´Entrevista a ENZO TRAVERSO para la revista Regards (número especial de invierno de 2015) realizada por ROGER MARTELLI. Traducción de Javier Aristu.
Regards. El ascenso de las derechas radicales en Europa suscita por todos lados referencias al fascismo histórico. Usted ha expresado reticencias a estas analogías. ¿Por qué?
Enzo Traverso. Las derechas radicales que crecen hoy en Europa —una ascensión espectacular en algunos países como Francia— se alimentan de la crisis económica, lo mismo que sus antepasadas de los años de entreguerras. Pero esta crisis es muy diferente de la pretérita, el contexto ha cambiado profundamente e incluso las extremas derechas no son las mismas. Durante los años treinta el capitalismo parecía estar al borde del hundimiento. Por un lado, a causa de la recesión internacional, y por otro lado, debido a la existencia de la URSS, que se presentaba como una alternativa global a un sistema socioeconómico que todos consideraban históricamente agotado. La crisis de estos últimos años ha sido en primer lugar una crisis financiera, y después se ha instalado en la zona euro como una crisis de la deuda pública. Hoy el capitalismo se mantiene muy bien y no hay alternativa visible; crecen las desigualdades sociales, pero el sistema no deja de extender su influencia a escala planetaria.
Regards. ¿Cómo se sitúa hoy el capitalismo frente a los movimientos de extrema derecha?
E.T. Durante la década de los treinta, las elites dominantes no escapaban a la espiral de los nacionalismos puestos en marcha por la Gran Guerra y veían en el fascismo una opción política posible (primero en Italia, después en Alemania, Austria, España, en Europa central, etc.). Sin ese apoyo los fascismos no habrían podido metamorfosearse de movimientos plebeyos en regímenes políticos. Hoy día, por el contrario, el capitalismo globalizado no apoya los movimientos de extrema derecha; se adapta muy bien a la Troika. Durante los años treinta, los fascismos expresaban una tendencia difusa hacia un reforzamiento de los Estados, eso que muchos analistas interpretaban como la llegada de un Estado «total», antes incluso de la llegada al poder de Hitler en Alemania (reforzamiento del ejecutivo, intervención estatal en la economía, militarización, nacionalismo, etc.) El «estado de excepción» que se establece en nuestros días no es fascista o similar al fascismo, sino neoliberal: transforma las autoridades políticas en simples ejecutores de de las iniciativas de los poderes financieros que dominan la economía global. Ya no encarna al Estado fuerte, más bien a un Estado sometido, que ha transferido a los mercados gran parte de su soberanía.
Regards. Usted ha propuesto utilizar el concepto de «post-fascista» para designar a esa derecha radical de nuestros días. Al mismo tiempo, reconoce los límites de esta enunciación. ¿Qué más nos puede decir?
E.T. El concepto de «post-fascismo» define una transición en curso de la que no conocemos todavía su conclusión. Las derechas radicales perviven marcadas por sus orígenes fascistas (en Europa central incluso reivindican esta continuidad histórica), pero tratan de emanciparse de ese pesado legado y de revestirse de una nueva piel, modificando profundamente su cultura y su ideología. Su filiación respecto del fascismo clásico se hace cada vez más problemática. El ejemplo francés es especialmente emblemático de esta mutación, ilustrado por el conflicto entre Jean-Marie et Marine Le Pen: un liderazgo dinástico, en el que el padre encarna el alma fascista original y la hija una nueva alma que querría transmigrar desde los viejos valores (nacionalismo, xenofobia, racismo, autoritarismo, proteccionismo económico) hacia un marco republicano y liberal-democrático.
Las derechas radicales perviven marcadas por sus orígenes fascistas (en Europa central incluso reivindican esta continuidad histórica), pero tratan de emanciparse de ese pesado legado y de revestirse de una nueva piel, modificando profundamente su cultura y su ideología
Regards. ¿Podemos prever los efectos que tendrá esta transformación «post-fascista»?
E.T. Se trata de una mutación que puede dinamitar el marco político. Cuando, tras los atentados de enero y sobre todo de noviembre, el conjunto de la clase política francesa (desde el PS hasta la derecha) se alinea con las posiciones del FN, luchar contra este último en nombre de la República se convierte en algo casi incomprensible. El FN no es una fuerza «antirrepublicana» como podía ser Acción Francesa en la III República. Su mutación revela en gran manera las contradicciones intrínsecas del nacional-republicanismo. No se trata, salvo excepciones, de una transición del fascismo a la democracia, sino que hablamos de una transición hacia una cosa nueva, todavía desconocida, que vuelve a poner profundamente en cuestión las democracias realmente existentes. Ya no es el fascismo clásico, pero tampoco es todavía otra cosa: en ese sentido yo lo denomino post-fascismo.
Regards. En el universo mental del «post-fascismo», el odio al musulmán ha ocupado el puesto del judío, sin que se borren los viejos cimientos del antisemitismo. ¿Cómo funciona esto?
E.T. Históricamente el antisemitismo era uno de los pilares de los nacionalismos europeos, especialmente en Alemania y Francia. Funcionaba como un código cultural en torno al cual se podía construir una idea de «identidad nacional»: el judío era «la anti-Francia», un cuerpo extraño que roía y debilitaba la nación por dentro. El epílogo genocida del nazismo tiende a singularizar el odio al judío y a enturbiar las profundas analogías que existen entre el antisemitismo europeo de antes de la segunda guerra mundial y la islamofobia contemporánea. Como los judíos en otro tiempo, hoy día el musulmán ha pasado a ser el enemigo interior: inasimilable, portador de una religión y una cultura extrañas a los valores occidentales, virus corruptor de las costumbres y amenaza permanente del orden social… El judío anarquista o bolchevique ha sido sustituido por el musulmán yihadista, la nariz ganchuda por la barba, el cosmopolitismo judío por la yihad internacional.
Regards. ¿El paralelo se extiende a otros aspectos?
E.T. En efecto, hay otras analogías: el deplorable espectáculo de nuestros jefes de Estado devolviendo la pelota para no acoger a los refugiados que huyen de las regiones devastadas por nuestras «guerras humanitarias» recuerda muy certeramente a la conferencia de Évian de 1938, durante la cual las grandes potencias occidentales no lograron alcanzar un acuerdo para acoger a los judíos que abandonaban Alemania y Austria ya bajo el poder nazi. Hay otras mutaciones paralelas: la fobia al velo islámico ha reemplazado a la misoginia y homofobia de los fascismos clásicos. En nuestros días, en muchos países de Europa occidental, los movimientos post-fascistas proclaman la exclusión y el odio en nombre de los derechos y libertades individuales. Es verdad que se trata de un proceso contradictorio, puesto que los viejos prejuicios están lejos de haber desaparecido entre el electorado de estos movimientos, pero la tendencia es bastante clara. Por lo que no podemos combatir la xenofobia contemporánea con los argumentos del antifascismo tradicional.
El deplorable espectáculo de nuestros jefes de Estado devolviendo la pelota para no acoger a los refugiados que huyen de las regiones devastadas por nuestras “guerras humanitarias” recuerda muy certeramente a la conferencia de Évian de 1938, durante la cual las grandes potencias occidentales no lograron alcanzar un acuerdo para acoger a los judíos que abandonaban Alemania y Austria ya bajo el poder nazi
Regards. El uso del concepto «fascismo» se amplía en nuestros días para designar fenómenos que desbordan considerablemente a las extremas derechas. A veces se recuerda al fascismo a propósito del Daesh1. ¿Qué piensa acerca de estas denominaciones?
E.T. Soy bastante escéptico en relación con esta tendencia, fuertemente extendida a derecha como a izquierda, que consiste en abusar del concepto de fascismo. Daesh manifiesta esa cara de fascismo o de totalitarismo solo en el caso de que reduzcamos esos conceptos a la antítesis de la democracia y de la libertad. Si esbozamos un paralelo con los fascismos y los regímenes totalitarios del siglo XX, por el contrario, el recurso a esos conceptos no es sin duda muy pertinente. Ciertamente, ISSIS expresa una forma de nacionalismo radical sunita pero la analogía con el fascismo se detiene ahí. Los fascismos nacieron de una crisis de las sociedades europeas y tenían como objetivo destruir la democracia. Se trataba en la mayoría de los casos de democracias jóvenes e incompletas, pero reales. ISSIS ha nacido en sociedades que jamás han sido democráticas; no se ataca la democracia sino sobre todo a regímenes autoritarios como aquellos que han dominado el mundo árabe hasta nuestros días. Su ideología es por otra parte compartida por regímenes con los que los países occidentales mantienen excelentes relaciones económicas e incluso alianzas militares.
Regards. ¿Relacionar el Daesh con el fascismo es por tanto improcedente?
Los fascismos eran movimientos seculares, que articulaban una visión del mundo conservadora y autoritaria con una modernidad técnica y científica; no deseaban volver al viejo régimen, querían construir un orden nuevo. Tanto Mussolini como Goebels se burlaban de los anti-ilustrados. La teoría política ha inventado la noción de «religión política» para calificar a sus ideologías que reemplazaban a las religiones tradicionales sacralizando a sus líderes. Daesh no quiere crear un orden nuevo; quiere restaurar un mítico islam originario.
Regards. ¿Significa eso que el concepto de «islamo-fascismo» procede un malentendido, incluso de una voluntad de instrumentalización?
E.T. Si la categoría de «islamo-fascismo» designa a un «enemigo interior» —los sectores yihadistas que surgen en el seno de los guetos urbanos franceses— creo que el malentendido corre el riesgo de tener graves consecuencias. Hollande ha decretado el estado de urgencia exhumando un artilugio colonial y la Asamblea ha promulgado leyes especiales. Militarizar las banlieues en nombre del antifascismo y de la defensa de la democracia supondría hacer un inmenso regalo a los propagandistas de la yihad. En lugar de participar en una campaña islamófoba dando a la misma un toque antifascista, la izquierda debería sobre todo preguntarse por qué ella no ha sido capaz de ofrecer un proyecto, una cultura y una identidad política a los jóvenes que quieren plantar cara a una sociedad que los rechaza y los estigmatiza. Me temo que la lucha contra las «clases peligrosas» en nombre de la unión sagrada contra el terrorismo corre el riesgo de incrementar el número de asesinos en nombre de dios.
1.- Nota del Traductor: Empleamos la denominación de «Daesh» al ser la que utiliza Enzo Traverso en el texto original. [1]