Por ÁLVARO SALVADOR
Cuando comencé mis estudios de Filología en la Universidad de Granada en el curso 1967/ 68 ya tenía una gran afición por la poesía, inoculada por algunos profesores en mis estudios de bachillerato, pero no conocía prácticamente nada del ambiente poético de la ciudad ni a ninguno de los poetas vivos. Pronto nos reunimos un grupo de novatos letraheridos y constituimos una pequeña célula poética en la Facultad. Uno de aquellos compañeros míos, algo mayor y que tenía cierta experiencia, incluso un libro publicado, era el malagueño Joaquín Lobato. Él fue el primero que me habló del programa de radio “Poesía 70” y de su director Juan de Loxa.
En aquella época en Granada todavía encabezaba las iniciativas y actividades poéticas el grupo de Rafael Guillén que había transformado sus “Versos al aire libre” de la década anterior en una colección de libros de poesía, “Veleta al Sur”. Este grupo, integrado también por José Ladrón de Guevara, que además escribía sobre cultura en el diario Patria, Miguel Ruiz del Castillo, Trina Mercader y, sobre todo, Elena Martín Vivaldi, organizaba actividades frecuentes en los locales de una Casa de América que Luis Rosales, director del Instituto de Cultura Hispánica, había conseguido para Granada. En ese grupo, había irrumpido Juan de Loxa con su programa “Poesía 70”, un programa de radio que se emitía semanalmente, creo recordar que los domingos en la noche, y que mezclaba todo tipo de música, desde el flamenco o la música clásica hasta el pop, el rock and roll o la canción española, con el recitado de poemas. Los programas, además se montaban de un modo vertiginoso, con un gran ritmo creativo y, a pesar de las dificultades técnicas, tanto Juan como los técnicos y colaboradores que tenía a su servicio lograron adelantarse en dos décadas a lo que en los años ochenta sería la radiodifusión moderna en España. De ahí que en 1982 el programa lograra el premio más prestigioso de la radiodifusión española, el Premio Ondas. Hubo varias voces masculinas en el programa, aunque a mí me gustaba especialmente la de José María Barbero, que más tarde se marchó a Madrid a trabajar como actor de teatro. Pero la gran musa, la constante voz femenina del programa fue la de Elodia Campra, una extraordinaria rapsoda que todavía hoy da testimonio con sus recitales de lo que fue “Poesía 70” y de lo que significó Juan de Loxa.
Un día de febrero de 1968, Joaquín Lobato me invitó a asistir a un recital de poemas que Juan de Loxa había organizado en la Casa de América. Era la primera vez que yo asistía a una de aquellas reuniones poéticas que Juan, con su incansable inquietud creativa, habría transformado radicalmente incorporando a las lecturas la música, instalando un pequeño estudio en el salón de actos con su técnico de sonido, amplificación y mesa de mezclas. Los recitales eran así una especie de directo de “Poesía 70”. Ese día, Joaquín me presentó a Guillén, a Pepe Ladrón de Guevara y a otros poetas de la ciudad y, por supuesto, a Juan de Loxa. Nunca podré olvidar su aparición estelar. Estábamos en el hall charlando en un grupo, cuando por la puerta de la calle apareció un chico de mediana estatura, embutido en un traje azul marino con rayas grises verticales, camisa blanca y corbata roja de nudo pequeño, peinándose uno de aquellos cabellos que se veían mucho en la época, ni cortos ni largos, bastante rizados, y que intentaba arreglarse con un peine blanco porque lo traía muy mojado por la lluvia. Supe después que la imagen que él intentaba evocar era la de Federico García Lorca, pero a mí, a quien me recordó en ese momento fue a Raphael, el cantante de Linares. Mi apariencia era muy distinta: pelo largo casi a media melena, pantalones de pana y de pata de elefante y un plumón gris plata que mi hermano me había traído de Madrid. La diferencia de unos pocos años se notaba mucho en aquella época. No obstante, a pesar de su cierto deje rancio, la personalidad de Juan, tan encantador e imprevisible, me agradó desde el primer momento.
En ese grupo, había irrumpido Juan de Loxa con su programa “Poesía 70”, un programa de radio que se emitía semanalmente, creo recordar que los domingos en la noche, y que mezclaba todo tipo de música, desde el flamenco o la música clásica hasta el pop, el rock and roll o la canción española, con el recitado de poemas
A partir de ese día fuimos estrechando una amistad que con sus momentos altos y sus momentos bajos, llegó a durar casi cincuenta años. Una amistad curiosa porque en muchas ocasiones se transformó en rivalidad, en otros en incomprensión y en no pocos en despecho, pero sin que en ningún momento el cariño mutuo desapareciese. Los finales sesenta y primeros setenta fueron años en los que nos frecuentamos muchísimo y en los que Juan me pidió su colaboración en numerosas ocasiones para cantidad de proyectos: me organizó mi primer recital individual en la Casa de América, me hizo debutar en el programa de radio, incluso como locutor, publicó poemas de mi primer libro en su sección del diario Patria, pero nunca me invitó a participar en su proyecto más querido, la revista Poesía 70. Las razones fueron de distinto tipo.
Como ya he contado, en la Facultad de Letras coincidimos ese curso del 67/68 una serie de compañeros aficionados y aprendices de poeta que pronto constituimos un grupo y planeamos una revista. Le pusimos el nombre de Tragaluz, utilizando un título de Buero Vallejo que nos parecía muy expresivo. La revista, su número cero, apareció justamente en Mayo de 1968, gracias a la ayuda y amparo del entonces rector Federico Mayor Zaragoza. Sin ser muy conscientes de ello nos transformamos en rivales de Juan de Loxa. En principio, esa rivalidad no acabó con la amistad ni con las colaboraciones puntuales, pero sí que introdujo un elemento de tensión entre nosotros. Recuerdo que en otro día, en una visita a la casa de Juan en donde vivía con su madre, le conté que un amigo común se me había insinuado y que debía ser homosexual. Me extrañó que Juan me negara vehementemente esa posibilidad, alegando un posible malentendido por mi parte o una broma de la suya. Pero yo, a pesar de tener apenas dieciocho años, estaba muy seguro de que aquella “insinuación” era la de un homosexual. Esta conversación también introdujo entre nosotros otra cierta tensión, de otro tipo en este caso, que se hizo más evidente a medida de que el tiempo y el roce aumentaban.
El número cero de Poesía 70 apareció en diciembre de 1968. La revista era una preciosidad maravillosamente diseñada por Claudio Sánchez Muros, uno de los mejores pintores de Granada en esos años y, desde luego, el mejor diseñador, de cuyo ejemplo surgió una verdadera escuela que luego continuaron Juio Juste o Juan Vida. Además de una serie de escritores granadinos, algunos de los mayores y otros compañeros nuestros que siempre estuvieron oscilando entre los dos grupos (Ladrón de Guevara, José Heredia, Justo Navarro, José Carlos Rosales, Fanny Rubio…) la revista también incluía colaboraciones de escritores conocidos a nivel nacional como José Luis Tejada o Félix Grande y otros menos conocidos pero que contribuían a hacerla más cosmopolita como el cubano/venezolano Julio E. Miranda. El número también incluía un poema de Pablo del Águila, amigo y compañero de Facultad, sabio, militante antifranquista, gran poeta, que se había suicidado ese mismo mes con veintidós años. El poema incluido, “Qasida del amor que se fue y no vino”, nos lo había prometido Pablo para Tragaluz, pero Juan se adelantó, así que nosotros publicamos en nuestro número 2/3 de la primavera del 69, otra “qasida”, la de “la misma ciudad y el mismo río” que también nos había dejado. Además de ese magnífico poema, en la revista destacaron también el poema del propio Juan, un homenaje a Lorca:
Mi amigo Federico tenía
un teatrillo de juguete. Era
presti… aver si lo digo de un tirón…
prestidigi…¡caramba! pres-ti-di-gi-ta-dor
El de Fanny Rubio, que aparecía en la contraportada:
No me culpéis, hermanos, si conmigo ha venido la guerra.
Yo no la quise nunca para vosotros.
No me culpéis si defendéis mi idea con vuestra sangre.
Yo no quiero más llanto
que el necesario para que brote un árbol…
Y un poema de Carmelo Sánchez Muros, el más “poesía 70″ de los colaboradores de Juan, de aire muy hippie y que se publicó en un desplegable que incluía la revista con ilustraciones de su hermano, Claudio Sánchez Muros:
Amor,
amor,
amor
y rosas escarlata.
Senos como magnolias.
Fragantísimos senos.
Naturaleza pura
y amor y flor fantástica…
La aparición de esta magnífica revista nos dejó anonadados a los del grupo Tragaluz, no tanto por los poemas, cuyo decadentismo general no nos convencía demasiado, como por su presentación formal brillante e innovadora. No se había publicado hasta el momento en España una revista tan moderna, atrevida y bien hecha como aquella. Pero simultáneamente hizo que nuestra rivalidad se avivara. Habíamos publicado dos números muy modestos, con un diseño feo en el primero y no conseguido en el segundo, a pesar de estar realizado por quien sería otro de los discípulos de Claudio Sánchez Muros, Antonio Salvador. Así que, para el número dos acudimos a otro gran pintor granadino de aquellos años que había asombrado en junio del 68 con su exposición de 10 óleos y seis grabados en la Casa de América y que había colaborado con Juan de Loxa en la cartelería del programa radiofónico, José Aguilera, quien proporcionó otro aire mucho más actual y lírico a la revista, que ahora podía competir con los diseños de Poesía 70, aunque no superarlos.
No se había publicado hasta el momento en España una revista tan moderna, atrevida y bien hecha como aquella. Pero simultáneamente hizo que nuestra rivalidad se avivara
Tragaluz, en sus tres números primeros había incluido entre sus páginas a la práctica totalidad de los poetas granadinos de entonces, consagrados o no, así que Poesía 70 en su segundo número que era el número 1, intentó ir haciendo lo mismo. Por lo tanto, en esta nueva aparición de la revista en la primavera de 1969 con un número dedicado a las flores, muy flower´s power en una época presidida por el movimiento hippie y la contracultura, se incluían poemas de Joaquín Sabina, Elena Martín Vivaldi, Antonio Carvajal y Carlos Cano. El primero y el último ya amenizaban los recitales de la casa de América con sus guitarras, haciendo versiones de Atahualpa Yupanqui o Bob Dylan. El número se abría con un poema de la poeta uruguaya Enma de Cartosio, titulado “Comienzo de viaje”, que introducía el tema genérico de las flores:
Ellas, las flores, inauguraron el viaje de los vegetales
que hasta entonces yacían en la luz
que hasta entonces ignoraron el hechizo de lo nómada.
Ellas, las flores, son el femenino rostro de la materia
inundando extensos sombríos pasadizos con matices y aromas
invadiendo las zonas reservadas a lo masculino estéril.
La ausencia de localismo, la salida hacia un cosmopolitismo muy moderno también se asomó en este segundo número con los poemas de Florentino Huerga, el puertorriqueño Luis Fernández Aquino, Manuel Rios Ruiz, un poema japonés del siglo XX traducido por José Antonio Lacárcel, José Luis Parra, Juan José Plans, y sobre todo los poemas de Vicente Aleixandre, que de algún modo avalaba la revista y la entroncaba con una determinada tradición y el poema de Luis Eduardo Aute, que lo situaba en la modernidad de los cantautores y los jóvenes poetas consagrados. Este poema/provocación causó tal escándalo que la censura franquista multó a la revista. El poema, en realidad, estaba escrito de puño y letra por Aute sobre el dibujo de una mujer desnuda, abierta de piernas y cuyo sexo estaba cubierto por un ramillete de flores. Titulado “El cementerio” no tenía mucho que ver, aparentemente con el dibujo. El último verso, “Un estertórico olor a crisantemos” se convirtió en el segundo lema de la revista. Juan de Loxa, en ese verano del 69, el año en que mataron a Sharon Tate, cambió su apariencia un tanto “raphaeliana” por un look muy diferente: pelo largo a media melena, lacio a fuerza de plancha, y gran mostacho a la mejicana, camisa roja burdeos y pantalón azul oscuro entallado. Lo encontré de esa guisa en una cafetería de Moras Street y no lo reconocí, fue él mismo el que me llamó la atención y celebramos la entrada de su imagen personal en el cosmopolitismo de su revista. Nunca más la cambió hasta su prematura muerte, sólo la retocó con coquetería.
La insistencia en un tema tan decadente como el de las flores y, además, desplegado en poemas y señales que defendían una estética claramente gay, despertaron muchas críticas en una ciudad y en un país muy pacato en aquella época. Muy poca gente entendió lo profundamente “político” que era aquel número en el que el mismo Juan de Loxa publicó un poema titulado “Ordeno cambiar las camelias según se vayan marchitando”. No obstante, esas críticas hicieron que el director planteara el siguiente número de un modo abiertamente político. Varias veces me habló durante los paseos y las veladas que compartíamos de la ilusión que le hacía preparar un número sobre la “poesía cubana actual”, tanto la del interior como la del exterior. Y a ese tema se dedicó el siguiente y último número, que fue un número doble: a la “casi novísima poesía cubana”.
El poema de Luis Eduardo Aute, que lo situaba en la modernidad de los cantautores y los jóvenes poetas consagrados. Este poema/provocación causó tal escándalo que la censura franquista multó a la revista. El poema, en realidad, estaba escrito de puño y letra por Aute sobre el dibujo de una mujer desnuda, abierta de piernas y cuyo sexo estaba cubierto por un ramillete de flores
El número, a pesar de la irregularidad que podemos apreciar hoy, a toro pasado, tuvo una extraordinaria importancia. En aquel momento, la literatura hispanoamericana y, en concreto, la cubana, gozaban de gran predicamento gracias a los escritores del “Boom”, pero en realidad se conocía muy poco la literatura hispanoamericana y, sobre todo, la contemporánea y, menos todavía, la cubana. En la Universidad, esa materia –de la que yo me encargaría después durante muchos años– era prácticamente inexistente. Así que el número, coordinado por el poeta disidente José Mario y el propio Juan de Loxa, causó un impacto tremendo en el ambiente poético nacional, consagrando definitivamente a la revista y contribuyendo a transformarla en una leyenda. En el número doble se incluían poetas legendarios como Alfonso Reyes, José Lezama Lima o Nicolás Guillén, junto a algunos jóvenes de los que estaban construyendo la nueva literatura cubana como Fayad Jamís, Nancy Morejón, Delfín Prats o Miguel Barnett, pero los autores estrella que le dieron relevancia al número fueron Herberto Padilla y Roberto Fernández Retamar. El primero por haber protagonizado dos años antes uno de los primeros encontronazos entre la Revolución Cubana y el mundo de la cultura con el famoso caso que llevaba su nombre, a causa del libro Fuera de juego que obtuvo el premio de la UNEAC en el 68 y luego fue considerado como antirevolucionario:
¡Al poeta despídanlo!
Ese no tiene nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡ Al poeta despídanlo!
Por el contrario, Roberto Fernández Retamar, representaba entonces y ha seguido representando hasta su muerte al intelectual y creador identificado con el proceso de renovación cultural iniciado con la Revolución. Director ya entonces de la prestigiosísima institución Casa de las Américas de Cuba y, sin ninguna duda, el poeta más valioso de su generación, cedió para Poesía 70 un poema dedicado a Federico García Lorca:
Dentro de poco tiempo (digamos otros treinta años),
no quedará nadie en el planeta
que pueda recordar cómo tú hablabas,
cantabas,
reías,
presumiblemente llorabas.
Tu voz será olvidada para siempre.
Los versos de Padilla parecieron premonitorios. Al llegar su plenitud, tanto formal como de contenidos, Poesía 70 se apagó. Se construyó la leyenda de que había sido la censura la que había acabado con la revista, prohibiendo algunos proyectos de números futuros como el dedicado a presentar a los poetas jóvenes andaluces, pero todo el mundo sabe que la censura ya en aquella época no impedía, a priori, que se publicase ningún texto. La censura lo que hacía era multar o requisar a posteriori aquello que no le parecía conveniente para el régimen. Es cierto que Poesía 70 no era una revista bien vista por la Administración, pero pienso que otras causas también tuvieron que ver en su desaparición: la falta de financiación, la dedicación del director a otros proyectos como Manifiesto Canción del Sur, la continuación necesaria del programa de radio, etc. De cualquier modo, los versos que hemos citado de Retamar no fueron en cambio tan profético: ni la voz de Federico García Lorca ni el coro de voces de Poesía 70 se han apagado después de cincuenta años.
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Álvaro Salvador es catedrático de Literatura Hispanoamericana y Española en la universidad de Granada. Ha publicado libros de poemas entre los que podemos destacar «Las Cortezas del Fruto» (Madrid,l980), «Tristia» (En colaboración con Luis García Montero, Melilla,1982) «El agua de noviembre» (Granada, l985), «La condición del personaje» (Granada, l991), «El Impostor» (Palma de Mallorca, 1996), «Ahora, todavía» (Sevilla, 2001) y el volumen antológico «Suena una música» ( Valencia, Pre-Textos, 1996). Su obra de teatro Don Fernando de Córdoba y Válor, Abén Humeya, fue galardonada en l980 con el premio «Ciudad de Granada» y en 1981 con el «Hermanos Machado» de Sevilla. Ha publicado también varios libros de crítica literaria como los titulados Para una lectura de Nicanor Parra (Sevilla, 1975), Rubén Darío y la moral estética (Granada,1986), Introducción al estudio de la literatura hispanoamericana (en colaboración con Juan Carlos Rodríguez, Madrid, 1987 y 1994). En el 2002 le ha sido concedido el Premio Casa de las Américas de Ensayo por su trabajo «El impuro amor de las ciudades».