BRUNO TRENTIN en conversación con BRUNO UGOLINI
Bruno Ugolini: Algunos estudiosos, como André Gorz, defienden que las nuevas y experimentales formas de autogestión del trabajo en las grandes empresas son una trampa porque siempre existe una escisión entre productores y producto. Los trabajadores no ven nunca el producto acabado, no es posible alcanzar ninguna identidad en el trabajo. La única receta es por tanto la de la reducción del tiempo de trabajo…
Bruno Trentin: Las últimas teorías de Gorz son, en mi opinión, otra variante, aunque involuntaria, de la hegemonía del taylorismo. Gorz da por descontado que el taylorismo y el fordismo son el rostro inmodificable del capitalismo y de cualquier sistema productivo. Y por esto busca la «salvación» de la persona y la recuperación de la convivencia fuera de estos sistemas.
Por el contrario, estoy convencido de que «ver» el producto acabado y poder medir la cantidad y la calidad de la propia contribución a la creación de ese bien depende del tipo de autogobierno del que dispone el grupo de trabajo y de su posibilidad de interactuar sobre otros centros de decisión. Cuando tal grupo pueda remontar hasta el diseñador, podrá señalarle un error de previsión o de diseño que repercutirá sobre el producto antes o después; cuando se creen una serie de relaciones, absolutamente inéditas, entre las diversas secciones de la organización de una empresa, entonces podrá resultar modificado de manera sustancial el papel del trabajo, del trabajo creativo en la empresa productora de bienes o de servicios, y no solo del denominado tiempo libre.
Sin embargo, según Gorz, es bueno que los trabajadores asalariados sean los menos posibles y trabajen lo menos posible.
Así, prefigura una sociedad en la que, durante una parte del tiempo, la más corta posible, el hombre subsiste como esclavo, ilota, totalmente incapaz de expresarse de forma creativa. Mientras que podrá encontrar la libre expresión de la propia personalidad, de la propia creatividad y de la propia capacidad de convivir solo en la actividad «no lucrativa», en el trabajo voluntario que la reducción del trabajo asalariado hará posible.
Yo, al contrario, argumento, ante todo, que una persona, aunque solo durante una hora de su vida, sea sometida a un trabajo fragmentado, durante el cual es expropiada de su capacidad creativa o de su autonomía de decisión, es una persona marcada en toda su vida y en todas sus actividades cotidianas, por muy libres o no libres que sean. Esta maldición, en consecuencia, si tiene que ser inevitable, marca, independientemente de la cantidad de tiempo, toda la vida de la persona. Y limita también sus posibilidades de expresión en otros campos, en las actividades voluntarias como en las formas de evasión, que llegan a ser incluso convulsivas. Hoy vivimos en una época en la que, si miramos solo el calendario, hay ya más tiempo libre que tiempo de trabajo. Sin embargo, aquel que pierde el trabajo por lo general no mejora sus relaciones familiares, sus relaciones afectivas y sus actitudes hacia una actividad creativa. Porque el trabajo social define la posición que el trabajador ocupa en toda la red de relaciones interpersonales.
Una persona, aunque solo durante una hora de su vida, sea sometida a un trabajo fragmentado, durante el cual es expropiada de su capacidad creativa o de su autonomía de decisión, es una persona marcada en toda su vida y en todas sus actividades cotidianas, por muy libres o no libres que sean.
B.U.: ¿No nace este malestar de la pérdida de salario?
B.T.: No. Veamos, por ejemplo, el caso de un trabajador en regulación de empleo que gana el 87 por ciento de la retribución, es decir, mucho más que la renta de ciudadanía que proponía Gorz no hace mucho. El problema psíquico del que está en regulación de empleo está frecuentemente confirmado por las dramáticas estadísticas de suicidio. Entre estas mujeres y estos hombres aumenta el número de enfermedades nerviosas, depresiones. Lo mismo sucede con la prolongación del tiempo de vida de los pensionistas, cuando no consiguen resituarse socialmente con una actividad militante que de algún modo prolongue en el tiempo sus anteriores posiciones sociales. Hay una determinada neurosis debida a la pérdida del empleo, porque este trabajo se entiende como un momento decisivo de realización de la identidad personal. Quiero decir, paradójicamente y asumiendo también la versión más sombría y desesperada del trabajo subordinado que, si yo o cualquiera de nosotros fuese sometido, aunque solo sea durante una hora al día a un tratamiento de tercer grado en una comisaría de policía y fuera libre después para hacer lo que le diera la gana, cargaría con esa hora el resto del día.
Por tanto, enfrentarse al problema –que en el fondo nunca estará resuelto– de la liberación de la persona respecto de los contenidos opresivos del trabajo, cuando este trabajo se ejerce de forma colectiva, es la condición para realizar también todas las potencialidades creativas de las actividades lúdicas o productivas de valores de uso que se desarrollan fuera del trabajo asalariado. Es la condición, por tanto, para reconstruir relaciones armónicas y no conflictivas fuera del trabajo, con los otros, lo que justamente Gorz propone.
La paradoja, por lo demás, está precisamente en el hecho de que hombres como Gorz o Guy Aznar asuman el taylorismo como el dato inmutable de la sociedad capitalista, justamente cuando el taylorismo está en crisis en todo el mundo. No obstante, son los mismos que, en años lejanos, habían apoyado rotundamente lo contrario, es decir, que no solo el taylorismo sino las precedentes formas de división del trabajo, la destrucción del trabajo entendido como prestación artesanal y poli-profesional, habían sido opciones conscientemente perseguidas, no por imperativos de carácter económico sino con el único objetivo de crear instrumentos inútiles –inútiles desde el punto de vista de la eficiencia– de coerción. Aquella era sin duda una caricatura, pero al menos mantenía en pie una hipótesis científicamente correcta, la de que no hay un determinismo absoluto en las organizaciones sociales y que siempre hay, en cada caso, opciones distintas, posibles, condicionadas por la consideración de determinadas compatibilidades o determinados compromisos.
Me parece que Gorz abandona ahora completamente esta fecunda inspiración y precisamente en el momento en que surgen nuevas posibilidades de opciones distintas y en el que la moderna sociedad industrial se interroga sobre nuevos caminos que recorrer, sin tener ya recetas prefiguradas.
No es casualidad que Gorz haya iniciado este camino en los años en que, en las luchas sociales, en Europa y en el mundo, desaparecían del horizonte y de las prioridades reivindicativas del sindicato, los temas de la jornada de trabajo, de la organización del trabajo, de la defensa y mejora de las condiciones de trabajo. Precisamente cuando arranca, a mitad de los años setenta, el largo invierno de la acción reivindicativa en Europa es cuando los temas de la condición obrera, de la salud, de la reducción y de la intensificación del trabajo desaparecen de las luchas sociales y sindicales.
B.U.: ¿Aquel eslogan «Trabajar menos, trabajar todos» equivale, por tanto, al abandono de la protección de la condición obrera?
B.T. El eslogan no es nuevo. Ya representaba un tema querido a los grandes utopistas burgueses. Hoy representa un intento de utilizar el horario para grandes operaciones macroeconómicas sobre el empleo y no ya prioritariamente como instrumento de liberación de la clase obrera de los contenidos más opresivos del trabajo; de «rejuvenecimiento» (como decía Marx) de la clase trabajadora; como instrumento de reapropiación de espacios de creatividad y de saber en el trabajo.
Marx tuvo, de hecho, la intuición de que la reapropiación del saber, la formación profesional, junto a la reducción de la jornada de trabajo y la movilidad profesional de los trabajadores, habrían transformado radicalmente la clase trabajadora y su papel en la sociedad ya en el sistema industrial existente. Un camino exactamente opuesto al delineado por Gramsci en Americanismo y fordismo: una liberación que viene a través de una difícil movilidad de una a otra profesión, de un oficio a otro, acompañada por un horario de trabajo que se reduce a la reconquista de espacios para la formación y el conocimiento, para la construcción de una cultura no solo profesional de tipo polivalente.
El trabajo social define la posición que el trabajador ocupa en toda la red de relaciones interpersonales
Por otra parte, una generalizada reducción de la jornada de trabajo, destinada al aumento del empleo y a la reducción global del tiempo de vida destinado al trabajo retribuido, se encuentra hoy con obstáculos cada vez más relevantes debido a las distintas condiciones tecnológicas, organizativas y de mercado en las que operan las empresas, y con divisiones cada vez más consistentes entre los trabajadores. Entre quien busca un empleo y quien ya lo tiene. Entre quien prioriza el salario, cuando la reducción de jornada no está destinada a una mejora visible de sus condiciones de trabajo, y quien cae embobado, quizás, por la perspectiva de un segundo empleo, posible por la reducción de la jornada. Mientras, sus efectos a medio plazo sobre el empleo son, como demuestra la experiencia, mucho más limitados que los soñados por los teóricos de la liberación del trabajo. La aceleración del progreso técnico ha sido siempre la respuesta a las masivas reducciones de jornada, con efectos generalmente depresivos sobre los niveles de empleo, al menos en una primera fase.
Los efectos a más largo plazo pueden ser por el contrario relevantes si hay aumento de la capacidad productiva y aumento del trabajo asalariado, o sea de los espacios ocupados, en la vida de un pueblo, por el trabajo subordinado. Pero por eso debemos mirar con una perspectiva que diverge bastante de la imaginada por Gorz y por todos los que profetizan una disminución global del trabajo asalariado. Hoy, en cualquier caso, el trabajo subordinado se sitúa de forma muy distinta al del pasado, pero globalmente continúa creciendo a nivel mundial. Nunca hay que olvidarlo.
[Original de la entrevista en Il coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato dopo il taylorismo, Rizzoli, 1994. Traducción Pasos a la Izquierda]
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Bruno Trentin (1926-2007). Miembro de la CGIL, sindicato italiano, desde 1949 llegó a ser secretario general de la FIOM (metalúrgicos) y de la propia CGIL. Eurodiputado en las listas de Demócratas de Izquierda. Trentin ha sido uno de los teóricos más originales sobre el mundo del trabajo. De su obra destacamos: La ciudad del trabajo, Fundación 1 de Mayo 1997; Una utopía cotidiana. Diarios 1988-2004, El Viejo Topo 2018; La libertà viene prima. La libertà come posta in gioco nel conflitto sociale, Editori Riuniti 2004.