Por YANN ALGAN, ELIZABETH BEASLEY, DANIEL COHEN Y MARTIAL FOUCAULT
Un fantasma recorre Occidente: el populismo. Se expande por todas partes: los Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Austria, Polonia, Hungría, etc. Esta progresión cruzó un nuevo umbral en Francia, cuando Marine Le Pen llegó a la segunda vuelta de la elección presidencial francesa en 2017, y en Italia con la coalición gubernamental [Liga y M5S] que llegó al poder en 2018. Tanto provenga de la izquierda como de la derecha, el ascenso de las fuerzas «antisistema» está íntimamente ligado al deterioro de las condiciones de vida de las clases medias y populares, golpeadas por la inseguridad económica y el aumento de las desigualdades, especialmente desde la crisis económica de 2008. Esto ha provocado un inmenso rencor, una ira muy fuertecontra los partidos tradicionales, todos los cuales han demostrado su incapacidad a la hora de proteger a las clases populares de las perturbaciones del capitalismo contemporáneo.
La inestabilidad económica es la principalcausa que explicael empuje populista. Pero si este se explicara solo por factores económicos, ¿cómo se entendería, tal y como señala Hervé Le Bras, que los obreros de Champagne-Ardennes (en el Noreste de Francia) voten mayoritariamente al Frente Nacional mientras que los votantes de este partido sean muy minoritarios en la región de Midi-Pyrénées?1 ¿Cómo interpretar el hecho de que la protesta antisistema se dirima entre la izquierda radical y la derecha populista, tan diferentes ambas en el terreno de los valores? Responder a estas cuestiones exige tener en cuenta otra crisis, «cultural», tan profunda también como la que se deriva de las perturbaciones económicas.
El ascenso de las fuerzas «antisistema» está íntimamente ligado al deterioro de las condiciones de vida de las clases medias y populares, golpeadas por la inseguridad económica y el aumento de las desigualdades
El auge populista observado en Francia y en otras democracias liberales tiene sus raíces en una sociedad de individuosen la que cada uno establece su posición social en términos subjetivos, provocando una polarización entre lo que Robert Castel llamaba un «individualismo por exceso», el de los ganadores, y un «individualismo por defecto», el de los perdedores2. Es la expresión de una angustia comparable a la que Hanna Arendt analizó para explicar el ascenso del totalitarismo en los años 30. Ella la describía como el efecto de un pasajeturbulento de una «sociedad de clases» a una «sociedad de masas», formada por individuos abandonados a ellos mismos en medio de los desórdenes del mundo.
El nuevo eje de la vida política
Los compromisos que la izquierda y la derecha tradicionales habían logrado forjar en su senohan sido destrozados por el empuje populista. Sin que haya desaparecido, el eje derecha-izquierda compite con una nueva polarización;la segunda vuelta de la elección presidencial francesa de 2017, en la que se enfrentaron Marine Le Pen y Emmanuel Macron, dio una imagen químicamente pura de la misma.La tabla siguiente compara los resultados de la segunda vuelta de la elección presidencial francesa en 2012 y la de 2017. Se muestra el voto de diferentes electoradospor cada candidato (en relación con el promedio nacional de estos). La atracción que ejerce la derecha populista entre las clases populares es considerable en 2017. Los trabajadores dan a Le Pen una ventaja decisiva: alcanzan 12 puntos más de probabilidades de votar por ella que su electorado nacional, mientras que los ejecutivos votan muy claramente por Macron. La elección de 2012, por el contrario, había dado un papel menor a estas variables. La tradicional oposición derecha-izquierda ha terminado por ser totalmente indiferente en la geografía social del país. La candidatura de Le Pen restaura una concordancia entre la polarización del espacio político y la del espacio social. Recompone un voto de clase.
TABLA 1
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2012 y 2017
(diferencia en la puntuación nacional de cada candidato,puntos porcentuales) |
||||||
|
2012 |
2017 |
||||
|
Hollande |
Sarkozy |
Abstención |
Macron |
Le Pen |
Abstención |
Cuadros y ejecutivos |
2 |
2 |
-4 |
13 |
10 |
-3 |
Obreros |
0 |
-5 |
5 |
-13 |
12 |
1 |
Personas que confían en otro |
15 |
-9 |
-6 |
16 |
-14 |
-2 |
Fuente: Encuesta electoral francesa, CEVIPOF. Nota: «Personas confiadas» son aquellos que responden positivamente a la pregunta: «En general, ¿dirías que puedes confiar en la mayoría de la gente o que nunca puedes tener suficiente cuidado cuando tratas con otros?»
Lectura: En 2012, el porcentaje de votantes ejecutivos que votaron por Hollande fue 2 puntos porcentuales más alto que su puntuación nacional.
El otro elemento decisivo que se deduce de esa tabla es un factor que jugará un gran papel en nuestro análisis de la crisis cultural: el nivel de confianza de los electores respecto de los demás. El indicador se obtiene a partir de una sencilla pregunta: «En general, ¿diría usted que puede confiar en la mayoría de la gente o más bien nunca se es demasiado prudente cuando se trata de los demás?»Su poder explicativo es considerable, tanto en el viejo como en el nuevo mundo político3. La izquierda es el partido de la gente que confía. Francois Hollande dispuso de una ventaja de 15 puntos en ese electorado, de lo que se aprovechará Emmanuel Macron en 2017.Como mostraremos en una comparación internacional en la que se incluyen otros países europeos y Estados Unidos, este es un rasgo que aparece en todas partes.
Los compromisos que la izquierda y la derecha tradicionales habían logrado forjar en su seno han sido destrozados por el empuje populista
La derecha, y especialmente la derecha populista, es desconfiada.La cuestión de la identidad, que aquí adquiere el significado antropológico de una relación herida con los demás, es la base de la derecha populista. Esta no progresa solamente sobre una doxa anti-sistema sino que es igualmente anti-inmigración. Todos los partidos que la encarnan comparten una fuerte coloración xenófoba, incluso en los países escandinavos, a pesar de que estos están mejor protegidos ante la crisis y el aumento de las desigualdades. Los Demócratas de Suecia, el partido del Pueblo Danés, los Verdaderos Finlandeses, el Partido de la libertad de Austria (FPÖ), Amanecer Dorado de Grecia, la Liga Norte de Italia, todos se han formado sobre un discurso xenófobo. El FN convertido en Rassemblement Nationale es perfectamente emblemático de ese movimiento, sus electores se movilizan prioritariamente a partir de la cuestión inmigración, en vez de frente al paro y el poder de compra, considerando que el partido frentista es el más creíble para gestionar las cuestiones relacionadas con la política de inmigración. Las causas de esta xenofobia son complejas, multidimensionales. Una explicación estrictamente económica, ligada entre otras a la competencia en el mercado de trabajo o inmobiliario entre autóctonos e inmigrados,no es suficiente. La correlación entre las actitudes anti-inmigrados y la homofobia, por ejemplo, es mucho más fuerte que la obtenida comparando el odio a los inmigrantes con las variables económicas.Pero, por el contrario, una explicación puramente cultural del racismo como un hecho social autónomotampoco es suficiente. Es la carencia más general de la relación con los demás, y en el caso de los electores del FN con la propia familia, la que juega un papel esencial.
Bajo una aparente continuidad con el electorado de la derecha tradicional, la desconfianza de los electores de Marine Le Pen difiere profundamente de la de los electores de Nicolas Sarkozy o de François Fillon. La de la derecha clásica es tradicionalista. Es burguesa, «propietaria»: es la sombra de la antigua división izquierda-derecha. La desconfianza de los electores de Le Pen es de otra naturaleza. Refleja su dificultad para encontrar un lugar en la realidad social, para hacer sociedad en un mundo que fragmenta cada vez más los destinos individuales. El voto de esos electores no es ya la expresión de una aspiración colectiva sino sobre todo la de una frustración individual. Como en los años 30 del siglo pasado, la crisis económica y social que vivimos ha producido también una violenta destrucción del tejido social de las clases populares. Los años dorados de la posguerra forjaron un ideal de crecimiento inclusivo que se ha perdido a lo largo de los decenios siguientes.
El voto de esos electores no es ya la expresión de una aspiración colectiva sino sobre todo la de una frustración individual. Como en los años 30 del siglo pasado, la crisis económica y social que vivimos ha producido también una violenta destrucción del tejido social de las clases populares
La sociedad industrial y el modelo fordista estaban basados en empresas que organizaban la socialización de los trabajadores en el interior de estas, con la notable presencia de sindicatos poderosos. La sociedad posindustrial ha roto esta estructuración de los espacios comunes: el desarrollo de servicios y de nuevos modos de trabajo ha ido acompañado de una mayor soledad social. La relación directa con el cliente ha reemplazado a la relación con el colega. Los empleos de servicios directos a particulares prestados por autónomos y comerciantes, o por obreros no cualificados en el sector de servicios, ya no están marcados por la densidad de relaciones sociales que caracterizaban el modelo de empresa industrial. Son esos mismos actores los que destacan en el movimiento de los chalecos amarillos: conductores, cuidadores, que están muy presentes en las rotondas, mientras que los representantes sindicales por lo general se han mantenido a distancia. Como veremos en el capítulo consagrado a ese movimiento, muestra a su manera que el voto por el FN no es reducible a un voto «obrero», en el sentido en el que se entendía todavía en 1981: es más el voto de personas infelices, cuya satisfacción en la vida es baja.
Vuelta sobre un concepto
Como subraya Dominique Reynie4, el término «populismo» debe ser utilizado con cautela5. En ciertos medios se confunde a veces con «popular» y no hace sino señalar la desconfianza de las elites hacia las masas. La palabra es igualmente imprecisa cuando trata de caracterizar, de manera simétrica, el conjunto de rencores que se expresan contra las elites, contra el «sistema». No permite, además, distinguir los flancos izquierda y derecha de esta protesta. Para evitar esta ambigüedad, en este libro utilizamos dos expresiones diferentes: la «izquierda radical» y la «derecha populista», dos fuerzas unidas en su crítica del «sistema» pero que se oponen profundamente en el terreno de los valores y apoyan plataformas económicas muy diferentes.
Aunquelos desórdenes del capitalismo han alimentado poderosamente esos dos flancos de la protesta, la izquierda radical está totalmente desconcertada por la seducción que la derecha populista ejerce sobre las clases trabajadoras. Le cuesta admitir sus hedores xenófobos y autoritarios. Una cuestión igualmente preocupante la desafía en el frente económico. Cualquier análisis tradicional del eje izquierda-derecha reposa sobre la ideade que la izquierda, partido de los pobres, está a favor de la redistribución y que la derecha, partido de los ricos, es contraria ala misma. Sin embargo, de manera paradójica teniendo en cuenta suescaso nivel de ingresos, los electores del Frente Nacional no parecen estar particularmente interesados por esta problemática. A la pregunta: «¿Hay que quitar a los ricos para dárselo a los pobres?», los electores de Jean-Luc Mélenchon por un lado y los de François Fillon por el otro dan una respuestabastante previsible: muy positivamente los primeros, muy negativamente los segundos. Más sorprendente es que el electorado de Le Pen responda como el de Macron, de forma moderada, como si esta cuestión no le interesara. La desconfianza radical de los electores de Le Pen respecto del resto de la sociedad permite entender estas diferentes paradojas: estos desconfían tanto de los pobres, y de los instrumentos de redistribución a favor suya, como de los ricos y del Estado protector.
Aunque los desórdenes del capitalismo han alimentado poderosamente esos dos flancos de la protesta, la izquierda radical está totalmente desconcertada por la seducción que la derecha populista ejerce sobre las clases trabajadoras
La izquierda radical y la derecha populista se alimentan de valores y de ambiciones programáticas profundamente diferentes. Son herederas, sin saberlo, de la tradicional oposición entre derecha e izquierda. Una de las conclusiones de nuestro informe será mostrar que es profundamente iluso pensar que se puedan unificar sobre la base de un programa común. El ejemplo italiano, puesto a veces como ejemplo de que tal alianza es posible, no es tal. Como veremos en el contexto de una comparación internacional, los herederos del Movimiento 5 Estrellas están mucho más cercanos, en el terreno de los valores y de la desconfianza interpersonal, a la derecha populista que a la izquierda radical de otros países.
Estas consideraciones plantean evidentemente la cuestión de saber cómo se resolverá la crisis política provocada por esta oleada de fuerzas antisistema. Mientras que la izquierda y la derecha ofrecían a sus electores establecer amplias alianzas, obreros y enseñantes a izquierda, burgueses y campesinos a derecha, el daño que la derecha populista puede ocasionar a las clases populares es el de hacerles pasar de un gueto social a unaislamiento político, sin otro denominador común que una relación negativa con los demás y con el resto del mundo social. La forma en que las democracias logren romper este punto muerto determinará nuestro porvenir colectivo.
[Introducción al libro de los mismos autores Les Origines du populisme. Enquête sur un schisme politique et social, ed. Seuil, 2019, publicada en Pasos a la Izquierda con autorización de la editorial. Traducción de Javier Aristu]
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Yann Algan. Profesor de economía en Sciences Po.
Elizabeth Beasley. Economista e investigadora en el CEPREMAP.
Daniel Cohen. Director del departamento de Economía en l’École normale supérieure y profesor en l’École d’Économie de Paris.
Martial Foucault. Director del CEVIPOF y profesor en Sciences Po.
NOTAS
1.- Hervé Le Bras, Le Pari du FN, Paris, Autrement, 2015. [^]
2.- Robert Castel, L’Insécurité sociale. Qu’est-ce qu’être protégé?, Paris, Seuil et La République des Idées, 2003. [^]
3.- Esta variable está evidentemente relacionada con otros factores sociales (educación, categorías socio profesionales, nivel de ingresos), pero el análisis que proponemos en este libro mostrará que esta variable, ignorada durante largo tiempo en el análisis electoral, es determinante en relación con las otras. [^]
4.- Dominique Reynié, Les Nouveaux Populismes, Paris, Fayard, « Pluriel », 2013. [^]
5.- Históricamente, el término adquiere su carta de naturaleza en Rusia. Entre 1840 y 1880 el movimiento populista (Narodniki) fue una iniciativa de enseñantes, funcionarios y periodistas que lanzaron un movimiento de educación popular del que la revolución de 1917 será uno de los ecos. En los Estados Unidos, durante la década de 1880, el populismo nació en el interior del mundo de los pequeños granjeros del sur y del oeste del país. Los campesinos endeudados se volvieron contra sus banqueros, dando lugar a una verdadera insurrección campesina entre los años 1870 y 1890. El People’s Party exigía la nacionalización de los ferrocarriles, telégrafos, recursos naturales, bancos… En Francia, a finales de esa misma década de 1880, el boulangisme —derivado del nombre de su líder, el general Georges Boulanger— «pretende trascender la división izquierda-derecha», reuniendo una base electoral de descontentos por efectos de la crisis económica, del malestar social, de una frustración nacional nacida de la guerra perdida de 1870, y sobre todo de la ausencia de moral en las élites dirigentes, fueran estas parlamentarias, intelectuales, mediáticas o económicas. [^]