Por JORDI GUIU
Sin duda Jordi Amat (Barcelona 1978) es uno de los ensayistas más leídos y comentados del momento. Por sus artículos en La Vanguardia, periódico en el que escribe regularmente, así como por sus múltiples libros sobre cultura y política en las sociedades catalana y española. Filólogo de formación es un excelente lector de los textos a los que se enfrenta, pero, sin duda es todavía mejor interpretando sus contextos. Entre sus obras encontramos libros dedicados a figuras como el poeta Luis Cernuda, los políticos Ramón Trías Fargas y Josep Benet, el empresario Josep Maria Vilaseca Marcet, además de otros de mayor alcance como una larga historia de la cultura y la política catalana entre 1937 y 2014.
A pesar de ello, su salto al “gran público”, sí tiene sentido hablar así en un país como el nuestro, que no se caracteriza por disponer de un gran público lector y menos aún de obras de ensayo, lo dio con la publicación de La confabulació dels irresponsables/La conjura de los irresponsables. Barcelona: Editorial Anagrama, 2017; una crónica perfectamente documentada del llamado procés independentista catalán, que el autor enraíza en la reforma del Estatut de Catalunya inspirada por Pasqual Maragall. Si este ya fue un libro muy leído y discutido, su reciente El hijo del chofer, Barcelona: Tusquets, 2020/ El fill del xofer, Barcelona: Edicions 62, 2020, se ha situado en pocas semanas en lo alto del ranking de libros de ensayo más vendidos, acumulando un gran número de reseñas, comentarios, reflexiones y entrevistas al propio autor.
El libro de Jordi Amat puede ser leído como una reconstrucción de la trayectoria singular del abogado y periodista Alfons Quintà Sadurní. Un personaje doblemente inquietante y repulsivo por dos razones: primera, por su propia personalidad perversa, en los muchos sentidos de la palabra; y, segunda, por cómo supo obtener, almacenar y manejar información, es decir: poder. Ya en su adolescencia tuvo la precoz osadía de chantajear a todo un prohombre de las letras catalanas como Josep Pla, amigo de la familia, para obtener un beneficio personal. De ahí, practicando el chantaje y el acoso fue medrando por las cloacas que conectan política, finanzas y periodismo hasta convertirse en el fundador y primer director de TV3, la televisión oficial de la Generalitat de Catalunya, de la mano de Jordi Pujol. Una figura clave de la transición y de la política catalana, a la que intentó destruir durante un largo período. Primero en el marco de la redacción de un ambicioso proyecto editorial, La Gran Enciclopedia Catalana, en el que Alfons Quintà trabajaba como redactor y en la que animó, probablemente con razón, una huelga que llegó a poner en serio peligro su continuidad. Y, más tarde, a principios de los años ochenta, destapando desde las páginas de El País, el caso Banca Catalana. Hombre cruel, déspota, acosador, conspirador, maltratador y con una fuerte componente sádica, acabó sus días asesinando a su mujer y suicidándose a continuación.
Un personaje de tal calaña ya daba de sí como para pergeñar un excelente thriller psicológico. Y en realidad Amat lo ha conseguido. El libro produce esta mezcla de misterio y ansiedad característica del género a pesar de que el lector ya conoce desde el principio su fatal desenlace. Pero el texto es mucho más que la biografía de un psicópata. Es también una precisa radiografía del entramado político, empresarial y mediático del pujolismo y sus estrechos vínculos con los artífices del llamado régimen del 78, desde Felipe González hasta Juan Carlos I rey de España pasando por Juan Luis Cebrián. Es decir, es una obra que, más allá del retrato de una personalidad monstruosa, trata sobre el poder y su ejercicio, en un país -España- que vivía, antes y después del 23-F, complacido en su democracia; así como, en un país -Catalunya- feliz de vivir en su célebre oasis de tranquilidad. Como ha argumentado el propio Amat, la gracia y la desgracia de Quintà es ser un personaje tan extravagante que, justamente, es su extravagancia la que permite ver y asumir cosas que, de otro modo, serían absolutamente increíbles. Las maniobras de los grandes poderes surgidos de la Transición y del pequeño -o gran- poder que el periodista ejercía sobre su entorno, sobre sus subordinados, especialmente con las mujeres, pero que supo utilizar también para obtener prebendas de los que estaban más arriba que él.
Un personaje de tal calaña ya daba de sí como para pergeñar un excelente thriller psicológico. Y en realidad Amat lo ha conseguido. El libro produce esta mezcla de misterio y ansiedad característica del género a pesar de que el lector ya conoce desde el principio su fatal desenlace
Impresiona, por ejemplo, el gesto de Juan Luis Cebrián, cuando después de haber publicado, el 29 de abril de 1980, en las páginas de El País, una primera parte de un largo artículo en el que Quintà destapaba la crisis de Banca Catalana y de recibir una llamada de Mariano Rubio -gobernador del banco de España- para que no publicara la segunda parte decide, sabiendo perfectamente lo que está en juego, “indultar” a Pujol y no publicar el artículo. Ahora bien, como al director del principal “diario independiente de la mañana” no le podía toser un alto cargo del sistema bancario español, al día siguiente decide mandar la segunda parte del artículo a Mariano Rubio y a Francesc Cabana, secretario del consejo de administración de Banca Catalana y cuñado de Pujol. Así, las partes implicadas saben que Cebrián sabe; saben que Cebrián tiene información explosiva, que tiene poder. Como lo tiene Quintà que seguirá publicando artículos sobre el caso hasta que la crisis de Banca Catalana ya es un secreto a voces. Rumores, como el que habla de un pacto secreto entre UCD y Convergencia para inyectar dinero al banco fallido. Una carga explosiva con la que incluso se intenta derribar al gobierno de Adolfo Suárez. El caso Banca Catalana destapado por Quintà llegó a afectar a la política española, entonces sumida en una dramática situación a pocos meses del 23-F.
Parece como si Quintà, desde su juventud, estuviera impulsado por una freudiana pulsión de “matar al padre”. Al suyo propio -el chófer-. Pero también a ese “padre de Catalunya” que había pasado por las cárceles franquistas, que había creado una Banca “para hacer país”, que había apoyado -y financiado- a múltiples asociaciones catalanistas de la sociedad civil esparcidas por todo el territorio y que, finalmente, presidía el Govern de la Generalitat. Aquel hombre a quien Juan Carlos I llamó en la madrugada del 23-F para tranquilizarlo. A su destrucción dedicó Quintà años de su vida, desde que trabajó en la Gran Enciclopedia Catalana, obra editorial impulsada por Jordi Pujol, de la que fue despedido por organizar un conflicto colectivo, hasta la época en la que llegó a ser el hombre de El País en Barcelona.
Pues bien, como en las mejores novelas de suspense, el libro da de pronto un giro, no por sabido menos sorprendente. Poco antes de la explosión del caso Banca Catalana, Pujol encarga a Alfons Quintà la creación de un canal autonómico de televisión. Él será el primer director de TV3. ¿Cómo ha sido esto posible? ¿Un nuevo chantaje de Quintà? Amat no entra en detalles, pero deja imaginar al lector. Apunta en cualquier caso a que Pujol prefería tener a Quintà como “amigo”, antes que como enemigo. Un episodio más en las bambalinas de la historia política de la Catalunya contemporánea que, sin duda, puede herir a ciertas sensibilidades desconocedoras de los consejos de Maquiavelo a su Príncipe.
El libro de Amat no va sobre el procés, pero ayuda a entenderlo. No va sobre Jordi Pujol, pero éste es sutilmente retratado, incluso tal vez crecido políticamente, aunque empequeñecido éticamente. Él que siempre había exhibido una supuesta coherencia política y moral. Da que pensar, por ejemplo, la narración de como Pujol y los suyos consiguieron transformar el asunto Banca Catalana que estallaba en su propia persona en un supuesto ataque político a Catalunya y a sus instituciones, a las cuales el president pretendía no solo representar sino encarnar. Entre finales de 1983 y principios de 1984 se suceden las reuniones a alto nivel sobre el estado real de la Banca, los fiscales Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena, forjados en el antifranquismo y cercanos a posiciones comunistas, reciben el encargo del fiscal general del Estado de estudiar el caso y llegan a la conclusión de que no solo hubo falsedad documental. Hubo también apropiación indebida. Operaba una caja B desconocida por el Banco de España y por la junta de accionistas. A pocos días de las elecciones catalanas, Mena y Villarejo tienen prácticamente redactada la querella. No obstante, en ese momento, el 29 de abril de 1984, se producen las elecciones autonómicas en las que Pujol vence por primera vez con mayoría absoluta. El 19 de mayo El País publica la noticia de la querella. Diez días más tarde será la primera sesión del debate de investidura. El día 30 Pujol es reelegido en el Parlament; mientras, por la tarde, se había convocado una gran manifestación de adhesión al president. Auspiciada desde diversos sectores de la sociedad civil, debidamente subvencionados por Convergència y con el efecto multiplicador de la TV3 dirigida por Quintà, la manifestación es un éxito. Decenas de miles de personas con la pegatina “Jo, Pujol”. Siguiendo al president la manifestación va del Parlament al Palau de la Generalitat en la Plaza Sant Jaume. En la manifestación/ concentración se grita sobre todo “¡Jordi, Jordi!”. También “Català sí, bilingüisme no”, “TV3, TV3”. Amat reseña una pancarta que reza: “Felip V-1714, Franco-1939, Felipe González-1984”. Al salir del Parlament, Raimon Obiols, secretario general del PSC, es acosado y agredido a los gritos de “Mateu-lo, Mateu-lo” i “Obiols, botifler1”. Finalmente, Pujol desde el balcón del Palau de la Generalitat se dirige a la multitud: “amb un poble no s’hi juga”. Les dice que el Gobierno central ha hecho una jugada indigna y que, a partir de ahora, solo ellos -el Gobierno catalán- y, por su mediación, “el poble de Catalunya” podrán hablar de ética.
El libro de Amat no va sobre el procés, pero ayuda a entenderlo. No va sobre Jordi Pujol, pero éste es sutilmente retratado, incluso tal vez crecido políticamente, aunque empequeñecido éticamente. Él que siempre había exhibido una supuesta coherencia política y moral
Alguien podría pensar que nos hallamos ante un primer episodio de la política de las emociones, que tanto ha dado de sí en los últimos años, no solo en Cataluña. Pero seguramente ni fue el primero, ni todo fue jugar con los sentimientos de la gente, alimentando su natural inocencia, mientras se exhibía su superioridad y ofreciéndoles un chivo expiatorio a sus frustraciones, en este caso el gobierno socialista de Madrid y sus ‘secuaces’ catalanes. Amat nos muestra cómo esta política de las emociones obedece a un cálculo caracterizado por la frialdad, a un programa táctico y estratégico. Los hilos de la telaraña del poder se tensan y destensan según conveniencias del momento, según exija el guion de la obra. La política nos aparece como una representación, en el sentido teatral del término. Un arte que Pujol supo dominar, casi hasta el final.
En cualquier caso, a lo largo de las páginas del libro se asiste no solo a la peripecia de un psicópata, informado, inteligente y trabajador. También se nos muestra una forma de hacer política en la que no importa demonizar al rival, dividir a la nación, la confrontación entre un nosotros “bueno” frente a un otros “malo”. La creación de una pequeña Catalunya que se siente superior a los demás, no solo a los españoles sino también a los malos catalanes, los botiflers. En realidad, una forma muy actual de hacer política (antidemocrática) mediante mensajes grandilocuentes, simplificando problemas complejos, utilizando los medios de comunicación, prensa, radio y televisión (las redes sociales estaban por inventar), movilizando a las masas desde las instituciones y las asociaciones a ellas sumisas, auspiciando el efecto hipnotizador de los grandes líderes, utilizando las redes de influencia y la coacción que posibilitan la posesión de determinada información. Un poder opaco que se ejerce a través de una red de instancias dispersas y que permea a sectores relevantes de la sociedad. Un contexto en el que Quintà supo moverse como pez en el agua. Sin duda, sabía jugar sus cartas y en algún momento pareció que ganaba la partida. Como Jordi Pujol que, menos extravagante, supo alargar la jugada.
Dos personalidades bien distintas que desarrollaron su genética en ambientes cercanos y que, al final, optaron por el suicidio. Material el uno, simbólico el otro. No se trata, de ninguna manera, de entrar en paralelismos infundados, más bien al contrario. Nada tiene que ver la frialdad calculadora de Jordi Pujol, siempre encubierta por un discurso bien intencionado y cristiano, con la inteligencia maligna de Alfons Quintà. Uno y otro supieron sin embargo moverse bien, no por las cloacas del Estado de las que tanto hablamos hoy en día, sino por las tuberías que conectan política, dinero y medios de comunicación. Ambos tocaron poder y se aprovecharon de él. Sus historias nos enseñan que nuestra democracia estuvo -y está, como muchas de las realmente existentes- lejos de la perfección. Para vergüenza nuestra, que alguna vez nos creímos vivir en un apacible “oasis catalán” y hemos despertado manipulados, precarizados, empobrecidos y mal gobernados. La fantasía ha sustituido el realismo pujolista.
Adenda
Creo que fue a mediados de 1976 que entré en contacto profesional con Alfons Quintà. Trabajé a sus órdenes durante unos tres años para una revista cultural que él dirigía –Athena– financiada por laboratorios farmacéuticos y que podía encontrarse en las salas de espera de los consultorios médicos privados. El primer encargo que recibí de él fue la realización de una entrevista a quien en aquel entonces posiblemente era el principal poeta en lengua catalana: Salvador Espriu. Se sucedieron otras figuras literarias de igual renombre como Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, José Maria Gironella, José Agustín y Luis Goytisolo, Montserrat Roig, Carlos Barral, Francisco Candel, Manuel de Pedrolo o Teresa Pàmies. Los teléfonos de estos y otros personajes entrevistados salían de una diminuta pero rellena agenda que Quintà llevaba siempre en el bolsillo y contactar con ellos fue cosa fácil para un joven inexperto como yo. Mentar el nombre del ya entonces delegado de El País en Barcelona hacía que quienes para mi eran figuras inalcanzables me abrieran las puertas de su casa con amabilidad. Creo que sólo Mercè Rodoreda me puso problemas. Valga esto como muestra de los amplios y diversos contactos de Quintà con las fuerzas de la cultura.
En aquel entonces el hijo del chófer, tal vez buscando mi complicidad, se me presentaba como marxista-leninista. Yo era un joven militante del PSUC y, de entrada, quedé sorprendido por su conocimiento de las interioridades del partido, a menudo apoyado en documentos internos que exhibía como trofeos de guerra. Lo recuerdo obsesionado por las tensiones internas del partido y por las fracciones que se iban configurando alrededor de unas etiquetas que él mismo desde las páginas de El País fue popularizando: “afganos”, “leninistas” y “banderas blancas”. Lo que en algún momento me parecían interesantes discusiones políticas, pronto se transformaron en hábiles interrogatorios en los que intentaba sonsacarme información acerca de mis contactos políticos. Por mi parte, poco a poco, fui distanciando y enfriando estos encuentros que cada vez me resultaban más desagradables. Finalmente, después de ver reproducidas en su columna del periódico algunas de mis palabras decidí desaparecer de escena. Alguien, algún día, debería estudiar la “contribución” de las crónicas de Quintà en El País a la crisis y posterior descomposición del PSUC. Tal vez Jordi Amat se anime con un spin-off de su magnífico libro.
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Jordi Guiu. Profesor de Sociología, en la Universitat Pompeu Fabra.
1.- Botifler es una palabra despreciativa que, en su origen se dirigía a los soldados borbónicos de Felipe V; recientemente se utiliza como insulto hacia aquellos que se muestran tibios o contrarios al catalanismo radical o al independentismo. [^]