Por JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA
Sabíamos que era el último recital de Raimon, el adiós del cantautor de Xàtiva, pero preferimos pensar que era un hasta luego. No pasa nada: también La Divina Comedia tiene su última página.
Primer tranco
Raimon fue uno de los grandes emblemas de la lucha antifranquista. Lo sabemos las gentes de mi quinta, pero si me detengo en ello es porque no estoy seguro que esa parte de nuestra memoria y de nuestra historia sea conocida o suficientemente conocida por las nuevas generaciones. Raimon creó un compromiso sentimental con el movimiento organizado de los trabajadores y la ciudadanía democrática a través de algunas de sus canciones, auténticas arengas con punto de vista fundamentado. Manuel Sacristán, siempre tan austero y comedido en sus valoraciones, dijo de Raimon que es «como una especie de autobiografía colectiva». Y dijo bien. Una autobiografía colectiva de quienes, desde el andamio, el bidón y el pupitre, creaban fatigosamente espacios de libertad. De la misma manera que el cantautor hacía de sus inconfundibles recitales una tensión dialéctica con su circunstancia: trabajadores y estudiantes universitarios que empezaban a organizarse autónomamente, casi a pecho descubierto. Como quien dice con la cara al vent. Aquella circunstancia eran los represaliados por la Dictadura, aquellos «homesplens de raò» que atestaban las prisiones.
¿Tuvo razón Joan Fuster, amigo y mentor del cantautor, cuando percibió una «cierta metafísica» en el primerísimo Raimon? Hasta donde la memoria me permite alcanzar, puedo asegurar que mi generación intuyó que aquello era macizamente un mensaje directo de combate. Y, de esa forma, vimos que Raimon no era uno de los nuestros, era nosotros mismos. Pues tenía toda la pinta de ser un representante de la asamblea obrera o un delegado de curso. Un representante que no era sólo resistencia sino alternativa. Su Diguem no! era simultáneamente lo uno y lo otro. Resistencia a la luz pública, alternativa a pecho descubierto. Igual que la comisión obrera y el movimiento democrático de los estudiantes, las dos grandes emergencias de la época. O lo que es lo mismo: con la novedad de ambas acciones colectivas estaba la que aportaba Raimon con su ética y estética. En el bien entendido de que no eran «vidas paralelas» sino unidas ala misma biografía, cada una con su propia diversidad. Era la misma cuenca hidrográfica. En suma, Raimon era nosotros; el nosotros de los sueños, no el de las pesadillas.
Mi generación vivió en primera persona el compromiso solidario de Raimon. Son incontables los recitales, a lo largo de la geografía catalana, de Raimon para recoger fondos para ayuda a los presos y sus familias, para los huelguistas y para pagar las fianzas de los detenidos. Y lo que hiciera falta. De hecho visitar la casa de Raimon y Annalisa Corti, su compañera, era una constante peregrinación en busca de ayuda. Casi nos convertimos en una orden mendicante. Nunca recibimos ningún gesto de fatiga solidaria, siempre tuvimos la sonrisa mediterránea, que parecía decirnos que «para eso estamos». Sépase que aquello era un secreto a voces, tan a la intemperie como aquellas luchas obreras y estudiantiles.
Se ha hablado mucho de aquel Raimon agitador. Y muy relativamente poco del poeta sensible que siempre fue. Se ha hablado mucho del potente grito de aquel Diguem no! y también relativamente poco de la calidad de la letra de sus composiciones, de la música que compuso a los poemas de autores como Salvador Espriu y los medievales como AusiàsMarch, Turmeda, Timoneda y Roís de Corella. Es decir, aquel Raimon que difundía auténticos tesoros de la lengua catalana a través de una música exquisita, poniéndolos a disposición de un gran número de personas que nunca habían tenido acceso a la poesía. Raimon, pedagogo de multitudes.
Segundo tranco
¿Hace falta decir que Raimon es un clásico? Sí, hace falta. Porque los tiempos líquidos que corren exigen recordar las obviedades. Una, que el Diguem no! sigue siendo necesario; otra, que la difusión de la cultura lo es también. Se equivocan, pues, quienes quieran encerrar a nuestro músico y poeta en lo que él mismo llamaba con retranca el Museo de la Resistencia. Ya lo hemos dicho: Raimon es un clásico o, lo que es lo mismo, aquello que siempre tiene valor. El valor del compromiso solidario, el valor del arte. El valor de «la palabra cantada», en feliz expresión de Paco Rodríguez de Lecea. El valor de Raimon que no se deja encorsetar ni por el Lucero del Alba. El valor de expresar lo siguiente: «Yo no soy de los míos cuando los míos quieren que sea como ellos quisieran y no como saben que soy». Raimon, también libertario.
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José Luis López Bulla. Sindicalista, fundador de CCOO. Fue secretario general de la CONC entre 1976 y 1995. Autor de Qüestió salarial i nova cultura (1987), El sindicalismo en la encrucijada: reflexiones y propuestas en el actual debate sobre el mercado de trabajo (1997 con Miquel Falguera) y Cuando hice las maletas (1997).