Por ÁNGEL ROZAS SERRANO
Vittorio Foa, con 95 años ahora mismo si no estoy equivocado, es un viejo intelectual, político y sindicalista italiano. Pues bien, cuando le pidieron que se adhiriera a la “Asociación Nacional de Perseguidos por el Fascismo” de su país contestó que sería un error que él lo hiciera. ¿Por qué? pues porque él había sido quien había “perseguido” al fascismo; de hecho, lo había perseguido tanto que aquel régimen tuvo que meterlo en la cárcel como hizo con muchos otros, y en ella estuvo Foa entre 1935 y 1943. Por otro lado, como el mismo Foa ha dejado escrito, “se puede estar orgulloso del propio pasado, pero al mismo tiempo UNO tiene que ser humilde, profundamente humilde respecto del sufrimiento infinito de millones de personas que han dado el sacrificio de su vida, de su libertad, de su bienestar, creyendo o no creyendo, creyendo de forma justa o creyendo de forma equivocada, pero sufriendo humanamente”.
Estas reflexiones me sirven para decir que una “inmensa minoría” perseguimos tanto al franquismo que al final tuvo que meternos a muchos de nosotros en las cárceles de la dictadura del general Franco. Como muy bien ha afirmado mi buen amigo Lluís Martí Bielsa, nosotros no somos víctimas ni perseguidos o por lo menos no nos sentimos únicamente víctimas y perseguidos. Nosotros somos gentes que perseguimos, que luchamos contra el franquismo persiguiendo las libertades democráticas. Y, tal vez, esta es mi opinión, este es el mayor valor de nuestro testimonio; es decir, el de ser un testimonio ético y político.
Mi opinión es que la petición de localizar y levantar las fosas comunes de las víctimas de la represión franquista de pocos años a esta parte, no es otra cosa que una forma de pedir una justicia retrospectiva que, de alguna manera, repare la injusticia introspectiva que ha marcado las vidas de muchas familias durante los últimos setenta años
La dictadura del general Franco, como muy bien conocemos por los más rigurosos estudios historiográficos, desde un buen principio, a partir del golpe de estado fracasado que desató la guerra civil, llevó a cabo una represión brutal. “Es que aquello era una guerra”, se puede decir y se ha dicho reiteradamente. De hecho, algunos están empeñados, desde hace años, en buscar una especie de “empate histórico” de las responsabilidades que tuvieron unos y otros en aquellos acontecimientos. Lo hacen a partir de contar el número de víctimas que se produjeron durante aquel conflicto, pero no a partir de 1939. Allá ellos. Lo cierto es que hoy existe un amplio consenso historiográfico en calificar aquella represión iniciada con el golpe militar como una “política de exterminio”, que se prolongó durante una larga “postguerra incivil”. Algunos, precisamente muchos de los que buscan un “empate histórico” en la guerra, consideran que hoy existe un “exceso de memoria”; se diría que existe una saturación de lo que en la actualidad todos denominamos “memoria histórica” –este es un oxímoron que finalmente se ha impuesto y del que debemos, en cuanto se pueda, desatarnos, aunque esto es harina de otro costal.
Sin embargo, mi opinión es que la petición de localizar y levantar las fosas comunes de las víctimas de la represión franquista de pocos años a esta parte, no es otra cosa que una forma de pedir una justicia retrospectiva que, de alguna manera, repare la injusticia introspectiva que ha marcado las vidas de muchas familias durante los últimos setenta años. Pero también, y no debemos ignorarlo, necesitan la misma justicia retrospectiva todos aquellos que fueron ajusticiados por la jurisdicción militar después de finalizar la guerra, y aquellos otros que a lo largo de la dilatada existencia del régimen pasaron por sus tribunales y sus cárceles, pero también por sus comisarías. En aquellas comisarías se aplicaron las técnicas de tortura más depuradas, transmitidas por la SS de Himler durante los primeros años cuarenta –como se deja entrever en la biografía de María Salvo realizada por Ricard Vinyes- y perfeccionadas después con los conocimientos adquiridos por algunos de los más destacados represores del régimen, como los hermanos Creix. El propio Antonio Juan Creix, tal como confesaba en 1976 al entonces ministro de gobernación, Martín Villa, fue adiestrado en las escuelas norteamericanas de la tortura durante los años cincuenta. Este es un testimonio que conocemos gracias a Antoni Batista por su libro, único hasta el momento, sobre la Brigada Social. El “amigo americano”, por tanto, no sólo nos trajo “leche en polvo” como algunos piensan. Si bien es cierto que tampoco todo fue rematadamente “imperialista”, como otros tantos defienden.
No es mi deseo el apabullar con el dolor y el heroísmo de las gentes que lucharon por las libertades democráticas y nacionales de Cataluña y del resto del país. Pero por favor, contribuyamos entre todos a cerrar las heridas abiertas durante tantos años, a cicatrizarlas. Enterremos a nuestros muertos y dignifiquemos su memoria o, más bien, sus memorias. Pero también, y sobre todo, no olvidemos a las otras víctimas, a los que no se han muerto todavía, a aquellos que también “persiguiendo” a la dictadura se convirtieron en luchadores por la libertad y la democracia en nuestro país, y no en víctimas a secas.
Todavía podemos recordar en grupo, podemos ayudar a conformar una memoria colectiva, o mejor una conciencia histórica y también afectiva de aquellos “desafectos” del régimen, que nos ayude a saber algo sobre nuestra identidad como sociedad
No es mi intención aburriros con análisis de determinados acontecimientos o de ofreceros una interpretación sobre fechas y datos, que a mí, por otro lado, no me corresponde hacer. Trato solamente de calibrar y hacer ver el valor de determinadas actitudes. Lo cierto es que desgraciadamente ya vamos siendo cada vez menos quienes podemos rememorar de forma individual aquellas experiencias puesto que ya no están muchas personas que, de una forma u otra, con una acción u otra, “persiguieron” a la dictadura. Pero todavía podemos recordar en grupo, podemos ayudar a conformar una memoria colectiva, o mejor una conciencia histórica y también afectiva de aquellos “desafectos” del régimen, que nos ayude a saber algo sobre nuestra identidad como sociedad.
Es cierto que muchos de nosotros, por las circunstancias de aquellos momentos, tuvimos que “aprender enseñando” o “enseñar aprendiendo” para hacer frente a la absoluta falta de libertades. Pero también es verdad que antes que nosotros había muchos otros, aquellos que nos precedieron y de los cuales es extraordinariamente difícil hablar porque el franquismo victorioso se encargó de borrar su pasado y su memoria, consiguiéndolo hasta cierto punto. Hoy aquellas personas pueden llegar a parecer letras de un abecedario o simplemente números. Este es –como ha señalado Antonio Muñoz Molina en su novela de novelas: Sefarad- un riesgo que existe y que debemos evitar. De muchas de aquellas personas, que fueron veladas y oscurecidas por la dictadura, también nosotros pudimos, en parte, recoger enseñanzas. Y por eso compartimos plenamente la delimitación cronológica del proyecto de Ley del Memorial Democràtic. Es decir, que se inicia allí donde comenzó la esperanza de una democracia, la republicana, que finalmente fue frustrada.
Nuestra tarea, y hablo también especialmente de las asociaciones de testimonios, no es la de ser directivos del Memorial. La digna carrera de directivo, en mi opinión, está para otras edades y también, seguramente, para otras capacidades que las nuestras. Nuestra tarea es otra, es la de contribuir y participar en la transmisión plural de la memoria democrática de este país que, por otro lado, está, o debería estar, en permanente construcción. Para ello es necesario que se apruebe y se despliegue la Ley del Memorial Democràtic que se está tramitando en el Parlament de Catalunya, gracias a que el consenso mayoritario de las fuerzas políticas que forman hoy parte de él ha hecho posible su tramitación. Pero también para que a muchos de nosotros nos dé tiempo de colaborar en ello.
Nosotros, a los que nos llaman “testimonios” –y que inevitablemente cada vez seremos menos- debemos empeñarnos en dar sentido a nuestra vida a través de reflexionar sobre nuestra experiencia vivida. Pero después -como han venido haciendo las “Dones del 36” hasta que han podido o la Asociación de Ex-presos políticos, entre otros muchos grupos- como digo, después de tratar de captar el sentido moral de nuestra experiencia creo que sería positivo transmitir ideas y valores que sirvan para actuar sobre el mundo en el que vivimos. Y el proyecto del Memorial Democràtic, así lo considero yo, recoge este planteamiento pro-activo. No veo ni motivos, ni argumentos de la noble política para sostener lo contrario. Desde la Fundació Cipriano García – Arxiu Històric de CCOO de Catalunya, en representación de la cual escribo estas letras, hemos intentado desde hace casi 20 años impulsar y estimular el conocimiento de nuestra historia reciente, con la idea de que es necesario –es posible que cada vez sea más necesario- ver de forma rigurosa e imparcial cómo, quiénes y qué representó la construcción de la democracia en nuestro país ¿cómo entender si no qué puede representar hoy su mantenimiento y fortalecimiento?
Debemos empeñarnos en transmitir, de forma plural, valores como la solidaridad, el esfuerzo individual y común, la preocupación por la formación y la autoformación, la igualdad en la diferencia, la justicia social, la racionalidad que ponga límite a la irracionalidad y a los comportamientos viscerales y poco reflexivos. Y al mismo tiempo que nos ayuden a analizar y ver la complejidad de los fenómenos históricos y sociales. Se trata realmente de defender el humanismo y el conocimiento racional, frente al ilusionismo de lo simplista, frente a lo engañoso de que nada puede cambiar y frente a la aceptación de esta falta de valor tal como se nos presenta. En mi opinión, con el proyecto de Ley del Memorial Democràtic puede llevarse a cabo parte de esta urgente y enorme tarea, que es una responsabilidad y una obligación tanto de los gobernantes como de los gobernados. Y ¿para qué empeñarnos en esto? Pues para interpretar los fenómenos que van apareciendo en nuestra sociedad. Esta sociedad de la imagen y, paradójicamente, de la opacidad. Esta sociedad del cambio tecnológico vertiginoso y, nuevamente como paradoja, de la involución a través de una mayor desigualdad entre las personas. Una desigualdad presente en nuestra casa más cercana y en el conjunto del Planeta Tierra del que todos somos inquilinos.
Para participar en llevar esto a cabo, y en mi opinión creo que todos estamos de acuerdo, la idea que debemos desterrar la gente de más edad es la de exigir las gracias a las nuevas generaciones por lo que hicimos. Debemos ser sinceros: lo que hicimos no lo hicimos por ellos, lo hicimos por nosotros en primer lugar, y, después, también posiblemente pensando en ellos. Sin embargo, tal como he comentado con algún amigo de forma reciente, es muy probable que sea cierto lo que una alumna de enseñanza secundaria expresó en un aula: ella había nacido aquí, en la misma democracia que hoy existe en nuestro país, y, por tanto, no tenía porqué dar las gracias reverentemente a nadie, porque ella forma parte de este sistema de libertades. Nosotros luchamos por la democracia, pero no podemos pensar que hemos sido quiénes se la hemos dado a los jóvenes porque ellos han nacido en ella; no estoy seguro de que la recibieran -como a veces nos empeñamos en insistir- simplemente la han tomado. Es, por consiguiente, tanto de ellos como nuestra. Y puede que estén, con razones o sin ellas, menos satisfechos de lo que nosotros a menudo pensamos. Otros, estos mismos jóvenes, tendrán que luchar para tratar de hacer posible que las libertades que tenemos sean más y más robustas, que se profundice en ellas. Nuestra experiencia muestra que existen posibilidades para que esto sea así.
La idea que debemos desterrar la gente de más edad es la de exigir las gracias a las nuevas generaciones por lo que hicimos. Debemos ser sinceros: lo que hicimos no lo hicimos por ellos, lo hicimos por nosotros en primer lugar, y, después, también posiblemente pensando en ellos
La gente mayor, pero también la menos mayor, debemos evitar transmitir una memoria personal anecdótica y nostálgica. Hacerlo requiere un esfuerzo, pero creo que debemos tratar de transmitir las experiencias que tienen utilidad y sentido para las generaciones más jóvenes, para su vida hoy, para hacer frente a sus problemas. Aunque estos problemas no son los mismos, son muchos y diferentes, a los que nosotros nos enfrentamos durante la dictadura. Por eso, tal vez, el valor de la memoria consiste en encontrar motivos en el presente para recordar. Es decir, en encontrar otra vez hoy las razones de la defensa de la libertad, de la lucha para la igualdad o de profundizar en la búsqueda que nos permita conocer la solidaridad. Si no se produce de esta forma, si no nos esforzamos en encontrar motivos nuevos para rememorar, en estos y otros valores, terminamos convirtiendo la memoria en algo inútil, sobrante, vacío. La transformamos, de hecho, en un objeto y no en un proceso mental que nos pueda ayudar hoy para actuar en sociedad, una idea esta que tomo prestada de nuevo del socialista Vittorio Foa. Este es el sentido que yo personalmente veo y entiendo, y por tanto comparto, en el lema del Memorial Democràtic: “un futur per al passat”.
Sé que los conflictos de memoria están hoy y estarán mañana presentes. Siempre, en realidad, lo han estado. Pues, con más motivo por ello, debemos por fin, y de una vez, dignificar a las víctimas de la guerra civil, pero también de todas las guerras pasadas y actuales. Y dignificar a las víctimas de la dictadura franquista, pero también a las víctimas de todas las dictaduras. Pero especialmente poner de relieve y dignificar a las gentes que se comprometieron y se entestaron en alcanzar el sueño de la libertad y de la igualdad, ambas eran entonces para algunos, no sé si muchos, unas utopías. Estas son unas tareas necesarias y justas. Existe, sin embargo, un riesgo, y es que centrarnos de forma exclusiva en las víctimas del pasado puede conducir a legitimar un presente repleto de problemas, cuando en realidad, desde mi punto de vista, la idea fundamental que debemos transmitir a partir de nuestra experiencia es que lo que existe no existe de forma “natural”, imperturbable e imperecedera. Por esta razón, recuperar la memoria no debe hacernos ignorar los esfuerzos que nos quedan por hacer también para con las víctimas del presente y, desgraciadamente, para las que esperan y nos esperan allí, en el futuro.
Pasado y presente se comunican diariamente en nuestras vidas. Por esa razón, entre otras, se están hoy debatiendo estas cosas en la sociedad catalana y española. Antes de actuar debemos conocer, conocer y comprender nos acerca a los problemas a los que queremos dar soluciones. Y para ello nos es útil el conocimiento de lo que pasa hoy y de lo que pasó ayer. Una tarea, sin duda, gigantesca para una persona, pero una tarea posible para una sociedad de personas críticas y organizadas, y para su gobierno. Hoy estamos en condiciones de hacerlo, no los retrasemos por más tiempo. Esta es una cuestión que nos debemos todos a nosotros mismos. Y el proyecto de Ley del Memorial Democràtic sobre el que deliberará el Parlament de Catalunya puede ser un instrumento útil para fortalecer los valores de la ciudadanía actual y futura para hacer frente a sus propios retos.
[Angel Rozas Serrano realizó esta intervención en la Comissió parlamentària per les al·legacions al projecte de Llei del Memorial Democràtic como President de la Fundació Cipriano García de CCOO de Catalunya 26 de juny de 2006]
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Angel Rozas Serrano (Olula del Río, Almería, 1927-Barcelona, 2010). Trabajó en la construcción en Barcelona, a donde emigró con 15 años. Fue un “delincuente político” para la dictadura por su militancia sindical y política, en CC.OO. y en el PSUC. Fue detenido en dos decenas de ocasiones y torturado en las comisarías franquistas. Se exilió a París en 1969 y retornó a España en 1977 para formar parte del recién creado sindicato CC.OO. de Cataluña. Una vez jubilado, entre 1992 y 2009 fue presidente de la Fundación Cipriano García, con el objetivo de preservar la memoria y difundir la historia del trabajo y del sindicalismo desde el Archivo Histórico.