Por JOSÉ LUIS ATIENZA
El último fin de semana de octubre bajo un cielo que no sabía si reír o llorar se celebró un encuentro en Sevilla, entre catalanes y andaluces: mujeres y hombres de universidad, sindicalistas, periodistas, articulistas y demás gente de mal vivir. Diálogos Andalucía-Catalunya. Este título de fachada humilde, de nada modestas intenciones y esperanzadores resultados nos recordó aquello que todos sabemos y a menudo olvidamos: hablando la gente se entiende, filosofía básica de ese intelectual orgánico que es la sabiduría popular, descubridora de la brevedad antes de la invención de la imprenta y del twitter. Hablando la gente se entiende y aunque entenderse no quiere decir exactamente ponerse de acuerdo, entender al otro es la condición imprescindible para ponerse manos a la obra.
Los andaluces y los catalanes, el Sur y el Norte peninsular, siempre nos hemos relacionado más de lo que presagiaba la geografía, el mapa del tiempo de TV3 y el sevillano, aquel tren de la Renfe siempre con horas de retraso que era un río de sueños y exilios en maletas de cartón que comunicaba la Andalucía rural con la Cataluña industrial. Con el AVE hoy se puede llegar con puntualidad japonesa desde Sevilla a Barcelona y viceversa, estamos más cerca porque se ha acortado el viaje y sin embargo la relación, el intercambio y la complicidad entre dos culturas que se fertilizan mutuamente a poco que se dejen ir, ha decaído. Dos Javieres, el uno andaluz, Javier Aristu, y el otro catalán, Javier Tébar, se habían empeñado en recortar distancia y olvido y establecer vías de contacto y diálogo más allá de la política, a través del intercambio intelectual y la cultura de aliento federal y de izquierdas.
La sombra de Alfonso Carlos Comín sigue siendo alargada y estuvo presente de nombre, pensamiento y obra en las intervenciones de apertura de esta Noticia de Andalucía en el antiguo monasterio de la Cartuja, hoy Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Allí se encontraron unas setenta personas, entre ellas Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia, el filólogo, escritor y ensayista Jordi Amat, los historiadores Bartolomé Clavero, Carlos Fernández Shaw, Carlos Arenas, Paola Lo Cascio, Andreu Mayayo y María Comín; las politólogas Ana Sofía Cardenal y Astrid Barrio, los escritores Antonio Soler y Najat El Hachmi, la historiadora. Coincidieron la que fue la vanguardia de la patrulla nipona del Parlament, Lluís Rabell y Joan Coscubiela, José Luis Atienza de Federalistes d’Esquerres, Adoración Galera, constitucionalista de Federalistas de Andalucía. Sevilla reunió a los cuatro secretarios generales de CCOO de Cataluña. Allí estaban, juntos y revueltos los que fueron, José Luis López Bulla, Joan Coscubiela, Joan Carles Gallego, y el que es, Javier Pacheco, así como el que fue secretario general de UGT, Cándido Méndez.
El encuentro tenía música de fondo y tarareo de valores federales, compartir, cooperar, sumar. Pero no fue esa la corriente central del debate, sino encontrar tono, lenguaje y argumento para reconstruir afectos. Dialogar para ampliar horizontes y ganar perspectiva más allá de las geografías físicas, políticas y personales de cada cual. Sustituir los monólogos de parte por el diálogo a varias voces. La realidad es que se cavan trincheras con facilidad cuando lo que se necesitan son puentes.
Dialogar para ampliar horizontes y ganar perspectiva más allá de las geografías físicas, políticas y personales de cada cual. Sustituir los monólogos de parte por el diálogo a varias voces
El problema de abordar el procés catalán desde la racionalidad está en que más que una propuesta política es la construcción de un relato esbozado hace años por el pujolismo y la Esquerra pujolista. Un relato optimista como el anuncio lujoso de una multinacional de colonia donde se puede tocar el cielo de la independencia y la salvación eterna con solo olerla. Una propuesta milenarista y tradicionalista en el fondo, pero con una imaginería del siglo XXI.
El conflicto de Catalunya no deja de conjugarse en el mismo tiempo verbal del Brexit, un malestar nacional en una sociedad castigada por la crisis que busca algún culpable, algún enemigo de fuera, para castigar. Una clase media que recibió en el plexo solar el derrumbamiento de sus empleos, sus salarios y sus expectativas. Las otras crisis de los últimos cuarenta años no les había afectado en la misma forma, aunque causaran estragos en la clase trabajadora. El procés quiere, como en el Brexit, poner a votación una salida que no se han atrevido a evaluar objetivamente. El Brexit que se vendió a los ingleses y el Brexit que han comprado no tiene nada que ver. En el fondo los ingleses sospechaban que no se les había dicho todo, como lo sospechan los catalanes que enarbolan la estelada, pero la sociedad cabreada tiene tendencia a lanzarse en parapente, sin revisar, porque se siente acompañada en su cabreo y en su decisión.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El independentismo no salió de la nada, había un sustrato histórico de voto nacionalista, un 48,8% en total (10,43% voto independentista) en 2010 y un casi idéntico 47,5% de voto totalmente independentista el año pasado. Aunque no exclusivamente, el gran salto al independentismo se ha dado en el electorado de Convergencia i Unió, es por eso que se le resiste el mapa metropolitano.
A partir de las diadas se ha configurado un movimiento de masas. ANC ha puesto estética organizada a ese movimiento, con las camisetas dando aire de desfile uniformado de afirmación nacional ante el Estado español y ante la Cataluña que ni está, ni quiere estar ni se la espera. El relato procesista ha sabido utilizar como nadie las redes sociales y la prensa digital, pero ha recibido suplemento de musculatura en la programación de la televisión pública, mucho más allá de los informativos, transfiriéndole la credibilidad del medio. Mientras, TV3, es una cadena pública de calidad convertida sin complejos en la portavoz de un proyecto estratégico de fondo: la independencia.
La reclamación de la independencia nos solo ha ganado en los hogares desde TV3 sino también en la calle donde ha vencidodo por goleada a cualquier suma de las movilizaciones sociales de los últimos diez años. La seducción de la calle ha llevado a considerar a parte de la nueva izquierda que el procés y la crisis catalana son una ventana de oportunidad para hacer avanzar las transformaciones aunque lo desmienta el balance devastador de estos años en recortes sociales y de servicios públicos.
Els carrers sempre seran nostres, dicen las pintadas, y no mienten del todo. El procés practica la ocupación del espacio público como lugar de expresión de la identidad nacional, mástiles con banderas esteladas en las rotondas de la Cataluña rural, carteles de Bienvenidos a la República Catalana instalan la ficción de que Catalunya ya es independiente y proclaman la realidad de que una parte de ella ya se siente independiente. Gente convencida de que se pongan como se pongan los de Madrid esto está hecho.
La expresión personal de la identidad política se concreta en la utilización del lazo amarillo como símbolo externo de demanda de libertad de los presos. Lazo en la solapa de chaquetas y jerséis para comunicar desde lejos sin tener que hablar, lazos en las vallas para resaltar su pretendida y nunca alcanzada mayoría social en el ágora muda, la calle de todos.
Ciudadanos intenta disparar a todo lo que se mueve, hacerse especialista en cavar fosos y subir murallas, agradecidos por el duro trato que les dispensa el procés, porque les ayuda a moverse como pez en el agua en el bloque inmovilista. A medida que crece C´s el PP roza el antiparlamentarismo y le da alas a la línea guerracivilista Vox de Casado, que poco le queda por perder en Cataluña.
El independentismo ha cometido un error al pretender aserrar en dos y a lo vivo el nos/otros de Cataluña y España, el nos por un lado y el otros por otro, porque a la vez estaba aserrando el nosotros de Cataluña. No está el horno ni para soluciones salomónicas. En los dos bloques no hay dudas para decidir entre el niño y la espada, prefieren rajar al niño solo para echarle las culpas al otro. Es la pedagogía del enemigo para alimentar la fidelidad electoral. Se echa de menos la pedagogía de la solución, la voluntad de distensión.
El independentismo ha cometido un error al pretender aserrar en dos y a lo vivo el nos/otros de Cataluña y España, el nos por un lado y el otros por otro, porque a la vez estaba aserrando el nosotros de Cataluña
Entre los dos bloques, uno empeñado en poner lazos y el otro en quitarlos, en ese ancho espacio entre la independencia y el inmovilismo, están PSC y Comunes, un espacio pacificador distorsionado por la expulsión de los socialistas del gobierno de Ada Colau, al que le cuesta despegar por la falta de definición de una solución alternativa que no dé una sociedad de vencedores y vencidos.
El federalismo, la idea de compartir, de cooperar, de admitir y organizar la diversidad se va abriendo camino trabajosamente y con sordina. La tradición federalista, tanto española como catalana, ha vivido en unas extrañas catacumbas de autocensura de las que comienza a salir empujado por las circunstancias. Está apareciendo como una movilización del sentido común para evitar que llegue la sangre al río. Se reivindica el federalismo como modelo de Estado, pero también como modelo de relación dialogada de las Españas, del Estado Plurinacional o del federalismo asimétrico.
La asimetría no es un invento de Pascual Maragall sino la aceptación de las asimetrías ya presentes en distinta intensidad en la concreción autonómica surgida de la Constitución con diferencias específicas para el País Vasco, Navarra, Catalunya, Galicia, Andalucía o Islas Canarias. Sin embargo no son las asimetrías las únicas asignaturas pendientes sino la institucionalización de un nuevo poder estatal, el poder federal. Hacia arriba, Europa, y hacia abajo, la España plurinacional, la articulación de la diversidad.
La inexistencia de un modelo federal, un marco de relación de los pueblos de España, debilita al Estado en vez de reforzarlo. El diseño de la España autonómica creó conciencia de ciudadanías diferenciadas sin marco de relación institucionalizada entre ellas, sin una Cámara Territorial propia, de tal manera que se extiende la sensación de formar parte de ciudadanías adosadas al Estado, como urbanizaciones en las afueras de un proyecto común.
“Por una España federal en una Europa federal” fue el titular del primer encuentro histórico de los federalistas españoles el 6 de Octubre en l’Hospitalet del Llobregat organizado por Federalistes d’Esquerres, la potente asociación unitaria de los federalistas catalanes. Joan Botella, su presidente, dijo que aquel encuentro demostraba que no era cierto que el federalismo no exista más allá del río Ebro, puesto que allí estaban asociaciones federalistas de Andalucía y Aragón, federalistas de Galicia, de Santander, de Valencia, federalistas europeos, presentes con las propuestas del grupo Spinelli. En las Españas pasan cosas, como el nacimiento de la Asociación por una España Federal presidida por Nicolás Sartorius y la excelente noticia de la presentación del manifiesto federalista de los 100 en Euzkadi este mismo mes de septiembre.
La eclosión del federalismo civil y ciudadano que lleva el diálogo puesto de serie no va acompañada por el mismo fenómeno en los partidos políticos, que se lo miran desde una desconfianza directa o de una complicidad demasiado indirecta.
Encuentro es la palabra que define las iniciativas de la sociedad civil que se colocan en el espacio en blanco entre los dos bloques enfrentados. A últimos de septiembre se reunieron en la Universidad de Lleida dos docenas de personas -profesionales del periodismo, la ingeniería, psicología, arquitectura, farmacia y el derecho- llegados desde Girona, Coruña, Valencia, Barcelona, Madrid, etc – para buscar las claves del conflicto y posibles caminos hacia la convivencia, en palabras de Manuel Campo Vidal, promotor de la iniciativa Hablemos-Parlem e impulsada por la entidad Sociedad Civil por el Debate. Los titulares del encuentro fueron que el clima es más respirable que hace unos meses, que ha vuelto la política pero hay necesidad de desinflamar, con la advertencia que no hay una Cataluña sino dos.
Sin embargo, el nubarrón que ensombrece el presente y el inmediato futuro de este otoño que no sabe llover son los presos. Políticos presos o presos políticos, en cualquier caso reos de delito político de complejo encaje en el código penal, con una prisión condicional en tela de juicio. Aquí hay un debate duro y subterráneo en un contexto con sobrepeso de retórica. Necesitamos un gobierno que gobierne, escribía la Lali Vintró en el diario El Periódico. En el momento de escribir este artículo los médicos y la sanidad están en huelga, les seguirán los funcionarios para reclamar las pagas de 2013 y 2014 que el govern Torra quiere pagar con cómodos plazos hasta el 2026. Las preocupaciones políticas del Govern son otras: el Consell de la República, el derecho de autodeterminación y los presos como argumento para negarse a votar los presupuestos del Estado.
El procés sabe que la vía unilateral es una vía muerta pero no se atreven a decir en voz alta lo que comentan en voz baja. No renuncian a la desobediencia como proyecto político, convertida, eso sí, en desobediencia virtual mientras juegan al juego simbólico de una república también virtual. El procés necesitaría hacer un reset, replantear la estrategia de la independencia a corto plazo y dejar de tener prisa. No pueden hacerlo porque cada socio se siente prisionero de la mirada del otro. No es fácil liberarse de la trampa retórica diseñada por ellos mismos, y llevan la frase de Jordi Carbonell grabada en las entrañas: “que la prudencia no nos haga traidores”. La imprudencia es más estética pero fabrica mártires en vez de traidores.
El grupo Pròleg, creado este mismo año con un grupo de profesores universitarios e intelectuales, algunos de ellos de clara matriz federalista, se fundó para “promover una salida razonable a la crisis institucional en Cataluña y en España por la vía de la negociación y del incremento de la capacidad de nuestro autogobierno «, y se ha manifestado, no sin tensiones, pidiendo “la puesta en libertad de los presos, cuya situación resulta difícilmente justificable en términos legales y constituye un obstáculo de primer orden para una solución política del conflicto”.
El procés necesitaría hacer un reset, replantear la estrategia de la independencia a corto plazo y dejar de tener prisa. No pueden hacerlo porque cada socio se siente prisionero de la mirada del otro
Más polémico ha sido el manifiesto del Som el 80% impulsado por Omnium Cultural. Como bien señaló Joan Coscubiela desgraciadamente hoy no existe mayoría del 80% en Catalunya para nada que tenga que ver con el tema nacional. Y seguir con esa ficción no ayuda ni a la situación política ni a los presos. Antoni Puigverd, uno de los firmantes, escribió un artículo de La Vanguardia del que vale la pena reproducir un fragmento porque expresa la complejidad endemoniada y contradictoria de este tema. “El manifiesto tiene un tono que yo no usaría. Sostiene que se ha gestado una “causa general contra la democracia”, cosa que yo no creo, aunque discrepe de la solución judicial que el expresidente Rajoy favoreció con su quietismo; y pese a que, como expliqué la semana pasada, me escandalizan las inclementes peticiones de cárcel para los dirigentes independentistas, muy superiores a las que el Código Penal reserva para los asesinos. Sin embargo, no creo que la causa general sea contra la democracia: en este punto el manifiesto conecta indirectamente con una de las peores argumentaciones que el independentismo ha defendido en los últimos años: que sólo ellos son demócratas (“volem votar”) mientras que España entera es albacea el general Franco. No, no es verdad que España sea franquista o que la democracia española sea de baja calidad. La semana pasada se publicaron datos comparativos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De las 1.068 sentencias emitidas en el 2017, sólo seis corresponden a España. ¡Turquía ha recibido 116! Incluso uiza, presentada a menudo como modelo, ha sido corregida más a menudo: 10 sentencias. No, España no es Turquía. Ni de lejos. Tampoco estoy completamente de acuerdo con otra exigencia del manifiesto: la anulación total de las acciones judiciales contra el independentismo. La solución tiene que ser política, porque el pleito es político. Pero la unilateralidad debe ser juzgada. No porque lo diga yo, sino porque las normas, en democracia, hay que respetarlas, ya que, sin normas, la democracia se convierte en selva y en la selva sólo impera la ley del más fuerte.”
Así están las cosas y los consensos pero siempre nos quedará Sevilla. Del encuentro a orillas del Guadalquivir, de los Diálogos: Andalucía Catalunya han quedado tres deseos principales 1) Se tiene que jugar la segunda vuelta en Barcelona. 2) Hay que recuperar el respeto, las maneras, de los unos hacia los otros que piensan distinto 3) Hay que conseguir que la cosa no empeore.
Eso será muy difícil, dijo alguno. Sevilla nos contagió algo para hacerlo más fácil: el aliento de la fraternidad.
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José Luis Atienza. Miembro de Federalistes d’Esquerres.