Por WILLIAM E. B. DU BOIS
El problema de los negros americanos es la cuestión del estatus futuro de diez millones de americanos de descendencia negra. Es necesario recordar que esas personas son americanas por nacimiento y descendencia. Representan, en su mayor parte, cuatro o cinco generaciones de americanos de nacimiento, y en ese aspecto constituyen uno de los grupos más numerosos de americanos residentes en el territorio. Por lo demás, los negros no son bárbaros. Son, vistos en conjunto, pobres e ignorantes; pero están creciendo rápidamente tanto en riqueza como en inteligencia, y un número cada vez mayor de ellos demanda los derechos y los privilegios de los ciudadanos americanos como una cuestión que sin duda les es debida.
Hoy esos derechos les son negados en gran medida. A fin de comprender mejor las desigualdades que padecen los negros y que no están relacionadas con su nivel educativo, su riqueza, o la cantidad de sangre blanca que corre por sus venas, podemos dividir los Estados Unidos en tres áreas diferenciadas: (a) el Sur sureño, que agrupa al 75% de los negros; (b) los estados limítrofes, que suman un 15% de los negros; (c) el Norte y el Oeste, donde reside el 10% de los negros.
En el Sur sureño, por ley o por costumbre, los negros:
- No pueden votar, o bien sus votos son invalidados por fraude.
- Por lo general, se ven obligados a vivir en los distritos menos apetecibles.
- Reciben salarios muy bajos.
- Se ven, por lo general, reducidos a empleos subalternos o a los escalones más bajos del trabajo especializado, y no pueden esperar ningún trato preferente ni promoción.
- No pueden casarse legalmente con personas blancas.
- No pueden unirse a iglesias blancas, ni asistir a escuelas blancas, ni inscribirse en organizaciones culturales blancas.
- No pueden ser admitidos en hoteles, ni en restaurantes, ni en ningún lugar de ocio público.
- Se les administra un patrón de justicia diferente en los tribunales, y son objeto predeterminado de violencias tumultuarias.
- Están segregados hasta donde es posible en toda clase de transportes públicos ─en las estaciones de ferrocarril, los trenes, los autobuses, los ascensores, etc.─, y es habitual que deban pagar el mismo precio que los blancos por un acomodo inferior.
- Carecen con frecuencia de capacidad para proteger sus hogares de la invasión, a sus mujeres de los insultos, y sus salarios de la explotación.
- Pagan impuestos por servicios públicos, como parques y bibliotecas, en los que no se les permite entrar.
- Reciben servicios educativos de calidad inferior, y en ocasiones, ninguno en absoluto.
- Están expuestos a insultos personales, a menos que su actitud sea de servilismo o subordinación, o muestren deferencia a las personas blancas cediéndoles la preferencia en la calle, etc.
Respecto de estas desigualdades, se dan excepciones personales y locales. En las ciudades, por ejemplo, crecen las posibilidades de defender el hogar, alcanzar una educación y conseguir una remuneración algo mejor por su trabajo; y la violencia tumultuaria es menos frecuente. También se dan algunas excepciones de orden personal: personas que les ayudan y son corteses con ellos, casos de justicia en los tribunales, buenas escuelas. Se trata, sin embargo, de excepciones, y, como regla general, todos los negros, no importa cuáles sean su nivel educacional, sus posesiones materiales, o sus méritos, están sometidos a las desigualdades mencionadas. Dentro de los límites de estas restricciones de casta puede encontrarse mucha buena voluntad y amabilidad entre las razas, y en particular mucha caridad y apoyo personal.
El 15% de la población negra que vive en los estados limítrofes sufre unas restricciones algo menores. Poseen en cierta medida el derecho de voto, están en mejor situación para defender sus hogares, y sufren menos discriminaciones en contra en la distribución de fondos públicos. En las ciudades, sus escuelas son mucho mejores, y los insultos públicos son menos patentes.
En el Norte, el 10% de la población negra restante no tiene ninguna discriminación en contra y puede asistir a escuelas e iglesias y votar sin restricciones. En la práctica, sin embargo, en muchas comunidades se les hace sentir que son indeseables. O bien se les niega la admisión en hoteles, restaurantes y teatros, o son recibidos a regañadientes. En las iglesias y organizaciones culturales en general, se les trata de tal forma que son muy pocos los que asisten. El matrimonio con blancos provoca ostracismo y rechazo público, y en los tribunales los negros son humillados con frecuencia. El trabajo manual y los servicios básicos están abiertos a ellos, pero por encima de ese nivel tienen muy difícil el acceso al trabajo especializado y a las profesiones (salvo para un público limitado a su propia raza), y existe mucha discriminación salarial. La violencia tumultuaria contra ellos no ha sido infrecuente en los últimos años.
El 15% de la población negra que vive en los estados limítrofes sufre unas restricciones algo menores. Poseen en cierta medida el derecho de voto, están en mejor situación para defender sus hogares, y sufren menos discriminaciones en contra en la distribución de fondos públicos. En las ciudades, sus escuelas son mucho mejores, y los insultos públicos son menos patentes
También aquí se dan muchas excepciones ─preferencias concretas, tanto en el mundo industrial como en el político─; y siempre aparece alguna, aunque escasa, interacción social. En conjunto, sin embargo, el negro en el Norte es una persona marginada que tiene serias dificultades para llevar una buena vida o administrar sus ingresos de acuerdo con sus preferencias reales.
Bajo tales circunstancias ha ido creciendo en América un mundo negro que tiene una vida económica y social propia, sus iglesias, sus escuelas y sus periódicos; su literatura, opinión pública, e ideales. Esa vida es en buena medida inadvertida y desconocida incluso en América, y los visitantes de otros países apenas la perciben.
En el pasado, el americano medio al menos pretendía excusar la discriminación hacia los negros sobre la base de su ignorancia, su pobreza y su tendencia al crimen y a una vida insana. Aunque si se les considera en conjunto son todavía pobres e iletrados, todos admiten hoy que los negros están desarrollando rápidamente un grupo social cada vez más amplio de ciudadanos de descendencia negra, inteligentes y propietarios de bienes económicos; a pesar de todo ello, siguen fijándose más y más limitaciones raciales que implican un trato incivil a personas civilizadas. Es más, el nudo del problema hoy no es simplemente una cuestión de selectividad social. Durante muchas generaciones aún, los negros americanos carecerán del entorno y la cultura exigibles como condición para una interrelación humana realmente satisfactoria. Pero en América la discriminación contra los negros va incluso más allá, hasta el extremo de la humillación pública, la discapacidad civil, la injusticia en los tribunales, y las restricciones económicas.
Ha ido creciendo en América un mundo negro que tiene una vida económica y social propia, sus iglesias, sus escuelas y sus periódicos; su literatura, opinión pública, e ideales. Esa vida es en buena medida inadvertida y desconocida incluso en América, y los visitantes de otros países apenas la perciben
El argumento de quienes apoyan esta discriminación se basa sobre todo en la raza. Alegan que las características inherentes a la raza negra muestran su inferioridad esencial y la imposibilidad de incorporar a sus descendientes a la nación americana. Admiten que hay excepciones a la regla de la inferioridad, pero alegan que estas no hacen sino confirmar la regla general. Dicen que una amalgama de las razas sería fatal para la civilización, y abogan en consecuencia por un sistema estricto de castas para los negros, segregándolos en lo que se refiere al empleo y los privilegios, y en alguna medida también a la vivienda, con la finalidad de que (a) asuman de forma permanente una posición inferior, o (b) mueran, o (c) emigren.
Es una filosofía que combaten con vigor los pensadores negros y buen número de sus amigos blancos. Estos aseguran que las diferencias raciales entre blancos y negros en los Estados Unidos no suponen ninguna barrera esencial para que las razas vivan juntas en condiciones de mutuo respeto y de cooperación. Niegan, por una parte, que la amplia amalgama de las razas ya realizada haya producido personas degeneradas, a pesar del carácter infeliz de esas uniones; por otra parte, niegan cualquier deseo de perder la identidad de una y otra raza a través de los matrimonios cruzados. Argumentan que sería posible que una persona negra civilizada fuera tratada como un ciudadano americano sin perjuicio para la república, y que el mundo moderno debe aprender a tratar a las razas de color como iguales, si quiere progresar.
Argumentan que la raza negra en América ha demostrado sobradamente su capacidad para asimilar la cultura moderna.
La sangre negra ha aportado miles de soldados para defender la bandera en todas las guerras en las que los Estados Unidos se han visto envueltos. Son una parte muy importante de la potencia económica de la nación, y han proporcionado muchas personas capaces en la política, la literatura y las artes, como, por ejemplo, Banneker el matemático; Phillis Wheatley, la poeta; Lemuel Haynes, el teólogo; Ira Aldridge, el actor; Frederick Douglass, el orador; H. O. Tanner, el artista; B. T. Washington, el educador; Granville Woods, el inventor; Kelly Miller, el escritor; Rosamond Johnson y Will Cook, los compositores musicales; Dunbar, el poeta; y Chesnutt, el novelista. Muchos otros americanos, cuya sangre negra no ha sido publicitada de forma abierta, han alcanzado altas distinciones. Los negros alegan, en consecuencia, que una discriminación que estuvo basada originalmente en determinadas condiciones sociales, se está convirtiendo rápidamente en una persecución basada simplemente en el prejuicio racial; y que ninguna república edificada sobre un sistema de castas puede sobrevivir.
La sangre negra ha aportado miles de soldados para defender la bandera en todas las guerras en las que los Estados Unidos se han visto envueltos. Son una parte muy importante de la potencia económica de la nación, y han proporcionado muchas personas capaces en la política, la literatura y las artes
Ante la confrontación de dos argumentaciones tan diametralmente opuestas, era natural que aparecieran posiciones intermedias de compromiso, y también era natural que una nación cuyos éxitos económicos han sido tan espectaculares como los de los Estados Unidos, buscara una solución de naturaleza económica a la cuestión racial. Cada vez con más fuerza en los últimos veinte años, la solución de las élites económicas al problema racial ha consistido en el desarrollo de los recursos del Sur. Coincidiendo con el auge de esta política, creció la influencia de B. T. Washington. El señor Washington estaba convencido de que el prejuicio racial en América era tan fuerte, y la posición económica de los hijos de los libertos tan débil, que los negros debían renunciar, o bien posponer, a sus ambiciones de una ciudadanía plena, y enfocar todas sus energías a la eficiencia industrial y a la acumulación de riqueza. La idea del señor Washington era que eventualmente, cuando los hombres de piel oscura estuvieran plenamente establecidos en la industria y acumularan riquezas considerables, estarían en condiciones de exigir más derechos y privilegios. Esta filosofía se hizo muy popular en los Estados Unidos, tanto entre los blancos como entre los negros.
El Sur blanco se apresuró a respaldar dicha filosofía.
Se creyó que esta solución dejaría a los negros fuera de la política, tendería a frenar la agitación, convertiría al negro un trabajador satisfecho, y eventualmente le convencería de que nunca podría ser reconocido como igual al hombre blanco. El Norte empezó a aportar grandes sumas para el aprendizaje industrial, con la esperanza de librarse de esta manera de un serio problema social.
Desde el comienzo de aquella campaña, sin embargo, un gran colectivo de negros y muchos blancos han acumulado razones para desconfiar de un programa así.
No solo lo ven como un programa que implica un compromiso peligroso, sino que insisten en que dejar de combatir el error esencial del prejuicio racial, precisamente en este momento, significa estimularlo.
Ha sido precisamente eso lo que ha ocurrido. El programa del señor Washington fue anunciado en la Exposición de Atlanta de 1895. Desde entonces cuatro estados han revertido la manumisión de sus negros, docenas de pueblos y ciudades han separado las razas en los transportes públicos, 1.250 personas negras han sido linchadas públicamente sin juicio, y se han producido disturbios raciales graves en casi todos los estados sureños y en varios estados del Norte, la educación de escuela pública para los negros ha sufrido un bajón, y muchas escuelas privadas se han visto obligadas a restringir drásticamente la admisión de escolares negros, o a cerrar. En conjunto, los prejuicios raciales han crecido enormemente, en los últimos quince años.
Todo ello ha coincidido con un rápido y sustancial avance de la población negra en riqueza, educación y moralidad, y los dos movimientos, el prejuicio racial y el progreso de los negros, han llevado a una situación anómala y desafortunada.
Algunas personas, blancas y de color, intentan minimizar e ignorar el prejuicio flagrante arraigado en el país, y enfatizan muchos actos amistosos por parte del Sur blanco, y el progreso general de los negros. Otras, por el contario, señalan que el silencio y los paños calientes no van a solucionar este peligroso problema social, y que serán la protesta colectiva y la publicación de toda la verdad el único medio adecuado para concienciar a la nación del gran peligro en el que está inmersa.
Es más, muchos pensadores sensatos insisten en que, en las actuales circunstancias, la solución de los «hombres de negocios» al problema racial agravará el problema: si los negros se convierten en trabajadores buenos y baratos, que garantizan que no harán huelgas ni se quejarán, activarán todos los prejuicios latentes de los trabajadores blancos, cuando vean que bajan sus propios salarios. Si, por otra parte, los negros han de ser educados realmente como personas, y no como «brazos», necesitarán, en tanto que raza, no solo aprendizaje industrial, sino además una provisión abundante de líderes intelectuales y profesionales bien educados, al tratarse de un grupo privado en buena medida de todo contacto con los líderes culturales de los blancos.
Más aún, el pensamiento más avanzado de la nación va reconociendo poco a poco el hecho de que intentar educar a un trabajador manual, en lugar de educar a un hombre, resulta imposible. Si los Estados Unidos quieren tener trabajadores negros inteligentes, deben estar dispuestos a tratarles como hombres inteligentes.
Esta toma de posición de muchos hombres inteligentes, blancos y negros, en contra de la solución puramente económica del problema racial, ha chocado con influencias poderosas, tanto en el Norte como en el Sur. El Sur la describe como un sectarismo malicioso, y el Norte la califica de ataque personal y de envidia del señor Washington. Toda esa presión política ha generado algunos efectos, en la forma de una generación de líderes políticos de color que no reclaman los derechos de los negros. De forma simultánea, ha nacido una cadena de periódicos negros dirigida a consolidar la filosofía dominante.
Muchos pensadores sensatos insisten en que, en las actuales circunstancias, la solución de los «hombres de negocios» al problema racial agravará el problema: si los negros se convierten en trabajadores buenos y baratos, que garantizan que no harán huelgas ni se quejarán, activarán todos los prejuicios latentes de los trabajadores blancos, cuando vean que bajan sus propios salarios
A pesar de ese esfuerzo bien intencionado para rebajar la agitación sobre la cuestión negra y apaciguar a la población de color, el problema se ha hecho aún más grave. El resultado son los actuales disturbios, y una insatisfacción generalizada. Los americanos honestos saben que las condiciones actuales son malas y no pueden durar; pero se enfrentan, por una parte, al aparentemente implacable prejuicio del Sur, y, por otra parte, al auge indudable del desafío negro opuesto a ese prejuicio.
El intento de reconciliar las dos fuerzas está resultando cada vez más inútil, y la nación deberá simplemente responder a la siguiente pregunta: ¿estamos dispuestos a hacer justicia a la raza oscura, a pesar de nuestros prejuicios? Han aflorado aquí y allá sugerencias radicales de una segregación o deportación masiva de la raza; pero el costo en tiempo, esfuerzos, dinero, y desarreglos en la economía, resulta demasiado abrumador para permitir una consideración seria.
El Sur, con todos sus prejuicios raciales, se opondría, antes que perder su gran mano de obra negra; y en todas las facetas de la vida de la nación, los negros se van abriendo camino poco a poco. Hay algunas señales de que los prejuicios del Sur no son inamovibles, y de tanto en tanto se oyen allí voces de protesta y aparecen signos de pensamiento liberal. El actual problema negro de América consiste en si los negros alcanzarán un reconocimiento pleno como personas, o se verán definitivamente aplastados por los prejuicios y por el número superior de sus oponentes.
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William Edward Burghardt Du Bois (1869-1963). Fue un sociólogo, historiador, activista por los derechos civiles, panafricanista, autor y editor estadounidense. Cofundador en 1909 de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), es considerado uno de los primeros y principales pensadores sobre «la cuestión negra» en los EE.UU. además de militante comprometido con la cusa de los derechos civiles.
Este texto forma parte de la ponencia que Du Bois presentó en la Conferencia celebrada en Londres, del 26 al 29 de julio de 1911, sobre las relaciones generales existentes entre el Occidente y el Oriente. Traducción de Paco Rodríguez de Lecea.