Por JULIÁN SÁNCHEZ-VIZCAÍNO
El oficio de resistir. Miradas de la izquierda en Andalucía en los años sesenta, de Javier Aristu (Editorial Comaresd 2017)
Se dice que los verdaderos protagonistas de la historia son sus personajes secundarios. Otorgar la relevancia que merecen algunos de ellos es el hilo conductor aparente de “El oficio de resistir” y la primera intención que el lector aventura al consultar el índice de la obra. Pero este libro de Javier Aristu, que con éxito más que notable está enfrentando el escrutinio de su presentación en muchas ciudades de Andalucía, empezando por la suya, Sevilla, así como Madrid y Barcelona, es mucho más que eso.
Con “El oficio de resistir” Javier Aristu se ha propuesto la tarea de reconstruir las raíces de la resistencia al franquismo en Andalucía y más allá, desde una perspectiva muy particular y atrayente, rigurosa y entretenida, que desde luego no resulta encajable en cualquier etiqueta.
Porque no encontraríamos la forma de clasificar esta obra siguiendo los criterios una teoría general.
Si se nos presenta inicialmente como un recopilatorio de recuerdos y experiencias en un momento muy determinado de la vida del autor, que coincide con unos años no menos importantes de la historia de nuestro país, muy pronto el lector se da cuenta de que no transita por un libro de historia, aunque lo sea, ni de memorias, que también lo es, ni por las biografías muy personales de los protagonistas del libro, por muy significativa que sea la narración de sus vivencias. Ni siquiera sería, a juicio del que esto escribe, la puesta de todas esas vidas y posiciones políticas en el trasfondo social, económico y político de la realidad andaluza y española de aquellos años, con un destacado interés por la emigración andaluza, lo que define este texto.
Javier Aristu hace todo eso y el resultado es un combinado de géneros en el que la narrativa también proyecta una parte del estilo expresivo del libro. La condición de profesor de literatura está presente y se nota.
Dicho lo cual, el Oficio de resistir habla de la realidad andaluza de los años sesenta, a través de la mirada y la experiencia de varios luchadores, hoy poco conocidos a pesar de que tuvieron un papel clave en la lucha contra el franquismo, tanto en la clandestinidad del PCE como en las fábricas y en el movimiento de las CCOO. Ahí están nombres como los de Eduardo Saborido, Ernesto Caballero o Fernando Soto. En la evolución posterior de cada uno de ellos se encarnan las ilusiones perdidas, los proyectos personales convertidos en compromisos quebrados y, en todo caso, su condición de metáforas de unas utopías bajadas al terreno del pragmatismo y la transición con desigual desembocadura.
Aparecen, a través del viaje en sentido inverso que recorren Alfonso Carlos Comín desde Cataluña hacia el Sur, para estudiar y entender su realidad social, y los emigrantes andaluces hacia la Barcelona industrial, para conseguir trabajo, las contradicciones y el sentido de convergencia que implicaba la imbricación entre los territorios a través de las clases trabajadoras, en los años del llamado desarrollismo español, con el destacado papel que estas tuvieron en la configuración mestiza de la CONC y el PSUC, como nos recuerdan nombres como los de Ángel Rozas o José Luis López Bulla.
Además, la incorporación al relato de figuras como Clavero Arévalo o García Añoveros, en la perspectiva del andalucismo de una parte democrática de las élites andaluzas, situada extramuros de la izquierda resistente, nos aporta la aproximación que este sector de la sociedad se proponía entonces y las raíces de lo que más tarde sería el acceso a la autonomía andaluza, también como una de las causas de la crisis de la UCD y, por lo tanto, de un factor determinante en la evolución de la transición española.
Se habla también de la fosilizada universidad de aquella época, desde la mirada de quienes recibieron la docencia de profesores que en poco ayudaron, más bien todo lo contrario, a la activación de una actitud crítica y combativa hacia el régimen, y del papel de los estudiantes. Entre estos, uno en especial, cuyo perfil como personaje ofrece valiosas claves para comprender lo que ha sido el PSOE no solo en Andalucía, sino en toda España, el tipo de partido que allí resurge, como base de la hegemonía de la que durante tanto tiempo ha gozado en nuestro país y en la izquierda. La inserción de José Rodríguez de la Borbolla en el cuadro de personajes de “El oficio de resistir” es una nueva revelación, que contrasta con la atención generalmente dedicada a nombres como los de Felipe González o Alfonso Guerra.
En cualquier caso, junto a todo lo que he aprendido con este libro, y que lo hace a mi modo de ver más que recomendable, he de subrayar una orientación de fondo que recorre sus páginas y que Luis García Montero recordaba igualmente hace poco. Y es que frente a las crisis del PCE personas que habían sufrido cárcel o tortura reaccionaron de forma muy diversa. Javier, como Luis, no contemplan que las diferentes decisiones de aquellos, ya en época de libertad, pudieran deberse a la traición o la frivolidad, y se inclinan por el respeto y la empatía hacia quienes arriesgaron tanto por la libertad.
Y esa es la herencia que les proponen a las jóvenes generaciones que hoy aspiran a un futuro más justo y luchan por él.