Por OWEN JONES
Para la izquierda, aspiración debería significar hacer causa común con quienes tienen problemas, ambiciones y esperanzas similares.
“Ambición” y “aspiración”. Es fácil ver los dos conceptos como eufemismos para referirse a los dogmas que rigen un mercado libre de trabas, que abarata los impuestos de los ricos y en general perpetúa las desigualdades. En sustancia, ese enfoque particular de la “aspiración” funciona del modo siguiente: todos pueden llegar a lo más alto si se esfuerzan lo bastante. El “éxito” es una consecuencia del esfuerzo individual, lo que significa que todos los que poseen talento, iniciativa y una ética sólida en el trabajo, están capacitados para llegar a la cumbre. Su corolario: si eres pobre, de alguna forma eres responsable de la situación en la que te encuentras. No has trabajado lo bastante duro, eres demasiado perezoso o demasiado estúpido, o las dos cosas. La desigualdad es simplemente un reflejo de lo listas o lo laboriosas que son las personas.
Pero no es obligado utilizar el concepto de aspiración en ese sentido, y ya que la derecha se ha apropiado de términos del léxico de la izquierda como “reforma” o “modernizar”, tal vez ya es hora de que nosotros, en reciprocidad, nos apropiemos de “aspiración”. Es un concepto que habla de la necesidad humana innata de optimismo: de hacer la vida más fácil, más segura y más cómoda. La tecnología progresará y se desarrollará. Nuestros hijos tendrán una vida mejor que la nuestra. Etcétera. Para quienes militamos en la izquierda, aspiración debería significar hacer causa común con quienes tienen problemas, ambiciones y esperanzas similares a las nuestras. Si utilizamos juntos nuestro poder colectivo, cada uno de nosotros podremos mejorar nuestra suerte individual.
Después de la desastrosa derrota del laborismo en las elecciones, se ha criticado a Ed Miliband el haber propugnado una perspectiva política demasiado estrecha, que ofrecía muy poco a quienes no languidecían en el escalón más bajo de la sociedad. De hecho, su programa ni siquiera era lo bastante ambicioso para los más desfavorecidos, y lo era mucho menos aún para todos los demás. Un salario mínimo de 8 libras a la hora (11,04 €, n del t) en 2020 era ridículo, y quedó eclipsado por las promesas de los conservadores (por más que el ataque de éstos a las prestaciones sociales anejas al empleo ha dejado más pobres a los trabajadores pobres). Su promesa de crear 200.000 viviendas al año hasta 2020 era inadecuada; se necesitan 240.000 solo para cubrir las necesidades más apremiantes. Y así, todo lo demás. Lo cierto es que la izquierda gana cuando es capaz de construir una coalición de ciudadanos de rentas bajas y de rentas medias. Y cuando, para conseguir esa entente, ofrece una alternativa coherente y atractiva, capaz de mejorar sus vidas, las de sus familias, de sus comunidades, de su país y de su mundo – todo ello interconectado. Eso es aspiración.
De modo que, ¿cómo tendría que ser una visión capaz de satisfacer las aspiraciones de las clases trabajadoras?
Algunos ciudadanos británicos desean vivir de alquiler, y debe atenderse a sus necesidades. Para los 11 millones que integran en la actualidad el sector en expansión y mal regulado de la vivienda de alquiler privado, es necesario controlar el precio de los alquileres y dar seguridad a los arrendatarios. Debe darse a los municipios poder para construir viviendas sociales, de modo que se facilite a los interesados la opción de un alquiler de este tipo: así se reduciría, además, la lista de más de 2 millones de familias en espera de una vivienda social de alquiler, se crearía empleo de calidad y se estimularía la economía. A largo plazo, esta iniciativa representaría menos gasto en vivienda y un dinero mejor empleado en escuelas, en hospitales o en la reducción del déficit. Para los millones de personas que carecen de acomodo, en particular la cifra récord de jóvenes que viven con sus padres, tener un lugar donde vivir es una aspiración sencilla pero decisiva.
Pero la izquierda puede además promover la propiedad de la vivienda, sin dar de lado una política social. ¿Por qué no abolir el stamp duty (un impuesto sobre actos jurídicos documentados que se aplica en las compraventas de inmuebles por encima de una cierta cantidad, n del t) y reemplazar tanto este como el IBI por un impuesto sobre el valor del inmueble? Un impuesto así garantizaría que los ciudadanos más adinerados pagaran proporcionalmente más, y aliviaría la carga que pesa sobre las rentas medias, pero además ayudaría a prevenir burbujas inmobiliarias nocivas. La banca pública podría también ofrecer hipotecas a quienes ven denegadas por lo común sus solicitudes, no solo los autónomos. Jeremy Corbin ha sugerido hace poco la posibilidad de un derecho de compra para los arrendatarios privados: ciertamente, podríamos empezar por establecer el derecho a una negativa en principio para los arrendatarios cuyos propietarios ponen a la venta su casa. Mientras millones de británicos aspiran a una vivienda en propiedad, la National Housing Federation alerta de que los propietarios de vivienda propia se están convirtiendo en un “club exclusivo”. Estas políticas asegurarían un enfoque progresista a la crisis de vivienda, de modo que las aspiraciones a un hogar estable y seguro no fueran un privilegio del que disfrutan solo unos pocos.
¿Y qué decir de la aspiración a mejorar la calidad de nuestra vida por medio de un trabajo bien pagado y seguro? La izquierda tiene mucho que decir en relación con los autónomos y los emprendedores, por ejemplo. Demasiado a menudo se les niegan préstamos que necesitan desesperadamente para sus negocios, debido a las deficiencias de la banca privada en cuanto a una política adecuada de préstamos. Está claro que sería necesario crear un banco público de inversión con un mandato específico para respaldar ese tipo de negocios. Los autónomos valoran mucho por lo general el sentimiento de ser sus propios patronos, pero con frecuencia son trabajadores que gozan de poca seguridad, con ingresos decrecientes, y privados de pensiones y de prestaciones en casos de baja por enfermedad o maternidad: la izquierda debería batirse por ellos. Y una cosa que suele olvidarse en el debate sobre las condiciones para los préstamos bancarios, es que muchos autónomos serán las personas más afectadas por los recortes. Son gente a la que debemos apoyar. Hemos de tener claro el hecho de que los trabajadores precarios también merecen la posibilidad de mirar en positivo el futuro; que los placeres de la vida no pueden ser patrimonio exclusivo de los ricos, sino que han de ser accesibles a todos. Políticas como las que se sugieren subrayarían que la izquierda no se opone al lujo, pero cree que la oportunidad de vivir una vida plena y segura debe extenderse a todos.
Las soluciones colectivas permiten prosperar y mejorar a los individuos. La derecha seguirá utilizando la aspiración y la ambición como tapadera para volcar más riqueza y poder hacia quienes poseen ya demasiado de ambas cosas. ¿Qué nos detiene al resto de nosotros para apropiarnos esos términos y utilizarlos como pivotes sobre los que construir una sociedad más justa, más equitativa y más próspera?
La izquierda ha dejado perder durante largo tiempo la batalla por el impuesto de sucesiones, descrito emotivamente como un “impuesto sobre la muerte”. Aprendamos entonces de los Verdes, que reclaman la abolición del impuesto de sucesiones tal como está configurado, y reclaman a cambio que el beneficiario contribuya en función de su propio patrimonio, y no del de la persona fallecida.
La educación es vital, no solo para mejorar las oportunidades individuales en la vida, sino además para respaldar ideales sociales como la democracia y la cohesión social. Los licenciados universitarios procedentes de familias con ingresos medios se ven agobiados de deudas por haber aspirado a una educación mejor: se trata de un ataque directo contra la aspiración, si alguno merece ese nombre. Sus estándares vitales se verán reducidos durante años, como consecuencia de ello. George Osborne (secretario de Estado y canciller del Exchequer, conservador, n del t) justifica su programa de austeridad con el argumento de que las generaciones futuras no deben verse condicionadas por la deuda, y sin embargo es justo eso lo que hace alegremente en el capítulo de la educación. Por esa razón es tan importante la campaña para una universidad como bien social. Pero además muchos estudiantes abandonan los estudios debido al deseo de disfrutar de trabajos bien pagados y seguros. Por eso necesitamos una estrategia industrial – como en Alemania – que, abandonando el dogma de “dejar al mercado la selección de los ganadores y los perdedores”, favorezca a los sectores de alta tecnología y energías renovables mediante el respaldo y la expansión de la investigación y el desarrollo. Muchos jóvenes procedentes de familias de rentas medias se encuentran también estancados en sus profesiones porque se les pide que trabajen gratis como proceso de iniciación y aprendizaje, y no pueden hacerlo porque no cuentan con unos padres con capacidad para financiarles. Y ese ataque a la aspiración – las becas desprovistas de fondos y los trabajos interinos no remunerados – debe ser abolido de una vez.
Cuando reivindicamos unos ferrocarriles públicos, insistimos en el hecho de que se están pagando muchos más subsidios públicos ahora que en la época del British Rail (la sociedad nacional de ferrocarriles, privatizada entre 1994 y 1997, n del t). Es un despilfarro de dinero público, que estaría mejor gastado en los ferrocarriles mismos y en la reducción del precio de los billetes. Puede resultar más barato volar a medio mundo que viajar en tren en nuestro propio país. ¿Y a quién afecta más esa situación? A los usuarios de clases medias, penalizados por los precios abusivos de los billetes por el hecho de que viven en zonas suburbanas.
El hecho de que las grandes empresas se acojan a exenciones de impuestos es injusto por muchas razones; una de ellas es que las pequeñas empresas no pueden permitirse pagar asesores expertos en aprovechar los resquicios de la legislación fiscal, y en consecuencia se encuentran en desventaja desde el punto de vista de la competitividad. Por esa razón, la lucha contra la evasión de impuestos puede ayudar a los pequeños empresarios. Y la imposición a los muy ricos – con frecuencia ociosos, además ricos – es crucial para invertir en servicios, empleo y vivienda tanto para los ciudadanos de rentas medias como para los de rentas más bajas.
Empleo, vivienda, educación, pequeña empresa: la izquierda británica puede abarcarlo todo. Nosotros entendemos que las ambiciones y las aspiraciones de los individuos están íntimamente relacionadas con la mejora de la sociedad en su conjunto. Las soluciones colectivas permiten prosperar y mejorar a los individuos. La derecha seguirá utilizando la aspiración y la ambición como tapadera para volcar más riqueza y poder hacia quienes poseen ya demasiado de ambas cosas. ¿Qué nos detiene al resto de nosotros para apropiarnos esos términos y utilizarlos como pivotes sobre los que construir una sociedad más justa, más equitativa y más próspera?
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Publicado originalmente en classonline.org.uk, órgano de Class (Centre for Labour and Social Studies), 25.8.2015. Traducción del inglés de Paco Rodríguez de Lecea