Por PABLO JULIÁ
La fotografía es un lenguaje y además es el mas universal que conocemos. Cualquier fotografía puede ser descodificada en cualquier esquina del mundo. Eso sí, los códigos interpretativos pueden ser diferentes, muy diferentes pero una primera lectura es asequible a todos, incluso a personas analfabetas o que estén imposibilitadas de leer.
Es un medio de expresión que con los años aprendemos a utilizar y acomodar a nuestra particular manera de mirar el mundo sobre todo por las facilidades que nos aporta el mundo digital y las redes sociales. Las fotografías hoy las pueden ver en tiempo real miles de personas, lo que antes en el mundo analógico suponía horas y días.
Los que venimos del mundo anterior, cada día somos menos, aprendimos una cosa fundamental y es a reflexionar sobre lo que hacíamos cuando fotografiábamos el mundo que vivíamos. Había mas tiempo y menos facilidad (un carrete de 35mm tenía solo 36 fotos) que ahora, donde el limite se mide en los gigabytes de los instrumentos. Cuando mirábamos a través de la cámara, editábamos sobre la marcha. Un buen fotografo ya fallecido, Antonio Gabriel, fue a fotografiar la revolución cubana solo con dos rollos de película. No pudo comprar en Cuba y de los 72 tomas que tenían sus dos rollos salieron 55 maravillosas fotografías.
Esa actitud nos enseñaba a muchos la austeridad en el disparo y la necesidad de valorar a priori y en milésimas de segundos que no todo vale al apretar el disparador. Cuando entramos en el mundo actual teníamos un bagaje interior distinto al de hoy pero que no tiene porqué significar mejor. Si distinto, muy distinto.
En mi caso, como el de muchos, una vez abandonada la actividad principal que desarrollaba, en vez de escribir mis impresiones cotidianas intento contarlas con las herramientas que he utilizado siempre, la cámara o el teléfono.
Es un ejercicio que estimula la búsqueda en la estructura de las cosas, paisajes, habitáculos, etc . Encontrar su mundo interior, su condición intima. Es un ejercicio de introspección que ayuda a entender como se comporta lo que nos rodea y nos permite de manera sencilla, contar la geometría que conforma porque lo que esta delante de la cámara es, visualmente, pura geometría.
Como conformes esa geometría es lo que valida tu mundo personal, tu elán creativo, tu punctum como diría Roland Barthes en La Cámara Lucida.
Aunque no resulta para un fotografo mucho engorro llevar una cámara, el brazo invisible, a veces y cada día menos, no vamos eternamente con ella. Los nuevos aparatos, mal llamados inteligentes y que son teléfonos multifuncionales, tienen tanta calidad que sorprenden y además son de una espectacular inmediatez y siempre lo llevamos.
Tengo fácil con un teléfono poder contar el sentido de la extrañeza que tienen los hechos cotidianos. Sin ese concepto de extranjería de nosotros mismos no podríamos contar con el guiño que le hacemos a lo real, desde nuestra condición interior, para percibir el caos nuestro de cada día y darle una forma a veces mas allá de lo natural, de la eterna y a veces aburrida realidad.