Por MANUEL PÉREZ YRUELA
1. Introducción
En el escaso debate que hay en Andalucía sobre la situación y perspectivas de la sociedad andaluza en el actual contexto nacional y global, se puede decir que, si ese debate se abriera y animara, podría haber un cierto consenso sobre su punto de partida.
Este punto consistiría en convenir que, desde la restauración de la democracia e inicio del Estado de las Autonomías hasta comienzos del siglo XXI, Andalucía ha experimentado cambios muy significativos de carácter social, cultural y económico. Cambios que han transformado las condiciones de vida de los andaluces, y han hecho que Andalucía haya dejado de ser la región pobre, desigual, inculta, subdesarrollada, agraria y latifundista de hace cincuenta años y hoy sea una sociedad más parecida que diferente a otras de su entorno.
Andalucía ha experimentado cambios muy significativos de carácter social, cultural y económico
Estos cambios han sido muy visibles en aspectos como los servicios públicos de educación, sanidad, dependencia y protección social, equipamientos urbanos, infraestructuras de todo tipo, incorporación de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, o crecimiento de la renta. Han sido menos visibles otros cambios relacionados con aspectos sociales y culturales más difíciles de percibir a simple vista, tales como los efectos de la mejora del nivel de formación de la población, la mejora de la salud y el aumento de la esperanza de vida, los cambios en las relaciones sociales, o los avances en la igualdad entre mujeres y hombres, entre otros.
Sin embargo, todavía se perciben señales e indicadores de que los rasgos de aquella otra Andalucía no han desaparecido del todo. Puede que sean rasgos que se han hecho resistentes al cambio o, más probablemente, que no se haya hecho lo suficiente para reconocer esas resistencias y tratar de superarlas. Por ejemplo, algunas de nuestras pautas sociales muestran una cultura mezcla de tradicionalismo y modernidad, cuyo equilibrio puede no ser el apropiado para avanzar en la solución de los problemas que tenemos para adaptarnos con eficacia a los cambios acelerados de las últimas décadas; nuestro sistema educativo tiene que reflexionar y actuar sobre los problemas de abandono escolar temprano o los resultados comparativamente bajos en las competencias que adquieren los alumnos; nuestro sistema económico tiene que reconocer que ha tenido y sigue teniendo problemas para resolver el problema endémico del empleo, especialmente el juvenil, y abrir nuevos horizontes para resolverlo; nuestro sistema de I+D+I, tan importante para el desarrollo económico y social, necesita ajustarse mejor para cumplir la importante función que le corresponde; seguimos teniendo altas tasa de pobreza (31,3%, 11 puntos más que la media española), carencia material severa (5,9%, 1,2 puntos más que la media española), que hacen que doce de los quince barrios más pobres de España estén en Andalucía y no podamos hablar, por tanto, de una sociedad realmente cohesionada; nuestro sistema político tiene que enfrentar la realidad de que la renta media en Andalucía se mantenga tozudamente por debajo del 80% de la media nacional, sin converger más con ella; también a que en la cultura política de los andaluces convivan altas expectativas sobre el papel que corresponde al Estado en la solución de los problemas de los ciudadanos y el escaso interés que tienen en la política y en la participación en ella, más allá de los procesos electorales; finalmente, hay que redefinir, después de casi cuarenta años de autonomía, el papel que quiere tener Andalucía en el modelo de gobernanza territorial, más allá de la ya tan usada expresión de “no ser más que nadie ni menos que nadie”.
En suma, la sociedad andaluza es hoy una sociedad moderna en bastantes aspectos, con mejor nivel de bienestar, aunque se haya llegado aquí con retraso y sea un progreso incompleto, que muestra en la actualidad grados de avance desiguales según de qué dimensión se trate. Superar esta situación y seguir avanzando en el progreso, bienestar e igualdad de los andaluces, en el contexto de los cambios técnicos, económicos y sociales de los últimos tiempos, requiere un proyecto para Andalucía diferente del que ha guiado la acción política de las últimas décadas.
Ese proyecto ha estado centrado sobre todo en la solución de los problemas materiales urgentes y en la reducción de los déficits históricos de servicios públicos e infraestructuras. No lo ha estado tanto en la eliminación de los obstáculos que impiden que los indicadores de bienestar converjan y se aproximen por lo menos a la media española e incluso pudieran ser superiores, de manera que fuera posible salir de esta especie de destino inevitable de estar siempre en la cola.
Hay que redefinir, después de casi cuarenta años de autonomía, el papel que quiere tener Andalucía en el modelo de gobernanza territorial, más allá de la ya tan usada expresión de “no ser más que nadie ni menos que nadie”
El nuevo proyecto debe conservar y reforzar los logros ya conseguidos en materia de igualdad y bienestar social, pero debe abordar con firmeza las tareas pendientes para remover los obstáculos y crear el clima que facilite el avance de Andalucía más allá de los límites en los que ahora se sitúa. Tiene que reconocer los obstáculos que hay para continuar progresando y para mejorar los indicadores que reflejen ese avance. También tiene que identificar los cambios sociales, culturales y económicos necesarios para ello. Finalmente, tiene que configurarse como proyecto político, en el mejor y amplio sentido de la palabra política, que articule las medidas necesarias para alcanzar esos objetivos.
Configurar ese proyecto no es una tarea fácil, pero es una tarea atractiva, también creo que obligada, para quienes nos preocupa el porvenir de nuestra comunidad, objetivo que he compartido con Javier Aristu, en cuya memoria escribo estas líneas. Sin duda debería serlo también para la clase política, especialmente para los partidos de izquierda, que deberían estar más preocupados cuando gobiernan por las reformas necesarias para avanzar que por la mera gestión del statu quo. Esto requiere de la colaboración de muchas personas y de la aportación de conocimiento sobre nuestra Comunidad, del que ya hay bastante disponible pero poco aprovechado. Una tarea en la que es imprescindible una participación muy activa de la sociedad andaluza.
No es posible desarrollar aquí más estas ideas, pero sí quiero señalar dos aspectos que en mi opinión son los primeros obstáculos a los que habría que mirar. El primero es superar un efecto derivado de la conocida paradoja de la satisfacción, que consiste en la dificultad para desarrollar una reflexividad crítica que ayude a superarla. El segundo es preguntarse en qué medida la vertebración actual de la sociedad andaluza facilitaría el desarrollo de ese nuevo proyecto, en cuya definición debe participar activamente.
2. Las dificultades de la reflexividad crítica
Con frecuencia se ha utilizado la ya muy conocida expresión paradoja de la satisfacción para comprender el proceso de cambio por el que Andalucía ha experimentado el progreso aceptable pero comparativamente insuficiente, que he tratado de resumir en los párrafos anteriores. El contenido que, cuando se utiliza, suele darse a esa expresión creo se puede resumir en lo siguiente: la superación de las carencias históricas de Andalucía en relativamente poco tiempo y la mejora comparativa de las condiciones de vida actuales respecto a los años de pobreza y bajo desarrollo, han creado un alto grado de satisfacción de la sociedad con lo conseguido, especialmente entre las clases menos favorecidas, una cierta valoración de que eso ya es bastante y una cierta confianza en que se va a mantener en el tiempo.
Sin embargo, la paradoja de la satisfacción tiene un contenido más amplio y su contenido es algo más complejo que el resumen de él que acabo de hacer, cuestión sobre la que aquí no puedo extenderme. No obstante, quiero subrayar que parte del contenido de esa expresión es la hipótesis de que uno de sus efectos colaterales más importantes puede ser el bloqueo de la reflexividad crítica, que toda sociedad necesita para seguir avanzando. En el caso de Andalucía, esto se ha producido por tres razones concurrentes, derivadas de esa paradoja. La primera, es que el equilibrio social que describe la paradoja favorece poco la aparición de demandas ciudadanas que rompan ese equilibrio. Esto se debe, por un lado, al nivel de satisfacción de la parte de la sociedad que más se ha sentido beneficiada por los cambios. Por otro, a que buena parte de los no tan directamente beneficiados también los valoran positivamente. Ambos grupos han formado una relativa mayoría de la sociedad andaluza.
La paradoja de la satisfacción ha sido resultado de los logros sin precedentes de la sociedad andaluza, pero al mismo tiempo a través de su contribución al bloqueo de la reflexividad crítica, ha sido un obstáculo para seguir avanzando en un proceso de cambio social, cultural y económico en el que había y hay un amplio camino por recorrer
La segunda es que también es poco probable que el PSOE, la fuerza política que ha gobernado Andalucía durante el largo periodo de tiempo en el que se ha llegado al nivel de satisfacción que hay tras la paradoja, asuma una revisión crítica de las políticas que han producido ese estado de satisfacción. El cambio ocurrido en Andalucía ha sido en buena medida el resultado de la acción de gobierno del PSOE. Este partido político ha ganado la mayoría de las elecciones autonómicas desde 1982 hasta 2019, que también ganó, aunque la pérdida de votos y escaños le impidió formar gobierno, resultado que en parte podría explicarse por el motivo anterior. La excepción fueron las elecciones de 2012, que fueron ganadas por la lista del PP encabezada por Javier Arenas, aunque no tuvo mayoría parlamentaria para gobernar. Esta acción se vio reforzada durante bastantes años por el impulso que dio al Estado de bienestar ese mismo partido desde el Gobierno de la nación y por nuestra entrada en la Unión Europea. Es lógico que el partido que se atribuye haber protagonizado una parte importante de los cambios que tan positivamente ha juzgado la sociedad andaluza, mantuviera sus análisis dentro del equilibrio propio de la paradoja de la satisfacción, antes que adentrarse en la reflexión sobre qué parte de responsabilidad podía tener su gestión en los aspectos en los que el progreso de Andalucía había sido insuficiente. Además, esto se veía reforzado por la estrategia en cierta medida negacionista de los partidos de la oposición andaluza, especialmente el PP, sobre la contribución del PSOE a que se produjeran esos cambios, estrategia que les proporcionaba pocos resultados electorales.
La tercera razón, es que era igualmente poco probable que grupos de expertos, ciudadanos informados y asociaciones ciudadanas, preocupados por el devenir de su Comunidad, asumieran la función de la reflexividad crítica en el contexto social de satisfacción y ausencia de problemas graves. Situación que el gobierno obviamente reforzaba en su comunicación con la sociedad, como suelen hacer todos los gobiernos, y por el peso, presencia e influencia que tenía en casi todos los ámbitos de la sociedad andaluza.
La paradoja de la satisfacción ha sido resultado de los logros sin precedentes de la sociedad andaluza, pero al mismo tiempo a través de su contribución al bloqueo de la reflexividad crítica, ha sido un obstáculo para seguir avanzando en un proceso de cambio social, cultural y económico en el que había y hay un amplio camino por recorrer.
3. La vertebración de la sociedad andaluza
Un proyecto como el antes esbozado requiere, como he señalado, de una activa participación de la sociedad andaluza. Por eso es pertinente preguntarse hasta qué punto la sociedad andaluza está articulada de forma apropiada para hacerlo. En otras palabras, hasta qué punto puede hablarse de una sociedad andaluza organizada, preocupada, involucrada y responsabilizada de sus propios problemas, capaz de llevarlos a la agenda política y seguir y controlar el curso de las soluciones que se apliquen. O por el contrario es ajena a esta orientación y deja la solución de los problemas en manos del sistema político, sin preocuparse de participar activamente en ello, como he comentado antes.
La pregunta es relevante, porque la articulación de la sociedad andaluza a partir de la transición era una tarea difícil de realizar, pese a la intensa movilización que hubo en aquellos primeros años para reivindicar su reconocimiento de Comunidad Autónoma por la vía prevista en el artículo 151 de la Constitución Española.
Era una tarea difícil de realizar porque la sociedad andaluza tenía entre las herencias de su pasado una experiencia intensa de escisión y conflicto internos, y escasos ejemplos de auto orientación y colaboración interclasista en la solución de sus problemas endémicos. Esto ayudaba poco a la constitución de una identidad colectiva capaz de dar cobertura a intereses contrapuestos, como había sucedido en otros lugares.
En otras palabras, hasta qué punto puede hablarse de una sociedad andaluza organizada, preocupada, involucrada y responsabilizada de sus propios problemas, capaz de llevarlos a la agenda política y seguir y controlar el curso de las soluciones que se apliquen
También era difícil porque en las actuales condiciones se hace más compleja. La sociedad andaluza era ya a comienzos de los ochenta una sociedad razonablemente abierta y hoy lo es aún más. La economía andaluza era y es también una economía abierta. Y la cultura andaluza también lo era y lo es, aunque ésta es la dimensión donde el mantenimiento de los patrones particulares frente a influencias exteriores es más visible. En esas condiciones, reforzar la identidad para orientar la sociedad andaluza preferentemente hacia ella misma es menos fácil que hacerlo en un contexto en el que la posibilidad de autoafirmación frente a terceros hubiera sido más alta. Además, en esas condiciones actuales, cada vez más andaluces forman parte de redes sociales que traspasan los límites de la Comunidad Autónoma, y sus proyectos y preocupaciones se deciden en el seno de esas redes. También cada vez más, los intereses de muchos andaluces están vinculados a la evolución de actores que están residenciados fuera. Todo ello hace más difícil que estos ciudadanos entren en un proceso de identificación como al que aquí nos estamos refiriendo.
Se trataba también de cómo hacer que una sociedad abierta que al mismo tiempo tenía una fuerte identificación y orientación provincial, e incluso local, ampliase su identificación, su identidad, más allá de los límites locales y provinciales, para poder contribuir y participar mejor en objetivos y proyectos enmarcados en el perímetro social de Andalucía. El objetivo debería haber sido reforzar una identidad andaluza moderna y favorecer la aparición de actores colectivos de dimensión realmente andaluza en todos los ámbitos (culturales, científicos, profesionales…) que no sean el mero agregado de los intereses y actores provinciales y locales. Sigue siendo una tarea pendiente.
Esta cuestión se puede volver a plantear en el marco de la visión que sobre la identidad se ha abierto paso en las últimas décadas. Una visión que rechaza la visión esencialista que magnifica y exagera el valor de los sentimientos de pertenencia a un grupo por razones la mayoría inmateriales (etnicidad, lengua, cultura, carácter, tradiciones y también la singularidad económica). Una visión de una identidad más universal basada en la “ciudadanía” como identidad.
La nueva visión de la identidad reconoce su carácter múltiple, fragmentado, pragmático y fluido, capaz de adaptarse a los cambios de entorno, en el contexto de la identidad de la ciudadanía. Esta visión explica la existencia de muchos movimientos sociales y reivindicativos de grupos y territorios que defienden sus intereses específicos o particulares, a través de la acción política y reivindicativa. Una identidad que reclama el reconocimiento de la diferencia y que demanda soluciones que la tengan en cuenta.
Las teorías sobre el cambio social han puesto de manifiesto la importancia de los emprendedores institucionales en los procesos de cambio, por su capacidad para conceptualizar, orientar, transmitir y liderar las mejores formas de adaptación a la influencia de variables endógenas y exógenas, que es lo que en esencia constituye un proceso de cambio. La sociedad andaluza requiere que se promuevan y agilicen cambios para avanzar en la convergencia de sus indicadores de bienestar con España y para adaptarse al nuevo escenario de la globalización, la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información, la digitalización y la inteligencia artificial. Por ello, resulta obvio subrayar hasta qué punto es una condición necesaria la existencia de un liderazgo político de dimensión y orientación andaluza, que haga posible ese proceso. Un liderazgo que asuma los problemas de fondo de la Comunidad proponga soluciones propias para resolverlos en el contexto nacional y europeo en que se inserta, pero no se limite a aplicar sin más y sin adaptar a las condiciones propias el modelo estatal, el de otras Comunidades o el de la UE. Un proyecto que tenga en cuenta las diferencias y adapte a ellas las soluciones.
Según datos disponibles, en Andalucía se observa una presencia menor de actores colectivos de dimensión andaluza, frente a la importancia que tienen los actores colectivos locales y provinciales. Se observa también que las élites (en el sentido de grupos capaces de liderar cambios, de emprendedores institucionales) de dimensión realmente andaluza son bastante escasas, frente a las que lo son por la mera agregación de las provinciales y locales. También se observa la carencia de entidades de la sociedad civil dedicadas a reflexionar sobre las cuestiones que he esbozado en estas páginas. Todo esto limita el poder reforzar un aspecto importante en el que Andalucía es deficitaria, la formación de una sociedad andaluza articulada para comprometerse con la solución de sus problemas.
4. Reflexión final
Las ideas brevemente expuestas en estas páginas no pretenden ser más que apuntes para un debate que creo que es necesario en Andalucía, para salir del actual estancamiento de su situación, que se ha producido tras el periodo de cambio material importante, pero insuficiente al que me he referido.
He compartido con Javier Aristu y un grupo de amigos esta preocupación y hemos iniciado juntos un modesto proyecto al que hemos denominado Nuevo Diagnóstico de Andalucía, que es nuestro granito de arena a esa llamada a la participación de la sociedad andaluza que he subrayado. Lo iniciamos justo antes de decretarse el primer estado de alarma por la pandemia, lo hemos mantenido vivo hasta hora, nos ha tocado al final despedirnos de Javier que tanto nos alentaba y al que echamos de menos, y tras la vuelta a la anormalidad es tiempo de revitalizarlo, si es posible.
Al margen de lo que dé de sí nuestro modesto proyecto, corresponde al sector riguroso y progresista de la sociedad andaluza hacer lo posible para desarrollar y avanzar este debate. Y a los partidos de izquierda participar activamente en él, reconociendo no sólo los logros, sino también los problemas, errores e insuficiencias que ha habido en estos cuarenta años. Debe ser un debate sin prisa, pero sin pausa, no condicionado por la “importancia de lo urgente”, ni por las luces cortas. Debe ser un debate integrador entre las distintas posiciones de izquierda, porque de lo contrario no será fácil llevarlo a cabo.
_______________
Manuel Pérez Yruela, Profesor de Investigación de Sociología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (desde 2016 en la condición de Ad Honorem), en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) de Córdoba.