Por CHRISTOS ZOGRAFOS
Kristin Ross, Communal Luxury. The Political Imaginary of the Paris Commune. Londres y Nueva York, Verso, 2015. [existe una traducción española: Lujo Comunal. El imaginario político de la Comuna de París. Madrid, Akal, 2017. Traducción de Juanmari Madariaga]
Žižek: Creo que el sueño más peligroso de la izquierda fue precisamente la idea de promover algún tipo de democracia directa inmediata, autotransparente [sic], en la que por fin la gente pudiera librarse de todas las formas de alienación etc., y autoorganizarse directamente por sí misma. ¡Decidme un ejemplo, uno solo, donde haya funcionado! Durante más de dos, tres meses. Una voz en el auditorio: La Comuna de París.
Žižek: ¡Sí! ¡Durante dos meses! ¡Sí! ¡Durante dos meses! ¡Sí! No quiero eso, ¡lo quiero a él [señala a Alexis Tsipras, sentado a su lado] en el poder, perdonadme, para toda la vida! […] Quiero que la izquierda ofrezca una alternativa viable para el día a día, cuando el entusiasmo se apaga. Quiero una izquierda capaz de cambiar las cosas en el nivel más común de la vida cotidiana. […] Quiero un poder anónimo que de una forma relativamente eficiente, no corrupta, cumpla su tarea de tal modo que yo pueda cumplir con mi loca filosofía…
En esta cita de Slavoj Žižek, tomada de una mesa redonda del Festival Subversivo de 2013 sobre “El papel de la Izquierda europea” en Zagreb, Croacia, resuena la interpretación soviética de la Comuna de París de 1871, la de un intento popular de lucha de clases beneficioso, pero fallido. El libro de Kristin Ross Communal Luxury (Lujo comunal), de 2015, va más allá, tanto de esa interpretación como de la oficial de la Francia liberal, según la cual la Comuna fue el último espasmo en el siglo XIX de una secuencia radical heroica del liberalismo francés, que habría actuado como correctivo del giro autoritario de la política del Segundo Imperio, con el fin de “salvar la República” (37). Por el contrario, ella señala el valor de la Comuna como un proyecto efectivo de transformación social radical.
Ross cree que, si empiezas por el Estado, acabarás por (y hablando de) el Estado. La mayor parte de los trabajos sobre la Comuna arrancan su historia de la exitosa resistencia popular al intento del ejército francés de retirar unos 170 cañones de Montmartre, el 18 de marzo de 1871. En cambio, ella inicia su historia en la atmósfera brumosa, brechtiana, de las reuniones y los clubs populares que proliferaban en París en las postrimerías del Imperio. Al contrario que los influyentes cronistas de la Comuna (como Lissagaray), que calificaron esas reuniones de “madrigueras de sedicentes jacobinos… [donde]… se hablaba mucho y se hacía poco” (13), Ross insiste en el valor de esos preámbulos de la Comuna como genuinas “escuelas para el pueblo” (17). Clubs y asambleas combinaban pedagogía y entretenimiento, y disolvían las divergencias entre facciones de la izquierda, posibilitando solidaridades, alianzas y un proyecto compartido, que ayudaba a los oyentes a desgajarse por sí mismos del cuerpo político nacional y actuaba como un proceso de formación de sujetos políticos en la perspectiva de la Comuna.
Ross muestra cómo la Comuna estableció una serie de inversiones y conexiones diarias mediante prácticas de organización, por ejemplo, del arte y la educación, lo que permitió una reflexión conjunta sobre dominios que la burguesía se esforzaba en mantener separados
Pero tal vez el logro más inmediato de la Comuna haya sido su propia “existencia fáctica” – una evaluación de Marx adoptada por Ross –, que demostró en la práctica que existen mundos posibles fuera del capitalismo y del autoritarismo. Ross muestra cómo la Comuna estableció una serie de inversiones y conexiones diarias mediante prácticas de organización, por ejemplo, del arte y la educación, lo que permitió una reflexión conjunta sobre dominios que la burguesía se esforzaba en mantener separados. Esas prácticas se basaban en el principio de que la capacidad de aprender y la capacidad de crear no son un dominio exclusivo de algunos individuos privilegiados (los más listos, talentosos, ricos, bien conectados, etc.), algo dado por supuesto en las escuelas profesionales creadas para adiestrar a individuos en habilidades tanto intelectuales como manuales. Los proyectos educacionales communards buscaban superar las separaciones establecidas entre mente y cuerpo, que generaban de un lado legiones de trabajadores manuales precarios, y de otro, círculos cerrados de intelectuales privilegiados. De forma similar, mediante el Manifiesto para una Federación de Artistas, los communards se propusieron, no solo luchar contra el control del arte por parte de expertos, administradores de museos, etc., y establecer estructuras cooperativas de gestión del arte, sino además diluir las separaciones entre el trabajo manual y el trabajo artístico creativo, y asentar la capacidad de crear y disfrutar el arte como una tarea comunal y no privada; establecer el arte como un “Lujo Comunal”.
La investigación de Ross es valiosa también porque busca exponer el pensamiento, muy superficialmente estudiado hasta ahora, generado por la Comuna, investigando cómo pensaban y hablaban los communards acerca de lo que estaban haciendo. En este aspecto, recurre a la noción de Henri Lefebvre de “la dialéctica de lo vivido y lo concebido” para argumentar que las ideas también son generadas por la práctica, y que la acción política no solo funciona a partir de un pensamiento que después define la práctica. Señala cómo varios proyectos y debates políticos (por ejemplo el anarco-comunismo) generados en los años 1870 y 1880 fuera de la experiencia de la Comuna, y que fueron difundidos por medio de periódicos, elaboraciones teóricas y debates, demuestran no solo que las acciones son capaces de producir por sí mismas sueños e ideas, sino además, que “la propia lucha crea nuevas formas políticas, maneras de ser, y nuevos enfoques teóricos de esas maneras y esas formas” (93). Ross argumenta que communards como Elisée Reclus, y personas influidas por la Comuna como William Morris, compartieron una misma concepción del pensamiento como “creación y construcción de un contexto en el que las ideas pueden ser al mismo tiempo productivas e inmediatamente eficaces en su momento” (7). Esta manera de concebir el valor del pensamiento es al mismo tiempo un reto y una guía útil para muchos trabajos académicos que buscan ser políticamente relevantes.
Las relaciones entre los communards y aquellos que entraron en contacto con la experiencia global de la Comuna, guía la investigación de Ross acerca de la supervivencia de la Comuna. Sostiene que un valor clave del acontecimiento reside en las “asociaciones que permitió entre la teoría y la práctica” (29), lo que revela su carácter profundamente internacionalista. Durante aquella experiencia, personas tan distintas como Louise Michel y un africano ex zuavo pontifical (miembro de un ejército voluntario que había combatido en el bando de los Estados Pontificios contra el Risorgimento italiano) se encontraron una noche de turno en las barricadas y acabaron reflexionando conjuntamente sobre su presencia en la historia. De forma parecida, como muestra Ross a través de la descripción de la actividad de Elisabeth Dmittrief, las ideas sobre la emancipación femenina expuestas por escritores radicales rusos como Chernyshevsky, encontraron una expresión física en proyectos como la Unión de Mujeres para la Defensa de París. La Comuna, señala Ross, facilitó la construcción de una red de relaciones que influyó la práctica y el pensamiento político durante aquellos acontecimientos, y también después.
Esto conduce a una puesta en discusión de la influencia posterior de la experiencia de la Comuna, como elemento clave de su valor. Ross emplea el término francés survie como sinónimo de supervivencia, especificando que esa supervivencia no se refiere tanto a la memoria, o a algo que tiene lugar después de un acontecimiento, sino más bien a una prolongación del acontecimiento, que no puede ser comprendida sino como parte inherente de ello. Ross dedica una parte considerable del libro a mostrar cómo la difusión de la Comuna en la forma de noticias sobre la insurrección, de las acciones de refugiados que huían de la persecución, etc., introdujeron modificaciones considerables en el pensamiento de figuras intelectuales clave, tales como Marx, Kropotkin y Morris, al producir lo que Rancière denomina una “redistribución de lo sensible.” En el caso de Marx, y a través de su interacción con los naródniki rusos, esa nueva manera de ver lo que es políticamente significativo resultó en la consideración del valor político de instituciones de gobernanza socio-ecológica no occidentales y precapitalistas, , como la obshina rusa, al rastrear en las comunidades de campesinos rusos elementos del comunismo primario que había observado en la Comuna.
El libro debería interesar no solo a los estudiosos de las humanidades y las ciencias sociales, sino también a los activistas dispuestos a reflexionar sobre su rol en los cambios de la sociedad y de la historia
Tal vez la imagen más evocadora que utiliza Ross para ilustrar la importancia de la Comuna es la imagen del torrente de montaña, que toma en préstamo de Reclus: un arroyo puede no ser tan poderoso como el río, pero su fuerza reside en lo impredecible de su curso, porque los torrentes excavan su propio lecho en la superficie de la tierra, mientras que los ríos fluyen por cauces previamente trazados. Kristin Ross ilustra con meticulosidad el valor de las interactuaciones populares directas, supuestamente limitadas, en una obra que no solo se mueve con brillantez a lo largo de las grandes líneas de la historia cultural, haciendo justicia a la historia y a la Comuna, sino que además representa una invitación sugestiva, de base empírica, a pensar sobre maneras diferentes de concebir el valor de la práctica y la experimentación política. En este sentido, el libro debería interesar no solo a los estudiosos de las humanidades y las ciencias sociales, sino también a los activistas dispuestos a reflexionar sobre su rol en los cambios de la sociedad y de la historia, así como a cualquier interesado en la cuestión de cómo cambios sociales pueden ocurrir en el “nivel más común de la vida cotidiana”, y qué parte puede correspondernos en su puesta en práctica. De esta manera, podemos también ayudar a Ross a alcanzar una de sus aspiraciones principales, que es la de situar la Comuna dentro de lo que ella llama la “figurabilidad” del presente, lo que quiere decir utilizarla para evaluar la capacidad del presente para ser moldeado; en lugar de utilizarla, bien sencillamente para “aprender de”, o bien para dar lecciones sobre la transformación social.
[Publicación original, Zografos, C. 2016. Communal lives and imaginations. Capitalism, Nature, Socialism Vol. 27, No. 4, 125-127. Traducción, Pasos a la izquierda. © The Center for Political Ecology, reprinted by permission of Taylor & Francis Ltd, http://www.tandfonline.com on behalf of The Center for Political Ecology
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Christos Zografos. Historiador. Trabaja en la actualidad en la Johns Hopkins University (JHU) – Pompeu Fabra University Public Policy Centre, Barcelona, España.