MANIFIESTO DE LAS DOS MIL PALABRAS1
Primero fue la guerra lo que amenazó la vida de nuestra nación. Vinieron después tiempos oscuros, con sucesos que pusieron en peligro su salud espiritual y su carácter. La mayoría de la nación aceptó esperanzada el programa del socialismo. Su dirección, no obstante, cayó en manos de hombres inadecuados. No habría importado tanto que no tuvieran suficiente experiencia de estadistas, conocimientos prácticos y ni siquiera educación filosófica, si por lo menos hubieran estado dotados de más sentido común y honestidad, si hubieran escuchado las opiniones de los demás y aceptado su sustitución gradual por otros más capaces.
El partido comunista, que después de la guerra disfrutaba de una gran confianza entre la gente, cambió gradualmente a esta por los despachos, hasta ocuparlos todos, de modo que no le quedó nada más. Son cosas que debemos decir, lo saben también nuestros comunistas cuya desilusión por los resultados conseguidos es tan grande como la desilusión de los otros. La línea errónea de la dirección hizo que el partido mutara, de partido político y comunidad unida por la misma ideología, en una organización de poder muy atractiva para egoístas codiciosos, cobardes petulantes y hombres de conciencia turbia cuyo ingreso influyó en el carácter y el comportamiento del partido; este, además, no estaba organizado internamente de modo que, sin incidentes escandalosos, pudieran ganar influencia hombres justos, capaces de mantenerlo a la altura de los tiempos modernos. Muchos comunistas lucharon contra la degeneración, pero no pudieron impedir nada de lo ocurrido.
La línea errónea de la dirección hizo que el partido mutara, de partido político y comunidad unida por la misma ideología, en una organización de poder muy atractiva para egoístas codiciosos, cobardes petulantes y hombres de conciencia turbia cuyo ingreso influyó en el carácter y el comportamiento del partido
La situación en el partido comunista fue modelo y causa del mismo problema en el Estado. La relación con el Estado hizo perder al partido las ventajas de la separación del poder ejecutivo. Desapareció la crítica a las actividades del Estado y de las organizaciones económicas. El parlamento renunció a debatir, el gobierno a gobernar y los directores a dirigir. Las elecciones perdieron importancia, y las leyes ya no tuvieron peso. No eran creíbles los representantes de cualquier comité, e incluso cuando sí lo eran, no se podía pretender nada de ellos, visto que no estaban en condiciones de conseguir nada. Aún peor: dejamos de creer los unos en los otros. Se deterioraron el honor personal y el colectivo. Con la lealtad no se conseguía nada, y era inútil hablar de valoraciones según las capacidades. La mayoría de las personas perdieron interés por la cosa pública y se ocuparon solo de sí mismas y del dinero. Y la situación se agravó por el hecho de que ese dinero ya no tenía tanto valor. Se deterioraron las relaciones interpersonales, se perdió la alegría del trabajo. En resumen, llegaron tiempos sombríos para la integridad espiritual y para el carácter de la nación.
Todos somos responsables de la situación actual, los comunistas más que nadie; pero la responsabilidad mayor recae en quienes fueron partícipes o instrumentos de un poder sin control: un grupo obstinado que, a través del aparato de partido, se extendía desde Praga hasta el último distrito y municipio.
El aparato decidía quién y qué se debía o no se debía hacer, dirigía las cooperativas en lugar de los cooperadores, las fábricas en lugar de los obreros, los comités nacionales2 en lugar de los ciudadanos. Ninguna organización, en realidad, pertenecía a sus miembros, tampoco la comunista. La culpa principal, el engaño mayor de aquellos gobernantes, fue que presentaron su arbitrio como voluntad de la clase obrera. De aceptar ese engaño, hoy deberíamos culpar a los obreros de la ruina de nuestra economía, de la imputación de delitos a inocentes, de la introducción de la censura que impidió que se escribiese sobre todo esto; los obreros serían culpables de las inversiones erróneas, del déficit comercial, de la insuficiencia de las pensiones.
Todos somos responsables de la situación actual, los comunistas más que nadie; pero la responsabilidad mayor recae en quienes fueron partícipes o instrumentos de un poder sin control: un grupo obstinado que, a través del aparato de partido, se extendía desde Praga hasta el último distrito y municipio
Nadie razonable, claro, puede creer en esa culpabilidad de los obreros. Todos sabemos, y sobre todo lo saben los obreros, que prácticamente no decidían nada: eran otros los que decidían quién debía ser elegido funcionario obrero. Mientras los obreros creían gobernar, gobernaba en su nombre un estrato muy particular de funcionarios de partido y estatales. Ellos ocuparon el lugar de la clase marginada y se convirtieron en los nuevos amos. Es justo, con todo, decir que algunos se dieron cuenta más tarde de lo que sucedía; son los que hoy reparan entuertos, corrigen errores, restituyen el poder decisorio a los afiliados y a los ciudadanos, limitan los poderes y el volumen de la burocracia. Están con nosotros, y contra las opiniones retrógradas en el interior del partido.
Pero gran parte de los funcionarios se oponen al cambio, ¡y aún tienen peso! Continúan en sus manos muchos instrumentos de poder, sobre todo en los distritos y en los municipios, donde pueden utilizarlos solapada e impunemente.
Desde el inicio de este año vivimos un proceso de regeneración y democratización. Empezó en el interior del partido comunista. Debemos decirlo, y lo saben también los no comunistas que ya no esperaban nada bueno del partido. Pero es necesario añadir que ese proceso no podía empezar en otro lugar, porque solo los comunistas, durante más de veinte años, han podido tener alguna especie de vida política; solo la crítica comunista conocía los hechos; solo la oposición comunista disfrutaba de la ventaja del contacto con el adversario. La iniciativa y los esfuerzos de los comunistas demócratas representan, así, el pago de solo una porción de la deuda que todo el partido tiene con los no comunistas, mantenidos en una posición de inferioridad. Por eso no hay que dar las gracias al partido comunista, sino solo reconocer su esfuerzo honesto para aprovechar la última ocasión de defender el honor propio y el de la nación. El proceso de renacimiento no presenta nada llamativamente nuevo, propone ideas y temas más viejos que los errores de nuestro socialismo, y otros que han nacido bajo la superficie de los acontecimientos visibles y que habrían debido hacerse públicos hace tiempo, y en cambio fueron silenciados. No nos hagamos la ilusión de que estas ideas se imponen ahora por la fuerza de la verdad. Para su éxito de hoy, ha sido decisiva más bien la debilidad de la vieja dirección, agotada, evidentemente, después de un gobierno de veinte años ejercitado sin oposición; debía primero alcanzar su maduración completa todo el desgaste de los elementos ya implícitos en las bases y en la ideología del sistema.
No sobrevaloremos la importancia de la crítica salida de las filas de los escritores y estudiantes. La economía es la fuente de las transformaciones sociales. Las palabras justas tienen importancia solo cuando se pronuncian en condiciones adecuadas. Condiciones adecuadas: un término que alude sobre todo, en nuestro país, a nuestra indigencia y a la ruina total del viejo sistema de gobernar, cuando, en silencio y con total tranquilidad, hombres políticos de cierta calaña nos comprometieron a nuestras espaldas. La verdad no vence; ¡la verdad sencillamente permanece cuando todo lo demás ha sido despilfarrado! No hay motivo, así pues, para un Te Deum; solo para una nueva esperanza.
Nos dirigimos a vosotros, sin embargo, en un momento en que esa esperanza se ve permanentemente amenazada. Han pasado meses antes de que muchos de nosotros nos convenciéramos de poder hablar, y otros aún no están convencidos. Pero hemos hablado ya tanto, y tanto nos hemos expuesto, que necesitamos llevar a cabo de una vez el proyecto de humanizar el régimen; de otro modo la revancha de las viejas fuerzas será cruel. Nos dirigimos en particular a quienes hasta ahora se han limitado a esperar: los días próximos serán decisivos para muchos años.
Los días próximos son los del verano, de las vacaciones, cuando, por una antigua costumbre, tendemos a dejar muchas cosas pendientes.
Estamos seguros, sin embargo, de que nuestros queridos opositores no harán vacaciones. Movilizarán a los hombres ligados a ellos y querrán prepararse desde ahora unas navidades tranquilas. Prestemos atención, pues, a cuanto ocurra: esforcémonos en comprender y en responder. Renunciemos a la pretensión imposible de que los de arriba puedan darnos siempre una sola explicación de las cosas, y una sola y simple conclusión. Cada cual habrá de sacar las conclusiones por sí mismo, y asumir la responsabilidad. A unas conclusiones comunes se podrá llegar solo con la discusión, para la cual es necesaria la libertad de palabra, que ha sido en la práctica nuestra única conquista democrática de este año.
Deberemos afrontar los próximos días con una iniciativa y unas decisiones propias.
Ante todo deberemos oponernos a la idea, allí donde se exprese, de la posibilidad de realizar cualquier renovación democrática sin los comunistas, o peor aún, contra ellos. Sería injusto e irrazonable.
Los comunistas disponen de organizaciones ya consolidadas, en ellas habrá que apoyar al ala progresista; disponen de funcionarios experimentados; en fin, tienen aún en sus manos las palancas decisivas. Han presentado a la opinión pública su Programa de acción, que es un programa para una primera reordenación de los mayores desequilibrios, y nadie más está en posesión de un programa tan concreto. Habrá que reivindicar la presentación además de programas de acción locales a la opinión pública en cada distrito y municipio. Son actos más que obvios, y esperados desde hace mucho. El Partido comunista checoslovaco prepara el congreso que elegirá el nuevo Comité central. Exigimos que sea mejor que el actual. Si hoy el partido comunista afirma que en el futuro tiene intención de basar su posición dirigente en la confianza de los ciudadanos y no en la violencia, creámoslo, en la medida en que podamos creer a las personas que ya ahora envíe como delegados a los congresos de distrito y regionales.
En los últimos tiempos la gente está preocupada, considera que se ha detenido el avance de la democratización. Este sentimiento deriva en parte del cansancio consiguiente a los excitantes sucesos vividos, y en parte corresponde a la realidad del momento: ha pasado la etapa de las revelaciones sensacionales, de las dimisiones de altos funcionarios, de los discursos vibrantes repletos de palabras insólitamente audaces. Pero la confrontación continúa, si bien disimulada: se combate por el contenido y el tenor de las leyes, y por el alcance práctico de las medidas. De otro lado, a los nuevos cargos: ministros, procuradores, presidentes y secretarios, se les ha de dejar trabajar. Tienen derecho a disponer del tiempo necesario para consolidarse o para revelar su incapacidad. Por lo demás, no se esperan más prodigios de los organismos políticos centrales. Aun sin pretenderlo, han demostrado poseer virtudes admirables.
En los últimos tiempos la gente está preocupada, considera que se ha detenido el avance de la democratización. Este sentimiento deriva en parte del cansancio consiguiente a los excitantes sucesos vividos, y en parte corresponde a la realidad del momento
La cualidad concreta de la futura democracia depende de lo que vaya a ser de las empresas y en las empresas. Pese a todas nuestras discusiones, al final estamos en manos de los economistas. Necesitaremos buenos administradores. Es verdad que, respecto de los países avanzados, todos estamos mal pagados, algunos incluso peor. Podemos pedir más dinero: se puede imprimir más papel moneda, y así perdería más valor aún. Pidamos, más bien, que los directores y los presidentes nos expliquen qué, y a qué coste, quieren producir, a quién y por cuánto venderlo, cuánto podrán ganar así, qué parte del ingreso se destinará a la modernización de la producción y cuánto será posible repartir. Bajo titulares aparentemente aburridos, en la prensa es posible captar el reflejo de una durísima lucha por la democracia o por las prebendas. Los obreros, en cuanto emprendedores, pueden intervenir seleccionando a los hombres más adecuados en las administraciones empresariales y en los consejos de fábrica. En cuanto dependientes, pueden defender mejor sus derechos eligiendo en los organismos sindicales a sus líderes naturales, personas capaces y leales, sin tener en cuenta el carné del partido.
No es posible exigir más de los actuales órganos políticos centrales, pero sí es necesario obtener más en los distritos y los municipios. Exijamos la dimisión de quienes han abusado del poder, han dañado la propiedad pública y se han comportado con deslealtad o crueldad. Encontremos el modo de obligarles a marcharse. Por ejemplo: críticas públicas, resoluciones, manifestaciones, brigadas de manifestantes en el trabajo, colectas para la compra de regalos a los «jubilables», huelgas, boicots. Es preciso, sin embargo, evitar métodos ilegales, indignos y burdos, que ellos podrían aprovechar para influir en Alexander Dubček. Nuestro rechazo a las cartas vulgares debe ser tan firme que, cada carta que puedan recibir aún, debe ser tan impecable como si la hubiese escrito el propio destinatario dirigiéndola a sí mismo.
Resucitemos la actividad del Frente nacional. Reivindiquemos la publicidad de las sesiones de los comités nacionales. Para las cuestiones que nadie quiere afrontar, creemos comités y comisiones ad hoc de ciudadanos. El proceso es sencillo: se reúnen algunas personas, eligen un presidente, redactan manifiestos, publican sus propias decisiones, exigen soluciones, no se dejan silenciar. Transformemos la prensa de distrito y local – que ha degenerado en altavoz oficial ─ en tribuna de todas las fuerzas políticas positivas. Reivindiquemos la constitución de comités de redacción de representantes del Frente nacional, o bien fundemos otros periódicos. Constituyamos comités para la defensa de la libertad de palabra. Organicemos en nuestras asambleas un servicio de orden propio. Si nos llegan noticias extrañas, controlémoslas; enviemos delegaciones a las instituciones competentes, y coloquemos incluso las respuestas en los portales de las casas. Apoyemos a los órganos de seguridad, cuando persigan actividades realmente delictivas: no aspiramos a provocar la anarquía ni un estado de inseguridad general. Evitemos las peleas por pequeñeces, no nos emborrachemos de frases políticas. Desenmascaremos a los confidentes.
La gran inquietud de los últimos días deriva de la posibilidad de que fuerzas extranjeras intervengan en nuestra evolución. Frente a toda forma de supremacía, podemos solamente insistir en nuestras razones sin empezar a quejarnos de todo. Al gobierno podemos hacerle saber que estaremos a su lado, incluso con las armasen la mano
El movimiento veraniego acelerado en toda la república ha suscitado interés por la regulación de la relación constitucional entre checos y eslovacos. Consideramos la federalización como un modo de resolver la cuestión nacional; en otras palabras, como un proceso importante para la democratización de las condiciones actuales. Pero ese proceso no significa en sí mismo una vida mejor para los eslovacos; un régimen particular para los checos y otro para los eslovacos no es aún la solución. El gobierno de la burocracia partidista-estatal podría incluso mejorar su reputación en Eslovaquia, y presumir de «la conquista de una mayor libertad».
La gran inquietud de los últimos días deriva de la posibilidad de que fuerzas extranjeras intervengan en nuestra evolución. Frente a toda forma de supremacía, podemos solamente insistir en nuestras razones sin empezar a quejarnos de todo. Al gobierno podemos hacerle saber que estaremos a su lado, incluso con las armas en la mano, si actúa de acuerdo con nuestro mandato; podemos asegurar a los aliados que respetaremos los tratados de alianza, de amistad, y los acuerdos comerciales. Eventuales reproches irritados y sospechas infundadas por nuestra parte tendrán el único efecto de complicar la posición de nuestro gobierno sin aportar ninguna ayuda. Relaciones en un plano de igualdad solo podremos garantizarlas en la medida en que mejoremos cualitativamente la situación interna y llevemos el proceso de renovación tan lejos que un día, en las votaciones, sean elegidos hombres de Estado de tanto valor, con un sentido del deber tan grande y tanta inteligencia política como para conseguir establecer y mantener relaciones de ese género. Este es por lo demás un problema vigente absolutamente para los gobiernos de todos los pequeños Estados del mundo.
Esta primavera nos ha restituido, como ocurrió al final de la guerra, una gran ocasión. Tenemos de nuevo la posibilidad de tomar en nuestras manos nuestra causa, que lleva el título provisional de socialismo, y darle un rostro correspondiente a la que en tiempos fue nuestra buena fama, la relativamente buena opinión que teníamos de nosotros mismos. La primavera que apenas ha concluido, no volverá. El próximo invierno lo sabremos todo.
Cerramos aquí nuestra proclama a los obreros, a los campesinos, a los empleados, a los artistas, a los científicos, a los técnicos, a todos. Ha sido redactado por iniciativa de los enseñantes.
[Traducción: Pasos a la Izquierda]
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1.- Este texto es obra del escritor Ludvík Vaculík. Apareció en Literární listy (n. 18, de 27 junio 1968) con 70 firmas de académicos, dirigentes de universidades entre ellos el rector de la de Praga, escritores y poetas de primer nivel, directores y actores de cine y de teatro, atletas olímpicos y campeones deportivos checoslovacos. En pocos días las adhesiones se contaron por decenas de miles. [^]
2.- Órganos del poder local, correspondientes a los consejos municipales, provinciales y regionales. [^]