Por GUILLAUME LIÉGARD
«Para cada problema complejo, existe una solución simple, directa… y falsa.» H. L. Mencken.
«El problema es que hemos ganado en época de crisis», decía Michel Rocard a principios de 1980. «Pero sin la crisis no habríamos ganado», le respondía Pierre Mauroy.
La victoria de Syriza en enero de 2015 y los seis meses de puño de hierro con las instituciones europeas (Comisión Europea y Eurogrupo) e internacionales (FMI) han terminado con la adopción de un tercer memorándum aún más duro que los anteriores y con los griegos puestos bajo la tutela de esas instituciones. Este nuevo plan de rescate, aprobado gracias al apoyo del PASOK y Nueva Democracia, ha provocado una ruptura en Syriza que va más allá del ala izquierda del propio partido. Como consecuencia de ello, un rabioso debate se ha desarrollado en toda Europa acerca de la estrategia que debe adoptar la izquierda de transformación social: ¿salir o no del euro?, ¿con qué propósito? ¿Construir un nuevo movimiento europeo o intentar una vuelta al Estado-nación con el consecuente riesgo de caer en derivas identitarias? Cuestiones tan serias merecen un debate en profundidad, sin atajos ni tabúes.
Hipótesis A: un movimiento paneuropeo.
La piedra angular de casi todos los movimientos de izquierda radical en Europa ha sido cambiar Europa tal y como la conocemos en provecho de otra construcción europea, democrática, respetuosa con los derechos sociales y que evite convertirse en una fortaleza rodeada de alambres de púas. Para un proyecto como este, se han trazado dos caminos posibles.
El primero supondría la aparición de un movimiento que fuera paneuropeo, de masas y capaz de aplastar los fundamentos de la Europa liberal. Algo así presupone una homogeneidad real a escala continental, o al menos una fuerte convergencia política, social y cultural. Pero nada de esto es posible, más bien al contrario. Hace al menos veinte años (a partir de Maastricht) que la política europea está dirigida conforme a los intereses de los países del norte del continente: Alemania, Países Bajos, Luxemburgo, la parte flamenca de Bélgica y Austria, a los que podríamos añadir varios países centroeuropeos que se encuentran en la periferia económica de Alemania. Por tanto, esta situación no solo beneficia a las burguesías nacionales, sino también a una parte significativa de los asalariados de esos países, aunque haya también numerosos excluidos.
Los puntos de vista propios de las distintas opiniones públicas están profundamente anclados en la heterogeneidad de las diversas realidades nacionales, e incluso en antiguos traumas históricos; el origen de la relación tan particular que tienen los alemanes con su moneda se encuentra en la crisis de la República de Weimar. En estas circunstancias, la aparición de «un movimiento europeo para la democratización del euro», tal y como plantea Yanis Varoufakis, resulta sin duda intelectualmente atractivo, pero inviable en la práctica.
Hipótesis B: la teoría del dominó.
El segundo camino para transformar Europa se construiría en función de lo que podríamos llamar la teoría del dominó. A partir de una victoria en un país de la Unión Europea, se desencadenaría un proceso dinámico alimentado por el retorno a la radicalidad en otros países, permitiendo nuevas victorias y la modificación de la correlación de fuerzas. Así, después de Grecia y Syriza, llegaría el turno de Podemos en España, que a su vez sería el preludio de nuevas victorias (¿por qué no en Francia?).
Este sencillo planteamiento sería creíble si no fuera por un defecto: pensar que los liberales se quedarían de brazos cruzados, contemplando su derrota sin mostrar resistencia alguna. Evidentemente, conscientes del peligro, las élites europeas se han mostrado dispuestas a todo, incluso al peor juego sucio. Ni en el fondo ni en la forma, nada se le ha perdonado al pueblo griego. La conclusión de la política de puño de hierro entre el gobierno griego y la Unión Europea es que el camino de la auto transformación de Europa por efecto bola de nieve es y será neutralizado en origen.
Se objetará, con razón, que la situación era especialmente complicada, habida cuenta de que Grecia es un pequeño país exangüe que supone tan solo el 2% del PIB de la zona euro. Sin embargo, no puede ser de otro modo, el éxito de la izquierda radical solo puede asentarse sobre los eslabones más débiles del capitalismo europeo (los países del sur de Europa). Precisamente el desarrollo de una política alternativa resulta aún más difícil cuando se trata de países periféricos y, por tanto, vulnerables a las instituciones europeas e internacionales (como el BCE y el FMI). Para ellos es terriblemente difícil. Tienen que someterse, y aplicar entonces una política anteriormente combatida, o bien saltar al vacío sin ninguna garantía. Aunque, a pesar de todo esto, lo que nos queda de la victoria de Syriza es que una ruptura surgida de un marco nacional sigue siendo posible. No es poca cosa.
¿Euro sí o no?: la trampa del repliegue nacional.
Alexis Txipras no tenía el mandato de salir de la zona euro; este argumento es utilizado frecuentemente y es completamente cierto. Pero tampoco tenía el mandato de continuar la política de sus predecesores. El 61% de noes en el referéndum del 5 de julio suponían un claro mandato en contra del memorándum. El primer ministro griego no cumplió con ello, provocando la división en sus propias filas. La única alternativa era el Grexit. Naturalmente, resulta difícil prever todas las consecuencias que tendría una salida del euro, sobre todo para un pequeño país como Grecia. Probablemente, las dificultades que entraña una decisión como esta sean ampliamente subestimadas por la propia izquierda griega. Sin embargo, ¿nos hemos detenido a pensar en los estragos que va a producir el nuevo plan, en términos sociales y políticos? ¿No quedará reforzado el posicionamiento de Aurora Dorada, no ya en el mes de septiembre, sino dentro de seis meses o un año?
Pero, más allá del caso griego, la estrategia a adoptar por parte de Europa es una cuestión que afecta a casi todos los países de la Unión. En un reciente artículo publicado en esta misma web [leer traducción], Roger Martelli insiste en el grave peligro del repliegue nacional. Sus argumentos rebaten las estrafalarias ideas de un Sapir, obsesionado por la salida del euro, que abogaba por una convergencia con el Frente Nacional. Pero da la impresión de que el texto plantearía lo mismo si hubiera sido escrito antes de la crisis griega. Dicho de otro modo: ¿podemos hacer como si nada hubiera pasado? Resulta imposible.
Nuestras dificultades para la movilización son evidentes en todas partes, tanto a nivel nacional como a nivel europeo. Tendríamos que preguntarnos cómo vamos a construir un movimiento de solidaridad contra la austeridad en Grecia, cuando ni siquiera hemos sido capaces de presentar batalla contra la ley Macron. Pero no es esta la cuestión. La zona euro se constituyó en unas condiciones muy particulares, que impiden el desarrollo de políticas antiliberales. Por ejemplo, los obstáculos que tendría que sortear un gobierno auténticamente de izquierdas en Gran Bretaña no serían los mismos que en un país de la zona euro como Francia. Por tanto, tenemos que encontrar el modo de liberarnos de este corsé.
Una perspectiva europea y antiliberal.
En estas condiciones, lo apremiante no es la cuestión de la moneda, sino las primeras medidas a tomar una vez conseguido el poder. Si es posible, en el marco del euro, pero lo que no debería ser negociable es que estas medidas fueran tomadas, por lo que cabe la ruptura como una posibilidad. La salida de la zona euro no debe ser el punto de partida, pero sí una posibilidad ante una eventual confrontación, por lo que debe considerarse muy seriamente. Por tanto, teniendo en cuenta esta hipótesis, la ruptura se generaría por parte de un solo Estado, por lo que el riesgo nacionalista estaría muy presente. La verdadera cuestión, entonces, es saber si estamos dispuestos a realizar nuestras políticas o si, por el contrario, hemos renunciado por anticipado. Dadas las circunstancias, pensar que la zona euro es una muralla inexpugnable frente a los nacionalismos de todo pelaje y la emergente extrema derecha resulta demasiado aventurado.
Obviamente, no todos los países están en igualdad de condiciones a la hora de soportar esta correlación de fuerzas. Para naciones como Grecia y Portugal, ha quedado claro que resulta imposible soportar las presiones dentro de la Unión Europea y probablemente también fuera de ella. No dudamos que los mismos que les imponen políticas antisociales se aplicarían en castigar cualquier atrevimiento por todos los medios. Es distinto en un país como Francia. No es que el resultado fuera necesariamente diferente en cuanto a la moneda única. Es posible que Frédéric Lordon tuviera razón cuando escribía: «El error de los que creen que otro euro es posible resulta casi lógico. Pues, si en efecto se creara un movimiento de países en demanda de una revisión significativa de los principios del euro… sería Alemania, acompañada sin duda de sus satélites, la que saldría del euro. En el mismo momento en que el euro fuera a transformarse… ¡el euro sería destruido! No habrá otro euro dentro del marco actual (con Alemania), pues cualquier otro euro posible sería inadmisible para los alemanes, y por tanto se haría sin contar con ellos». Pero entonces, ¿cuál es el problema?
El proyecto de la izquierda radical debe ser rechazar el repliegue nacional y continuar defendiendo una perspectiva europea con quien quiera. Esto no se consigue ni manteniéndonos en el euro cueste lo que cueste, ni saliendo del mismo a cualquier precio con tal de sortear las políticas liberales, sino buscando los medios políticos y los marcos institucionales y monetarios para hacerlo. Entre el statu quo que avala a la Europa actual y los proyectos nacionalistas, debe haber lugar para otro proyecto que permita reagrupar con rapidez a países que pretendan una nueva unión adaptada a otros perfiles que están por definir.
(Este artículo apareció originalmente en Regards. Traducción de Javier Flores Fernández-Viagas)