Por ANTONIO TATÓ
[Uno de los colaboradores más estrechos de Enrico Berlinguer cuenta la minuciosa preparación de dos momentos decisivos de la elaboración política de los comunistas italianos].
Tres columnas derribadas, y apareció la idea de la austeridad
Cuando Berlinguer tenía que preparar un informe inicial para una reunión del Comité central o para un Congreso nacional del partido, para estar más recogido, más tranquilo, más apartado, se instalaba en la sala de reuniones de la Dirección, en la segunda planta del local de la calle Botteghe Oscure: una estancia bastante amplia, cuadrada, con retratos de Marx, Engels, Gramsci y Togliatti en las paredes, con pesados cortinajes de tela espesa de color castaño y una sola ventana, insonorizada. Una estancia silenciosa, por tanto, con tres hileras de mesas dispuestas a lo largo, dos de ellas arrimadas a las paredes de derecha e izquierda y la tercera en el centro. Frente a esta última hilera se sitúa, puesta de través, una única mesa, bastante mayor que las demás, en la que se sienta el secretario general, que preside las reuniones de la Dirección.
Berlinguer, cuando preparaba y redactaba sus informes al Comité central, no se sentaba allí; se instalaba en la última mesa al fondo de la fila de la derecha, cerca de la puerta de entrada a la sala. Allí colocaba sus cosas (folios grandes de papel tipo ciclostil, periódicos, revistas, libros, apuntes, agua mineral, cigarrillos, muchos bolígrafos de tinta negra, clips que le servían para subdividir y agrupar en capítulos el texto que estaba preparando). Y allí escribía.
De vez en cuando se presentaba, puntual y discreta, su secretaria Anna Azzolini. Se llevaba las páginas manuscritas de Enrico y volvía a traerlas al poco tiempo mecanografiadas, ordenadas, limpias, perfectas. Anna es una compañera incansable, valiosísima, que ha participado de forma permanente en todo el trabajo del secretario general del partido, al lado del cual ha permanecido durante más de quince años.
Recuerdo la redacción de los informes a tres Comités centrales distintos (en el 73, en el 74 y en el 76). Berlinguer, en aquella sala de la Dirección y en aquella mesa del fondo, mencionó los términos “austeridad” y “elementos de socialismo”, y los puso en relación recíproca.
En general, se considera que la argumentación más completa y orgánica de la política de austeridad la desarrolló Berlinguer en su intervención en el simposio de intelectuales organizado por el partido en torno al tema «La intervención de la cultura en un proyecto de renovación de la sociedad italiana», el 15 de enero de 1977 en el teatro Elíseo de Roma (y que repitió dos semanas después en la Asamblea de obreros comunistas de la Lombardía, en el Teatro Lírico de Milán). No es exacto. La cosa ocurrió antes. Para ser precisos, en lo que toca a la austeridad, en un informe al Comité central del partido de octubre de 1976, tal vez poco conocido, o bien olvidado o minusvalorado, celebrado tres meses antes del simposio del Elíseo; en lo referente a los “elementos de socialismo”, es preciso remontarse más aún, a los informes al Comité central de diciembre de 1973 y diciembre de 1974, este último preparatorio del XIV Congreso.
En octubre de 1976 teníamos aquel gobierno monocolor democristiano que había podido ser investido gracias a la “no desconfianza” de los demás partidos democráticos, incluido el PCI. Berlinguer, en el momento mismo de anunciar el voto de abstención del grupo parlamentario comunista, declaró también que el PCI, si el comportamiento de aquel gobierno lo exigía, sabría utilizar la «zarpa de la oposición». Precisamente en aquellos mismos meses la crisis económica, social y financiera había llegado a un punto tal que hacía temer un desastre. Y todos se preocupaban y se atareaban en sugerir y preparar medidas de choque, procedimientos urgentes, intervenciones coyunturales dirigidas, porque era una necesidad apremiante, a taponar una grieta aquí o allá. (Vale la pena recordar que también se había producido un terremoto tremendo en el Friuli.)
Una mañana del mes de octubre de aquel año (creo que fue el día 14 o el 15, pero recuerdo con claridad que fue un viernes), Berlinguer se instaló para redactar su informe y, mientras charlábamos y discutíamos antes de empezar, como era su costumbre, me dijo que, si lo imperativo en aquel momento era evitar seguir rodando por la pendiente por la que se deslizaba el país, el objetivo auténtico, la necesidad profunda para salir de la crisis y superarla, consistía en algo distinto: consistía en emprender con decisión un cambio del «tipo de desarrollo».
si lo imperativo en aquel momento era evitar seguir rodando por la pendiente por la que se deslizaba el país, el objetivo auténtico, la necesidad profunda para salir de la crisis y superarla, consistía en algo distinto: consistía en emprender con decisión un cambio del «tipo de desarrollo»
Fue este el primer concepto, la primera afirmación que le llevó luego a adoptar el término «austeridad», dentro de un razonamiento que, a lo largo de la redacción del texto del informe, quedó fijado del modo siguiente:
«El verdadero tema del orden del día no es solo el de evitar un derrumbe económico financiero ─necesidad urgente, sin embargo, y que exige ser enfrentada mediante medidas enérgicas─, sino el de actuar como partidos y organizaciones democráticas, como instituciones, como gobierno y como ciudadanos para posibilitar finalmente, sobre bases nuevas y con finalidades distintas a las del pasado, el desarrollo económico, social y civil, lo que comporta también una nueva dirección política… No habrá esfuerzo, por grande que sea, que la clase obrera y las masas trabajadoras y populares no sean capaces de asumir, con todo, si sirven para realizar el gran objetivo del desarrollo y de la renovación de la nación. Y es este precisamente el momento, tanto de los esfuerzos como de la lucha comprometida y decidida por grandes objetivos de transformación, por grandes metas sociales, políticas e ideales… ¿Qué otra formación política podría asumir nuestro papel para ejercer esa función? De no estar presentes nosotros los comunistas, o de hacer una política diferente, hablar de esfuerzos, hablar de…»
Pausa. Berlinguer se quita las gafas, toma un cigarrillo, no lo enciende, le da vueltas entre los dedos, y mira el folio que está escribiendo. Sé que busca una formulación, una palabra precisa.
«Sacrificios», digo yo. «No», me responde Berlinguer. «Sacrificios no me gusta, no me convence. Está gastado, es limitativo y puede crear malentendidos, generar desconfianza en los trabajadores, que ya hacen tantos sacrificios continuamente… Diría austeridad…»
Intento explicarle que en la literatura y en la historia económica y política «austeridad» tiene un sentido muy preciso: es la austerity, practicada en la Gran Bretaña, y los trabajadores ingleses saben muy bien de qué se trata. Pero Berlinguer me replica que él la entiende, y ve su actuación, de un modo muy distinto al enfoque de un partido laborista.
«Lo explicaré, lo explicaré», añade. «Ahora, sigo adelante.» Continúa la frase interrumpida, y escribe: «… hablar de austeridad sería hablar al viento, y el país ─que sin embargo necesita austeridad─ iría rápidamente a la ruina, empujado por el desencadenamiento de impulsos corporativos e individualistas irracionales… De no estar nosotros, o de no ser nosotros lo que somos, no existiría la fuerza motriz de esa renovación que es lo único que puede hacer aceptable un esfuerzo de austeridad, especialmente si, como ocurrirá, se plantea como un ejercicio riguroso, aunque inspirado en criterios de justicia social… No solo no es aceptable, tampoco sería posible una austeridad dirigida únicamente a un redimensionamiento y a un ahorro productivo, a un empobrecimiento y un retroceso de las masas, y no sea en cambio la ocasión y la condición para un ordenamiento más justo, más racional y eficiente de toda la estructura de la economía y de la sociedad.»
¿De dónde hacía derivar Berlinguer una opción y un compromiso tan exigentes para el partido?
Berlinguer partía siempre de los hechos. Los sometía al análisis, los discutía con compañeros y con no compañeros, y del conjunto de la discusión y de sus adquisiciones, extraía una interpretación política de la marcha de las cosas, para luego buscar los modos con los que el Partido comunista debía intervenir para conseguir imprimir una perspectiva, una finalidad de justicia, de desarrollo democrático. Y en aquel Comité central de octubre del 76, en el turno de conclusiones de un debate sobre el informe que había sido muy movido («ha sido una discusión, la definió el propio Berlinguer, no diré tensa, pero sin duda apasionada») afirma en un determinado momento: «No hay reforma duradera sin renovación. No hay garantía segura si no se cambia.»
Berlinguer, en su análisis, partía de los acontecimientos internacionales, a los que prestaba una atención particular y constante.
Posiblemente pocas personas recuerdan aún el discurso de las «tres columnas», que hizo Berlinguer en más de una ocasión.
Otoño de 1969. El avance sindical y obrero hace saltar el diferencial de renta de que habían disfrutado hasta entonces las empresas italianas, porque con el “otoño caliente” los salarios y las rentas del trabajo se alinean por fin en niveles europeos. Así cae la primera columna del “milagro económico” italiano
Las «tres columnas» sobre las que estaba basada y había podido prosperar la economía italiana, y la industria había podido mantener cierta competitividad durante cerca de dos decenios, estaban constituidas: por el bajísimo nivel medio de los salarios y las rentas del trabajo respecto de otros países del occidente capitalista; por el bajo coste de las materias primas y en particular del petróleo; y por el paraguas del dólar. Berlinguer reclamó con insistencia atención al hecho de que en los últimos cuatro años las tres columnas del viejo modelo de desarrollo habían caído una detrás de otra.
Otoño de 1969. El avance sindical y obrero hace saltar el diferencial de renta de que habían disfrutado hasta entonces las empresas italianas, porque con el “otoño caliente” los salarios y las rentas del trabajo se alinean por fin en niveles europeos. Así cae la primera columna del “milagro económico” italiano.
Berlinguer advierte ya en ese momento que nos encontramos ante una ocasión y y una condición objetiva que imponen la exigencia de mutar el tipo de desarrollo, sus mecanismos, sus fines. Se me ha quedado grabada esta observación suya, hecha no sé cuándo ni dónde: «Los obreros, los trabajadores, no quieren cambiar solo, ni tanto, el tipo de su automóvil o el modelo de su televisor: el significado político e ideal, el sentido humano profundo de su victoriosa ofensiva sindical es, si bien se mira, que quieren cambiar también y sobre todo la calidad del desarrollo del país, la calidad de su propia vida y la de todos, las formas de consumir y de producir.»
Verano de 1971. La suspensión de la convertibilidad del dólar en oro (su devaluación, a efectos prácticos), decidida por Nixon en agosto, provoca una conmoción tremenda en el sistema monetario y de divisas internacional. En Italia la inflación empieza a galopar, y de forma simultánea se delinea una recesión productiva: estamos delante de la temida «estanflación», mientras se hipertrofia el déficit de nuestra balanza de pagos. Cae también la segunda columna del viejo tipo de desarrollo económico.
Otoño de 1973. Estalla la crisis petrolera: los países productores aumentan el precio del “oro negro” y de todas las materias primas. «Es ─dice Berlinguer─ una venganza contra la iniciativa de Nixon de dos años atrás, pero es también la exigencia incontenible de un vasto movimiento de los países del Tercer mundo que aspiran a cambiar en beneficio propio los términos del intercambio con los países capitalistas más industrializados, transformadores de materias primas y exportadores de productos acabados, como Italia.» Y se derrumba también la tercera columna.
Berlinguer, en el Comité central de diciembre de 1973, presenta un informe en el que desmenuza el problema central al que se enfrenta el país.
La pluma corre casi sin descanso sobre el folio. Él tiene muy claro, clarísimo, lo que quiere decir.
« … La transformación profunda de los modos del desarrollo económico, social y civil del país y de la misma estructura de la producción y del consumo, en una dirección y a través de unas formas cada vez más sociales, se presenta como una vía forzosa… desde el momento en que entran en crisis, tanto en el nivel internacional como interno, tanto las premisas como los resultados del viejo modelo de desarrollo. Decaen las premisas, y con ellas la posibilidad de seguir disfrutando de precios bajos de las materias primas en perjuicio de los países más atrasados, y la de continuar el esquilmo de recursos también de la propia Italia, en perjuicio del Mezzogiorno y de la agricultura. Empeoran los resultados, y con ello la posibilidad de alargar indefinidamente el tipo de consumo individual que ha tirado hasta ahora del desarrollo económico. Esto significa ─continúa Berlinguer─ que el país necesita ahora, para no entrar en declive, dar un salto adelante, y que este solo puede tener lugar si en su estructura económica y social, y en los modos de vida de sus ciudadanos, se introducen algunos elementos que nosotros no dudamos en definir como de socialismo.»
Pero quien gobierna Italia en aquellos años sigue siendo un centro-izquierda cada vez más deshilachado, con sus bien conocidos métodos de gobierno y de sottogoverno. De modo que, sobre el mecanismo económico atascado por el derrumbe de las tres columnas que lo sostenían antes, gravitan y crecen en peso y en extensión los desvíos de dinero público, el despilfarro de recursos humanos, los parasitismos, los privilegios, las clientelas, la corrupción. El sistema en su conjunto se hace más inicuo, más ineficiente, más derrochador de la riqueza.
Empiezan en esos años a aparecer en los escritos y en los discursos de Berlinguer conceptos y palabras como «rigor», «equidad», «duro esfuerzo», «tensión excepcional», «dificultades inusitadas». Y poco a poco va tomando forma en él la política de la austeridad, acompañada de muy cerca por la indicación, que ya ha avanzado, de los «elementos de socialismo».
Así pues, el significado político e ideal y los contenidos económicos y sociales de la austeridad no brotan de improviso en la mente de Berlinguer, no surgen como Atenea ya armada del cerebro de Zeus. Tienen una especie de incubación, viven un proceso que los somete a continuas precisiones, a constantes perfeccionamientos, y que va ligado y está en sintonía con los acontecimientos, con lo que sucede en el país, con lo que siente y espera la gente.
Empiezan en esos años a aparecer en los escritos y en los discursos de Berlinguer conceptos y palabras como «rigor», «equidad», «duro esfuerzo», «tensión excepcional», «dificultades inusitadas». Y poco a poco va tomando forma en él la política de la austeridad
El elaboradísimo informe (que Einaudi editará en un pequeño volumen de 152 páginas bajo el título “La propuesta comunista”) presentado por Enrico Berlinguer al Comité central de diciembre de 1974, y que servirá de documento base para la discusión con vistas al XIV Congreso, es un texto que, en mi opinión, marca una de las etapas más significativas de la elaboración berlingueriana y de la política del PCI.
Entre las muchas consecuencias que Berlinguer, en aquellas circunstancias, extrae de los acontecimientos internacionales además de los internos, hay una sobre la que insistirá más veces, situada en la base de la austeridad y de los elementos de socialismo, y que él considera un corolario irrefutable de la situación, no para padecerlo, sin embargo, sino para aferrarse a él y utilizarlo a los efectos del cambio, de la transformación que se propone.
El impulso de liberación y de independencia que viene de los pueblos y de los países subdesarrollados, atrasados, famélicos, sedientos, esquilmados por el imperialismo y el neocolonialismo, no cesará, dice Berlinguer, antes bien se hará cada vez más potente y generará contragolpes más y más graves en los países del «bienestar» capitalista, del «WelfareState», del consumismo más desenfrenado, del derroche más insensato. El efecto de ese impulso es que «nadie, en estos países (por consiguiente, también en Italia) debería hacerse ilusiones en cuanto a poder conservar el estado de cosas presente… la realidad de ahora mismo es que de cada cinco ciudadanos, solo uno produce directamente riqueza «material», como dirían Smith y Marx…, los demás la consumen o la despilfarran. ¿Es posible pretender y obtener de la clase obrera, de las masas trabajadoras y populares, de los comunistas italianos, una política de austeridad dirigida a dejar las cosas como están, o bien a hacerlas regresar al punto en el que se encontraban antes de la crisis? No, no es posible. Creo, también yo, que esto hacía falta decirlo.»
He aquí una de las afirmaciones centrales que volveremos a encontrar en su informe inicial al Comité central que tuvo lugar tres años después, el Comité central que podemos llamar “de la austeridad”, el de octubre de 1976. He aquí de dónde parte Berlinguer para llegar a sentir toda la urgencia de inaugurar para Italia, y promovida por el PCI, una política que tenga por eje, como una nueva «columna», la guerra al despilfarro, el rigor (¡no el rigorismo!), la austeridad, «guiada sin embargo, con la mayor firmeza, por el principio de equidad», para dar lugar a un nuevo modelo de desarrollo, a nuevos hábitos, a formas colectivas de consumo y no únicamente individuales, a modos nuevos de ejercicio del poder. He aquí, en fin, cómo y por qué en aquel mismo Comité central Berlinguer vuelve a insistir ─la correlación con la austeridad es de nuevo evidente─ no solo en la necesidad, sino en la posibilidad de introducir concretamente en toda la vida civil y en las orientaciones ideales, lo que nosotros llamamos «elementos de socialismo…», y de «hacer comprensible para grandes masas en qué consisten esos elementos en concreto».
Y es él mismo quien lleva a cabo el esfuerzo de hacer comprensibles los «elementos de socialismo». Es Berlinguer quien, en aquel mismo Comité central, indica y enumera los temas ardientes, las cuestiones más agudas, las necesidades antiguas y nuevas más sentidas por la gente, en las que intervenir con «ideas nuevas para la sociedad»: la sanidad, los transportes, la vivienda, la escuela.
Existe, para resumir, un hilo rojo en el pensamiento y en la iniciativa de Berlinguer, que corre a lo largo de todos los años setenta; que empieza con el inicio del decenio y continúa hasta agosto y setiembre de 1979, con los artículos para Rinascita(“El compromiso en la fase actual”) y para el New York Times (“A cincuenta años de la crisis del 29”). Se entiende desde esta perspectiva la validez sustancial que tienen hoy los puntos de partida de aquellas opciones e indicaciones berlinguerianas, sólidas y concretas.
Es Berlinguer quien, en aquel mismo Comité central, indica y enumera los temas ardientes, las cuestiones más agudas, las necesidades antiguas y nuevas más sentidas por la gente, en las que intervenir con «ideas nuevas para la sociedad»: la sanidad, los transportes, la vivienda, la escuela
Cuando, después de dos jornadas y media de trabajo intensísimo, en aquel octubre de 1976 Berlinguer se dispuso a escribir los párrafos finales de su informe, me dijo: «Termino hablando del partido.» Y escribió: «Es el momento, pues, de un esfuerzo tenaz, serio, profundo, para conseguir afirmar en todos los campos de la actividad y del pensamiento el rigor, la verdad, la racionalidad, la firmeza. Nosotros tenemos el deber de salvar de riesgos gravísimos, inminentes, la democracia italiana. Y democracia es también autodisciplina, libre compromiso, convencido y riguroso, animado por la confianza en las masas de los trabajadores y del pueblo, en la razón, en las personas. Estos principios, estos ideales, estos hábitos, que son típicamente proletarios ─y sin los cuales no se forma una verdadera conciencia revolucionaria y socialista─, han dejado su impronta en el desarrollo constante de nuestro partido…»
Alza las cejas, da un gran suspiro de satisfacción, y luego: «Vamos a dar una caminata», me dice Berlinguer. Caminata, y no “paseo”, era la palabra justa. Con Enrico se iba a buen paso. Quien andaba a su lado tenía que trotar. Y así lo hicimos, en aquel crepúsculo sereno de un octubre romano, por los caminos en cuesta que llevan al Campidoglio y a los jardines que verdean en lo alto de la colina. Detrás de él, jadeábamos Alberto Menichelli, Dante Franceschini, Lauro Righi y yo. Contentos por él.
La alternativa, la cuestión moral y el no a los “partidos tal como son”
Noviembre de 1980, domingo 23, hora 19:43: las poblaciones de la Campania y de la Basilicata, y particularmente de la Irpinia, son sacudidas por un espantoso terremoto. Durante dos, tres días siguen temblores de un elevadísimo grado. La devastación es impresionante. Pero después, tras los dramas del Belice y de la región de Friuli, debidostambién a un nuevo seísmo,salen a la luz los culpables retrasos, la inercia, la ineficiencia y la orgánica falta de preparación de los gobiernos dirigidos por la Democracia cristiana (DC) para enfrentarse mediante intervenciones eficaces atamañas calamidades naturales.
La reacción de la opinión pública es durísima: no es solo de dolor, es también de profunda indignación.
Pero la enésima prueba negativa del gobierno provoca el surgimientoen forma aguda del problema político; a su actuación casi decepcionante hacia los problemas desvelados por el terremoto se suma su vergonzoso comportamiento en el escándalo petrolífero, descubierto ydesatado unas semanas antes.
Esta posterior, macroscópica divergencia entre la conducta de la coalición, nacida un mes antes bajo la presidencia de Arnaldo Forlani, las condiciones y necesidades del país y los sentimientos de la gente, lleva al PCI a adoptar una potente iniciativa política. Berlinguer constata, tras estos últimos acontecimientos, que nos encontramos ante una situación nueva. Los hechos ante los que nos encontramos ponen en cuestión la orientación política del país, se abre por ello la cuestión del gobierno. «Debemos dar un paso adelante. Es el momento. No hay otra posibilidad», dice Enrico uno o dos días después del terremoto en Campania, mientras cenamos en mi casa.
La Secretaría del partido se mantiene en reunión casi permanente, el 26 son convocados a Roma todos los secretarios regionales del partido, el 27 reunión extraordinaria de la Dirección. Es durante esas horas cuando se va perfilando la propuesta que luego se llamará de la «alternativa democrática».
La formulación no es nueva: la encontramos ya en los artículos que Berlinguer escribió tras el «golpe» de Chile. Pero las motivaciones que la sostienen, los trazos que la distinguen, el momento en el que se adopta suponen un hecho nuevo; más aún, una gran novedad.
Berlinguer, de hecho, avanza una propuesta y la apoya con argumentos que se muestran, una y los otros, diferentes al pasado, insólitos. ¿Por qué? Porque precisamente la situación ha cambiado respecto al pasado. Esta se ha deteriorado además y de forma grave, es verdad, pero precisamente por esto se ha convertido en algo cualitativamente nuevo.
En el documento de la Dirección aparecía por escrito:
«…El trágico sucesodel terremoto, tras las reacciones negativas del gobierno ante la cadena de escándalos, de corrupción en los aparatos del Estado y de intrigas de poder, ha hecho emerger con extrema agudeza los problemas de la eficiencia, de la honradez y de la moralidad de la dirección política. Todo esto cuestiona un sistema de poder, una concepción y un método de gobierno que han generado y generan continuamente ineficiencia y desorden en el funcionamiento de los órganos del Estado, corruptelas y escándalos en la vida de los partidos del gobierno,ley del silencio (omertà), impunidad para los responsables. La cuestión moral ha pasado a ser hoy la cuestión nacional más importante». En consecuencia, hace falta «un cambio radical en la dirección política del país».
«Hay una evidente crisis –continuaba el documento del 27 de noviembre– de las directrices, de los métodos, de las fórmulas de gobierno que se articulan en torno a la DC. Parece ilusoria, inadecuada a la gravedad asumida por la cuestión moral, la búsqueda de soluciones que se muevan en el ámbito de los partidos que han gobernado Italia durante los últimos decenios. Hace falta decidirse a reconocer, por tanto, que en el momento en que la DC demuestra no estar capacitada para conducir la regeneración del país y la renovación del Estado, es al PCI a quien corresponde objetivamente ser la fuerza promotora y de máxima garantía de un gobierno que exprese y recoja las mejores energías de la democracia italiana, hombres capaces y honestos de diversos partidos y también de fuera de estos…el punto al que ha llegado la crisis política en nuestro país y la necesidad de salvación de la república exigen el coraje y la voluntad de experimentar una nueva vía, a fin de comenzar la ejecución, en plazos determinados, de un programa de saneamiento moral y de reconstrucción de la organización estatal. El PCI pide a las fuerzas políticas que examinen su propuesta de un nuevo gobierno con la ponderación necesaria y con la conciencia de los riesgos que se ciernen sobre el régimen democrático y sus partidos, que –concluía el documento– han sido y son el fundamento de la república italiana».
Esta propuesta fue una auténtica bomba política, es verdad; pero la ponderación para valorarla que pedía el PCI, no se dio. Ya al día siguiente del documento la prensa publicó comentarios, algunos de ellos deformadores, instrumentales yridículos: se dijo y se escribió del mismo cosas de todos los colores. Los comunistas «lanzan un importante ataque al sistema de partidos», quieren el gobierno de los «virtuosos», el gobierno de los técnicos; el PCI quiere presidir un gobierno laico que excluya a la DC, un gobierno de las izquierdas, se vuelve a promover la alternativa de izquierda anteriormente abandonada, etc., etc.
Berlinguer, les dice: «Esto no supone un cambio de estrategia. Es la propuesta de un cambio de gobierno. Es evidente que nuestra propuesta general sigue centrada sobre la colaboración de las grandes fuerzas populares, de las masas populares comunistas, socialistas y católicas. Nuestra propuesta no es de un gobierno laico sino de un gobierno nuevo, que base su fuerza motora en el PCI
Al leer tales reacciones Berlinguer, que había mantenido durante la mañana del 28 una reunión en el hotel Raito de Salerno con todos los dirigentes comunistas de las zonas del terremoto, decidió rápidamente responder durante la tarde de ese mismo día en rueda de prensa. No hizo falta hacer nada: corresponsales y enviados de todos los periódicos nacionales y regionales estaban allí, como consecuencia del terremoto y también como consecuencia de la presencia en Campania de Berlinguer.
Gregorio Donato, del Gr1, le preguntó si el giro que realizaba el PCI con ese documento de la Dirección quiere decir echar al desván la estrategia de compromiso histórico. Y Berlinguer, a su vez –respondiendo así a los que superficialmente ya hablaban, y continuaránimperturbablemente hablando de «segundo viraje de Salerno» (tras el primero, el de Togliatti en 1944)– les dice: «Esto no supone un cambio de estrategia. Es la propuesta de un cambio de gobierno. Es evidente que nuestra propuesta general sigue centrada sobre la colaboración de las grandes fuerzas populares, de las masas populares comunistas, socialistas y católicas. Nuestra propuesta no es de un gobierno laico sino de un gobierno nuevo, que base su fuerza motora en el PCI, en el que haya también representantes de los partidos laicos y –¿por qué no? – de los sectores más abiertos y avanzados, y de personalidades, de la DC honesta y no implicada en los escándalos».
Por tanto, gobierno nuevo, no estrategia nueva. Pero tal precisión no satisface la curiosidad y el interés de los periodistas que, por el contrario, le piden a Berlinguer que profundice esta primera aclaración que acaba de dar. A Giovanni Russo, del Corriere della Sera, que le pregunta si el «gobierno nuevo» estaría presidido por un comunista o un socialista, Berlinguer le responde: «Lo que es evidente es que , en cualquier caso, no debe ser un demócrata cristiano y que el PCI debe ser la fuerza de máxima garantía del gobierno nuevo».
Es cuando Valentino Parlato, del Manifesto, extrae una deducción y suscita un interrogante: «¿En este momento el PCI está menos convencido de la solidaridad nacional?» La respuesta que da Berlinguer es una sintética ilustración del documento de la Dirección, de la que destaca «dos puntos que marcan un cambio». «Decimos claramente que la DC, al demostrar que ya no tiene capacidad de dirigir una acción de saneamiento moral y de renovación de la sociedad y del Estado, no tiene capacidad de dirigir el gobierno del país. La función dirigente concierne, por tanto, al PCI como segundo partido que es leal a la Constitución, una fuerza que –desde la oposición– ha demostrado que no está implicada en los grandes escándalos. Nos dirigimos a todas las fuerzas democráticas, y en primer lugar al PSI, para que se constituya un gobierno distinto. Y nos dirigimos también a todos los que no están de acuerdo con esta hipótesis para que permitan que se forme este gobierno».
En estas palabras de Berlinguer aparecen dos conceptos-clave, política e institucionalmente relevantes. El primero es el que se expresa en el juicio acerca de la demostrada incapacidad de la DC para dirigir una operación de saneamiento moral y de renovación de la sociedad y del Estado, para deducir del mismo la consecuencia lógica de que, si el partido de mayoría relativa no es capaz de cumplir esta misión, se encargue esa responsabilidad al partido –el PCI– que es el segundo en fuerza política y representación electoral y parlamentaria.
El otro concepto es el que asoma expresamente en la fórmula «gobierno distinto», que aquí utiliza Berlinguer por primera vez. Un año y medio después, en el verano de 1982,precisará y transformará tal fórmula, aquí simplemente enunciada, en una explícita propuesta de solución de la crisisde gobierno que había estallado (dimisiones del primer gobierno Spadolini).
Tal argumento es el que utiliza en septiembre de 1982 para responder a Paolo Ojetti, director de la Agencia giornalilocali, que le preguntaba que significaba gobierno distinto. Berlinguer le responde de este modo: «A lo largo de los años se ha ido acentuando y esparciendo, a todos los niveles, eso que ya no solo los comunistas denominamos “ocupación del Estado por parte de los partidos de gobierno”, ocupación que ha provocado graves degeneraciones tanto en las instituciones como en los propios partidos que la han llevado a cabo. Poner fin al reparto de puestos de poder y restablecer las funciones propias y distintas de los partidos, del Gobierno, del Parlamento, del Estado es, en nuestra opinión, la más importante de las innovaciones político-institucionales que hay que llevar a cabo. Nuestra propuesta de un “gobierno distinto”marcaba el punto de partida de tal innovación, es decir, la formación de un gobierno que no tenga que estar compuesto por “delegaciones” de las direcciones de los partidos y de sus corrientes sino, como marca la Constitución, que sea un gobierno basado enque es el presidente del consejo quien hace la elección autónoma de los ministros, de dentro o de fuera de los partidos, y obedeciendo al criterio de la honestidad y de la competencia de cada una de esas personas».
«¿También a nivel local?», pregunta Ojetti. «Obviamente –responde Berlinguer–, tal método se debería aplicar no solo al gobierno nacional sino a todas las instituciones y entes públicos, tanto en el centro como en la periferia».
Poner fin al reparto de puestos de poder y restablecer las funciones propias y distintas de los partidos, del Gobierno, del Parlamento, del Estado es, en nuestra opinión, la más importante de las innovaciones político-institucionales que hay que llevar a cabo
Acerca de cómo dar una solución positiva, que sea distinta y alternativa en relación con el pasado y el presente, al intricado problema, cada vez más agudo y alarmante que surge tras la cuestión moral (entendida sobre todo en su núcleo político e institucional), es decir, al problema de cambiar métodos de gobierno y, para ello, cambiar también modos y criterios para la composición del gobierno hasta llegar a cambiar incluso la dirección del mismo, la elaboración de Berlinguer no se queda aquí, como se verá, y ni siquiera comienza en noviembre de 1980.
Dos meses antes, de hecho, en una entrevista que dio a Eugenio Scalfari el 26 de septiembre de ese mismo año, Berlinguer expresa una valoración política reveladora de un ya bien definido convencimiento cuando dice al director de Repubblica: «Mire, estamos convencidos de quecon el carrusel de las fórmulas de gobierno, si uno solo se preocupa de los repartos de los partidos no se resuelven los problemas del país…» Y ante la observación crítica de Scalfari, según la cual Berlinguer habría encabezado una oposición preconcebida contra los gobiernos en vez de esperar a la prueba de los hechos, para demostrar que sin el PCI no hay gobernabilidad en Italia, Enrico responde: «¿La prueba de los hechos? El primer hecho lo hemos tenido con la lista de ministros…elegidos según elmás férreo reparto de sillones entre los coaligados… Pero, además, más allá de la composición, ha habido otro hecho negativo del máximo relieve: el gobierno se presentó en la Cámara sin programa.
«El presidente del Consejo de ministros dijo en el Parlamento que el programa se presentaría más adelante. Dígame usted si, en los tiempos que corren y con la necesidad que apremia, nosotros los comunistas podemos aceptar un gobierno carente de cualquier programa…».
¿No está acaso aquí,en germen, la «revolución copernicana», esto es, la prioridad de los contenidos frente a las fórmulas y de los programas frente a los alineamientos partidarios, esa expresión de Fernando Di Giulio que Berlinguer hará suya en el Rinascita de diciembre de 1981, «Renovación de la política y renovación del partido»?
Pero volvamos a aquella rueda de prensa de Salerno, a la que podemos llamar «la rueda de prensa de la alternativa democrática».
Miriam Mafai, de la Repubblica, insiste sobre la relación DC-PCI y le pregunta a Berlinguer: «En resumen, ustedes excluyen a toda la DC (del gobierno nuevo que proponen, n.d.r.)?
«Cuidado –aclara Berlinguer–, una cosa es decir, como decimos, que la DC no está ya en condiciones de asegurar la dirección política del país, y otra cosa es descartar una relación con la parte de la DC que es capaz de expresar posiciones avanzadas y honestas. El documento de la Dirección sostiene que necesitamos un gobierno que exprese y recoja las mejores energías de la democracia italiana, personas capaces y honestas de los distintos partidos e incluso también de fuera de estos».
Pero para EmanueleImperiali, del Mattino de Nápoles, decir eso significa decir que el PCI vuelve a proponer la alternativa de izquierda. ¿Es así? No, responde Berlinguer. «…la diferencia entre la alternativa democrática, que proponemos los comunistas, y la alternativa de izquierda es evidente. La alternativa democrática es una perspectiva de gobierno incluso con quien no es de izquierda pero es leal con la Constitución republicana. Y los comunistas trabajaremos por esta alternativa».
Pero no hay manera de hacer entender a quien lee y escucha estas sin embargo lúcidas palabras de Berlinguer qué quiere y propone exactamente el PCI. Fuera y dentro del partido algunossiguen preguntando si la alternativa democrática es una versión distinta del compromiso histórico o si, por el contrario, y dado que a este se le considera fracasado, es su entierro.
Fuera y dentro del partido algunos siguen preguntando si la alternativa democrática es una versión distinta del compromiso histórico o si, por el contrario, y dado que a este se le considera fracasado, es su entierro
A L’Unità, en la que diez días después le entrevista Alfredo Reichlin, que le interroga sobre estos dos antitéticos juicios sobre la alternativa democrática, Berlinguer, el 7 de diciembre de 1980, responde con un punto irónico: «Me hacen sonreír un poco todos estos sepultureros del compromiso histórico. ¿Por qué habría fracasado? Ha fracasado la caricatura que han hecho de él presentándolo como una exclusiva fórmula de gobierno; peor aún, como un acuerdo de poder entre nosotros y la DC. Hemos dicho cientos de veces que no es eso, sino al contrario la búsqueda de una convergencia entre diversos componentes de la historia italiana, de la sociedad nacional, y también, por tanto, entre clases diversas, con tal de hacer posible una profunda transformación democrática (un segundo 1945, se ha dicho) respetando el pluralismo y la Constitución republicana. ¿Qué quieren nuestros críticos? Una de dos: o quieren impedir precisamente esta transformación (aun comprendiendo exactamente que alguna forma de compromiso histórico es necesaria para sacar adelante la misma) incluso al precio de un enfrentamiento desgarrador; o bien confían en que el PCI renuncie a trabajar por una sociedad socialista basada en la democracia pluralista, sea volviendo a la idea del enfrentamiento de clase contra clase y de la dictadura del proletariado sea abrazando la concepción socialdemócrata. Quedarán decepcionados».
Pero la exigencia de aclaraciones no termina nunca, Berlinguer jamás se cansa de darlas, de cualquier forma, con paciencia, con tenacidad.
Le piden, por ejemplo, el concreto porqué de la alternativa democrática. Y él responde: «No se entiende nada de nuestra iniciativa si no partimos del hecho de que por primera vez en treinta años, e incluso más, se ha hecho real el peligro de una crisis institucional, hasta el colapso de nuestra república. A quien nos pregunta el porqué de la alternativa democrática le respondo: ante todo para impedir tal colapso…Si no se produce un hecho nuevo, un sobresalto, un giro positivo, el deslizamiento hacia salidas oscuras y aventureras se hace antes o después inevitable. Por eso nos hemos movido con esta iniciativa».
Otra cuestión es por qué el PCI ha pasado a actuar de forma tan áspera, tan dura contra la DC. Y Berlinguer replica que si se quiere impedir ese deslizamiento, que llevaría a Italia a convertirse en un país de segundo o tercer orden, hay que convocar a la gente a grandes esfuerzos, a pruebas muy duras. Y es entonces él quien pregunta si la DC, esta DC, tal como es, tiene aquí y ahora la autoridad, el prestigio político y moral para demandar y obtener estos sacrificios, si puede demandar esos fines que exige el país.
«Dicho de forma simple —así se expresa Berlinguer en la entrevista a L’Unità de diciembre de 1980— este es, hoy, el problema político italiano. ¿Cómo se resuelve? ¿Reclamando un hombre fuerte? ¿Cambiando el carácter parlamentario de la república? ¿Pidiendo al Partido comunista que deteriore su gran, intacto, prestigio político y moral apoyando de forma subalterna a la DC, a esta DC? La desconfianza sería general y no serviría para que esta cesara el que (al contrario) nos limitásemos solo a la denuncia».
Suscitar la cuestión moral y plantear en consecuencia el objetivo de la alternativa democrática no significa en absoluto «dividir al pueblo». Al contrario, significa, para decirlo con palabras de Berlinguer, «marcar una línea divisoria política frente a todo un sistema de poder y un modo de gobernar. Es la sustancia política decisiva
Por otra parte, suscitar la cuestión moral y plantear en consecuencia el objetivo de la alternativa democrática no significa en absoluto «dividir al pueblo». Al contrario, significa, para decirlo con palabras de Berlinguer, «marcar una línea divisoria política frente a todo un sistema de poder y un modo de gobernar. Es lasustancia política decisiva. La alternativa democrática se combina con el problema mismo de la gobernabilidad, esto es, el restablecimiento de la confianza del país en las instituciones democráticas. Situando en el centro este asunto tratamos no solo el gran problema de la transparencia y de la integridad de los órganos del Estado, así como de la moralidad de los partidos, sino que incitamos a la participación popular, volvemos a dar su sitio al control de las decisiones, volvemos a crear las condiciones para una auténtica solidaridad, sin la que es inimaginable salir de esta situación.
Algunos, sin embargo, no desisten y continúan preguntando si la alternativa democrática no será en verdad una utopía, ya que la DC de De Mita entiende la alternativa como algo que se resuelve considerando al PCI como «alternativo», pero relegado perennemente a la oposición o bien excluido a priori y hasta el infinito del gobierno, y el PSI de Craxi, primero reticente y oscilante hacia la alternativa democrática, luego la rechaza claramente. Es entonces cuando Berlinguer, sin irritarse, controlado y sereno según su temperamento y costumbre, explica: «La necesidad de hablar y de converger entre todas estas fuerzas nace de las cosas mismas, de la urgencia y gravedad de los problemas que están por resolver. Lo que no quiere decir que tal encuentro tenga que resolverse y expresarse en un gobierno en el que estén todos juntos. Ningún partido puede poner como condición que otro partido, renunciando a su propia identidad, llegue a ser igual a los demás o vaya a la zaga de la política de otro partido. Nosotros no lo pretendemos del PSI; y por tanto es justo que el PSI no lo pretenda de nosotros. Pero es erróneo pensar que es inmutable el modo de ser y de actuar de los partidos tal y como son hoy, en el sentido de que el encuentro entre las diversas fuerzas políticas, económicas y sociales puede empujarles a renovarse, a desarrollarse…».
En resumen, según Berlinguer, la alternativa democrática, por una parte, responde a una necesidad objetiva, hecha actual ante la gravísima crisis económica y social y ante la degeneración de los sistemas de gobierno, la degradación de un poder político y de un modo de gestión que son el fruto de las coaliciones de gobierno que se han articulado en torno a la DC y han excluido al PCI; por otro lado, es una política que puede servir también para renovar los partidos, la DC incluida, renovar las instituciones, renovar las relaciones entre partidos, instituciones y sociedad.
Berlinguer, entre 1980 y 1984, escribió y habló en numerosas ocasiones acerca de las características propias de la alternativa democrática, profundizando en un aspecto o en otro.
Por ejemplo, en el décimo aniversario del sangriento golpe de estado de Pinochet y del asesinato de Allende, diez años por tanto después de los tres artículos escritos para Rinascita sobre el golpe en Chile, invitado por la Repubblica a expresar su pensamiento sobre la línea de la alternativa democrática frente a la estrategia de «un nuevo, gran compromiso histórico», Berlinguer escribía esto el 11 de septiembre de 1983: «…al decir alternativa democrática nosotros mantenemos de manera firme dos conceptos muy precisos. El primero es que la alternativa no puede ignorar el problema de la extensión del consenso (cuestión sobre la que ya nos deteníamos en las reflexiones de 1973). La alternativa democrática, por tanto, no puede sustentarse en una concepción que comporte y conlleve una fractura —social e ideológica— del país, una contraposición frontal entre fuerzas que, por muy distintas que sean, mantienen sin embargo una común aspiración democrática. Esta no sería una solución política, sería una frivolidad…
«El segundo concepto, que deriva del primero y le dota de una especificidad también práctica, es que si la alternativa puede también nacer, formarse y basarse en una mayoría parlamentaria restringida, esta es democrática en el sentido de que se preocupa de garantizar que todo el marco político, el complejo de partidos de gobierno y de la oposición actúan manteniéndose en el terreno democrático, sin que ninguno de ellos vaya a situarse en posiciones o en acciones de carácter subversivo de la Constitución o de nuestras instituciones libres republicanas, actuando de tal forma que impida que los grupos de tipo subversivo no consigan nunca dotarse de una base de masas…
«Pero para que una iniciativa de renovación y transformación tan profunda se lleve a cabo, y se lleve a cabo con el respeto y la salvaguardia de la democracia, el problema de garantizar a tal empresa una amplia base de consenso se hace ineludible para todos los partidos obreros, populares, democráticos.Lo que quiere decir que no se puede dejar de tener en cuenta la necesidad de mantener siempre un fuerte y sólido tejido democrático de fondo y por tanto un área de consenso hacia el cambio lo más vasta posible, que debe tender a ir más allá del área política y social de la mayoría gubernamental…».
A través de este planteamiento, nunca abandonado, Berlinguer al año siguiente, en su informe al Comité Central de febrero, vuelve a explicar una aseveración que ya había pronunciado en el XVI congreso, pero que cada vez se mostraba más oportuna, cuando insiste en que el verdadero y concreto problema de la alternativa democrática no es otro que «el de hacer emerger y hacer converger, en un amplio consenso, un conjunto de fuerzas en torno a un proyecto, a un programa».
«Nuestras propuestas programáticas y nuestras iniciativas —dice Berlinguer en aquel informe de febrero de 1984— tienden precisamente a eso: a conseguir voz y peso, a movilizar, a hacer intervenir tanto a fuerzas de izquierda como a nuevos protagonistas, nuevas energías, personalidades individuales, que no se pueden definir según los cánones tradicionales como “de izquierda”, que están tanto dentro como fuera de los partidos y de las organizaciones económicas, sociales, culturales, y que pueden estar interesados e implicados en un concreto proyecto de saneamiento social, de desarrollo de las fuerzas productivas, de progreso civil.Pero esta exigencia…traspasa a los partidos y por tanto nos impone una visión más amplia y actualizada de los alineamientos políticosposibles y de las características que asume la acción concreta de cada partido y de cada grupo político, también en su interior.
He aquí otra razón por la que nosotros no concebimos la alternativa democrática como una simple alianza entre los partidos tal como son».
En este «tal como son» se observan y se hallan, una vez más, el inagotable esfuerzo innovador, la tensión transformadora, la carga revolucionaria que han animado siempre, en el fondo, la indagación, la acción y las iniciativas de Berlinguer.
[Traducción de Paco Rodríguez de Lecea y Javier Aristu].
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Antonio Tatò (1921-1992). Periodista, formó parte del equipo de la CGIL y, luego, como secretario de Enrico Berlinguer,líder del PCI, se mantuvo al lado este hasta su muerte, en junio de 1984, también en el papel clave de jefe de la oficina de prensa.