Por PABLO CARRIEDO CASTRO
Álvaro Salvador Caras B (Colección Juancaballos. Jaén, 2018)
1. No es ninguna casualidad que muchos de los libros y todas las ―ya tres― grandes recopilaciones del veterano poeta granadino Álvaro Salvador tengan siempre algún tipo de conexión explícito con la música. En edición deliciosa de la Fundación Huerta de San Antonio de Jaén, su última antología publicada, Caras B (Colección Juancaballos. Jaén, 2018), nos llega con un título marcadamente generacional, en lo que parece un guiño cómplice y nostálgico que, tal vez, extrañe ya a los menores de treinta años. El precioso diseño de portada del artista Juan Vida representa ahí un disco de vinilo estándar de siete pulgadas ―una antigua tecnología analógica de microsurcos gramofónicos―, usualmente reproducible a 45/33 rpm., en aparatos electromecánicos denominados “platos” o giradiscos.
A lo largo de toda la década de 1960, y durante tres décadas hasta la generalización de los compactos, a través de este soporte comenzaría a extenderse domésticamente el entonces muy reciente fenómeno de la música popular moderna, señalando ya entre nosotros el tránsito histórico desde la canción folclórica tradicional (popularizada en los años cuarenta y cincuenta fundamentalmente a través de la radio), hasta la creación de toda una industria ―The entertaiment and media industry o “show-business”―, tal y como la hemos comprendido, al menos hasta la llegada de internet. Por aquel entonces estaba convencionalmente establecido que las caras A del disco contenían los “sencillos” o singles que el sello discográfico pretendía lanzar y promocionar; mientras en las caras B solían incluirse los temas llamados “extra” (o descartes); es decir, los no considerados a priori “grandes éxitos” para el público.
En este sentido, todos los que seguimos atentamente la trayectoria de Álvaro Salvador reconocemos en su clásica antología ―prologada por Ángel González― Suena una música, 1971-2007 (Renacimiento. Sevilla, 2008), la selección de referencia del poeta: la recopilación de sus “caras A”, los poemas que le han valido ya su lugar en la historia de la poesía española contemporánea; colección muy minuciosamente diseñada para subrayar todo lo unitario de su poética en el tiempo: los acordes más definidos, constantes y reconocibles de su personalidad literaria.
Se sabe, sin embargo, que ninguna gran trayectoria artística se construye únicamente con los the very best (poéticos) y que la historia, además, abunda en sorpresas muy al margen de cualquier cálculo comercial de empresas y mercados. Así, recorriendo exactamente la misma cronología del autor, la nueva antología Caras B, 1971-2018 ilumina la heterogeneidad, todo lo plural de su evolución; un repertorio alternativo de “canciones escogidas” que por múltiples razones fueron en su día descartadas de su elenco más emblemático. Pero, si el mítico “(I cant’t get no) Satisfaction” de The Rolling Stones ―aquel himno de la revuelta generacional de los sesenta― fue modestamente lanzado como “extra” en la cara B del disco Out of our heads (1965), es probable que también quien se acerque a estas Caras B de Álvaro Salvador encuentre seguro algunos poemas muy dignos candidatos de pasar al top de su lista de más los leídos.
2. Como indica el profesor Miguel Ángel García en su prólogo al libro, no se trata en absoluto de una selección de poemas solo de “tema” musical; al modo, por ejemplo, de la célebre antología La música y yo de Ángel González. En la obra de Álvaro Salvador, la música funciona y se comprende en el plano de la ideología (poética) como un “modo de producción” literario ―más que un simple recurso, estrictamente―, cimentando de hecho una de las bases más sólidas de su comprensión de la escritura. Cabe señalar brevemente al respecto que las relaciones entre las artes hermanas de la música y la poesía han sido siempre conflictivas. Al margen de sus evidentes características compartidas en su remoto origen común; y más allá de todas las vicisitudes de su proceso de desconexión histórica (desde el clasicismo renacentista: primer movimiento hacia la construcción del yo y la sentimentalidad moderna; hasta el “Espíritu de la música” que Friedrich Nietzsche señala como origen mismo de la tragedia, fundamental para comprender la teoría del simbolismo), importa señalar que la Modernidad vinculó siempre la música a la dimensión emocional irracional del arte lírico; un evocador y misterioso territorio subconsciente que llegaría a convertirse en todo un “ideal de pureza”: la virtuosa ―y muy selecta― sugestión del sonido no pervertido por el significado de las palabras (“la musique avant toute chose… et tout le reste est littérature”, escribía Paul Verlaine en el “Art poétique” de su Jadis et Naguère de 1884), acto orgulloso de diferenciación o rareza ―verdadera Moral Estética― contras las convenciones sociales burguesas finiseculares, a la que muchos grandes poetas aspiraron y que reivindicaron. Todo vendría a cambiar, y ya definitivamente, desde mediados del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial con la consolidación del Posmodernismo como pauta cultural dominante en las sociedades capitalistas avanzadas ―según las ha estudiado en profundidad Frederic Jameson―, no solo transformando radicalmente la comprensión de los fenómenos artísticos, sino también democratizándolos en varios de sus múltiples sentidos.
En la obra de Álvaro Salvador, la música funciona y se comprende en el plano de la ideología (poética) como un “modo de producción” literario ―más que un simple recurso, estrictamente―, cimentando de hecho una de las bases más sólidas de su comprensión de la escritura
Tras las aportaciones decisivas realizadas por los autores del medio-siglo español, tal vez fuera Manuel Vázquez Montalbán, el primero de nuestros poetas en teorizar seriamente la importancia de la música popular en la configuración del inconsciente y la “educación sentimental” de la nación ―aquellas desgarradoras “Canciones para después de una guerra” de Basilio Martín Patino; brillantemente reivindicadas en las páginas de su Crónica sentimental de España― y el más audaz también en interpretar su nueva dirección histórica. Pionero de los “news-magazine” en la revista Triunfo de José Ángel Ezcurra e investigador adelantado de la comunicación y los mass media, en el año 1969 en su poética para la Antología de la poesía social de Leopoldo de Luis, el catalán conseguía dar un giro irónico y desmitificador (provocador y realista, en su línea) al ya entonces muy destartalado debate sobre el “compromiso”, la función social del arte y la responsabilidad del escritor, planteando: “Hay poesía muy social [decía]: las letras que ha cantado Antonio Machín, por ejemplo; o las de Conchita Piquer, Juanita Reina, Valderrama etc. Hay poesía un poco menos social: la de Rafael de León, José Carlos de Luna. Y hay poesía muy poco social: la de Celaya, Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, García Nieto [¡!], López Anglada, la mía, etc.”. Más allá de su particular y legendario sentido del humor, esta subversión de la “poesía”, la sacudida insolente de la idea misma de “lo social” literario, adelanta germinalmente el posicionamiento ideológico maduro y un último objetivo de Álvaro Salvador en su obra: la decisiva apertura ambiente de la poesía a los “ritmos” históricos de la sociedad, un esfuerzo por transportar la fuerza comunicativa y el potencial emocional de la música al arte lírico.
3. Cuando Álvaro Salvador ingresa en la Universidad de Granada en el año 1967 comenzaban a llegar a este “Faro de Occidente” los ecos (y algunas de las voces) de una insólita revolución juvenil contra el sistema paternalista, y altamente planificado, heredado de la inmediata posguerra mundial. Desde los británicos Angry Young Men, los provos holandeses, los “beatniks”, los hippies más tarde, hasta los revoltosos estudiantes de 1968 en Francia y Alemania, en EEUU o México, “los jóvenes” plantearían una inesperada, creativa y formidable enmienda a los modos de vida convencionales de su propia sociedad, agitando a través del arte y de la imaginación la base misma de sus estructuras.
No hay ningún riesgo de sobrevalorar la huella que la experiencia “beat” y la entonces llamada contra-cultura dejó en la vida y en la obra de Álvaro Salvador. Desde John Lennon o el Premio Nobel de Literatura Bob Dylan, desde las películas de la Nouvelle Vague, desde Woodstock o las protestas contra la invasión de Vietnam, hasta el antifranquismo estudiantil y militante, muy pocos autores ―su amigo Pablo del Águila y Leopoldo María Panero; Ana María Moix, quizá― representan tan bien entre nosotros aquel romántico espíritu de la “Poesía del 68” (hoy ampliamente accesible en su antología Popoemas. Dauro. Granada, 2014): obra novel de un joven ―un jovencísimo― estudiante de Filosofía y Letras, aprendiz de poeta y letrista de canciones, guitarrista en varias bandas de rock & roll locales, disc jockey en los clubes de moda, redactor de la cabecera musical más al día del momento (Mundo Joven, dirigida por el histórico periodista Jesús Picatoste y coordinada por el gran José María Íñigo) y promotor él mismo de varias revistas poéticas de verdadera vanguardia ―Tragaluz, Letras del Sur―, así desenvuelto en la emergente y muy sugestiva escena granadina de la época: la ciudad de Miguel (Mike) Ríos, Los Ángeles, Joaquín Sabina ―cuando era allí estudiante de Románicas― o el programa de radio Poesía 70 de Juan de Loxa; la ciudad del gran Carlos Cano y el “Manifiesto Canción del Sur”; la de Enrique Morente y Pepe Habichuela. Y allí mismo, más al fondo, ya las Canciones populares españolas de Federico García Lorca y la Argentinita, también junto a la obra de don Manuel de Falla).
Desde los británicos Angry Young Men, los provos holandeses, los “beatniks”, los hippies más tarde, hasta los revoltosos estudiantes de 1968 en Francia y Alemania, en EEUU o México, “los jóvenes” plantearían una inesperada, creativa y formidable enmienda a los modos de vida convencionales de su propia sociedad
A ese periodo rigurosamente preliminar de su trayectoria, sigue el momento decisivo de su agrupación en la “La otra sentimentalidad”: punta de lanza poética de una explosión cultural sencillamente espectacular que, dando continuidad a la atmósfera nacida en los años sesenta, hará de Granada un audaz y aventajado foco de creatividad, innovación y libertad: privilegiado escenario de innumerables conciertos, recitales, mítines, manifestaciones, charlas y debates, presentaciones de libros, exposiciones de pintura; también junto a insólitos proyectos híbridos ―el disco Rimado de ciudad de Luis García Montero con los Magic y TNT―, todo coincidiendo con el periodo de la Transición política y los primeros pasos de la nueva democracia. En el prólogo a Caras B (regresando sobre las claves del texto “La guarida inútil” del maestro Juan Carlos Rodríguez, antesala del poemario Las cortezas del fruto de 1980), el profesor Miguel Ángel García analiza con acierto y gran detalle el decisivo proceso de profesionalización ―“tomarse la poesía en serio”― en el que Álvaro Salvador viene trabajando desde sus primeras publicaciones. En esa particular e íntima “transición”, la música no va a constituir un fenómeno precisamente accesorio o auxiliar. Se diría que para Álvaro Salvador, la canción deja de ser entonces un simple “signo de época” ―una moda―, para convertirse en inequívoca referencia de su poesía; herramienta con la que completar uno de los propósitos nucleares del movimiento granadino “otro”: desacralizar ―concretar y materializar― y ventilar el arte poético de su tiempo, aproximándolo ideológicamente a las genuinas manifestaciones de la cultura popular, ya convertido en “instrumento consciente de acción para la historia”.
Entre otras iniciativas importantes (el mítico homenaje “Cinco a las cinco” a Federico García Lorca en Fuentevaqueros, el Manifiesto Albertista y su “Bienvenida marinera”), tal vez el Concurso de Letras de Tango de 1982 ―conquistado en su primera edición por la “Noche canalla” de Javier Egea, con música del autor Raúl Alcover; luego convertido en Festival Internacional de éxito―, así como el muy conseguido Granada/Tango. Libro para bailar con las ciudades y en solidaridad con nosotros mismos, ambos inspirados por el exiliado y amigo argentino Horacio Rébora desde el bar La Tertulia, representen bien simbólicamente la actitud mantenida por Álvaro Salvador y todo su grupo al respecto; su definitiva identificación sentimental con lo urbano y lo cotidiano, con “lo común” individual y compartido: la amistad y la ternura, la noche, el amor y el desengaño, la clara conciencia de la explotación; certeza de que la Literatura indiscutiblemente será (debe ser) siempre partidaria de la vida y la felicidad.
“No es vulgar hablar del tango”, escribía Juan Carlos Rodríguez en la primera parte de su ensayo Del primer al último tango: “En torno a lo vulgar” (atrevámonos a hacerlo, subtitula). “Y no solo [prosigue] porque el tango no sea vulgar (una especie de arte menor), sino porque, aunque lo fuera, no por eso podríamos dejar de cambiar la complejidad de nuestro punto teórico de partida: el Materialismo Histórico”. Acaso desde otros ángulos ideológicos también sea posible aquilatar la dimensión de la propuesta que lanza entonces “La otra sentimentalidad” de Granada. Lo cierto es que el materialismo (desde Carlos Marx y Sigmund Freud, hasta Louis Althusser) despejó muchas de las excéntricas mitologías líricas, las afectadas imposturas, tan insistentemente cultivadas en España por los novísimos, abriendo la puerta a una concepción revolucionaria del fenómeno poético, destinada a perdurar. Juan Carlos Rodríguez, “Sócrates impenitente” ―explica, por su parte, el profesor José-Carlos Mainer―, enseñó a Álvaro Salvador y a sus compañeros (y a tantos otros jóvenes después) “a compatibilizar el tango y el marxismo, la lucidez exigente y el disfrute vital”, en una lección afortunada y única. La antología Caras B rinde un emocionante tributo a ese magisterio, y a su amistad, con el precioso inédito “Los molinos de tu espíritu” (“The windmills of your mind”; banda sonora original de la película El caso de Thomas Crown, con Steve McQueen y una sobrecogedora Faye Dunaway), vibrando entre las versiones de Noel Harrison y José Feliciano, en uno de los mejores poemas del libro.
4. Con el tiempo, el propio Álvaro Salvador ha reflexionado en extenso sobre las relaciones entre la música y la poesía en su obra y en nuestros días. En su conocido e imprescindible artículo “Con la pasión que da el conocimiento: notas acerca de la llamada otra sentimentalidad”, afina la dirección histórica de sus intenciones afirmando que “a pesar de la querella entre poetas y músicos, los primeros siguen gozando de cierta primacía mágica y trascendental, de cierto carácter demiúrgico y diferenciado. Quizá porque la enorme difusión del hecho musical en las últimas décadas ha convertido el antiguo carácter sagrado de la música en un fenómeno cotidiano al alcance de cualquier sensibilidad media”. Tras la popularización y difusión del fenómeno desde mediados del siglo XX, hasta hoy mismo ―continúa explicando― “lo que nos interesa señalar es la evidencia de que, frente a la cotidianidad de la expresión musical, la poesía sigue entendiéndose en buena medida como el reducto de lo sagrado; el principal punto de contacto que la sensibilidad superior mantiene con aquellas zonas misteriosas, profundas y sublimes de la condición humana”.
Desde el corazón mismo de un arte tradicionalmente minoritario, exclusivo y muy elitista en sus expresiones más “puras” y acabadas, rodeado todavía por disparatadas mitologías románticas ―las divinas musas, lo maldito, lo “original” y lo inefable―, durante toda la trayectoria literaria de Álvaro Salvador se puede apreciar el mismo constante esfuerzo por corregir esa desviación idealista (retirar esos “fastuosos ropajes” juanrramonianos, “extraños abrigos” para Javier Egea, de la tradición paralizante) y, auténticamente, instalar la poesía entre nosotros, en nuestra normalidad histórica: aspirar a poder leer la poesía de ―poniendo por caso― Jorge Manrique, Garcilaso, don Luis de Góngora, Espronceda, Baudelaire, Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía, Gabriel Celaya o Mario Benedetti, “igual” a como se escucha una canción de Carlos Gardel, Duke Ellington, The Beatles, Credence Clearwater Revival, Camarón, Ludwig van Beethoven, Chopin, Janis Joplin o Leonard Cohen. Y es que, en la obra de Álvaro Salvador, todo lo importante, todo lo significativo parece expresarse desde una música sentida: el sentimiento de solidaridad, el sentido moral de la experiencia, más que leerse ―simplemente―, suenan en sus poemas: “espacios de silencio que abren las palabras […] vibración, eco, resonancia de una meditación no enunciada”, como ya sabiamente advierte Ángel González en su prólogo a Suena una música.
“Así es nuestro país [escribe en su mordiente inédito ‘Marca España’], soleado y amargo: / un coro de muchachas ingenuas y felices / nadando entre la mierda”
De este modo, la diversidad y la versatilidad en el gobierno de los géneros literarios y musicales, la riqueza de matiz y el oficio verdadero ―particularmente interesante para los lectores jóvenes―, asocian en Caras B los más altos referentes de la Historia de la Literatura clásica y contemporánea, entre otros y por ejemplo, los rituales de la Residencia en la tierra de Pablo Neruda (“Sarmientos”), The Pisan Cantos ―el XLV― de Ezra Pound (“Contra-usura”), los desconocidos ojos de la muerte de “La casa” de Cesare Pavese (“Los territorios perdidos”), el D.H. Lawrence peregrino salvaje de sus “Poemas de Italia” (“De un caminante extranjero que reflexiona sobre el destino de su patria”), las Qasidas y Gacelas del Diván del Tamarit lorquiano, la ―cada vez “más hermosa, más seca”― obra de madurez de Luis Cernuda o las Moralidades de Jaime Gil de Biedma (“El extranjero”, “El fracaso de Dorian Gray”), que llegan hasta nosotros con el sabor de los más variados ritmos y melodías, siempre sobrescritos o en la grieta de las propias palabras: el “pop” ―claro― y los tangos, pero también boleros sentimentales, desconsolados y seductores blues, soleares flamencas, melancólica “canción francesa”; nanas incluso, y letanías y oraciones; églogas clásicas o armonías románticas melodramáticas, piezas jazz y hasta desgarrones sarcásticos, no muy lejos del desengaño punk, mezcla de exabrupto e insolente incorrección política: “Así es nuestro país [escribe en su mordiente inédito “Marca España”], soleado y amargo: / un coro de muchachas ingenuas y felices / nadando entre la mierda”.
Entre la alegría, la ironía, la tristeza y el dolor se desenvuelve, al fin, todo el inventario sentimental de Caras B, con anécdotas insólitas (sobrevivir a un accidente de avión, por ejemplo, en el poema “Aniversario”) o divertidas, celebraciones y duelos, situaciones familiares cotidianas ―la política, el erotismo, el paso del tiempo, cierta masculina y varonil integridad, la paternidad, problemáticas de la escritura― o preocupaciones urgentes, radicalmente actuales: pobreza y desigualdad, destrucción ecológica, repugnante violencia machista. El lector encontrará ahí la sugestión cómplice y la inteligencia que sabe reconocer la fuerza y la fragilidad de la vida en sus detalles comunes y en sus fragmentos, sensatas (democráticas) “bajas” frecuencias de la percepción ―timbres no siempre sospechados ni evidentes―, poniéndolas siempre al borde mismo de nuestra propia intimidad.
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Pablo Carriedo Castro (León, 1978). Doctor en Filología Hispánica ―Premio Extraordinario de Licenciatura― por la Universidad de León y Especialista Universitario en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado como Profesor de Literatura Hispánica para Extranjeros en la Universidad de León y como Lector de Español y Profesor de Literatura Española en el College of the Holy Cross de Worcester y en la Universidad de Washington de Seattle en Estados Unidos. Es autor del libro Pedro Garfias y la poesía de la Guerra Civil española, así como de diversos artículos sobre el exilio de 1939, la literatura social de posguerra y la poesía española de la democracia y la postmodernidad.