Por JUAN MANUEL PERICÀS
No cabe duda de que el término populismo está de moda. Bien sea por el uso frecuente para referirse a determinadas manifestaciones de la derecha europea, bien sea por el debate que se ha generado en la izquierda española al respecto de los orígenes, potencialidades y limitaciones del populismo, parece claro que el interés ha trascendido las fronteras de la academia. No obstante, ello no implica que el uso del término sea homogéneo o que las perspectivas desde las que se ha abordado compartan siquiera un mínimo común denominador, como por ejemplo usar una forma determinada de populismo latinoamericano como espejo. Se trata de un debate que en el seno de la izquierda se ha acompañado en ocasiones de una discusión entorno al republicanismo o al ciudadanismo, en general a partir de una crítica de determinadas derivas postmarxistas.
En los últimos dos años se han publicado en nuestro país un número nada despreciable de artículos y libros escritos por autores españoles acercade aspectos relacionados de forma más o menos directa con el populismo derivado de la obra de Laclau a partir de Hegemonía y estrategia socialista, entre los que se incluyen Íñigo Errejón1, Carlos Fernández Liria2, José Luís Villacañas3, Jorge Alemán4, Joaquín Miras5, Manuel Delgado6, José Luís Pardo7 y, más recientemente, Jorge Verstrynge8, además de otros muchos libros de autores extranjeros9.
No trataremos en este artículo de dar cuenta de ellos, sino que nos limitaremos a señalar algunos elementos básicos de la concepción de populismo predominante en el sentido común, para a continuación exponer brevemente algunos de los elementos de la apuesta populista propuesta por Errejón, que, aunque parece que ahora nadie se acuerde de la casta, tanto calado ha tenido en Podemos por lo menos hasta el reciente Vistalegre II, y que ha motivado en gran parte la publicación de la mayoría de los escritos mencionados. Asimismo, apuntaremos una serie de críticas a determinadas asunciones inherentes a tal propuesta.
Usos y abusos del término “populismo”
El populismo y sus derivados semánticos, así como los fenómenos históricos que puedan enmarcarse en lo populista, se caracterizan, en el uso común que se les da en nuestro medio, por dos rasgos: por un lado, una connotación peyorativa, que ve lo populista como algo sospechoso de “poco político”, de superficial, kitsch, facilón, propio de sociedades “infantiles”, verticalista, poco participativo, que tiende a lo dictatorial; por otro lado, dichas atribuciones se le dan tanto desde el ámbito conservador como del progresista, lo que a su vez viene a resaltar otra de sus características: a priori, lo populista no es ni de izquierdas ni de derechas, sino que tiende a mantenerse en unos márgenes de indefinición suficientes como para agradar al electorado sin exigirle demasiado y al mismo tiempo no tener que rendir cuentas de los asuntos de Estado.
A priori, lo populista no es ni de izquierdas ni de derechas, sino que tiende a mantenerse en unos márgenes de indefinición suficientes como para agradar al electorado sin exigirle demasiado y al mismo tiempo no tener que rendir cuentas de los asuntos de Estado
Evidentemente, esta concepción de lo populista es a todas luces insuficiente, pues no permite acometer un análisis mínimamente serio, ni de los fenómenos sociales que históricamente se han considerado populistas ni de otros que, sin recibir tal apelativo, lo han sido ¿Acaso somos capaces, con tan pobres recursos, de entender qué caracteriza al peronismo, al espectro político de la Rusia pre-bolchevique que va de los narodniki al “pan, tierra y paz” de Lenin o el thatcherismo?¿Es necesario una importante presencia militar para que un régimen se considere populista?¿Las nacionalizaciones de los recursos naturales son propios de lo populista?¿Es indispensable que un líder carismático esté siempre en cabeza, que se perpetúe en el poder?¿La concepción y relación con respecto del pueblo o las masas es siempre la misma?¿Puede un sistema político populista acometer reformas profundas e incluso pretender superar los límites del capitalismo?
Una objeción procedente, a estas alturas, podría ser que todos esos fenómenos se pueden abordar perfectamente sin aludir al populismo, pues lo que se requiere es un análisis de estructura económica y de estratificación social (u otro enfoque alternativo), siendo el hecho de que un determinado sistema político esté inscrito en un espectro populista irrelevante a estos efectos. Así pues, podríamos añadir otra característica a la acepción generalizada de populismo: es un fenómeno “superficial”, no sólo por lo poco elaborado de sus postulados, sino porque no afecta a las esferas fundamentales del Estado, esto es, al programa económico o a las políticas de relaciones internacionales, entre otros. Este punto es interesante, pues revela simultáneamente dos intuiciones contradictorias de lo populista insertas en el acervo general.
Es evidente que la emergencia de Podemos ha sido el acicate que ha hecho saltar a la palestra política española el término populismo, antes incluso de la generalización de la expresión “populismo de derechas”, que tanto predicamento ha tenido especialmente desde la victoria electoral de Trump. Por mucho que los medios se hayan esforzado en enterrar este aspecto, a pocas personas que hayan tenido un mínimo de interés en el tema les ha pasado desapercibido que un componente importante del enfrentamiento entre Iglesias y Errejón era teórico: el primero defiende tesis todavía cercanas al marxismo de tintes eurocomunistas, mientras que el segundo propugna una aplicación al escenario español de una estrategia neoconstructivista-populista, cuyas bases desarrolló inicialmente en su tesis doctoral. Sin embargo, el uso del término no ha sido tan “refinado” durante los tres años en que se ha desplegado lo que ha venido a ser Podemos, ni siquiera por parte de personas muy cercanas a la formación. Por ejemplo, Santiago Alba Rico, por quien sentimos una profunda admiración, decía en 2014, «Demagogia y populismo son términos muy indulgentes para definir esta estrategia, pero desprenden sin duda un intenso aroma demagógico y populista, particularmente deplorable cuando se añade, como en este caso, una nota necrófila (…)»10. Sin embargo, se puede apreciar cómo el uso que hace del término el filósofo afincado en Túnez muta en artículos posteriores. «Creo que de eso se trata en el proceso constituyente en el que está ahora inmerso Podemos. Contra el elitismo político, el elitismo mediático y el elitismo democrático, es necesario establecer procedimientos democráticos anti-elitistas; y me parece que esto es lo que significa “populismo” en el sentido positivo, y no peyorativo, del término»11; «Hoy se podrá reprochar a Podemos que, en este tiempo histórico acelerado y cambiante, haya creído por una inercia supersticiosa que se podía apretar una y otra vez con el mismo resultado la misma tecla (la de un populismo más mediático que laclaulianovivido finalmente como “cálculo”)(…)»12.No nos interesa aquí entrar en el debate interno de Podemos; tan sólo queríamos ilustrar con un ejemplo que nos ha parecido significativo el peso que ha tenido el concepto y los usos de lo populista al interior de la formación.
El enfrentamiento entre Iglesias y Errejón era teórico: el primero defiende tesis todavía cercanas al marxismo de tintes eurocomunistas, mientras que el segundo propugna una aplicación al escenario español de una estrategia neoconstructivista-populista
Definitivamente, hallar una definición de populismo que sea a la vez certera y cuidadosa con los contornos ideológicos a los que alude no es tarea fácil. Esto lo puso de relieve ya Ernesto Laclau en el primer capítulo de La razón populista13, llamado “La denigración de las masas”, y lo recordaba Íñigo Errejón en su tesis doctoral, dedicada al estudio de la construcción de la hegemonía del primer gobierno del MAS en Bolivia, en el apartado “El término maldito: la literatura sobre populismo”14. Laclau señala las insuficiencias de las definiciones tentativas de sus predecesores. Errejón considera muy útil la propuesta de Laclau para concebir lo populista pero también halla deficiencias en ésta. La teoría del discurso de la Escuela de Essex15 se fundamenta en la reelaboración del concepto de hegemonía de Gramsci por parte de Laclauen Hegemonía y estrategia socialista (en colaboración con Chantal Mouffe). Estos autoresverán en el populismo la posibilidad de plasmar políticamente sus postulados sobre la conformación de identidades populares mediante el discurso como una de las formas más comunes de construcción hegemónica.
Se trata de una teoría constructivista del discurso político. Para el constructivismo, la realidad es en cierta medida algo inventado, construido, un constructo. Es decir, más que a la verdad, se apela a las emociones, a un juego de identificaciones entre “nosotros” y “ellos”. En el caso del constructivismo político postmarxista elaborado por Laclau y Mouffe, con fuertes influencias gramscianas y de Carl Schmitt, propugna que la generación de antagonismos mediante el discurso político, la dicotomización del espacio político entre “amigos” y “enemigos”, es una herramienta imprescindible para la batalla política, que se orienta en términos de avance en la hegemonía. Profundizaremos en ello, pero veamos antes algunas características más del populismo entendido desde la propuesta constructivista.
«El populismo es un modo particular -conflictivo- de hegemonía, mientras que la hegemonía es una forma entre otras posibles de construcción de la política» es la definición que propone Errejón en su tesis16. Antes de esta síntesis, Errejón expone de forma algo más amplia las características del populismo:»Debemos entender el populismo, entonces, como un modo de construir lo político. La forma discursiva de construcción del “pueblo” por medio de una operación de dicotomización del espacio social, en dos polos amplios y relativamente imprecisos, separados por una frontera que va a ser, de esta forma, la que defina el sentido político de la construcción de esa identidad popular»17 y «El populismo, a su vez, debe entenderse como una de las articulaciones hegemónicas posibles: la que se define por la “inclusión radical” de los sectores en cuya exclusión estaba asentado el sistema institucional-discursivo vigente o, en términos de Laclau, por la división conflictiva de la sociedad en dos campos antagónicos apelando a los sectores más desfavorecidos frente a la “élite”, como quiera que estos términos sean definidos»18. En cuanto a Laclau, define el populismo de forma más sucinta: «(…) el populismo emerge asociando entre sí estas tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder cuya palabra encarna este proceso de identificación popular»19.
El constructivismo político postmarxista elaborado por Laclau y Mouffe propugna que la generación de antagonismos mediante el discurso político, la dicotomización del espacio político entre “amigos” y “enemigos”, es una herramienta imprescindible para la batalla política, que se orienta en términos de avance en la hegemonía
En conversación, Mouffe y Errejón aportan una definición coral: «(M) (…) el populismo es una forma de construir lo político que no está asociada a contenidos ideológicos específicos o prácticas de grupo particulares. Se trata exclusivamente de un modo de articulación de demandas que pueden ser de diversa naturaleza. Es un modo de articulación que opera según una lógica equivalencial cuyo resultado es la creación, a través de una cadena de equivalencias entre una multiplicidad de demandas heterogéneas, de un “pueblo”. Laclau subraya que para que puedan existir identidades populares es necesario el establecimiento de una frontera interna que exprese la división de lo social (…) (E) Para entender esta posición hay que asumir una premisa, que es que en la política las lealtades, las posiciones en el tablero, no están predeterminadas por ninguna condición social ni son fijas. Por el contrario, se construyen discursivamente, por agrupaciones del tipo amigo/enemigo y se negocian permanentemente. Siendo así, el discurso populista es el que unifica posiciones y sectores sociales muy diversos en una dicotomización del campo político que opone a las élites tradicionales al “pueblo” – u otro nombre que designe la misma operación: ciudadanía, país, gente, etc.- como construcción por la cual los sectores subalternos reclaman con éxito la representación de un interés general olvidado o traicionado. Es importante en todo caso tener en cuenta que hablamos de nombres y no de conceptos ni datos estadísticos; esto es, de construcciones simbólicas que no son mentira, sino reales en cuanto agrupan posiciones y generan determinados equilibrios de fuerza y por tanto instituciones. El momento populista opaca las diferencias internas dentro de la articulación del pueblo, que sin embargo emergen cuando, tras la ruptura, viene siempre el momento de institucionalización de los nuevos equilibrios y acuerdos»20.
Concebido de esta forma, el populismo no es una forma de gobierno concreta, sino una estrategia de articulación político-discursiva. Por otro lado, para entender mejor qué es lo que se propone con ésta, hay que atender a la noción de hegemonía con la que trabajan estos autores. Además, según estas definiciones, la forma que adopten los sectores desfavorecidos o la élite no determinan que un sistema pueda o no inscribirse en el ámbito populista, lo cual podría considerarse como mero relativismo posmoderno desde una óptica marxista.
Hegemonía y “residuos economicistas”
Errejón apunta tres niveles en la definición de hegemonía de la que parte: la encarnación del universal por un particular, la capacidad de seducción y creación de consentimiento, y la construcción del propio terreno de la disputa21. Como se ha visto, la hegemonía es el pivote fundamental de la construcción política según estos autores, que conciben el populismo como una de las formas posibles de articularla. Aunque autodefiniéndose como gramscianos a partir de la importancia dada a la hegemonía, cabe preguntarse si las matizaciones a la concepción que de la misma tenía el comunista sardo, hechas por los politólogos constructivistas, permiten efectivamente inscribirlos en un plano afín. Sin entrar en el debate de si la iniciativa de Laclau y Mouffe, plasmada en Hegemonía y estrategia socialista, abrió el campo del post o anti-marxismo, vale la pena recalcar en qué consiste la vuelta de tuerca que le dan a Gramsci y cómo el relativismo del que se deriva su postura anti-esencialista frente al marxismo ortodoxo tiene tintes posmodernos. La etiqueta en sí no sería un problema si su propuesta de “democracia radical” fuese más allá de manejar, de forma discursiva y procedimental, la contingencia capitalista.
Las valiosas aportaciones de Gramsci al pensamiento crítico, que van desde su especial perspectiva de la ideología y de su teorización de la hegemonía y de bloque histórico a la filosofía de la praxis22, desdeñadas en su momento por sus camaradas del PCI y recuperadas de forma sólo parcialmente fidedigna por Togliatti, produciendo el lamento, algo tardío ya, de los detractores del compromiso histórico, como Pasolini23, están enraizadas en un fuerte historicismo y una marcada visión de clase. Aunque ahora es un hit entre académicos que lo esgrimen cual navaja suiza, a Gramsci no se le dio pábulo hasta hace relativamente poco en el Estado español. Recordemos aquí las palabras de Manuel Sacristán en una entrevista de 1977 que sus autores titularon Gramsci es un clásico, no es una moda: «(…) suponiendo que la palabra “eurocomunista” quiera decir algo preciso y que ese algo sea afirmación de una vía parlamentaria hasta otra sociedad y recusación del concepto de dictadura del proletariado, se puede indicar que Gramsci no ha creído nunca que la superación de la sociedad capitalista se pudiera conseguir por vía no revolucionaria ni, en particular, por vía parlamentaria: para él, todo lo que llamaba guerra de posiciones era preparación de una fase inevitable de asalto (inevitable para que haya una revolución social, la cual por su parte, ha sido perfectamente evitable hasta el momento). Tampoco ha pensado que fuera evitable el régimen de liquidación coactiva de la propiedad burguesa al que la tradición marxista llama dictadura del proletariado. Lo que no quiere decir, naturalmente, que identificara ese régimen con las formas y la práctica gubernamentales de un estado determinado»24. La adaptación de esto a un paradigma no anticapitalista en el actual escenario español, es que para Podemos la cuestión es si el “Régimen del 78” puede ser superado por un asalto electoral tras una guerra de posiciones. ¿Es esta adaptación correcta?
Como es bien sabido, insatisfecho con el papel secundario que los marxistas “vulgares” venían dándole a la “superestructura”, Gramsci le otorgó protagonismo al papel de la cultura y la ideología como terrenos de construcción política, pero no perdió de vista que la lucha por la supremacía o dominación de unos grupos sociales sobre otros, la batalla por la hegemonía, se da sobre las bases de una “estructura” económica en la que se origina la lucha de clases. Laclau y Mouffe consideran que esto es un “residuo economicista”, y como añade Errejón a la visión de éstos: «una vez eliminado [el “residuo economicista”], permite desarrollar plenamente su rica concepción de la hegemonía, una vez abierta a la “contingencia” absoluta, despojada de cualquier limitación extradiscursiva (…). La hegemonía en Laclau y Mouffe es una actividad de articulación que ocurre en un campo marcado por el antagonismo, pero sin más fronteras que las temporalmente fijadas por el choque de conformaciones discursivas (…). Esta práctica [la construcción de un “afuera constitutivo”] ya no se da necesariamente entre clases sociales, sino entre “identidades” que se constituyen entorno a “demandas” (…)»25.
Mouffe apunta, en sus conversaciones con Errejón, que «(…) Toda tentativa para pensar lo político tiene que partir de presupuestos ontológicos que no se pueden probar (…) No se trata de probar “la verdad” de la concepción que uno defiende sino de mostrar cómo a partir de ella se pueden entender muchos fenómenos que otras concepciones no pueden aprehender (…) Por “pasiones” designo un cierto tipo de afectos comunes, a saber, los que son movilizados en el campo político en la constitución de las formas de identificación nosotros/ellos. Uno habla de “identidades”, pero en realidad son siempre “identificaciones” ya que, según la perspectiva antiesencialista, la identidad nunca está dada naturalmente, es siempre una forma de identificación»26.
Así pues, pareciera que se abandona el abanico de determinaciones marxistas que llevan a concebir las clases sociales en el capitalismo como algo inherente al sistema y que traduce el principal antagonismo social. Estamos de acuerdo en que usar la metáfora de Marx de estructura-superestructura como axiología teórica es una simplificación empobrecedora, que establece un juego bidireccional de ida y vuelta entre ambos elementos que impide ver la articulación dialéctica (en su sentido no reduccionista) que se establece entre ellos. Adelantamos no obstante, que el abandono de la “materialidad” de las bases de los fenómenos sociales es, según nuestro punto de vista, la principal grieta de la filosofía política de Laclau y Mouffe: una cosa es que la construcción discursiva de la hegemonía sea una herramienta política útil y la otra es que, epistemológicamente, nos alejemos de la consideración del modo de producción capitalista y sus consecuencias en la conformación de estrategias y horizontes emancipatorios.
Así pues, pareciera que se abandona el abanico de determinaciones marxistas que llevan a concebir las clases sociales en el capitalismo como algo inherente al sistema y que traduce el principal antagonismo social
Insistamos en la acepción de la hegemonía con la que trabaja Errejón: «(…) el análisis de las prácticas de significación, articulación y nominación capaces de generar una forma de poder caracterizada por el consenso de los elementos subordinados a una determinada dirección que consigue presentarse como en beneficio de toda la comunidad política»27 y de la necesidad, según él, de no usar categorías poco maleables para remitirse a ella, sino dotarla de flexibilidad, permitiendo integrar de forma duradera a grupos tanto aliados como inicialmente antagonistas, a lo que aludió en su famoso tweet: «La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación – apertura»28.
Adiós a las clases sociales
Explicando la necesidad de hallar herramientas que permitiesen articular los nuevos movimientos que se desarrollaron después de mayo del 68 (feminista, ecologista, antirracista o anti-homofobia) con la izquierda tradicional, Mouffeafirma que el principal obstáculo era que tanto el marxismo como la socialdemocracia veían la existencia de identidades políticas como previas a su articulación discursiva, pero ellos (Laclau y Mouffe) tuvieron la suerte con respecto a pensadores anteriores de la izquierda (se refieren a Lukács) de que el post-estructuralismo ya se estaba desarrollando, lo que les permitió «elaborar una noción de lo social como espacio discursivo, producto de articulaciones políticas contingentes, que no tienen nada de necesario y podrían siempre haber sido de otra forma»29. Así pues, no sólo consideran que las clases sociales no son útiles como precepto teórico (a lo sumo como constructo), sino que también le dan la espalda a planteamientos historicistas, de base hegeliana o no. Estos autores, al calor del paradigma post-estructuralista, consideran que ni el lenguaje ni el sujeto anteceden al discurso, sino que éste es una actividad contingente e irradiadora a partir de la cual se construyen tanto el uno como el otro.
Las críticas a una concepción tal son muy abundantes, pero remitimos al lector interesado a cinco trabajos, que creemos que condensan de forma excelente las debilidades, según nuestro parecer, del relativismo post-estructuralista: para una crítica del post-estructuralismo desde el punto de vista filosófico, consúltese Nuestro Marx30, de Néstor Kohan; para una crítica literaria (ámbito en el que el post-estructuralismo de desarrolló más ampliamente) y epistemológica, véase respectivamente Teoría literaria: una introducción31 de Terry Eagleton y Luis E. Alonso, Sociedad y discurso o discurso sin sociedad: el debate postestructuralista32; y para una impugnación política véase Tras el búho de Minerva33 de Atilio Borón y “Construir pueblo”, Crítica al diálogo Errejón-Mouffe34 de Pau Llonch.
El enfoque basado en la construcción discursiva de identidades, lleva a lo que en términos académicos se conoce como “autonomía de lo político”, queriéndose indicar con ello que “lo político” se dirime a nivel del discurso-hegemonía, sin tener en cuenta las luchas concretas relacionadas con la composición de clase ni el medio de producción capitalista
Una investigación que se pretenda seria y quiera ahondar en las limitaciones epistémicas de un arranque post-estructuralista de lo político merecería un trabajo aparte. Aquí, nos contentaremos con señalar que el enfoque basado en la construcción discursiva de identidades, lleva a lo que en términos académicos se conoce como “autonomía de lo político”35, queriéndose indicar con ello que “lo político” se dirime a nivel del discurso-hegemonía, sin tener en cuenta las luchas concretas relacionadas con la composición de clase ni el medio de producción capitalista (ni, según los post-obreristas, con las relaciones de producción biopolítica). La siguiente aseveración de Mouffe sirve de claro ejemplo: «(…) Aquello que en un momento dado es considerado como el orden “natural”- junto al “sentido común” que lo acompaña- es el resultado de prácticas hegemónicas sedimentadas, no es nunca la manifestación de una objetividad más profunda, externa a las prácticas que lo originan. Es por eso que la sociedad no debe ser percibida como el despliegue de una lógica exterior a sí misma, cualquiera que sea la fuente de esta lógica: las fuerzas de producción para Marx, el desarrollo del Espíritu Absoluto para Hegel o las leyes de la historia para varias corrientes positivistas»36. A este respecto, compartimos las objeciones de Llonch, que vienen a sintetizar las otras críticas mencionadas más arriba: «(…) la concepción antimaterialista que defiende que el discurso es lo que construye la realidad, una reducción posmoderna de toda realidad social en el plano exclusivamente textual y la autonomización absoluta de la política como espacio de disputa y transformación al margen de cualquier dinámica interna inevitable del capitalismo, en una demostración de que los autores del libro están más cerca de Derrida y los postestructuralistas que de Gramsci, que son más antimarxistas que posmarxistas y que (como en el Consejo Ciudadano de Podemos) sabrán mucho de política pero muy poco de Economía Política»37.
Otros usos de Gramsci
Antes de cerrar el apartado de “la hipótesis populista” de Laclau y continuadores, cabe comentar algunos otros aspectos relacionados con la herencia gramsciana. Uno de ellos es el de “guerra de posiciones”. Laclau y Mouffe, en su apuesta por una democracia radical, renuncian de entrada a la guerra de movimientos, entendida como asalto coercitivo al aparato principal de poder y a todo lo que tenga tintes jacobinos (de hecho, en los círculos gramscianos latinoamericanos influidos por estos autores, hay una gran discusión cuyo centro gravitacional es si el populismo debe ser de cuño jacobino o postcolonial). Su contribución se centra en enriquecer el enfoque que sitúa en una posición preeminente a la pugna institucional y cultural, en la consecución de un predominio hegemónico, que siempre estará sujeto a la contingencia y a la contrahegemonía, por lo que obliga al cambio (adecuación, respuesta al ataque, inclusión del adversario) o a la “extinción” (pérdida de la hegemonía). Se trataría de un perpetuummobile capaz de cambiar de dirección, una marea con capacidad de autorregular su naturaleza pero que a la vez está sujeta a fuerzas que se oponen a ella y en ocasiones la superan, una danza de ida y vuelta de lo que Gramsci llama “acumulación de fuerzas”. El campo de batalla primordial de su propuesta es la representación parlamentaria, ampliándose, como en Gramsci, a la “sociedad civil” y especialmente a las herramientas/núcleos comunicacionales.
La lógica de oposición entre lo que Gramsci consideraba “bloques” se basa en el agonismo-antagonismo, destilado de la lógica amigo-enemigo de Carl Schmitt. Lo que en Gramsci es un bloque histórico (la unificación de contenido estructural material y forma ético-política) y asume la visión del mundo correspondiente a la clase fundamental en el nivel económico y en la que se impone el sujeto primordial de la construcción de hegemonía, la voluntad colectiva nacional-popular38, en el planteamiento de Errejón asume la forma de “pueblo”, inspirada a su vez en lo nacional-popular de las experiencias populistas latinoamericanas.
La creación de este pueblo, de una voluntad colectiva que parte de formas heterogéneas, y que Gramsci concebía a través de la disputa por la hegemonía en base a dos medios fundamentales, la revolución pasiva y la hegemonía expansiva, por un lado nunca incluirá a todos los sectores en pugna y por el otro exigirá al hegemón la pérdida de parte de su identidad política inicial para poder incluir en su bloque a cuantos más sujetos, dicotomizando la batalla contra un “afuera constitutivo” minoritario en la sociedad, que deviene progresivamente la principal fuente de identificación (por oposición), de aquellos que quieren encarnar al pueblo. Mientras Gramsci hablaba del “Príncipe moderno”, refiriéndose al partido comunista, como el agente llamado a hegemonizar el estado, en la hipótesis populista la construcción popular debe hacerse a instancias de liderazgos. Según palabras de Pablo Iglesias: «Como explicaba Manolo Monereo, la política revolucionaria en tiempos de crisis es un príncipe (partido, líder, multitud, significante vacío…) que dice señalando a los ricos: “éstos son los enemigos del pueblo”39. Según Errejón, estos líderes no tienen por qué ser únicos ni fijos40. Monedero le dirigió, a Chávez diversas críticas a propósito de su “hiperliderazgo”45.
No cabe olvidar que en definitiva las clases dominantes, la derecha oficial y la nueva extrema derecha, llevan mucho tiempo utilizando con mucho más éxito que la izquierda las técnicas de dicotomización del discurso
Los aciertos, errores y límites reales en el terreno político de tales presupuestos deben ser todavía ampliamente discutidos, experimentados y contrastados. No cabe olvidar que en definitiva las clases dominantes, la derecha oficial y la nueva extrema derecha, llevan mucho tiempo utilizando con mucho más éxito que la izquierda las técnicas de dicotomización del discurso. Es cierto que su objetivo, consciente o no, es mantener el sistema e incluso “exprimirlo” más, acelerarlo, mientras que para una parte sustancial de la izquierda el principal objetivo ha sido trascenderlo. No nos cabe duda de que esto se ha hecho de forma en general poco adecuada, pero tampoco de que más allá de si lo más apropiado para las clases populares en este momento histórico es estabilizar el capitalismo o tratar de agudizar sus contradicciones, no lo podemos reformar y quedarnos en eso si miramos el horizonte en términos históricos. Es decir, no a diez o veinte años, sino en una escala de siglos. Éste ha dejado de ser un planteamiento marxista, ni siquiera de izquierdas: el capitalismo no puede durar si queremos que haya futuro. Tal es la verdad si hacemos caso de lo que nos dice la ciencia, más allá de los parches tecnoptimistas.
En todo caso, lo que parece poco probable es que los postmarxistas de corte constructivista se remitan con frecuencia a la famosa sentencia del sardo “la verdad es revolucionaria”, bien porque la verdad podrá decirse sólo en función de los significantes en pugna y el grado de desarrollo semántico de los mismos, bien porque la revolución no está en el horizonte. Decía Galeano que la utopía sirve para caminar. Tal vez los planteamientos populistas propuestos por teóricos y políticos constructivistas sirvan para caminar, pero también tendremos que ser capaces, en algún momento, de levantarnos y correren dirección contraria a la que lleva el capitalismo.
_________________
Juan Manuel Pericàs. Grup de Treball per al Pensament Crític-UPF y Seminarid’Economia Crítica Taifa.
1.- Chantal Mouffe; Íñigo Errejón. Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Icaria, 2015. [^]
2.- Carlos Fernández Liria. En defensa del populismo. Catarata, 2016. [^]
3.- José Luis Villacañas. Populismo. La Huerta Grande, 2015. [^]
4.- Jorge Alemán. Horizontes neoliberales en la subjetividad. Grama, 2016. [^]
5.- Joaquín Miras. Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal. El Viejo Topo, 2016. [^]
6.- Manuel Delgado.Ciudadanismo. Catarata, 2016. [^]
7.- José Luis Pardo. Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. Anagrama, 2016. Para una reseña crítica del mismo véase Antonio García Vila, Zarpazos al aire, Revista El Viejo Topo nº 350, Marzo 2017. [^]
8.- Jorge Verstrynge. Populismo. El veto de los pueblos. El Viejo Topo, 2017. [^]
9.- Por ejemplo, ¿Qué es el pueblo? (Casus-belli, 2014), con escritos de Badiou, Rancière y Butler, entre otros. [^]
10,- S. Alba Rico. “Podemos” y los medios, Rebelión, 1/7/14. Disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=186715. [^]
11.- S. Alba Rico. El lío de Podemos y los tres elitismos, Cuarto Poder, 6/10/14. Disponible en http://www.cuartopoder.es/tribuna/2014/10/04/el-lio-de-podemos-y-los-tres-elitismos/6325. [^]
12.- S. Alba Rico. Las elecciones del 24M; victoria simbólica, atolladero real, Cuarto Poder, 30/5/15. Ver en http://www.cuartopoder.es/tribuna/2015/05/30/las-elecciones-del-24m-victoria-simbolica-atolladero-real/7187. [^]
13.- E. Laclau. La Razón populista, FCE, 2005. [^]
14.- I. Errejón. Tesis doctoral: La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo, 2012. Universidad Complutense de Madrid. Pgs 183-6. Disponible en http://eprints.ucm.es/14574/1/T33089.pdf. [^]
15.- Para un estudio solvente y asequible, ver A. Soage. La teoría del discurso de la Escuela de Essex en su contexto teórico, Círculo de lingüística aplicada a la comunicación, 2006. Consultable en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/circulo/no25/soage.pdf. [^]
16.- I. Errejón. La lucha…pág. 215. [^]
17.- Íbidem, pág. 207. [^]
18.- Íbidem, pág. 215. [^]
19.- E. Laclau. La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana, Revista de la CEPAL, 89. Pág. 58. [^]
20.- I. Errejón, C. Mouffe. Construir pueblo... Pgs. 86-7. [^]
21.- Íbidem, Pág. 35. [^]
22.- A. Gramsci. Introducción a la filosofía de la praxis, Península, 1970. Disponible en https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/11/introduccion-a-la-filosofia-de-la-praxis.pdf. [^]
23.- Además de sus múltiples artículos periodísticos, ver P.P. Pasolini, Las cenizas de Gramsci, Visor, 2009. Disponible en https://horadelsur.files.wordpress.com/2008/11/las-cenizas-de-gramsci.pdf. [^]
24.- Gramsci es un clásico, no una moda. Entrevista realizada por Félix Manito y Miquel Subirana para el Diario de Barcelona, 10 de Mayo de 1977. Consultado en S. López Arnal y P. de la Fuente. Acerca de Manuel Sacristán. Destinolibro, 1996. [^]
25.- I. Errejón. La lucha…pág. 147. [^]
26.- I. Errejón, C. Mouffe. Construir pueblo... Pgs. 52-3. [^]
27.- I. Errejón. La lucha…Pág. 1. [^]
28.- https://twitter.com/ierrejon/status/611993556585185280?lang=es. [^]
29.- I. Errejón, C. Mouffe. Construir pueblo... Pág. 11. [^]
30.- N. Kohan. Nuestro Marx, La oveja roja, 2013. Consúltese especialmente los apartados De la gran teoría al <<giro lingüístico>> y al microrrelatoy El auge de las narrativas <<post>>…un producto de la derrota política, ambos en la Introducción. Disponible en http://www.rebelion.org/docs/98548.pdf. [^]
31.- T. Eagleton. Teoría literaria: una introducción, FCE 1988. Disponible en http://exordio.qfb.umich.mx/archivos%20pdf%20de%20trabajo%20umsnh/libros/6542615-EAGLETON-Terry-Una-Introduccion-a-La-Teoria-Literaria.pdf. [^]
32.- L.E. Alonso. Sociedad y discurso o discurso sin sociedad: el debate postestructuralista, Encrucijadas 4, 2012. [^]
33.- A. Borón. El búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo, FCE- CLACSO, 2000. Disponible en http://www.rebelion.org/docs/143861.pdf. [^]
34.- P. Llonch. “Construir pueblo”, crítica al diàlegErrejón-Mouffe. En http://paullonch.cat/construir-pueblo-critica-al-dialeg-errejon-mouffe/. [^]
35.- Concepto que se asocia especialmente a la obra de Hannah Arendt, como veremos. Para quien esté interesado, el artículo de Julia UrabayenLa autonomía de lo político frente a lo personal y lo social-económico en la obra de Arendt, Revista de Filosofía; 39: 1 (2014): 7-27 es una buena introducción. Está disponible en https://revistas.ucm.es/index.php/RESF/article/viewFile/45623/42902. [^]
36.- I. Errejón, C. Mouffe. Construir pueblo…Pág. 45. [^]
37.- P. Llonch. “Construir pueblo”, crítica…. [^]
38.- A. Gramsci. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Nueva visión, 1980. Accesible en http://disciplinas.stoa.usp.br/pluginfile.php/122356/mod_resource/content/1/Gramsci-Antonio-Notas-sobre-Maquiavelo-politica-y-Estado-moderno-1949.pdf. [^]
39.- S. Schavelzon. La formación de Podemos…Pág. 9. [^]
40.- Ver el seminario sobre Hegemonía y Discurso que impartió I. Errejón el 16 de febrero de 2015 en la Universitat de Girona. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=kRu08gXqpCM. [^]