Por PIERFRANCO PELLIZZETTI
Hoy la palabra cultura se ha convertido en americana y significa diversión, entretenimiento. Distracción dominada por el dinero y el éxito, show business que produce un mundo cultural indistinto…»1 Marc Fumaroli
«si uno recuerda a los estadounidenses, esta tendencia que tenemos a suponer que el resto del mundo está esperando a ser como nosotros «2
Jóvenes enamorados
En el año 1831, a la edad de 26 años, el caballero normando Alexis de Tocqueville navegó a los Estados Unidos; el viaje que inspiraría (con El capital de Karl Marx) uno de los dos «grandes libros» del siglo XIX: La Democracia en América. Por un momento, recuerdo que yo era diez años más joven que el joven magistrado francés cuando aterricé por primera vez en el Aeropuerto Internacional de Nueva York, que hacía poco había sido bautizado en honor del presidente John F. Kennedy. Si bien el motivo del predecesor fue estudiar el sistema penitenciario de la naciente República de ultramar, mucho más frívola fue la razón de mi travesía: acompañar a mis padres, que tenían la intención de aprovechar algunos compromisos de trabajo, para visitar la Expo de 1964 que se celebraba en la Gran Manzana.
Sin embargo, cualquiera que hubiera sido la motivación para el viaje, tanto a Tocqueville como a mí nos impactó ese encuentro. El Nuevo Mundo parecía cargado de promesas extraordinarias para los visitantes; aparte de alguna crítica marginal e intrascendente del precursor y la insignificancia del continuador: la percepción de una cierta tendencia al conformismo, inducida por la llamada tiranía de la mayoría en uno («en Estados Unidos, la mayoría dibuja un círculo formidable alrededor del pensamiento»3); el hedor penetrante de las french fries (las omnipresentes patatas fritas), que en ese rígido abril se expandía por todas las cafetería de Manhattan.
A los viajeros del Viejo Mundo –la Francia de la Restauración y Génova, la ciudad más oligárquica de Italia– les fascinaba la idea de la inclusión igualitaria inducida por la dinámica democrática (y las leyes de la sucesión). «Pronto se entendió que la tierra americana rechazaba la aristocracia de la tierra»4, escribe Tocqueville. Y más adelante: «Los grandes propietarios al sur del Hudson formaron una clase superior, con ideas y gustos propios, que concentraban el poder político en sus manos. Era una especie de aristocracia, poco diferente, sin embargo, de la gran masa del pueblo de quien asumía fácilmente las pasiones y los intereses, no suscitando así ni amor ni odio […] Esta fue la clase que, en el Sur, lideró la insurrección: la Revolución Americana se lo debe a sus hombres más grandes»5. Los George Washington, los John Adams, los Thomas Jefferson, los John Hancocks. Por lo tanto, una especie de «aristocracia democrática» que entre «las majestuosas secuoyas de la Nueva Inglaterra» experimentaba la democracia de los modernos; la de los grandes números y de los grandes espacios, gracias al principio de representación. «Una de las más importantes invenciones políticas de todos los tiempos»6 según Robert Dah, el decano de Yale que dedicó su trabajo como erudito a la teoría y la práctica de la democracia.
Tesis particularmente atractiva para el autor de estas líneas, que en su juventud fue un «ferviente kennediano»; abrazando el ingenuo mito de una burguesía joven y valiente al frente de las estrategias innovadoras de progreso.
Los años siguientes llevaron a un repentino despertar a la realidad incluso en el idealista juvenil que era; desde el descubrimiento gradual de que el mito de la «Nueva Frontera» era –sobre todo– el resultado de una sólida inversión de dólares en imagen y comunicación. Como se dice: follow the money. Siempre con la hermenéutica advertencia de desconfiar de las maravillas garantizadas por la democracia representativa; incluso con la advertencia de considerar que este enunciado es «la etiqueta puesta a un ideal» y replegándose sobre los términos más conservadores de «gobierno popular o poliarquía (gobierno de muchos)»7. Mientras, la duda crecía gradualmente acerca de que el aclamado instrumento de participación podría revelar aspectos muy diferentes: las capacidades de un Panóptico invisible pero muy coercitivo, dirigido al control de las mentes. Como colonización del espacio físico y psíquico, por parte del aparato de control predispuesto en los orígenes de la historia estadounidense precisamente por los venerables padres fundadores.
La brutal realidad
«Los colonos y los pioneros tuvieron fundamentalmente la justicia de su lado: este gran continente no podía seguir siendo simplemente un coto de caza para los salvajes miserables». Son las palabras, cargadas de despectivos significados, explícitas e implícitas, pronunciadas en 1889 por Theodore Roosevelt, el Presidente de los Estados Unidos que primero defendió su vocación imperial; traducidas en las e ininterrumpidas prácticas subterráneas de brutalidad cínica –desde el genocidio de los nativos medio cubiertos e infectados con viruela hasta la eliminación del general iraní Soleimani por un dron– que acompañan los dos siglos y medio de la historia estadounidense.
La tendencia conductiva del concepto generalizado de codicia. Después de todo, un principio intocable detrás del acalorado debate que dividió a los padres fundadores –los federalistas jeffersonianos y los republicanos hamiltonianos –donde el tema del régimen de propiedad nunca se puso en cuestión. Esencia de un american way of live explícitado en la paroxística veneración clasista de la riqueza; que hay que proteger a toda costa. Vejación incluida. Como inevitable consecuencia de la visión inherentemente fundamentalista transmitida por el mito de los orígenes, que los padres peregrinos puritanos –«ardientes sectarios e innovadores exaltados»8 – importaron de Nueva Inglaterra; junto con los fideísmos justificativos de la «tierra prometida» o la «city upon the hill», la blanca ciudad en la colina anhelada por el teólogo y tercer gobernador de Massachusetts John Winthrop: relectura del mensaje calvinista para su propio uso y consumo, donde el éxito material sería un signo tangible de gracia divina; como una conducta social de privilegio. De su hegemonía. De modo que –si es legítimo dudar de la naturaleza verdaderamente democrática de los Estados Unidos– su esencia proclamada como la «tierra de la Libertad» debe interpretarse como sinónimo «de propiedad».
La tendencia conductiva del concepto generalizado de codicia. Después de todo, un principio intocable detrás del acalorado debate que dividió a los padres fundadores –los federalistas jeffersonianos y los republicanos hamiltonianos –donde el tema del régimen de propiedad nunca se puso en cuestión. Esencia de un american way of live explícitado en la paroxística veneración clasista de la riqueza; que hay que proteger a toda costa
Esto nos lleva a ir más allá de la máscara, a descubrir el verdadero rostro del sueño americano; para centrarse en los rasgos connotativos que se originan en lo que el historiador Howard Zinn llamó una «plutocracia colonial». Una sociedad hegemonizada ya antes de la independencia por una clase propietaria; donde en 1770 el 1 por ciento de los grandes patrimonios bostonianos poseía el 44 por ciento de la riqueza de la ciudad. Relación –entre los ricos y los pobres– similar a la de los principales centros urbanos de las trece colonias; desde Filadelfia a Nueva York. Clase propietaria constantemente obsesionada con la posible amenaza de la cuestión social, convertida en repugnante subversión. Como en el precedente de 1676, cuando Virginia fue incendiada por la furia de los fronterizos, a los que se habían unido esclavos y sirvientes negros, devastando la capital Jamestown y poniendo en fuga al propio gobernador.
En esta lógica, el rasgo original (revolucionario) inserto en el nacimiento de los Estados Unidos de América es la operación mimética para crear consenso en torno a la posición dominante de clase y mantener el poder político. Una formidable obra de desorientación a través de la indicación de objetivos alternativos a la ira popular; augurando una característica estructural de la política estadounidense «que ha visto a los políticos de las clases altas aprovechar la energía de las clases bajas para perseguir sus propios propósitos«9. Así que «la Revolución Americana, en este sentido, fue una empresa brillante, y los padres fundadores merecen el admirable homenaje que se les ha dado a lo largo de los siglos. Crearon el sistema nacional de control más eficaz de los tiempos modernos y mostraron a las futuras generaciones de líderes los beneficios que se sacan asociando el paternalismo con el mando»10..
Criterio – de hecho – destinado a crear escuela, que traduce en estructura social la hegemonía de alto nivel; evolucionada en el mantra contemporáneo que «sólo la iniciativa privada puede garantizar el éxito económico»11. Una tecnología del poder que complementa la capacidad de desatar engañosas guerras entre los pobres, poniendo a los penúltimo contra los últimos, con el movimiento ilusionista con el objetivo de inculcar en la psicología colectiva una visión deformada del espectrograma social; que nos impide captar la verdadera injusticia y proclama el acceso imaginario de las clases trabajadoras a las condiciones prósperas. De hecho, investigaciones repetidas muestran que en los Estados Unidos un número mucho mayor de personas de lo que es verdad piensa que están en la parte superior de la escala social. La llamada «ilusión de bienestar». Así –por ejemplo, según The Economist del 6 de septiembre de 2003 –»El 19% de los contribuyentes estadounidenses creen que forman parte ya El 1% de los contribuyentes más ricos y el 20% imaginan que pronto lo alcanzarán»12.
Una ficción creada con fines anestésicos como control subliminal, que determina la benevolencia perjudicial masiva hacia la riqueza de los demás, en la presunción ilusoria de que es una posición accesible a todos; cuya matriz ideológica sigue siendo la de una «sociedad mercantil posesiva», cuyas suposiciones se remontan a la Inglaterra del siglo XVI, desde Hobbes y Locke, hasta los niveladores13 – para los que «la sociedad se convierte así en una masa de individuos en relación entre sí como propietarios de sus propias capacidades y de lo que han adquirido poniéndolos en buen uso. La empresa consiste en relaciones de intercambio entre propietarios. La sociedad política se convierte en un mecanismo diseñado para defender esta propiedad y mantener una relación de intercambio ordenada»14. Tanto es así que como observó estudioso no-prejudicialmente anti-Estados Unidos, como el historiador francés Francois. Furet – «América no tiene una ideología, porque ES una ideología»15.
La sociedad maleable (business is business)
El descubrimiento decisivo de la ideología estadounidense es la aplicación sagaz y sin escrúpulos del significado profundo surgido de las revoluciones (burguesas) del siglo XVIII: la esencia plástica de la sociedad que la hace maleable, por lo tanto manipulable.
El primer siglo de la historia estadounidense, en el que se había experimentado con éxito el patriotismo de los inconfesados objetivos políticos de la clase, vio que prevalecía una dirección estratégica destinada a separarse del resto del mundo para evitar el contagio (aparte del «patio trasero de casa» latinoamericano, llamado así por el presidente James Monroe). Al mismo tiempo como una afirmación de excepcionalismo. Como estaba escrito, «la asunción de la doctrina aislacionista era la convicción de una superioridad política e incluso moral que a la vez se afirmaba y se defendía»16. Frente a una percepción igualmente ansiosa de vulnerabilidad económica, en comparación con una Europa en el apogeo de la revolución industrial. Temiendo el dumping como amenaza de una posible invasión neocolonial por parte del Viejo Mundo.
El descubrimiento decisivo de la ideología estadounidense es la aplicación sagaz y sin escrúpulos del significado profundo surgido de las revoluciones (burguesas) del siglo XVIII: la esencia plástica de la sociedad que la hace maleable, por lo tanto manipulable
La situación se revirtió a finales del siglo XIX, cuando al otro lado del Atlántico fue tomando forma una nueva modalidad de asociar negocios, política y ciencia llamada «matriz institucional»: acciones estratégicas encaminadas a producir interdependencias entre innovación y acumulación capitalista mediante la organización de intercambios estructurados entre empresas comerciales, universidades e institutos de investigación, agencias gubernamentales y fundaciones privadas. Una constante del naciente «siglo americano», desde el complejo militar-industrial hasta los actuales distritos tecnológicos de Silicon Valley, Palo Alto, así como la bostoniana Ruta 128.
El historiador de la Universidad de Virginia Olivier Zunz destaca «La cada vez más sofisticada capacidad de los estadounidenses para transformar el conocimiento del mundo físico en ventajas militares y de mercado, desafiando la supremacía económica, científica y tecnológica de Europa. Desde la década de 1870 hasta la década de 1890, crearon una amplia matriz de investigación institucional para este objetivo. […] Esta red tenía la ventaja fundamental de ser flexible, permitiendo el movimiento de industriales, gerentes, científicos, técnicos, inventores autodidactas y otros empresarios entre diferentes instituciones, que al contrario que Europa permanecieron aisladas»17.
Así que, en los albores del siglo XX, las elites estadounidenses se dieron cuenta de las enormes posibilidades que se abrían para su país, basadas en la primacía de los grandes negocios en un paisaje a escala continental. La epopeya de los magnates que acumularon inmensas fortunas en el negocio del ferrocarril y el petróleo, principalmente gracias a esa vocación a la ilegalidad que definió como «robber barons», capitalistas sin escrúpulos, ladrones.
Entraban así a toda vela los Estados Unidos en la categoría de las grandes empresas industriales; con especificidades propias, dependiendo tanto del contexto como de los patrones de pensamiento implícitos en su cultura, que encontraron un glosador en el historiador de Harvard Alfred D. Chandler: dimensionales, organizativas y de mercado; relación interdependiente entre estrategia y estructura. Los nacientes «imperios industriales».
El reto del gigantismo respondía a lógicas de expansión, concentración y/o integración vertical que tuvieron como único precedente en que inspirarse en la gran aventura de los ferrocarriles, que en los veinte años anteriores habían conectado el continente de costa a costa. De ahí la adopción de instrumentos «a través de las cuales los representantes de los grandes inversores mantuvieron una especie de control sobre los gestores profesionales»18. Embrión de lo que se convertirá en la futura sociedad de los stockholders. Una diferencia tangible con respecto al modelo europeo, en el que las partes interesadas (stakeholders) comenzaban a presentar sus argumentos, especialmente a través del trabajo organizado.
De hecho, la presencia en las fábricas estadounidenses de una fuerza de trabajo compuesta en gran parte por inmigrantes poco o nada calificados, empujó hacia soluciones productivas de parcelación y trivialización de tareas, que tenía como salida el nacimiento de grandes fábricas cada vez más automatizadas. «En las palabras de la Immigration Commission Usa 1907-1910: la introducción de máquinas, con la consiguiente oportunidad de utilizar una fuerza de trabajo a bajo precio, hizo posible el uso del inmigrante no sólo posible, sino muy rentable»19. Mantenido a raya – según costumbre de la casa – con técnicas de palo/zanahoria denominadas «paternalismo corporativo». Lejos de la forma europea prevaleciente de producir, con su tejido de pequeños productores profesionales, herederos de la artesanía antigua. Y con la combinación justa que se remonta a los gremios de las artes y oficios pre-industriales.
Así que esta es la línea divisoria industrial, el parteaguas entre la producción en masa y las formas flexibles de producir20, que marcan la distancia adicional entre los dos mundos atlánticos; que después, en el curso de la doble guerra mundial y la segunda posguerra, será homologada o truncada por el gigante masificado de las barras y estrellas; gracias a la agresividad de sus economías de escala y al poder financiero de sus fusiones. Sobre todo, la capacidad de provocar mutaciones sociales sometidas al big business. Como lo demuestran las diferentes formas de integración de masas en los contextos creados por la primera industrialización: si en Europa esto se logra a través de la conquista de los derechos mediante las luchas laborales, la receta americana preveía «la creación de una vasta clase media unificada por el consumo»21.
Los Cuatrocientos Metropolitanos
La transformación de la sociedad estadounidense, adaptada a las necesidades de la naciente industria de masas, saca a la luz rasgos que se convertirán en estructurales en el rediseño planetario del siglo XX como americanización del mundo: el hegemonismo desenfrenado de un elite de negocios que pliega demiurgicamente a toda la sociedad a sus propios intereses de acaparamiento; la sumisión de la política al mando económico. El control de las multitudes populares, tanto en las opciones de estilo de vida como en las opciones de consumo, a través de la influencia profunda y oculta de los comportamientos individuales y colectivos. La inducción sistemática de reflejos condicionados. Así, si a principios del siglo XX el cuello de botella era adaptar las directrices de compra a los niveles de exceso de productividad de la máquina industrial, la solución buscada era la reversión de las tendencias arraigadas en lo más profundo de las mentalidades, en las que una vez más brillaron actitudes manipuladoras sin escrúpulos. De todos modos, operación larga y complicada, como apunta Jeremy Rifkin, presidente de la Foundation on Economic Trends de Washington: «La ética protestante del trabajo, que dominaba el espíritu de la frontera americana, tenía raíces muy profundas. El ahorro y la mejora fueron las piedras angulares del estilo de vida, elementos fundamentales de la tradición yanqui que habían sido una fuerza impulsora durante generaciones y que era un punto de referencia para millones de emigrantes»22. Por esta razón, la comunidad empresarial estadounidense asumió la tarea de cambiar radicalmente la psicología que había construido la nación; distorsionando la naturaleza de sus conciudadanos de inversores en el futuro a los consumidores en el presente, gracias a la implementación de formidables invenciones para el condicionamiento mental de masas: propaganda y marketing, ventas a plazos, políticas de marca.
Ya en 1929 la psicología de masas del consumismo había tomado el control, con una tendencia en constante crecimiento: a finales del siglo XX el estadounidense promedio consumía el doble que al final de la Segunda Guerra Mundial. Verdadero y real mantra, ahora tipo de reflejo condicionado en un contexto dócil por intervenciones sistemáticas a nivel profundo del cerebro colectivo. Así, días después del ataque terrorista del 11 de septiembre, , el presidente George W. Bush respondió su madre que le preguntó qué podía hacer para ayudar: «Lo más americano: salir de la casa y comprar algo». Años antes, John K. Galbraith dijo que la verdadera misión de la compañía era «crear las necesidades que quiere satisfacer»23.
El linguista radical Noam Chomsky habla de ello como «pensamiento pensable»; y comenta: «Las técnicas sutiles del adoctrinamiento son considerablemente más significativas que las mentiras flagrantes o la supresión de noticias inconvenientes»24.
Ya en 1929 la psicología de masas del consumismo había tomado el control, con una tendencia en constante crecimiento: a finales del siglo XX el estadounidense promedio consumía el doble que al final de la Segunda Guerra Mundial. Verdadero y real mantra, ahora tipo de reflejo condicionado en un contexto dócil por intervenciones sistemáticas a nivel profundo del cerebro colectivo. Así, días después del ataque terrorista del 11 de septiembre, , el presidente George W. Bush respondió su madre que le preguntó qué podía hacer para ayudar: «Lo más americano: salir de la casa y comprar algo»
Indudablemente operaciones que requirieron y requieren una dirección estratégica generalizada e invasiva, donde la soldadura entre elites recompensa la prevalencia de los intereses capitalistas. En este sentido, Chomsky siempre nos recordaba que «hace más de 60 años [ahora serían más de 80] Walter Lippman analizó el concepto de fábrica de consenso, un arte «pasible de alcanzar niveles de gran sofisticación», capaz de llegar a una «revolución» en la «práctica de la democracia». La idea fue recibida con entusiasmo en los círculos de negocios»25. Con la consecuencia inmediata de la cooptación fraudulenta del personal directivo privado en los organigramas de las organizaciones públicas. Se hizo famosa la frase de Charles E. Wilson, Presidente del General Motors, designado por Eisenhower como Secretario de Defensa: «Lo que es bueno para G.M. es bueno para la nación». Teorización que se puede retrotraer al 10 de julio de 1916, cuando el presidente Woodrow Wilson habló en Detroit en el primer congreso mundial de vendedores: «América, con su democracia de los negocios, debería tomar el timón de la lucha por la conquista del mundo por medios pacíficos».
Acto fundacional de lo que la historiadora de la Universidad de Columbia Victoria De Grazia llama el «Imperio del mercado». El auge de una potencia mundial con los contornos de un gran emporio, «cuyas fronteras más remotas serían trazadas por los apetitos insaciables de los grandes grupos siempre en busca de nuevos mercados globales, y cuyos territorios de ventas aún más grandes serían definidos en conjunto por agencias gubernamentales y empresas privadas, por la influencia insaciable de las redes empresariales, por marcas ubicuas , pero sobre todo por la íntima familiaridad con el estilo de vida americano que todo esto habría ayudado a difundir entre los habitantes del planeta»26. Ergo, el esquema por el cual los Estados Unidos diseñaron su situación en el centro del sistema mundial del siglo XX estaba ya claramente impregnado de los intereses/valores de las elites de los negocios. Las hegemónicas aristocracias del dinero. Siempre esquivas, permanentemente sentadas en la cumbre extrema de la pirámide social; sin cambios desde los orígenes de los Estados Unidos como una «plutocracia colonial».
En 1956, el sociólogo Charles Wright Mills, autor de una famosa investigación sobre la estructura del poder en los Estados, hizo emerger, tras las cortinas de humo mediáticas, el perfil de un grupo social cuyos más altos representantes transmiten el poder de generación en generación, The Power Elite, esto es, «los cuatrocientos metropolitanos»: «Hay una necesidad de una elite que encarna una cierta jerarquía de prestigio sólido y duradero. […] Y esta necesidad hoy en día en los Estados Unidos es profunda y conscientemente sentida por la élite de la riqueza y especialmente por la elite de poder»27.
Cocacolización del mundo
El siglo XX es el «siglo americano» por excelencia. Ciertamente también un período de catástrofes como para abrumar los equilibrios materiales y las condiciones morales de todo Occidente: la guerra civil europea de treinta años, los dos conflictos mundiales que significaron el suicidio para la primacía centenaria del Viejo Continente, la larga helada en el choque también psicológico representado por la Guerra Fría, con sus devastadores efectos en las reglas de combate y las formas de contender entre las fuerzas sobre el terreno. Particularmente para aquellos que levantaron la bandera de libertad y la democracia.
Homologación y barbarización.
Hace un cuarto de siglo, mientras aparecía en el horizonte italiano la brianzola americanización de Silvio Berlusconi, hecha pasar como revolución liberal – la politóloga Giovanna Zincone observó educadamente que «el poder político de Estados Unidos está poco emancipado del poder económico y este es uno de sus lados menos atractivos, que –con la segunda República – tal vez hemos comenzado a imitar»28. Un aspecto bastante marginal, tardío y en las fronteras del imperio de un proceso mucho más amplio de plagio, que va de la mano con la extinción de la capacidad de irradiación de la civilización europea. Americanización impulsada por la formidable fábrica de sueños del entertainment (música y cine). La sociedad del espectáculo como actualización de las políticas de control de las plebes a través de un doble halago (panem et circenses) puesta en marcha por la oligarquía romana ya en la era republicana. De hecho, «la presencia económica estadounidense se sintió, más que en forma de inversión directa o influencia política, en esa revolución de las costumbres que estaba afectando en igual medida a todo el Occidente. Los europeos comenzaron a tener acceso a una cantidad sin precedentes y variedad de productos ya conocidos por los consumidores estadounidenses: teléfonos, electrodomésticos, cámaras, productos de limpieza para el hogar, alimentos enlatados, ropa barata y de colores brillantes, automóviles y accesorios, etc. Representaban el bienestar y el consumismo como una forma de vida: american way of life»29. Louis Aragon la captó bien, llamándola con desprecio «una civilización de bañeras y refrigeradores». Pero era ya lo que anhelaban las masas populares y especialmente los jóvenes, que entraron por primera vez como protagonistas en la cuenca en expansión del consumo masivo (jeans, rock y Coca-Cola ); mientras crecía una doble brecha cada vez mayor: entre las clases intelectuales y las masas populares; y entre generaciones. El dopaje del comportamiento por medio de la mercantilización forzada, que si en Estados Unidos dio lugar a la ofuscación definitiva del espíritu cívico, residuo de los años heroicos y relativo capital social, suplantado por formas de separación total que borran la solidaridad comunitaria y la confianza mutua (Robert Putnam resume sus efectos en la sugerente fórmula del bowling alone, «jugando a los bolos solos»30), en Europa ha cortado valiosos logros de identidad, cuyos primer motor operaba en el mundo de la producción: la transición situacionista de la figura social prevaleciente de trabajador a consumidor teorizado por Guy Debord31.
Fruto de este movimiento telúrico de dimensión planetaria, la sociedad reducida a la multitud de soledades en la que nos hemos venido desempeñando desde finales del siglo pasado….
Paralelamente a todo esto, produjo efectos aún más devastadores si era posible de lo que Winston Churchill había predicho en su famoso discurso en Fulton, Missouri, el 5 de marzo de 1946 («un Telón de Acero ha caído»): el comienzo de la Guerra Fría.
Más de cuarenta años de feroz contraste ideológico y colisiones periféricas intermitentes, con simetrías particulares entre los contendientes en el campo; detectadas contemporáneamente por dos máximos analistas de la época, compitiendo por la interpretación del Siglo corto: si para Francois Furet «Pocos conflictos han estado acompañados en la historia por tal sentido de inevitabilidad. En ambos lados, los líderes no sólo lo aceptan, sino que lo convierten en una filosofía»32; para Eric Hobsbawm, «Mientras Estados Unidos estaban preocupados por el peligro de una posible supremacía mundial futura de la Unión Soviética, Moscú estaba preocupada por la hegemonía estadounidense sobre todas las regiones del planeta no ocupadas por el Ejército Rojo»33. Un largo enfrentamiento que no implicó particulares alteraciones en el régimen estalinista («si no estuviera cubierto con el privilegio ideológico de representar al socialismo, sería un Estado policial cualquiera»34), tuvo un impacto completamente diferente en la mucho más compleja sociedad estadounidense; sobre los difíciles equilibrios entre los aclamados valores democráticos como un «paladín del mundo libre» y el secreto amoral de la plutocracia empresarial. La mezcla de propaganda fanática y maquinaciones bajo cuerda que caracterizaron la época condujo al fin definitivo de la inocencia; mientras que «la histeria anticomunista colectiva facilitó a la administración presidencial encontrar las grandes sumas requeridas por la política»35. A partir de la «doctrina» anunciada el 12 de marzo de 1947 por el presidente Harry Truman como estrategia para combatir el expansionismo soviético en todas las partes del mundo, de la que el politólogo Benjamin Barber dibujó un balance devastador: «La realidad que se ocultaba tras la contención era un poco más sórdida de lo que los entusiastas liberales de hoy recuerdan: significó apoyar a los coroneles en Grecia, a los generales en Argentina, al Shah, Pinochet, Marcos, Somoza y otros personajes repulsivos que estaban de nuestra parte. Significó ayudar a derribar a Mossadeq en Irán, Arbenz en Guatemala y Allende en Chile. Significó la guerra contra Corea del Norte y Vietnam del Norte, las invasiones de la República Dominicana y Granada»36.
Un «Imperio del miedo», precisamente; muy lejos de la imagen deseada por la propaganda de las barras y estrellas, de su retórica, de sus think-tank y programas TED de adoctrinamiento de jóvenes, de los imaginarios cinematográficos y de entretenimiento en general, con los que pretende seguir vendiendo el American dream. Un encauzamiento de las prácticas políticas que aún deja secuelas indelebles. Vicio bipolar como síndrome maníaco-depresivo de toda una sociedad, alternando con repentinas reacciones furiosas. Como las recurrentes elecciones de simpáticos arterioscleróticos, tipo Ronald Reagan, o peligrosos infantilizados como Bush Jr. o Trump.
Regresiones masivas a la infancia
Chomsky de nuevo: «Los que gobiernan con violencia tienden a adoptar una concepción conductiva: lo que la gente piensa no es demasiado importante, importa mucho más lo que hacen; deben obedecer y su obediencia está garantizada por la fuerza. […] Los sistemas democráticos proceden de manera diferente porque tienen que controlar no sólo lo que la gente hace, sino también lo que piensa. […] Por lo tanto, es necesario crear un marco que delimite un pensamiento aceptable, encerrado dentro de los principios de la religión estatal. Si los críticos quieren ganarse el respeto y ser admitidos en el debate, deben aceptar, sin hacer preguntas, la doctrina fundamental. […] Este sistema de control del pensamiento escapó del análisis de Orwell y nunca fue entendido por los dictadores, incapaces de reconocer lo útil que es para el adoctrinamiento»37.
Llegamos así a la infantilización colectiva, promovida/inducida como modalidad de homologación y gobierno de una sociedad compleja; logrado a través de la reducción del discurso público a la mediación del marketing político (evolución del agit-prop en el momento de las TIC), en el que los promotores de este trabajo sistemático de infantilizar el adoctrinamiento, en general, comparten la cosmovisión que se está propagando. Ni más ni menos que como en el tiempo en que Tocqueville describía a estos maestros del pensamiento como «una aristocracia que por intereses y pasiones era muy poco diferente del sentimiento de su propia gente».
De ahí esa política «pop» -entendida como banalización de las ideas para facilitar la venta en el mercado de la comunicación– con una peculiaridad extremadamente perturbadora: tiende a convertirse en autoconvencimiento en la psique de las mismas clases dominantes. Demencial situación que hace de los Estados Unidos el principal responsable de un sistema-mundo global cada vez más a la deriva. Que ahora Donald Trump, precisamente, en la estela de los histriónicos vendedores de humo, desde Reagan hasta Bush Jr., pretendería restaurar el orden gracias a los métodos tomados de una filmografía icónica dispara-dispara, desde John Wayne a Rambo.
Llegamos así a la infantilización colectiva, promovida/inducida como modalidad de homologación y gobierno de una sociedad compleja; logrado a través de la reducción del discurso público a la mediación del marketing político, en el que los promotores de este trabajo sistemático de infantilizar el adoctrinamiento, en general, comparten la cosmovisión que se está propagando
De hecho, la sociedad estadounidense fue la primera en conocer los fenómenos de la masificación y es la que está más profundamente marcada. Al mismo tiempo, es también la realidad nacional más impermeable a las influencias externas, como lo demuestra el absurdo de una superpotencia al frente del mundo, del que la gran mayoría de la población tiene casi un nulo conocimiento; sustancialmente mediado por estereotipos. Esto confirma un debate público en el que la política exterior es la «Cenicienta del programa»; tanto da hacer escribir al director de Le Monde Diplomatique que «los estadounidenses reclaman el universalismo, pero de manera estable. Después de todo, no les importa mucho el mundo y casi nunca viajan»38. Una opinión confirmada por una encuesta reciente de que es poco probable que los estadounidenses abandonen sus fronteras y prefieran viajar dentro de su propio país. De hecho, si sólo nos fijamos en los destinos internacionales, según un artículo en el World Atlas, Nuevo, los americanos desaparecen de las primeras posiciones. Prueba de esto es que menos de la mitad de los estadounidenses tienen pasaporte»39.
Ignorancia que se convierte en un malentendido general de lo que sucede fuera del umbral de la casa y, al mismo tiempo, confirma tranquilizadoramente su propia, presunta, excepcionalidad. La superioridad de un estilo de vida. Sentimientos reflejados en el sospechoso sentido de distanciamiento del concierto de los foreign affairs, alimentándose en las clases dominantes made in USA actitudes de simplificación que, desde el momento en que definitivamente asumieron el liderazgo del campo Occidente, sólo produjeron desastres. Desde Vietnam hasta las recientes guerras de Oriente Medio. Siempre con el antiguo retro-pensamiento, desde la época de los padres fundadores (la desconfianza declarada y expresada por George Washington al final del segundo mandato presidencial, hacia las «intrigas de naciones extranjeras»), representadas por el llamado al aislacionismo.
La actitud perniciosa hacia las simplificaciones que, «en un universo dominado por los medios de comunicación, convence quien puede explicar cualquier cosa en treinta segundos»40.
La superficialidad que se mezcla con la codicia, dando lugar a una mezcla mortal; desde el momento en que se convierte en la principal guía del criterio para determinar los destinos de toda la humanidad.
Nuevos hombres lobo
A principios del siglo XXI, se pronunciaron con autoridad sentencias de muerte por la hegemonía estadounidense (o, tal vez, para todo el orden capitalista). Immanuel Wallerstein, historiador económico de Yale, escribió que «hace cincuenta años, la hegemonía de los Estados Unidos en el sistema mundial se basaba en una combinación de eficiencia de producción muy superior a la de cualquier otro rival, un proyecto político global fuertemente apoyado por aliados en Europa y Asia, y una superioridad militar. […]En este momento, lo que queda es superioridad militar»41. Sin embargo, en simétrico contraste con estas campanas de duelo, la nueva esperanza de la naciente «sociedad de la información» asomaba en los distritos tecnológicos de California. El emergente «paradigma tecnoeconómico», producto de la «matriz institucional» investigación/empresa de la tradición estadounidense.
Después de una larga incubación, mientras declinaba el dominante paradigma keynesiano de la posguerra (y la reproducción de la riqueza emigraba de lo material a lo virtual, después de las crisis energéticas después de 1973) – la revolución de las tecnologías de la información resultó crucial para la reestructuración del sistema capitalista. En otras palabras, el conjunto convergente de microelectrónica para el procesamiento de datos (máquinas y software), las telecomunicaciones/transmisiones, así como la optoelectrónica; a las que hay que añadir ingeniería genética centrada en la decodificación, manipulación y reprogramación de los códigos de la materia viva, en la interacción entre biología, electrónica y ciencias de la computación. Por lo tanto, «en el nuevo modo de desarrollo informacional, la fuente de productividad reside en la tecnología de generación de conocimiento, procesamiento de la información y de la comunicación simbólica»42. De ahí el actual mantra del big data de hoy como «nuevo oro negro».
Pronto, el espacio virtual, cargado de promesas libertarias, ha terminado presa de los nuevos robber barons acaparadores, esta vez actualizados como «señores de silicio», con la intención de monetizar sus inmensas oportunidades; y como siempre refractarios a toda forma de control público. La nueva mutación capitalista en el inconmensurable negocio de la vigilancia; maduraron en los pastizales de la desregulación neolib y alimentados por los paranoicos securitarios desenfrenados después de los ataques terroristas del 11 de septiembre. En la definición dada por Shoshana Zuboff de Harvard Business School, «el capitalismo de la vigilancia se apropia de la experiencia humana como materia prima para convertirse en datos de comportamiento. […] Un proceso de procesamiento avanzado conocido como «inteligencia artificial» para transformarse en productos predictivos que pueden vaticinar lo que haremos».
La vigilancia como centro de los nuevos modelos económicos de la sociedad digital, con sus productos que elaboran una materia prima sin coste alguno, siempre y cuando los usuarios sociales se conviertan en el producto en sí. Punto de llegada de un desprecio macroscópico por el demos, cultivado primero por los padres fundadores, gracias a la expropiación del uso de conquistas que prometía una difusión de información sin igual con el fin de «realizar de modo exponencialmente mayor la de Gutenberg»44. «La arquitectura de Internet, abierta antes, distribuida y gestionada como bien común está evolucionando hacia una infraestructura de datos centralizada, basada en estándares de propiedad y sujeta a una gestión incontrolable, así como modelos de ingresos bajo los cuales las grandes multinacionales estadounidenses disfrutan de rentas de posición debido a las grandes externalidades de la red»45. Aparte de algunos player chino de emanación estatal, un puñado de empresas estadounidenses: la GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) más Microsoft.
Después de una larga incubación, mientras declinaba el dominante paradigma keynesiano de la posguerra (y la reproducción de la riqueza emigraba de lo material a lo virtual, después de las crisis energéticas después de 1973) – la revolución de las tecnologías de la información resultó crucial para la reestructuración del sistema capitalista
Los nuevos titanes de la economía; esta vez vampiros: si el capitalismo industrial plegaba la naturaleza a sus propios intereses, el de la vigilancia practica su lógica extractiva directamente sobre la naturaleza humana. Así que alguien incluso prefigura una «séptima extinción» debido a la codicia; ya no sólo de los vertebrados, sino de nuestra esencia como personas: la voluntad de querer, el individualismo, la sociabilidad. Llevando así a término el inquietante camino de la escisión patológica total del Poder, entre la apariencia benévola de la superficie y la inescrutable dominación profunda. Maduración de los rasgos in nuce en el experimento que emocionó al inconsciente de Tocqueville: la hipocresía elevada a norma, el cinismo como modelo de apreciabilidad, la acumulación como única motivación. En primer lugar, el plan trisecular de contener los riesgos subversivos de la democracia al dominio de la plutocracia. Evolución que ahora parece haberse descontrolado; después de los primeros experimentos todavía rudimentarios, a pesar de su indudable eficacia, de los padres fundadores y las prácticas de comparación entre políticos y capitalistas a lo largo del siglo XX, asumidas en el gobierno en la sombra del «complejo militar-industrial» de la segunda posguerra. Cuando las neurosis de la Guerra Fría se aceleraron, precipitando el síndrome de amenaza inminente en el delirio horror una gestión científica deshumanizado del llamado «lavado de cerebro»; potenciando más allá del límite de lo justificable (la idea fija de la seguridad nacional) las técnicas manipuladoras previamente desarrolladas con el marketing empresarial y en la contrainformación de guerra.
El objetivo sigue siendo el mismo. El -absolutamente perturbador- del gobierno de las masas mediante la reprogramación del comportamiento colectivo.
Las crónicas que han salido a la luz hablan de un puñado de psiquiatras enloqueccidos involucrados en proyectos regresivos, desde la época de la Guerra de Corea; cuando la Cia del Director Allen Dulles lanzó el proyecto MKUltra altamente secreto, dijo, «para «investigar y desarrollar materiales químicos, biológicos y radiológicos que puedan ser utilizados en operaciones secretas de control del comportamiento humano».
Hábitat en el que encontraron grandes terrenos abonados a disposición de sus experimentos etológicos los psiquiatras mencionados; partiendo de la suposición de que la humanidad no está compuesta por individuos sino por rebaños de organismos, amaestrables como todas las demás especies animales. Tesis espantosa, que encontró precedente en la obra del fisiólogo ruso de principios del siglo XX Ivan Pavlov, estudioso de los reflejos condicionados, así como en la obra demoníaca de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del Tercer Reich y al que Thomas Mann llamó «tullido de cuerpo y alma». Una banda de visionarios peligrosos sus epígonos; pero incluida en la ética superior de las jerarquías académicas de los Estados Unidos: de Burrhus Fredric Skinner, titular de la cátedra de psicología en Harvard de 1958 a 1974 (un extraño erudito que abogó por la estremecedora tesis de que la libertad debe rendirse al conocimiento, elegido en 2002 por una comisión académica como el «psicólogo más influyente del siglo XX»), al director del Laboratorio de Dinámica Humana en el MIT Alex Pentland. Desprecian lo que nos hace humanos; en cuya mentalidad – entre el Dr. Mabuse y Hannibal Lecter en una versión suave – el darwinismo inherente en el ambiente. Que ya en los primeros días de la pandemia de coronavirus provocó impunemente que una docena de estados de Estados Unidos rechazaran la atención médica a los discapacitados46. Regurgitación del desprecio por los más débiles modernizando las locuras de Francis Galton, primo de Charles Darwin e inventor de la pseudo-ciencia eugenésica, quien, en su época, propuso esterilizar a los «pobres inútiles», culpables de infectar a la raza inglesa con sus vicios y la incapacidad «constitucional» de entrar en el mundo del trabajo.
Avances aparentemente inocuos hasta que encontraron herramientas y métodos que podrían convertir el comportamiento humano en matemáticas predictivas. Luego, en los negocios. Inicialmente destinado a influir en las opciones de consumo, luego en las electorales. Tanto es así que el periodista contracorriente Paul Mason escribió que «a través de Cambridge Analytics y Facebook, los estadounidenses han creado algoritmos de control de opinión que permiten a cualquier persona con dinero manipular su democracia»47. Nada menos que la declaración definitiva de muerte para esa democracia de los Modernos que había emitido sus primeros vagidos entre las majestuosas secuoyas de Nueva Inglaterra.
Ahora estamos aquí. Frente a la propagación del mal oscuro de una brutalidad estúpida y desenfrenada que está infectando a todo el planeta. Mientras que la propia Madre Naturaleza da signos de creciente de impaciencia, en forma de catástrofes y pandemias.
[Traducción de Pasos a la Izquierda]
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Pierfranco Pellizzetti. Ensayista que publica actualmente en las revistas «MicroMega», «Critica Liberale» y «Queste Istituzioni». Hasta 2012 enseñó «Sociología de los Fenómenos Políticos» y «Políticas Globales» en la Facultad de Educación de Génova. Ha publicado columnas en los periódicos «Il Secolo XIX», «Il Fatto Quotidiano», «Il Manifesto» y «La Vanguardia» (periódico de Barcelona). Entre sus obras recientes: La Libertà come critica e conflitto (Modena 2012), Conflicto ¿puede la indignación realmente cambiar el mundo? (2013).
NOTAS
1.- M. Fumaroli, «No dejemos que el arte estadounidense gane», la República,19 de marzo de 2017. [^]
2.- T. Judt, Siglo XX,Laterza, Roma-Bari 2012, p. 211. [^]
3.- A. de Tocqueville, Democracia en América,Escritos Políticos (Vol. II), Utet, Turín 1968, p. 302. [^]
4.- Ivi ,p. 46. [^]
5.- Ivi, p. 67. [^]
6.- R. A. Dahl, Los dilemas de la democracia pluralista,EST, Milán 1996, p. 16. [^]
7.- R. A. Dahl, Introducción ala Ciencia Política, elMolino, Bolonia 1967, p. 120. [^]
8.- A. De Tocqueville, cit.,p. 62. [^]
9.- H. Zinn, Historia del Pueblo Americano, elSalvador, Milán 2005, pág. 48. [^]
10.- Ivi,p. 46. [^]
11.- D. Harvey, The Riddle of Capital,Feltrinelli, Milán 2011, p. 272. [^]
12.- Cit. en S. Halimi, The Great Leap Backwards,Fazi, Roma 2006, pág. 50. [^]
13.- Miembros del movimiento político-religioso de tendencia republicana nacieron (1646-47) durante la Revolución Inglesa en las filas del ejército parlamentario. [^]
14.- C. M. Macpherson, Freedom and Property at the Origins of Bourgeois Thought, Mondadori, Milán 1982, pág. 27. [^]
15.- F. Furet, The Eyes of History, Mondadori, Milán 2001, p. 154. [^]
16.- M. L. Salvadori, Europa de los Americanos, Laterza, Roma-Bari 2005, p. 157. [^]
17.- O. Zunz, ¿Por qué el siglo americano? The Mill, Bolonia 2002, p. 31. [^]
18.- A. D. Chandler, Strategy and Structure, FrancoAngeli, Milán 1993, p. 77. [^]
19.- F. Fasce, A Family of Stars and Stripes,theMill, Bologna 1993, pág. 44. [^]
20.- M. J. Piore y C. F. Sabel, The Two Ways Of Industrial Development, ISEDI, Turín 1987. [^]
21.- E. Carnevali y P.F. Pellizzetti, Liberista sarà lei! Código, Turín 2010, p. XXVII. [^]
22.- J. Rifkin, The End of Work,Baldini&Castoldi, Milán 1995, pág. 48. [^]
23.- J. K. Galbraith, The Opulent Society,Ed. Community, Ivrea 1963. [^]
24.- N. Chomsky, Language and Freedom, Este, Milán 2000, p. 207. [^]
25.- Ivi,p. 211. [^]
26.- V. De Grazia, The Irresistible Empire, Einaudi, Turín 2006, p. XV. [^]
27.- C. Wright Mills, The Power Elite,Feltrinelli, Milán 1966, pág. 91. [^]
28.- G. Zincone, U.S.A. con cautela, Donzelli, Roma 1995, pág. 25. [^]
29.- T. Judt, Postwar, Laterza, Roma-Bari 2017, p. 434. [^]
30.- R. D. Putnam, Capitale sociale e individualismo, il Mulino, Bolonia 2004, p. 144. [^]
31.- G. Debord, La società dello spettacolo, Baldini Castoldi Dalai, Milán 2008. [^]
32.- F. Furet, , Il passato di un’illusione, Mondadori, Milán 1995, p. 447. [^]
33.- E. J. Hobsbawm, Il secolo breve, Rizzoli, Milán 1995, p. 277. [^]
34.- F. Furet, Il passato, op. , p. 445. [^]
35.- E. J. Hobsbawm, cit.,p. 278. [^]
36.- B. Barber L’impero della paura, Einaudi, Turín 2004, pág. 105. [^]
37.- N. Chomsky, cit.,p. 205. [^]
38.- S. Halimi, op. , p. 280. [^]
39.- M. Ferraro, «Perché la maggior parte degli americani non viaggia fuori dagli USA?», il Mattino, 2 agosto 2019, bit.ly/30SkRuF. [^]
40.- S. Halimi, op. , p. 201. [^]
41.- I. Wallerstein, Il declino dell’America, Feltrinelli, Milano 2004, p. 168. [^]
42.- M. Castells, Nascita della società in rete, Bocconi Editore, Milano 2014, p. 17. [^]
43.- S. Zuboff, Il capitalismo della sorveglianza, LUISS, Roma 2019, p. 18. [^]
44.- Ivi, p. 203. [^]
45.- F. Bria, E. Morozov, Ripensare la smart city, Codice, Torino 2018, p. 131. [^]
46.- E. Molinari, «Virus. Usa, «niente respiratori per i disabili». Più di 10 Stati scelgono chi salvare», Avvenire, 25 marzo 2020, bit.ly/2EsbpXn. [^]
47.- P. Mason, Il futuro migliore, il Saggiatore, Milano 2019, p. 51. [^]