bases de la economía mundial. Puede generar un colapso civilizatorio de dramáticas consecuencias. Pero puede ser también una posibilidad de reconstrucción social, de replantear la actividad laboral en términos igualitarios, cooperativos
La experiencia de la covid ha reforzado estas desigualdades. Incluso la introducción de medidas de protección social, como los ERTE, no han llegado al segmento más precario de los asalariados. Especialmente ha mostrado la insoportable situación de buena parte de la población inmigrada a causa de las injustas políticas migratorias. De la misma forma que la extensión del teletrabajo ha tenido un ejemplo protector de la salud de aquellos que podían realizarlo (mayoritariamente personal de actividades administrativas y simbólicas), mientras este recurso no era viable para el grueso de actividades manuales que garantizaban suministros y servicios básicos.Y la propia experiencia del teletrabajo era bastante diferente en función del estatus, del modelo organizativo aplicado por las empresas y de las condiciones materiales del hogar. Por esto resulta necesario pensar el impacto de los cambios tecnológicos sobre un modelo laboral fragmentado y desigual y detectar qué grupos sociales y qué procesos sociales pueden resultar gravemente afectados.
La crisis ecológica pone en cuestión buena parte de las bases de la economía mundial. Puede generar un colapso civilizatorio de dramáticas consecuencias. Pero puede ser también una posibilidad de reconstrucción social, de replantear la actividad laboral en términos igualitarios, cooperativos. De ofrecer a cada persona condiciones materiales y sociales que les garanticen bienestar, cultura y participación social. De construir una humanidad solidaria como la que aletea en lo mejor del pensamiento utópico y a la que apunta un texto como Fratelli tutti.
[Este artículo fue publicado en Corintios XIII, n. 180 en 2021. Agradecemos al autor
y a la revista publicada por Cáritas Española el permiso para reproducirla aquí]
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Albert Recio. Doctor en Economía y profesor honorífico de la UAB, miembro del equipo editorial de Revista de Economía Crítica y la Revista Mientras Tanto; comprometido en actividades y movimientos sociales. Entre sus textos publicados destacamos: Trabajo, personas, mercados: manual de economía laboral (Fuhem,1997); Capitalismo y formas de contratación laboral (Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1988).
.NOTAS
1.- Albert Recio (1988): Capitalismo y formas de contratación laboral, Madrid, Ministerio de Trabajo. [^]
2.- Edward P. Thompson, (1967): «Time, Work-Discipline and Industrial Capitalism», Past and Present, 38; Stephen Marglin (1974: «What do bosses do?», Review of Radical Political Economy, 6. [^]
3.- Hay un amplio debate sobre la cuestión generado por la obra seminal de Harry Braverman (1974): Labour and Monopoly Capital, New York, Monthly Review Press. [^]
4.- Suzanne ZuBoff (2021): La era del capitalismo de la vigilancia, Barcelona,Paidós. [^]
5.- Gerhard Bosch y Peter Philips (2003): Building Chaos. An international comparision of deregulation in construction industry,London, Routledge. [^]
6.- Una revisión de la literatura sobre la cuestión Rosemary Batty Eileen Appelbaum (2017): «The networked organisation: implications for Jobs and inequality», en Damian Grishawet al. (edit) (2017): Making work more equal. A new labour market segmentation approach, Manchester, Manchester University Press. [^]
7.- Cristina Carrasco et al. (2003): Tiempo, trabajo y flexibilidad. Una cuestión de género. Madrid, Instituto de la Mujer. Albert Recio, Sara moreno y Alejandro Godino (2015): «Out of sight. Dimensions of working-time in gendered occupations» en Ursula Holtgrewe et al. (edit): Hard work in new jobs. Basingstoke, Palgrave. [^]
8.- Jonathan Gershuny, Ian Miles (1983): The new service economy, London, F. Pinter. [^]
9.- David Graeber (2018): Trabajos de mierda: Una teoría, Barcelona, Ariel. [^]
10.- Un buen resumen de la cuestión en Pablo Servigne y Raphaël Stevens (2020): Colapsologia, Barcelona, Arpa editores. [^]
11.- Owen Jones (2011): Chav: la demonización de la clase obrera, Madrid, Capitán Swing. [^]