Respuesta de ROGER MARTELLI a DJORDJE KUZMANOVIC
En una entrevista publicada en L’Obs, Djordje Kuzmanovic, presentado como el consejero de Jean-Luc Mélenchon y posible candidato de la Francia Insumisa a las próximas europeas, declara su apoyo a los análisis de Sahra Wagenknecht, una de las principales figuras del partido alemán Die Linke. Fijándose el objetivo de «frenar o, más bien desecar, los flujos migratorios» mediante el recurso a un «proteccionismo solidario», Kuzmanovic fustiga «la buena conciencia de izquierda». «Cuando uno es de izquierda y tiene el mismo discurso sobre la inmigración que la patronal, tenemos por lo menos un problema», espeta. Pero ¿acaso no tenemos derecho a sorprendernos más aún cuando, reclamándose de la izquierda, se tienen opiniones que podrían ser tachadas de discursos cercanos a la extrema derecha?
Dejemos las polémicas malsanas en el armario. Discutamos sobre los argumentos citados.
1. El capitalismo contemporáneo ¿está por la libre circulación de las personas, tal y como lo está por las mercancías y capitales? Solamente sobre el papel. En la práctica, la fuerza de trabajo es la única mercancía que no circula con completa libertad. De hecho, el objetivo fundamental del capital es maximizar la competitividad mediante la reducción global de los costes salariales. Dicho de otro modo, a nivel de la globalización, esta reducción se opera sobre todo en las zonas donde el precio del trabajo es débil, en el conjunto de los países del Sur, comprendido los llamados Estados emergentes
Son las masas laboriosas de Asia, África y América latina las que más fuertemente pesan en la relativa reducción de la masa salarial. Los migrantes lo hacen en el margen. En el caso extremo, insertándose en las zonas de más altos niveles salariales, alimentan sobre todo una tendencia inversa al alza. Poniéndonos siempre en el caso extremo, es quedándose en su casa cuando los trabajadores del Sur tiran de la masa salarial de nuestros países hacia abajo. Allí son el auténtico ejército de reserva.
2. Lo que interesa a los capitalistas no es tanto el migrante como el clandestino de usar y tirar. Ahora bien, el clandestino es resultado en primer lugar de la lógica del repliegue. Al contrario, el capitalismo de nuestras sociedades occidentales se interesa por la franja de migrantes más educados, los menos necesitados, que, con igual cualificación adquirida, aceptan remuneraciones más modestas. Los países ricos acogen a la vez a los migrantes legales menos pobres y a los clandestinos menos numerosos y a la vez inmersos en la extrema precariedad.
La lógica del capital no reside en la libertad de circulación sino en la polarización de los flujos migratorios; los menos pobres de los pobres en casa de los ricos, los más pobres hacia los ya pobres… El único modelo de control de las migraciones es el paradigma policial impuesto en Europa por los especialistas de Frontex: cada vez más vigilancia, represión, barreras, materiales o tecnológicas. Sin embargo, ese costoso paradigma no impide el paso de fronteras y muros. Lo que tiene como consecuencia, al contrario, la inflación incomprensible de clandestinos.
3 ¿La política de ayuda al desarrollo limita los flujos migratorios? Esto no está verificado. En un primer momento –que puede ser muy largo– los estimula, contrariamente, entre los emergentes. En efecto, si las guerras y las catástrofes climáticas provocan una migración de la extrema miseria, la migración menos trágica es en general más fácil para las poblaciones que disponen de un mínimo de recursos y quieren ponerlos en valor en espacios que se consideran más atractivos. El desarrollo reducirá sin duda los flujos de migraciones forzosas, no los de las migraciones en general.
Lo que pesa sobre el mercado de trabajo no es la presión migratoria sino la universalidad de la desregulación, que reduce a la vez los salarios directos y los indirectos, sacraliza la precariedad (en nombre de la flexibilidad), reduce la ayuda a los desposeídos (en nombre de la igualdad) y valoriza los aspectos de seguridad en detrimento de la solidaridad
4 ¿Mantener fuera de la zona OCDE a los inmigrantes que buscan establecerse allí? Esto es exactamente lo que se está haciendo. Por ejemplo, la práctica europea de los hotspots consiste en fijar en los bordes de Europa a los inmigrantes que tratan de infiltrase en ella: de esta forma son Turquía, Libia y los países del Sahel los que manejan a los candidatos a migrar y los que retienen a los indeseables. El método es pernicioso: condiciona la ayuda al desarrollo a la regulación de los flujos migratorios por los países concernidos; no impide los desplazamientos clandestinos e incluso los alimenta (funcionarios libios tratan directamente con las redes de paso). Sobre todo, ratifica un poco más el escándalo de los escándalos: son los países del Sur los que acogen hoy a la gran masa de refugiados. Los pobres reciben a los más pobres mientras que los ricos, que agravan la situación de aquellos, prometen distribuir entre ellos las migajas.
5. Alegar que se frena el ascenso de la extrema derecha no supone ninguna justificación por pequeña que sea que ratifique su fondo de comercio ideológico. Lo que pesa sobre el mercado de trabajo no es la presión migratoria sino la universalidad de la desregulación, que reduce a la vez los salarios directos y los indirectos, sacraliza la precariedad (en nombre de la flexibilidad), reduce la ayuda a los desposeídos (en nombre de la igualdad) y valoriza los aspectos de seguridad en detrimento de la solidaridad. Declarar que la regulación de las migraciones creará bienestar es por tanto mentir peligrosamente. Como en los tiempos en que la socialdemocracia europea explicaba que los beneficios del momento darían como resultado los salarios del mañana o que el monetarismo y la política antiinflacionaria beneficiarían a la larga a los asalariados europeos.
Donald Trump, con su America first no está del lado del pueblo americano sino de las multinacionales y los millonarios de su país. El equipo que está en el poder en Roma no sirve a las clases populares sino que divide al pueblo, mata la solidaridad y conducirá a Italia al desastre social y moral
6. En efecto, hay que cuestionar la fluidez (la de las mercancías y los circuitos financieros) que agrava por naturaleza las desigualdades y alienaciones. Y nadie puede descartar –el capitalismo se dotó de ellas y se sigue dotando todavía–medidas puntuales de protección para los territorios más frágiles. Pero, mezclando el agua y el fuego en las palabras, la fórmula del «proteccionismo solidario» nos deja tan perplejos como la de un «capitalismo de los comunes». El proteccionismo no está en absoluto en condiciones de combatir el principal azote: la desastrosa espiral de la financiarización, de la mercantilización universal y de la desregulación.
Ahora bien, esta batalla no es ante todo local, nacional o supranacional: es a la vez local, nacional y supranacional. Dar a entender que la solución pasaría por una mayor gobernanza, un mayor federalismo o, al contrario, por más soberanismo es una ilusión. La ilusión decepcionada desemboca al final en la desilusión, la frustración y el resentimiento. Al final del camino nos encontramos en el mejor de los casos con lo que el lenguaje de moda llama el iliberalismo1, o peor aún, el fascismo. De momento, son los retoños del segundo los que están en el candelero.
7. No es la «buena conciencia» la que ha conducido a la izquierda a su crisis sino la capitulación socialdemócrata, iniciada en Francia por François Mitterand en 1982-1983. Igual que las concesiones al liberalismo no frenaron la contra-revolución liberal de los años 1980-1990, del mismo modo la izquierda y el movimiento social crítico no frenarán el empuje de la extrema derecha y de la derecha radicalizada cortejando con una parte de su discurso. Donald Trump, con su America first no está del lado del pueblo americano sino de las multinacionales y los millonarios de su país. El equipo que está en el poder en Roma no sirve a las clases populares sino que divide al pueblo, mata la solidaridad y conducirá a Italia al desastre social y moral. No son las migraciones las que están en el corazón del actual marasmo sino el trío infernal de la competencia, la gobernanza y la obsesión identitaria. No poner el acento sobre este trío termina por dejarle a este el campo libre.
8. El discurso de Djordje Kuzmanovic es un patchwork (serie de retales) que combina afirmaciones loables de izquierda y tentaciones que las contradice absolutamente. Coger con pinzas, como él hace, las cuestiones de sociedad en nombre de la primacía de lo «social» es un paso atrás que divide los ámbitos críticos, desarma todos los esfuerzos de convergencia de las luchas emancipadoras y, al final, alimentará un poco más la división y la fragmentación de los sectores populares, lo que ha estado históricamente en el centro de la crisis del movimiento obrero. Si hablamos de un enfoque unificador habrá que hablar del que vuelve a situar en el centro los valores que han dado históricamente su dinamismo al movimiento popular-obrero y a la izquierda: la igualdad, y no la identidad, la ciudadanía y la solidaridad. Todo lo que suponga romper estos valores es un retroceso, un regalo al capital, a la derecha y a la extrema derecha. Lo que hoy día es irreal no es la «buena conciencia» sino el cinismo de la realpolitik.
9. Acerca de la cuestión migratoria, no me parece que el discurso propuesto por Djordje Kuzmanovic sea la única base de acuerdo. «Frenar» o «desecar» los flujos migratorios no es ni posible ni deseable. Ello va en contra del propio proceso de hominización y no se corresponde con la razonable previsión que podamos hacer hoy en día. Los desplazamientos de población, cuya amplitud sabemos que no se puede exagerar, se mantendrán, bien en forma deseada u obligada. Constituirán un hecho social cuyo efecto positivo o negativo no dependerá de su volumen sino del medio social en el que se desarrollen.
Si la lógica dominante que queda es la de la globalización en curso, esos desplazamientos contribuirán a alimentar fenómenos regresivos de los que no son la causa. No hay pues otra solución que no sea la de romper los mecanismos de desregulación, de competencia salvaje y de alienación que dañan las relaciones entre los individuos y los pueblos, enfrentan a los trabajadores entre ellos y fragmentan cada vez más los grupos humanos inmersos dentro de un mercado de trabajo.
La extensión de los derechos para todos, la protección ampliada, el reconocimiento de los estatus salariales estabilizados, la formación permanente, la democratización del trabajo como en la vida civil, la lucha contra las discriminaciones son la clave de las dinámicas que tenemos que cimentar. El objetivo es contradictorio con el repliegue sobre uno mismo, la desconfianza frente al recién llegado, el miedo de no estar ya en su propia casa, el repliegue comunitarista y el egoísmo étnico y/o nacional.
Los desplazamientos de población, cuya amplitud sabemos que no se puede exagerar, se mantendrán, bien en forma deseada u obligada. Constituirán un hecho social cuyo efecto positivo o negativo no dependerá de su volumen sino del medio social en el que se desarrollen
10. «No podemos acoger a todo el mundo», declaró Emmanuel Macron unos meses después de su llegada al poder. De esta forma, Macron ha confirmado la gestión administrativa y policial de Gérard Collomb, como François Hollande se apoyó en la gestión represiva de Manuel Valls. ¿Cómo una fuerza que quiere ser punto de encuentro contra la política del Eliseo, de Matignon y de la plaza Beauveau2 puede partir del mismo postulado que el de la actual Presidencia?
La posición expresada por Djordje Kuzmanovic presume de realista. De hecho, es confusa y vuelve la espalda al movimiento real. ¿Qué harían si llegaran al poder con estos fundamentos? Ante la constatación de que su política no puede frenar los flujos migratorios, ¿cuál sería su actitud? ¿Van a reclamar las sirenas represivas y de seguridad? ¿harán «como los otros»? En resumidas cuentas, ¿Van a justificar lo injustificable, como lo han hecho otros antes?
Por cualquier lado por el que se mire las propuestas y declaraciones que han tenido lugar estos días, en Berlín o en París, no son ni realistas ni acordes con una izquierda fiel a sí misma.
No hay una buena técnica para una gestión «razonable» de los flujos migratorios. La actual y previsible importancia de las migraciones obliga a cada pueblo a reflexionar sobre los tipos de sociedades posibles. Según mis conocimientos, solo hay tres opciones coherentes: la globalización de mercancías, de las finanzas y de la gobernanza; el egoísmo de corto alcance de las protecciones de los ricos o pseudoricos; y la globalización consentida del desarrollo austero y compartido.
No plantear una lucha sobre la tercera opción conduce a futuros desastres. Situarse del lado del pueblo es sobre todo promover su dignidad y por tanto luchar por la universalidad de sus derechos. Este debe ser nuestro alfa y nuestro omega.
[Publicado originariamente en Regards, 9/09/2018. Traducción de Pasos a la Izquierda]
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Roger Martelli. Historiador especializado en la crónica del comunismo francés. Durante un periodo fue director de Cahiers d’histoire del Institut de recherches marxistes. Miembro de la dirección del PCF entre 1982 y 2010 cuando abandonó este partido. Ha participado en los últimos años en actividades de reorganización de la izquierda francesa. Es co-director de la revista Regards.
1.- Según Pierre Rosanvallon, el illiberalismo es «una cultura política que descalifica el principio de la visión liberal. No se trata solo de estigmatizar lo que constituyen golpes cometidos contra los derechos de las personas, marcando una separación más o menos disimulado entre una práctica y una norma proclamada. El problema es más profundo; se trata de comprender una singularidad constitutiva». Teorizada en la década de los 90 del pasado siglo, el término surge de nuevo durante esta década para designar en particular las orientaciones de los gobiernos húngaro y polaco, dirigidos por los partidos Fidesz y Derecho y Justicia respectivamente. Viktor Orban, Primer ministro húngaro, se declaró partidario del iliberalismo en un discurso pronunciado en 2014. [^]
2.- Sedes de la Presidencia de la República, del Primer ministro y del Ministerio del Interior francés. [^]