Por José Luis Martín Ramos
1.
La segunda conquista de Afganistán1 por el movimiento talibán, consumada el 15 de agosto de 2021, puso de manifiesto el fracaso de la solución estadounidense a la larga guerra civil afgana, iniciada en el tránsito de la década del setenta al ochenta del pasado siglo. Una guerra civil que no finalizó en 1992 con la derrota del proyecto de reforma revolucionaria protagonizado por el Partido Democrático Popular de Afganistán2, sino que se prolongó, con relevos de vencedores y vencidos y cambios de régimen; sin que la república impuesta y tutelada por EEUU en 2001, corrupta y falsamente democrática, hubiese conseguido ponerle fin a pesar de sus veinte años de duración. Quien a hierro mató a hierro murió.
La segunda conquista de Afganistán1 por el movimiento talibán, consumada el 15 de agosto de 2021, puso de manifiesto el fracaso de la solución estadounidense a la larga guerra civil afgana, iniciada en el tránsito de la década del setenta al ochenta del pasado siglo.
Afganistán estuvo muy presente entre nosotros a comienzos de la década de los ochenta, no tanto por lo que conociéramos del país, del PDPA, de la rebelión islamista y el apoyo obtenido de EEUU para convertir su oposición en guerra civil, sino por la incidencia instrumental que se hizo de la cuestión afgana en la política de la izquierda, en particular la comunista y sus disyuntivas. Tomando el rábano por las hojas, la cuestión de Afganistán la convertimos en la cuestión de la intervención armada soviética en el conflicto y, a través de ese prisma deformado y deformador, en un temporal caudal de argumentos sobre nuestras propias discusiones políticas. Taraki, Amin, Babrak Karmal (dirigentes PDPA) se nos aparecían como figuras difuminadas, comparsas de una nueva manifestación de la doctrina Breznev en versión casi póstuma. Fueron para nuestra izquierda imágenes arrojadizas del enfrentamiento entre partidarios y antagonistas del entonces denominado eurocomunismo; una inconveniencia para los partidos comunistas de Europa occidental de la política de la doctrina Breznev, de la soberanía limitada impuesta en su área de influencia en Europa oriental. Sin embargo, el Afganistán de 1979 no era la Checoslovaquia de 1968. Era un país en los inicios de una guerra civil, espoleada por EEUU que, bajo la orientación de Brzezinski, vio en ella la ocasión de desestabilizar el flanco sur de la URSS. Por otra parte, la República Democrática de Afganistán, instaurada por el PDPA, se dirigía hacia el precipicio como consecuencia de la división interna del partido; de la política vanguardista en extremo de Amin y la sangrienta represión interna desencadenada contra sus adversarios en el seno del partido.
Nada sabíamos de la realidad afgana. Esa respuesta que se dio, salvo minorías, en la izquierda europea no solo resultó ignorante. No ayudó a la defensa de la República Democrática de Afganistán, la menospreció por ignorancia y puso su grano de aportación a su aislamiento internacional; no sería determinante, pero no por ello dejó de ser lamentable. El PDPA no era un mero caballo de Troya en la sociedad afgana, menos una formación “quisling”3 al servicio de los soviéticos y la doctrina Breznev. Fue un partido comunista, tardío en su nacimiento, que protagonizó la última revolución del siglo XX; y cuyo aplastamiento coincidió con la implosión de la URSS y el triunfo del imperio americano.
2.
La historia moderna de Afganistán se inició a mediados del siglo XIX cuando un clan pastún, de la tribu de los Durrani, proclamó en 1838 el Emirato con capital en Kabul y fue extendiendo su dominio a un lado y otro de la extremidad oriental del Hindú Kush. La competencia entre el Imperio del Zar y el Británico fijó sus fronteras en el Norte, el Este y el Sur, dejando al Emirato en una situación de protectorado de facto del gobierno británico de la India; este último le impuso en 1879 el tratado de Gandamark, por el que el Imperio Británico se adjudicó el control del paso del Khyber -entre Afganistán y la India- así como las relaciones exteriores del Emirato, a cambio de una subvención anual al emir. Encajonado en esa condición Afganistán quedó configurado como una sociedad multiétnica dominada políticamente por los pastunes4 que en la actualidad constituyen el 40% de la población, seguidos de los tayikos, el 30%, los hazara, el 15%, los turcomanos y uzbecos, el 10% conjuntamente, los aymaq, el 2%, y toda una serie de etnias todavía más pequeñas que suman el 3% restante: los nuristaní, baluchis, pamiri, kirguises e incluso árabes.
Desde comienzos de siglo la población de Afganistán pasó de unos seis millones en 1914 a alrededor de 15 a finales de los setenta. No obstante, su inmensa mayoría siguió siendo campesina, más del 85%, dispersa en sus múltiples realidades locales, aisladas, y un 11% de ella nómada; con comunicaciones precarias de sendas y caminos hasta la segunda mitad del siglo XX, en un territorio dominado por el macizo montañoso del Hindú Kush, surcado por los estrechos valles fluviales que determinaban su habitabilidad. Ese carácter abrumadoramente rural de la sociedad afgana se acompañaba de una extraordinaria precariedad productiva, solo el 12% de la superficie afgana era cultivable y de ella, al iniciarse la década del setenta, solo se cultivaba la mitad, y no toda todos los años; como consecuencia de los problemas de riego o de las derivaciones de los sistemas de tenencia y explotación de la tierra solo un total del 40% de la que era objeto de cultivo se cultivaba cada año. El campesinado, pobre, cuando era propietario – la condición mayoritaria- estaba sometido al riesgo permanente del endeudamiento en favor de los notables de la aldea o los nómadas ricos – comerciantes, a menudo de contrabando- para adquirir las semillas o los piensos; un riesgo que estaba en función directa de la variabilidad de las cosechas y que se incrementaba en los repetidos ciclos de sequía.
El reducido mundo urbano lo constituían una veintena de ciudades entre las que destacaban Kandahar en el Sur, Herat en el Noroeste, Mazar-i Sharif, Kunduz y Pul-i Khumri en el Norte, y Jalalabad y Kabul en el Este. A comienzos de la década de los setenta sobresalía Kabul, con cerca de 450.000 habitantes; del resto de las citadas solo Kandahar superaba, por poco, los 100.000, Herat se aproximaba a ellos, Mazar-i Sharif y Kunduz rondaban los 50.000 y Pul-i Khumri los 20.000. Esas seis ciudades y su entorno alojaban a la reducida industria del país, con una enorme desigualdad entre ellas: el 70% del empleo industrial se encontraba en Kabul y el 22% en Kunduz. A finales de los sesenta se registraban 231.000 trabajadores industriales y artesanos, de los que solo unos 40.000, como mucho, podían considerarse obreros fabriles; dos tercios de esa fuerza de trabajo fabril correspondía a 14 fábricas que empleaban cada una de ellas a quinientos trabajadores o más. Todos los trabajos de construcción, edificación o infraestructuras viarias, y explotación minera sumaban unos 83.000 trabajadores, muy dispersos sobre el territorio a excepción de los ocupados en la edificación en las ciudades. La posibilidad de que los obreros de fábrica, trabajadores de la construcción y mineros asumieran una identificación de clase nacional estaba bloqueada por la prevalencia de las identidades étnicas; por poner un ejemplo, la mayoría de los obreros de Kabul eran hazaras y no se sentían miembros de la misma comunidad que los trabajadores de Kunduz y Pul-i Khumri, que eran multiétnicos con mayorías pastunes y turcomanas. La identidad nacional solo se desarrollaba entre parte de las emergentes clases intermedias que poblaban las ciudades; en particular entre el funcionariado, que sumaba 60.000 individuos a finales de los setenta, los enseñantes de todos los niveles, unos 15.000, los profesionales liberales y los militares de carrera. A pesar de la incipiente construcción de la identidad nacional entre ellas, las diferencias étnicas e incluso tribales interferían ese desarrollo; la identidad nacional afgana era considerada por la mayoría de los pastunes como equivalente a su propia etnia, reduciendo el nacionalismo afgano a nacionalismo pastún.
3.
El PDPA nació a mediados de la década de los sesenta del siglo XX como tercera manifestación de los proyectos de modernización de Afganistán, iniciados en 1919 por el emir Ammanullah. Éste emprendió una reforma liberal desde arriba, que tuvo su primer hito en la consecución de la plena independencia con respecto al Imperio Británico tras la tercera guerra anglo-afgana de mayo-agosto de 19195. Ammanullah se inspiró en la experiencia de los Jóvenes Turcos y reconstituyó el Emirato como reino constitucional: en 1923 se promulgó la primera constitución de Afganistán y en 1926 se adoptó la denominación de Reino; proclamó la igualdad civil de todas las etnias afganas –la etnia hazara estaba sometida a esclavitud de hecho- y se dispuso a superar la organización tribal de la sociedad en beneficio de la construcción de una identidad nacional, incorporando también medidas de igualación civil de la mujer que quedaron circunscritas a la elite de Kabul. Enfrentado a los sectores más conservadores del clero islámico y las cofradías musulmanas6 así como a las resistencias del poder tribal, acabó perdiendo el trono en 1929 tras un ciclo de rebeliones tribales y conspiraciones en el seno de la familia real, en las que intervinieron los británicos para promover como nuevo rey a Nadir Khan, del clan real gobernante, aunque de una familia diferente a la de Ammanullah7. El proyecto de modernización liberal se frenó en seco, aunque se mantuvo la apertura económica al exterior con una multiplicación de presencias occidentales, sumando a la tradicional presencia británica la francesa y sobre todo la alemana.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Corte afgana se dividió por una importante presión en favor de Alemania de elementos de la elite económica y política entre los que destacaban el banquero Zabuli y Daud, un joven miembro de la familia real primo del rey Zahir Sha8. Afganistán se mantuvo finalmente neutral pero las divisiones de la elite pasaron la factura de una inestabilidad en la cúspide, que Zahir Sha afrontó mediante una tímida apertura política cuya única concreción real fueron las elecciones de la Wolesi Jirga (Cámara Baja) de 1948, en las que se permitió un limitado acceso a la asamblea legislativa de personalidades independientes con orientaciones reformistas diversas. La expectativa de esa apertura estimuló la configuración de un segundo proyecto de modernización, materializado en el movimiento de la Juventud Despierta, constituido en 1947; sus intenciones fueron más allá de Ammanullah, tomando un carácter democrático y de reforma social que incluía la reforma agraria, la extensión de la escolarización y la plena igualdad civil de las mujeres, además de una abierta hostilidad al islamismo conservador. Entre los jóvenes promotores del movimiento se encontraban algunas de las figuras principales del escenario revolucionario de los setenta, entre ellas Taraki. Paralelamente al movimiento de la Juventud Despierta, e identificado con su proyecto, se constituyó en 1950, en la pequeña Universidad de Kabul, un Sindicato de Estudiantes que tuvo en Sultán Hussein su principal líder. Zabuli y Daud apoyaron inicialmente al movimiento, pero ante su orientación democrática se apartaron de él. Al tiempo que el gobierno de Zahir Sha, receloso del crecimiento del movimiento democrático -limitado empero a Kabul y Kandahar- decidió dar por cerrada la muy limitada apertura política y en 1952 prohibió el Sindicato de Estudiantes y los órganos de prensa afectos al movimiento Juventud Despierta y encarceló a algunos de sus dirigentes; entre ellos a Sultán Hussein, que en la cárcel se hizo marxista y adoptó el nombre de guerra por el que sería conocido en adelante, Babrak Karmal (“amigo de los trabajadores”).
En 1953, Daud fue nombrado nuevo jefe del gobierno y relanzó el plan de modernización en el ámbito estricto de la economía, dando prioridad al segmento exportador (básicamente de productos agropecuarios e hilaturas), así como a un incipiente desarrollo del aparato del estado, civil y militar. Desatendido por EEUU, Daud se apoyó en la URSS como inversor principal, tanto en la construcción de infraestructuras de comunicaciones y de plantas productivas como en la formación superior de los profesionales civiles y militares afganos; manteniendo empero a Afganistán en la condición de país neutral. La entente con el estado soviético no era nueva, la había iniciado Ammanullah a quien en Ejército Rojo llegó a apoyar en suelo afgano en 1929, pero sí la llevó a una nueva expresión al hacer de la URSS el socio externo principal de la expansión económica afgana9. Situación que se mantuvo inalterada, después de que Daud fuese destituido en una nueva intriga de palacio en 1963.
Tras la destitución de Daud se abrió un nuevo período de expectativa de apertura política que habría de culminar en las elecciones de septiembre de 1965. Esa nueva coyuntura propició la aproximación de los pequeños círculos marxistas que bajo diversos liderazgos personales se habían ido formando desde finales de los cincuenta en Kabul; finalmente la mayor parte de ellos, encabezados respectivamente por Taraki y Babrak Karmal, acordaron constituir en enero de 1965 el Partido Democrático Popular de Afganistán, comunista con denominación que se inspiraba en la del vecino partido comunista iraní el Partido Tudeh (Partido de las Masas populares). Taraki fue elegido presidente del partido y Babrak Karmal vicepresidente. El PDPA formó parte desde su constitución del movimiento comunista afín a la URSS; una relación que entroncaba con la tradición del reformismo afgano, reconfigurada ahora en términos de identificación ideológica y política.
El programa fundacional del PDPA propugnaba un estado democrático nacional y un sistema económico no capitalista, de economía mixta con preponderancia del sector público (señalando como referencia Egipto, Argelia o Birmania), la reforma agraria en beneficio de la pequeña propiedad y de los campesinos sin tierra y el respeto a la diversidad cultural y étnica.
El programa fundacional del PDPA propugnaba un estado democrático nacional y un sistema económico no capitalista, de economía mixta con preponderancia del sector público (señalando como referencia Egipto, Argelia o Birmania), la reforma agraria en beneficio de la pequeña propiedad y de los campesinos sin tierra y el respeto a la diversidad cultural y étnica. La vía para su establecimiento era la articulación de un frente nacional democrático y la movilización política de masas, en principio no insurreccional; aunque las limitaciones a las que se enfrentó esa movilización potenciaron las actividades de conspiración con fuerzas y segmentos inclinados hacia el reformismo, de manera destacada el militar, buena parte de cuya nueva oficialidad se formaba en estudios militares superiores en academias soviéticas. En las elecciones de septiembre de 1965 el PDPA consiguió cuatro escaños en la cámara baja, entre ellos uno para Babrak Karmal, pero no para Taraki que no consiguió ser elegido. La distinta función política que pasaron a desempeñar cada uno de ellos – Taraki centrado en el partido y la dirección de su periódico Kalqh (Masas)10, en tanto que Babrak Karmal en la parlamentaria y la acción pública- ahondó las discrepancias políticas; mientras que este último concebía el frente nacional como una alianza amplia con el partido como promotor pero no asumiendo su dirección en exclusiva o en perjuicio de fuerzas nacionalistas, Taraki lo hizo en términos de plataforma política del partido, que éste no solo había de promover sino también dirigir en exclusiva. Esa discrepancia se traducía en una propaganda distinta que enfatizaban de manera antagónica bien el relato democrático de Babrak Karmal en el parlamento bien el comunista, que dominaba en exclusiva en el periódico del partido. Las discrepancias llevaron a la ruptura en 1966 entre dos PDPA rivales, conocidos por el nombre de sus respectivas publicaciones, Kalqh y Parcham (Bandera).
Mientras los “jalquistas” dirigidos por Taraki trabajaron por organizar una agitación de masas, que resultó demasiado limitada para sustentar ninguna perspectiva revolucionaria, los “parchami” de Babrak Karmal fueron tejiendo una alianza política informal con la oposición al gobierno de la monarquía, entre la que destacaba Daud convertido al republicanismo después de que la nueva constitución de 1964 lo hubiese descartado para recuperar la jefatura del gobierno11 y también con el segmento del reformismo militar. Esa oposición se creció ante el nuevo giro de Zahir Sha quien, alarmado por una emergente movilización social – de estudiantes y obreros en 1968 y 1969- y también de un nuevo islamismo político radical, inspirado en los Hermanos Musulmanes y en el paquistaní Mauduidi12, frenó la apertura política incipiente apoyándose en los jefes tribales y en el clero islámico tradicional y las cofradías, amenazadas por aquel islamismo político. El grave ciclo de sequías de 1969-1970 y 1971-72 y su consecuencia del encarecimiento de la oferta alimentaria, generó una situación de malestar generalizado. Éste se agravó en las ciudades, sobre todo en Kabul, Kandahar y Jalalabad, por la reactivación del nacionalismo pastún ante la crisis del Paquistán13; se consideraba a Zahir Sha demasiado complaciente con el estado vecino y con la división de los pastunes entre los dos estados14. El desenlace de ese malestar fue la conspiración en la que convergieron Daud, Babrak Karmal y el grupo de militares disidentes, entre los que destacó Abdul Qadir, buena parte de ellos articulados en una organización secreta afín al PDPA-Parcham dirigida por Abdussamad Azhar. El 17 de julio de 1973 derrocaron a Zahir Sha y proclamaron la República de Afganistán.
4.
La República de 1973 podría haber sido el inicio del estado nacional democrático. Así lo esperaba el PDPA-Parcham que colaboró institucionalmente con ella, también a nivel gubernamental con cuatro ministros del partido, asumiendo entre otras las carteras de Interior y Agricultura; Abdul Qadir, independiente afín a Babrak Karmal, fue nombrado Jefe del Estado Mayor Central y Abdussamad Azhar Jefe de la Policía. Entre 1973 y 1974 se nacionalizó la banca y la gestión del comercio exterior, se constituyó un Banco de Desarrollo Industrial y se nacionalizaron diversas importantes empresas; parecía iniciarse un desarrollo económico no capitalista. También se iniciaron reformas sociales, como la promoción de la igualdad de la mujer – que siguió circunscrita al ámbito urbano – y el sometimiento de todo el sistema educativo, incluidas las escuelas de las mezquitas, al control del estado. Esa expectativa se truncó muy pronto por acciones unilaterales de Daud. En la primavera de 1974 se destituyó a tres de los ministros del PDPA-Parcham y al que permaneció en el gobierno se le desplazó de Interior a Asuntos Fronterizos; Qadir y Azhar también fueron removidos de sus responsabilidades. A pesar de ello, el PDPA-Parcham, instado por los soviéticos, no rompió con Daud, que en 1975 firmó la prórroga por veinte años del acuerdo afgano-soviético de 1955. Su moderación no tuvo premio. Después de que en agosto de 1975 sofocara un levantamiento islamista en las regiones fronterizas con Paquistán, dirigido por Hekmatyar y apoyado por la CIA y el ISI paquistaní, Daud emprendió un giro político: dejó en suspenso las reformas sociales pendientes o rebajó su trascendencia (negó el derecho de sindicación y huelga y decretó una ley de reforma agraria, no expropiadora, que redundó en el endeudamiento de los posibles beneficiarios, que tenían que pagar el rescate de la tierra obtenida). Finalmente hizo promulgar por la Loya Jirga – sin ninguna participación de la izquierda- en enero de 1977 la primera constitución republicana de Afganistán estableciendo un régimen presidencialista y de partido único, el de Daud. Por otra parte, sin interrumpir el acuerdo económico con la URSS, se abrió a diversificar sus apoyos exteriores en dirección a EEUU, Irán, Arabia Saudita y el Egipto pronorteamericano de Sadat.
El giro de Daud tuvo el efecto de posibilitar la aproximación de los dos PDPA, ante la común hostilidad del gobierno de Daud. En julio de 1977 se firmó la reunificación en un solo PDPA, con un Comité Central paritario, con quince miembros de cada una de las dos organizaciones, y con un programa político general que derivaba del manifiesto de 1966. El PDPA reunificado no presentaba, por sí solo, un peligro para el control del poder por parte de Daud. Pero el renovado autoritarismo de éste, consagrado institucionalmente, no le granjeó la popularidad que habría necesitado para consolidar su régimen republicano. Para colmo, en su operación de apertura exterior abandonó su instrumentalización de la cuestión pastún, que le había granjeado apoyos nacionalistas de esta etnia, y se aproximó al gobierno de Paquistán, permitiendo la expectativa de que iba a hacer un acatamiento público a la Línea Durand. Esta última posibilidad colmó el vaso, en particular en el seno del ejército, en el que el PDPA reunificado había mantenido sus organizaciones partidarias. Un mal paso de Daud, con el asesinato el 17 de abril de 1978 de Khaibar -maestro de Babrak Karmal en marxismo y uno de los fundadores del PDPA- precipitó la situación. A la manifestación fúnebre en Kabul, con 15.000 asistentes, respondió Daud encarcelando a la mayoría de la dirección comunista, bajo la acusación de traición, lo que podía acarrear pena de muerte. Entre los detenidos estaban Taraki y Babrak Karmal, pero no en el primer momento Amin – la tercera figura del partido- que pudo poner en marcha, con la ayuda de Qadir y la organización militar secreta de los “jalquis” un golpe militar contra Daud el 27 de abril. La URSS no tuvo conocimiento del hecho hasta que no estuvo en marcha y a pesar de su desagrado aceptó la situación consumada. En lo que parece haber sido una decisión unilateral de Amin, Daud fue muerto por militares golpistas.
La República Democrática de Afganistán sucedió a la República de Afganistán, por acción de un PDPA recientemente reunificado, que había recuperado acuerdos en su línea general de oposición pero que no había llegado a unificar una política de poder, que no había previsto tener tan pronto en sus manos15. De manera que las antiguas discrepancias sobre la interpretación del frente nacional resurgieron, ahora proyectadas como discrepancias sobre la configuración de la RDA, desde su estructura de gobierno hasta las políticas inmediatas a implementar. Para empezar Babrak Karmal propuso el mismo 27 de abril formar un gobierno de coalición con sectores liberales y nacionalistas, a lo que se opusieron Taraki y Amin que defendieron un gobierno exclusivo del PDPA. La primera discrepancia se resolvió con una solución de compromiso: el poder exclusivamente en manos del PDPA, repartiendo equitativamente entre antiguos “jalquis” y “parchamis” las posiciones en el Consejo Revolucionario y en el gobierno, con Taraki como Presidente y jefe del gobierno y Babrak Karmal Vicepresidente; además, en la primera declaración programática de la RDA, el 9 de mayo, se mantuvo la línea democrática nacional, con las reformas económicas y sociales apuntadas en 1966, algo que podía ser aceptado por sectores nacionalistas de izquierda, profesionales liberales e intelectuales que se habían movido en un campo intermedio entre el nacionalismo antiimperialista y la socialdemocracia.
Fue un compromiso frágil, que se rompió un mes más tarde, al hilo del debate sobre la bandera de la RDA. Babrak Karmal propuso mantener la tricolor de 197316, subrayando la continuidad entre la República de Afganistán – que habría sido traicionada por Daud- y la República Democrática de Afganistán; frente a Taraki y Amin que defendieron una nueva bandera roja, significando la ruptura política e ideológica entre ambas repúblicas y el carácter socialista de la revolución en perjuicio de su definición de estado nacional democrático. Para Taraki y Amin el ejemplo había de ser Mongolia, el salto directo del “feudalismo” al socialismo y no Egipto o Argelia. En la dirección del PDPA se impuso esta última opción y a mediados de junio Babrak Karmal y los principales dirigentes de sector “parchami” fueron destituidos de sus cargos institucionales y alejados de Afganistán, con el recurso tradicional en la historia afgana sobre los derrotados políticamente de enviarlos fuera del país como embajadores. Taraki y Amin emprendieron la “jalquización” del partido y el aparato de estado y de manera muy particular del ejército. En agosto de 1978 Taraki aclaró que entre el “camino largo” para la emancipación de Afganistán, el “clásico basado en la ideología de las clases trabajadoras y campesinas”, perseguido durante mucho tiempo, y el “camino corto” el de la constitución del partido y su penetración en el ejército, “dando a los hijos del pueblo que en él había la conciencia de clase y la conciencia política”, se había escogido este último. En consecuencia, la concreción de las reformas y la configuración personal del aparato de estado escogió también el camino corto de su implementación acelerada, sin buscar en ningún momento consensos que fueran más allá de la militancia partidaria. Algo que facilitó la rápida expansión de la rebelión islamista contra la RDA, iniciada como reacción a la implementación de aquellas reformas y convertida desde comienzos de 1979 en una sublevación dirigida por dos vectores, rivales entre sí, el del clero tradicional y las cofradías, liderado por los Mujaddidi y los Galiani, y el del nuevo islamismo política radical dividido a su vez entre los seguidores del activista Hekmatyar y los del teólogo islámico y empresario -expropiado- Rabbani.
El giro de junio se aceleró y tomó un nuevo cariz represivo con el descubrimiento de un supuesto plan de golpe “parchami” para el 4 de septiembre, más que probablemente una conspiración política para restablecer a Babrak Karmal en el poder y con él la línea del 9 de mayo. Taraki y Amin reaccionaron con una amplia represión preventiva contra la militancia “parchami” con algún millar de detenidos y 250 ejecutados. La RDA entró en un túnel de purgas internas que no amplió su base social, sino que redujo su propia base militante; muy contraproducente ante el inicio de la rebelión islamista, que cobró un vuelo importante con la insurrección de la ciudad de Herat en marzo de 1979. La ciudad norteña se mantuvo por algunos días en manos de los rebeldes, lo que causó el pánico en la RDA y el desconcierto en el gobierno soviético, en desacuerdo con el giro de Taraki y Amin. Los soviéticos descartaron atender la petición del gobierno afgano de envío de tropas propias para hacer frente a la rebelión, pero aceptó incrementar la ayuda económica y de equipamiento militar para impedir la caída de la RDA en manos islamistas. El episodio de Herat resultó trascendental en la internacionalización del conflicto afgano. El Secretario de Seguridad Nacional de EEUU, Brzezinski, propuso intervenir en el conflicto con apoyo militar directo a los islamistas, como palanca de desestabilización de la URSS en su flanco de población musulmana; la oposición de Cyrus Vance y las dudas de Carter dejaron la propuesta en un acuerdo de intervención indirecta, con ayuda estadounidense económica y logística a los islamistas y la incitación a la ayuda armada por parte de Irán y sobre todo del Paquistán, gestionada por la CIA.
La ayuda económica y de equipamiento soviético no pudo frenar la rebelión islamista, alimentada por el vanguardismo y la ruptura interna del PDPA que desestabilizaron al ejército, minado por las deserciones masivas y las purgas de mandos no afectos a los “jalquis”. La persistencia en el deterioro de la situación acabó abriendo una grieta entre Amin y Taraki. Requerido por los “parchamis” salvados de la purga por estar fuera de Afganistán, encabezados por Babrak Karmal, el gobierno soviético accedió a presionar en favor de una rectificación política en Kabul. El 10 de septiembre, aprovechando una escala de Taraki en Moscú, Gromyko propició un encuentro a tres, en el que se incluyó a Babrak Karmal, y se acordó que, a su regreso a Kabul, Taraki promovería la destitución de Amin y su sustitución por Babrak Karmal como jefe de gobierno. La maniobra política fracasó. Avisado Amin por sus propios agentes, se enfrentó a Taraki y lo detuvo, así como a los cuadros “jalquis” que habían apoyado la operación. Taraki fue asesinado el 8 de octubre y se desató una nueva oleada de purgas, esta vez de los seguidores del depuesto Presidente. Amín concentró todo el poder, la dirección del PDPA, la presidencia de la RDA y la jefatura del gobierno; pero su base siguió reduciéndose, mientras crecía la rebelión islamista, espoleada por el soporte de EEUU, Paquistán y Arabia Saudí.
La situación política precaria de Amin y de la parte “jalqui” que le apoyaba se deterioró aún más cuando desde finales de septiembre inició una serie de gestos que parecían ser de acercamiento a EEUU de los que no advirtió ni informó a los soviéticos. No está claro si eran el inicio de un giro también en la política exterior o una finta para conseguir más apoyo soviético o menos apoyo estadounidense a los islamistas; sea como fuere, lo importante es que fue percibido por los soviéticos como el inicio de un cambio de bando y, en el mejor de los casos, una manifestación de deslealtad, grave en un momento en que las conversaciones SALT II estaban bloqueadas por el senado estadounidense. En la reunión del politburó del PCUS del 29 de noviembre se calificó a Amin de falto de sinceridad y lleno de duplicidad, “un líder hambriento de poder que se distingue por la brutalidad y la traición”; días más tarde Andropov presentó un plan de derrocamiento de Amin y de su sustitución por Babrak Karmal, con el apoyo de todos los sectores que no seguían defendiendo al ejecutor de Taraki. A pesar de ello, se decidió no tomar ninguna medida y hacer un seguimiento más estrecho de la situación. La indecisión soviética tenía que ver con el impasse de las negociaciones con EEUU. El mayor temor que se tenía de un cambio de bando de Amin era que éste accediera a que los EEUU plantaran misiles Pershing en suelo afgano, recuperando la amenaza directa contra la URSS – entonces desde Turquía- que se había conjurado tras la crisis de Cuba en 1962. El temor se convirtió en certidumbre cuando el 11 de diciembre la OTAN acordó el despliegue de misiles Tomahawk y Pershing II en Europa. Al día siguiente la dirección soviética aprobó el plan de Andropov: de acuerdo con los “parchami” y los “jalqui” enfrentados a Amin –lo que se consideraba, no sin razón, que constituían la mayoría del PDPA real- se derrocaría a Amin y se introduciría en el país un contingente militar para ayudar a la RDA a enfrentar una rebelión que el ejército afgano, reducido a la mínima expresión y sin moral de combate, no estaba en condiciones de afrontar; el nuevo gobierno, encabezado por Babrak Karmal habría de recuperar los planes de ampliación política y de la base social de la RDA y, con ayuda de técnicos soviéticos, de reconstruir del ejército afgano. Cuando esta última se hubiera cumplido, las tropas soviéticas se retirarían, se esperaba que en el plazo de no mucho más de un año. El 24 de diciembre, tres dirigentes “jalquis” opuestos a Amin y refugiados en la URSS fueron desembarcados en secreto para preparar la cobertura política de la operación, con el concurso de los “parchami”. El 27 de diciembre se ejecutó el plan, con el derrocamiento de Amin que murió en el enfrentamiento y la entrada de la División 40 del Ejército Rojo; el 28 de diciembre Babrak Karmal fue elegido nuevo Presidente del PDPA y de la RDA.
A instancias de Brzezinski, el gobierno estadounidense respondió con la decisión de pasar de la ayuda logística a armar a los rebeldes islamistas, a través de Paquistán como intermediario y con la participación de Arabia Saudí y Egipto. La llegada de esa ayuda militar y el valor añadido de moral de combate que proporcionó a los islamistas torció la previsión soviética inicial de una intervención limitada en sus funciones y en el tiempo. Frente a los 150.000 rebeldes17, 35.000 de ellos operativos, el ejército afgano se había reducido a 30.000 efectivos, la mayor parte de ellos sin capacidad ni actitud operativa. El contingente militar soviético, que sumó inicialmente 85.000 efectivos, tuvo que crecer, aunque nunca fue superior a los 110.000 efectivos en el país. La guerra lejos de acabar se alargó; sin que nunca los rebeldes islamistas estuvieran en condiciones de derrotar a la RDA, ni ésta pudiera ir más allá del control del anillo de las ciudades importantes, comunicadas entre sí por la red de carreteras. Los islamistas fueron permanentemente incapaces de unificarse, poniendo las bases para sus futuros enfrentamientos internos a partir de la caída de la RDA18. Ésta, por su parte, nunca pudo acabar con ellos, dominadores del mundo campesino. En el transcurso de esa larga guerra civil, internacionalizada, Afganistán se fracturó y fragmentó, perdió población muerta por la guerra o huida de ella, y se convirtió en un narcopaís, como consecuencia de haber convertido los rebeldes y el ISI paquistaní- con plena connivencia de la CIA- el cultivo y el tráfico de opio en fuente fundamental de financiación. Mientras la República pudo tener el apoyo soviético consiguió defenderse, aún a pesar de la persistencia de sus divisiones internas – la desconfianza entre “jalquis” y “parchamis” siempre se mantuvo-; incluso cuando en 1988 se retiraron las tropas soviéticas, ya que no se puso fin a la ayuda económica y militar. Cuando ésta última fue abruptamente retirada por Boris Yeltsin en los inicios de 1992, incluyendo trigo –indispensable para un mundo urbano cercado-, keroseno para la cocina y la calefacción y gasolina para el transporte, la República colapsó.
Sólo entonces los rebeldes islamistas consiguieron entrar en Kabul, en abril de 1992; aunque no para acabar con la guerra civil, sino para abrir una nueva definida por los enfrentamientos entre los grupos supuestamente vencedores.
Sólo entonces los rebeldes islamistas consiguieron entrar en Kabul, en abril de 1992; aunque no para acabar con la guerra civil, sino para abrir una nueva definida por los enfrentamientos entre los grupos supuestamente vencedores. El fracaso de estos últimos a la hora de restablecer un estado común propició que al cabo de poco tiempo, en 1996, fueran barridos por una tercera oleada islamista radical, nacida en la emigración popular afgana en las tierras pastunes del Paquistán, los “alumnos”, talibanes, de las escuelas islámicas imbuidas de las doctrinas teocráticas de Maduidi: la soberanía corresponde a Allah y no a ningún soberano ni musulmán ni infiel, que habían demostrado además ser notoriamente corruptos o no compartir la exclusividad de las leyes de la sharía.
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Este artículo es una presentación parcial y sintética del ensayo que publicará la editorial El Viejo Topo en 2023, al que remito al lector para su ampliación y corroboración bibliográfica.
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Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) fue un partido político comunista que gobernó el país de 1978 a 1992, año en que fue derrocado por los muyahidines.
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La palabra proviene de Vidkun Quisling, presidente noruego que ejerció en colaboración con las fuerzas de ocupación nazis. Traidor sería su sinónimo.
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Afganistán, “tierra de los afganos” que era el nombre con que los persas mogoles conocieron a los pastunes. La identificación entre afgano y pastún ha sido históricamente problemática para la construcción de una identidad nacional común.
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Ammanullah renunció a la subvención y recuperó las relaciones exteriores.
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En particular la Naqshbandiya, dirigida por los Mujaddidi, que controlaban el bazar de Kabul, y la Quadiriya, dirigida por los Galiani, coronadores de los reyes afganos a partir de 1926.
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El clan real, era la subtribu pastún de los Mohammadzai; compuesto de diferentes familias, con vínculos matrimoniales entre sí para mantener la unidad del clan. Ammanullah pertenecía a la familia que fundó el emirato; en tanto que Nadir Sha era de una familia secundaria hasta que en 1929 el gobierno británico vio en él una alternativa al reformismo nacionalista de Ammanullah.
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Sucedió a Nadir Sha (Nadir Khan) muerto en 1933, víctima de un atentado de un seguidor de Ammanullah.
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Entre 1963 y 1967 la URSS proporcionó el 65% de las inversiones exteriores y copó 1/3 de todo el comercio exterior afgano.
- Fonéticamente “jalqh”.
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La Constitución de 1964 estableció la imposibilidad de que dicha jefatura recayese en ningún miembro de la familia real; Daud lo interpretó como un veto personal encubierto.
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Maududi (1903-1979), defendió que en el mundo islámico la soberanía no reside en el pueblo, ni ningún soberano terrenal, sino en Allah y sólo él ha de ser objeto de adoración por parte de los hombres, también en el plano político; los musulmanes no habían de abstenerse de hacer política, sino todo lo contrario para defender la soberanía de Alláh. En 1941 fundó en Lahore el Jamaat-e-Islami (Partido del Islam).
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La secesión de Bengala, en diciembre de 1971.
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El nacionalismo pastún rechaza la Línea Durand impuesta en 1893 por Londres como frontera entre Afganistán y la entonces India británica, dividiendo a los pastunes entre los dos estados; cuando se produjo la independencia de Paquistán el nacionalismo pastún propuso, infructuosamente, la instauración del Pastunistán. Daud lo instrumentalizó a su favor tanto en los años cincuenta como en el momento de la crisis del Paquistán.
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En 1977 Taraki descartó un plan insurreccional de Amin contra Daud, por aventurero y militarista.
- La tricolor fue la bandera adoptada por Ammanullah, con franjas verticales y mantenida, con franjas horizontales, por la República.
- Llegaron a ser 250.000 en 1982, para reducirse luego a 175.000.
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En 1987 recuperó la denominación de República de Afganistán, en el contexto de una operación política que también cambió en 1990 el nombre del PDPA a Partido de la Patria.
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José Luis Martín Ramos. Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Especializado en la historia del movimiento obrero y del marxismo político, ha centrado su investigación en el movimiento socialista y comunista en el siglo XX en Cataluña y en España. Libros recientes: La rereguarda en guerra. Catalunya, 1936-1937 (Barcelona, 2012); Territori capital: la Guerra Civil a Catalunya 1937-1939 (2015), El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España (Barcelona, Pasado & Presente, 2015) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (Barcelona, Crítica, 2018) La Internacional Comunista y la cuestión nacional en Europa (Barcelona, 2021).
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