Por GAETANO SATERIALE
Empiezo con un pequeño recuerdo personal. En los primeros años noventa fui enviado a París a un congreso del sindicato de los metalúrgicos de la CGT (la FIOM francesa, para entendernos) en representación de los metal mecánicos de la CGIL. Una gran sala con el anfiteatro semivacío y una presidencia numerosa. Desde la tribunilla de los oradores un speaker anunciaba, una a una, las delegaciones de los sindicatos metalúrgicos del mundo entero que participaban en el congreso, y a cada nueva sigla todos se ponían en pie y dando palmadas a compás gritaban: «So- so – so – solidarité, so – so – so – solidarité, tous ensemble, tous ensemble» («So – so – so – solidaridad, todos juntos»). Hasta el anuncio de la delegación siguiente, que era acogido con el mismo coro intenso.
Me sentí bastante desconcertado por aquel ritual, en sentido negativo. Por dos motivos: primero por la teatralidad del gesto, un poco demasiado “tardosoviético”, a mis ojos de sindicalista italiano; segundo porque, a pesar de los coros y los aplausos a las delegaciones de los metalúrgicos de todos los sindicatos del mundo, el anfiteatro seguía mucho más vacío que lleno: los tous eran de hecho muy pocos… Sin embargo, aquella fórmula plasmaba una buena síntesis de la naturaleza y de la función de un sindicato histórico de los trabajadores: todos juntos en las batallas y en las luchas, solidarios en los resultados positivos y en las derrotas.
Podría decirse que la diferencia entre una corporación y una organización social más amplia (general, como dice la CGIL con orgullo) reside precisamente en la medida de ese “todos”: si es un número pequeño o cerrado, se trata de una solidaridad de autoprotección o de privilegio corporativo, más que de sostén a los demás. Si está dirigida a todos los trabajadores (incluso a los no afiliados), a sus familias, en ocasiones incluso a las empresas y a los empresarios en dificultades, la cosa es muy distinta. En París, parecía que “todos” quisiese decir «nosotros los que estamos aquí», y en consecuencia poquísimos.
Si hoy no lo es también para los jóvenes precarios, o los aprendices, o los falsos autónomos, no es una solidaridad que fortalezca, al contrario, es una solidaridad que debilita
Pero incluso si está dirigida a todos los trabajadores, la solidaridad real en el trabajo no es casi nunca para todos: no es para los directivos, no es para los cuadros (y en algún momento ha costado cara esta exclusión de los cuadros, por ejemplo el 14 de octubre de 1980 en Turín, con la “marcha de los cuarenta mil” que puso fin a las luchas obreras de los años Setenta).Y si hoy no lo es también para los jóvenes precarios, o los aprendices, o los falsos autónomos, no es una solidaridad que fortalezca, al contrario, es una solidaridad que debilita.
Aris Accornero nos ayuda a aclarar y a reconstruir el crecimiento y el debilitamiento de la solidaridad obrera (Diario de derecho del trabajo y relaciones industriales, n. 54, 1992). Al principio se da una solidaridad primaria en el puesto de trabajo para conseguir más estabilidad y una reducción de las incertidumbres (de la retribución, del horario, de los derechos, de la continuidad de la relación laboral). Accornero nos advierte que han sido conquistas importantes pero nunca completas al ciento por ciento, y nunca conseguidas de verdad para todos los trabajadores dependientes. Al principio son sobre todo garantías exigidas y obtenidas para los obreros cualificados.
En una fase posterior, la solidaridad se convierte en tutela de los obreros comunes ante unas condiciones fordistas y tayloristas de trabajo que “objetivan” unos tiempos y ritmos cada vez más cortos y veloces, y constriñen a los obreros de las cadenas a trabajar como el Charlie Chaplin deTiempos modernos.
En los años setenta, por lo menos en Italia, la solidaridad obrera y su representación sindical nueva, que se expresa en los consejos de fábrica (inicialmente en antagonismo con el sindicato confederal externo), no solo se oponen a la parcelación de las tareas y al aumento de los ritmos sino, dice Accornero, consiguen introducir nuevas reglas en la producción intensiva de masa, aumentan de forma igualitaria los salarios, y llevan a los sindicatos y la Confindustria a pactar el punto único de contingencia1.
Es difícil decir hasta qué punto la idea de los aumentos lineales para todos era sólida y nacida de la convicción de los trabajadores, porque la realidad es mucho más articulada. En la parábola de la viña, del Evangelio según Mateo, el propietario de una viña contrata para la vendimia a un trabajador más en diversos momentos de la jornada, desde el amanecer hasta la puesta del sol. Cuando al anochecer da la orden de pagar a todos y dar un denario a cada uno, tanto a los que trabajaban desde la primera hora como a los últimos en llegar, los primeros se indignan y preguntan: «¿Por qué quieres pagar lo mismo por trabajos distintos?».Y el propietario responde, primero, «porque el amo soy yo»; segundo, «porque soy generoso»; tercero, «porque de este modo los últimos son los primeros». Tres frases muy difíciles de aceptar, que hoy serían motivo suficiente para declarar una huelga dado que, por fortuna, existen convenios colectivos de trabajo que evitan tanto las discriminaciones como los excesos de “generosidad”.
Es justo recordar, como forma no desdeñable de solidaridad, que los sindicatos italianos, en particular los del sector agroalimentario, consiguen obtener en los años setenta en los convenios nacionales el mismo trato (horarios, salarios, festivos) tanto para los trabajadores fijos como para los eventuales, además del derecho a la recontratación de los temporeros en las campañas sucesivas. Y que los trabajadores de la construcción conquistan entonces los instrumentos de solidaridad mutua que son las“Casseedili”.2
A propósito de las huelgas y las formas de lucha, Rainer Zoll se pregunta si la solidaridad puede ser ejercida también de forma coercitiva, como por ejemplo mediante piquetes. En lo que a mí respecta, creo que sí, si se hace sin exageraciones ni violencias. Muchos de los líderes sindicales químicos de la Montedison de Ferrara en los años setenta y ochenta, fueron, cómo decirlo, objeto de la atención de los piquetes de la CGIL, del PCI y del movimiento estudiantil, en 1968 y 1969.
Pero los obreros y los sindicatos italianos han conseguido extender la cultura de la solidaridad general mucho más allá de las puertas de las fábricas, hasta impulsar las grandes reformas de la previsión social y de la sanidad de aquellos años. En aquel momento llega a su punto más alto la solidaridad obrera, y se transforma en solidaridad general, en defensa de todos los trabajadores y del país. Baste pensar en la manifestación convocada en Reggio Calabria el 22 de octubre de 1972, contra la revuelta de los “boiachi molla”.3 O en los años más duros del terrorismo, cuando la solidaridad obrera consigue transformarse, por mérito de los dirigentes sindicales de entonces en todos los niveles (desde el secretario general, Luciano Lama, hasta el delegado de la Italsider de Génova, Guido Rossa), en solidaridad democrática, es decir en defensa de la democracia.
Sin olvidar la gran manifestación unitaria contra la mafia, celebrada en Palermo un mes después del asesinato del juez Giovanni Falcone. Esta es tal vez una característica específica y única del sindicalismo italiano.
En los años ochenta y noventa se abre una tercera fase en la que la solidaridad obrera se hace (con un retraso nunca recuperado respecto de Alemania) participativa. En el sentido en que busca y encuentra, sobre todo en las pequeñas empresas –lo dice también Accornero–, mediaciones útiles para valorizar el trabajo más allá del igualitarismo, y tutelar el futuro de la empresa más allá de la dialéctica patrono/obreros.
Tanto la solidaridad de clase como la solidaridad participativa y de concertación, más defensiva pero igualmente innovadora, fueron formas de solidaridad que, aunque parciales, generaban progresos generalizados para el trabajo y para el país
Muchas pequeñas empresas alcanzan la excelencia, por sí solas o reunidas en distritos industriales, y consiguen, gracias a una relación solidaria entre capital y trabajo, ser competitivas incluso en los mercados internacionales. Debe añadirse además que, frente a las primeras reorganizaciones empresariales que incrementaron las inversionesen nuevas tecnologías y redujeron la fuerza de trabajo en los años ochenta y noventa, se produjeron acuerdos participativos de este tipo también en grandes grupos nacionales y multinacionales, como por ejemplo la Olivetti, la Iri, la Montedison, la americana Whirlpool y la sueca Electrolux. En la Montedison de Ferrara (que no era ciertamente una pequeña empresa), en aquellos años se experimentaron, por primera vez en Italia, los “contratos desolidaridad”, que repartían entre todos la cassaintegrazione [el subsidio por despidos o por reducciones de horario y salario en una plantilla], de modo que ninguno perdiera su puesto de trabajo.
Cabe recordar, finalmente, que en los primeros años noventa, frente a la gran crisis financiera italiana y el riesgo de no entrar en Europa, la concertación fue una forma desolidaridad sindical nacional, en la que CGIL, CISL y UIL asumieron la responsabilidad de apoyar opciones duras pero necesarias para la reducción de la deuda pública, desempeñando un papel de control de las dinámicas salariales y de suplencia de los partidos, colocados en fuera de juego por las investigaciones de Manipulite4.
Tanto la solidaridad de clase como la solidaridad participativa y de concertación, más defensiva pero igualmente innovadora, fueron formas de solidaridad que, aunque parciales, generaban progresos generalizados para el trabajo y para el país.
Hoy, con la desvalorización del trabajo, la descomposición social, las desigualdades y las nuevas pobrezas (tanto fuera como dentro del mundo del trabajo), la solidaridad sindical se ha debilitado: no consigue ser fuerte ni siquiera respecto del mundo del trabajo dependiente; pierde la representación de las profesiones tradicionales, y no llega a implicar a los más débiles (las mujeres, los precarios, los desempleados). Algunas veces, además, se entretiene en defender de forma incongruente a los más tutelados. No es ya solidaridad general, corre el riesgo de volver a ser solidaridad corporativa. La política de los partidos se ha hecho más fuerte (no en consenso, sino en poder real y mediático), y la crisis ha debilitado a los sindicatos, más en la capacidad para cambiar las dinámicas económicas que en el número de afiliados.
Simplificando: en los últimos decenios del siglo XX, cuando los sindicatos industriales ganaban una batalla, la mejora repercutía en todos. Hoy, tanto si el sindicato vence como si pierde, para los jóvenes desempleados o precarios con frecuencia nada cambia. Es duro admitirlo, pero me temo que así están las cosas. Y es difícil (por más que sea necesario) mejorar las retribuciones de los pensionistas de hoy y hacer al mismo tiempo más seguras las condiciones de la previsión social futura de los jóvenes. «Los verdaderamente últimos han quedado fuera del mundo del trabajo», decía Accornero en 1992. Hoy, después de la crisis, los últimos están en la sociedad alrededor de nosotros, entre los trabajadores incluso, y entre los jóvenes que no encuentran empleos dignos ya los que el sindicato tiene dificultades para representar, porque no consigue ser solidario con ellos. Por eso es necesaria una nueva representación social.
En los últimos decenios del siglo XX, cuando los sindicatos industriales ganaban una batalla, la mejora repercutía en todos. Hoy, tanto si el sindicato vence como si pierde, para los jóvenes desempleados o precarios con frecuencia nada cambia. Es duro admitirlo, pero me temo que así están las cosas
¿Un sindicato en el territorio, un sindicato de los ciudadanos que ayude a construir una nueva solidaridad social? Es una hipótesis sobre la cual convendría abrir una reflexión en perspectiva. Por lo demás, incluso entre quienes trabajan, dice el pensamiento sociológico contemporáneo, se está creando una polarización entre el personal con altas competencias y el personal que cumple tareas puramente de ejecución. No existe ya la fábrica baricentro de la economía, no existe ya el obrero masa baricentro del trabajo y de la acción sindical. Quien posee altas competencias estima que podrá representarse por sí solo, y quien cumple tareas rudimentarias y mecánicas con frecuencia no llega a encontrar al sindicato. O lo hace con peligro para el mantenimiento de su puesto de trabajo. Es muy probable que la innovación digital en curso amplifique esta polarización en lugar de reducirla, y agrave las consiguientes dificultades de representación del sindicato.
Es de verdad difícil pensar hoy que los instrumentos contractuales clásicos (muchos convenios nacionales, poca concertación en el lugar de trabajo) tengan capacidad para recomponer el universo fragmentado del trabajo contemporáneo y de sus evoluciones. Pero las alternativas son las mismas de siempre: un sindicato que represente solo a los mejor situados y arríe la bandera de la solidaridad podrá ser fuerte en el breve plazo, pero está destinado a desempeñar una función de tutela cada vez más restringida. Un sindicato que pretenda ser general deberá encontrar los instrumentos, los contenidos y las formas organizativas que le permitan una representación inclusiva y solidaria entre todos.
Volvamos ala pregunta que se planteaba Rodotà5: ¿quién sustituirá a la clase obrera en el papel de clase general, en un momento en el que ya no consigue desempeñar ese papel ,y, añadimos nosotros, en una fase en la que tampoco la política consigue dar representación a las demandas sociales? Una pregunta inquietante para los sindicalistas, a la que es difícil responder: ¿el trabajo terciario? ¿Los pensionistas que defienden el welfare universalista frente a las tentaciones corporativas? ¿Lasmujeres, que necesitan con mayor urgencia una paridad de trato y servicios sociales sustitutivos del trabajo de los cuidados a las personas? ¿O los inmigrados, que a través de un proceso de integración necesario nos obligarán a difundir (y a mezclar) viejos y nuevos derechos?
Un sindicato que pretenda ser general deberá encontrar los instrumentos, los contenidos y las formas organizativas que le permitan una representación inclusiva y solidaria entre todos
Hoy es difícil dar solución de manera unívoca a estos interrogantes. Cierto, el trabajo y el sindicato del siglo XX ya no existen (y tampoco los partidos políticos, tal y como eran antes), y no sirve de nada fingir que no es verdad. El único camino que veo posible recorrer es el de experimentar formas diversas de tutela social y de trabajo, y reconstruir una representación sindical general, manteniendo firmes los puntos altos de la rosa de los vientos de la que hemos partido6.
Precisión obligada
Esto es todo, o casi.
El sindicato, escuela dura y exigente para quien se lo toma en serio, acostumbra (a diferencia de la política) perseguir mejoras alcanzables, en ocasiones con fuertes luchas, pero concretas: deja a un lado lo deseable y se concentra en lo que es posible obtener en un tiempo razonable. Obtener para todos, o para el número más amplio posible de personas. La CGIL está hecha así: para ella es preferible un poco menos para muchos, que un poco más para pocos. También la actividad administrativa en el territorio enseña a ser concretos y realistas. Sobre todo, en esta experiencia, se aprende (se debería aprender) que existe un deber de solidaridad también hacia la propia ciudad, que podríamos llamar deber de “sostenibilidad social”. Me explico mejor. Al administrar una ciudad se debería entender, por más que no es fácil, que el “bien común” no es igual a la suma de los beneficios individuales que es posible alcanzar. En otras palabras: es necesario saber decir muchas veces “no” a las demandas de los particulares, si se quiere preservar “in solidum”7 el valor colectivo del bien que se administra. Esto no es evidente para un político, que necesita el más amplio consenso en el breve plazo; es quizá más comprensible para un sindicalista acostumbrado a negociaciones en las que se presentan síntesis solidarias de las diversas reivindicaciones, en lugar de acumulaciones de demandas.
En suma, a fin de cuentas, para avanzar de verdad en el camino de la solidaridad es necesario dotarse de una agenda de prioridades o una plataforma, para decirlo en la jerga sindical. Daré al respecto tan solo algunas sugerencias.
Nos esperan dos grandes desafíos que habremos de afrontar (y resolver): el primero es la inmigración de unas dimensiones históricas a la que asistimos, sin políticas europeas adecuadas, desde hace años. Un fenómeno que espanta y crea una solidaridad hipócrita: quien huye de la guerra merece la acogida, quien huye del hambre, no (lo que multiplica, entre otros problemas, la figura de los refugiados espurios). Es un fenómeno que refuerza la cerrazón defensiva: es decir, que genera una solidaridad regresiva en lugarde positiva.
El segundo desafío es el nivel de desigualdad que se registra también en Europa, incompatible con cualquier crecimiento económico que se pretenda estable y extenso (y no un crecimiento “en un solo país”).
Nos esperan dos grandes desafíos que habremos de afrontar: el primero es la inmigración de unas dimensiones históricas a la que asistimos (…) El segundo es el nivel de desigualdad que se registra también en Europa, incompatible con cualquier crecimiento económico que se pretenda estable y extenso
Sobre la inmigración, más allá de todas las políticas de solidaridad necesarias, de integración social y ciudadana, de enseñanza de la lengua y de la cultura (para lo cual es indispensable la solidaridad de todos: Estado, sindicato, empresas, asociaciones católicas y laicas, ciudadanos), creo que la solución radica en cuánto trabajo se crea en Europa y en cuánto desarrollo se crea en los países de procedencia de los migrantes (una política intramoenia y otra extramoenia ─dentro y fuera de las murallas─, como se dice en la jerga de la sanidad). De otro modo no hay solución.
De otro modo Europa se verá primero asediada y después invadida por millones de personas, con la impotencia que ya hoy se advierte. Y este no es un suceso imposible: basta pensar que terminó así una institución mucho más poderosa que la Unión europea, como lo fue el Imperio romano.
No se ha de dar crédito a los que dicen que los inmigrados quitan el trabajo a nuestros hijos: es una fábula. Hay mercados de trabajo que no se comunican entre ellos. Pensemos en la asistencia domiciliaria: ¿hay competencia? ¿Y con quién? Pensemos en la recolección del tomate en la Campania. Y además, incluso en las profesiones intermedias, en Italia hay déficit de perfiles técnico-profesionales de nivel medio (pienso en los torneros, en los fresadores y en los soldadores, por ejemplo, por no hablar de los fontaneros, electricistas, leñadores), no tenemos super abundancia de estas figuras. E incluso hablando más en general, en Italia disminuye el número de habitantes y el de niños, y crece el de ancianos. Tal vez estaría bien convertir más deprisa en italianos a los mayores y a los niños que cada día entran (cuando no mueren en el mar) en nuestro país.
Y por lo que respecta a lo que queda más allá de nosotros: en África los chinos están invirtiendo en infraestructuras viarias y logísticas. No se entiende por qué no lo hace Europa, exportando inversiones para crear trabajo en esos países. Recuerdo al respecto que la Europa de los 28 tiene un PIB más alto que el de Estados Unidos o China, del orden del 30% del PIB mundial. No es posible que Europa continúe aún por mucho tiempo siendo un gigante económico y un enano político, so pena de comprometer su supervivencia.
La cultura del welfare universal es lo que distingue a los países europeos del resto del mundo: una parte de la renta generada vuelve a los ciudadanos en forma de servicios de enseñanza, sanidad, transporte, asistencia social, etc. ¿Es posible pasar de una solidaridad distributiva residual que implica solo una parte del PIB, a una solidaridad propulsora de crecimiento económico y ocupacional? ¿Pasar de un welfare como gasto a un welfare como inversión para la creación de nuevos mercados? Entiendo que sí, con tal de que en lugar de reducir el nivel del welfare, Europa decida invertir en servicios para las necesidades de sus ciudadanos.
El relanzamiento de los servicios del welfare puede ser el futuro de Europa. Mucho más que la industria de bienes de consumo duraderos
El relanzamiento de los servicios del welfare puede ser el futuro de Europa. Mucho más que la industria de bienes de consumo duraderos. También en este caso serán necesarias dos políticas: una intramoenia y otra extramoenia. No es posible olvidar, también en este respecto, que la Europa de los 28 es el área que importa más, y también la que más exporta en el mundo.
Producir y vender servicios de alta innovación dentro del país para reducir las desigualdades y responder a las nuevas necesidades sociales (de los ancianos, los pobres, los inmigrados, los jóvenes aún no profesionalizados, etc.), con nuevas tecnologías sostenibles para el welfare (farmacéuticas, sanitarias, asistenciales, de monitorización, nanotecnologías, nuevos fármacos, robótica), producidas en el interior o importadas de otros países, ayudando a estos a colocarse en la gama alta de la producción manufacturera (y a reducir la contaminación).
Una forma di solidaridad interna que puede llegar a ser, en la crisis y en la globalización, también solidaridad internacional. Y dar un sentido nuevo a la ciudadanía europea.
_________________
Gaetano Sateriale. Político, sindicalista y ensayista italiano. Desde 2011 es coordinador de la secretaría general de la CGIL. Fue alcalde de Ferrara en 1999-2009.
Notas de la traducción
* El presente texto abarca la mayor parte de los capítulos 7 y 8 de G. Sateriale, “Solidarietà, storia di un’idea”, Ed. LiberEtà, Collana Base. Roma, 2017. La traducción y las notas son de Pasos a la Izquierda.
1.- El punto de contingencia se utilizaba en Italia como indización para la revisión automática de los salarios en función de la variación anual del índice de precios al consumo (IPC), según el mecanismo de la escala móvil. En su forma inicial los puntos de contingencia eran distintos según la categoría, la cualificación, la edad y el género del trabajador. En 1975 los sindicatos y la Confindustria acordaron un único punto de contingencia para todos los trabajadores. [^]
2.- Las Casse edili son instituciones paritarias creadas en el sector de la construcción italiana por la negociación colectiva entre sindicatos y organizaciones patronales, con funciones de previsión social. [^]
3.- Los neofascistas, y más en concreto los militantes del FUAN, organización universitaria del Movimiento Social Italiano. El lema Boia chi molla (Criminal el que afloja) es muy anterior, y tuvo una amplia difusión en los años del fascismo mussoliniano. El eslogan de la FUAN era: “Contro il sistema / La gioventù si scaglia / Boia chi molla / È il grido di battaglia.” [^]
4.- Manipulite (Manos limpias) fue el nombre dado al proceso judicial llevado a cabo desde 1992 a partir de la investigación realizada por el fiscal Antonio di Pietro. Se descubrió una extensa red de corrupción que afectaba a los partidos políticos parlamentarios en connivencia con diversos grupos empresariales, industriales y financieros. [^]
5.- En Stefano Rodotà, Solidarietà, un’utopia necessaria (2016). Junto a la pregunta que se expresa en el texto, señala el autor (cap. 6) la introducción por parte de Rodotà de «la idea fuerte de una «solidaridad democrática» en lugar de la social. En el sentido de que no se puede definir como democrático un sistema social sin la solidaridad. Por esta vía la solidaridad se convierte en un principio constitucional junto a los demás, y no solo en el efecto de un Estado social asistencial.» [^]
6.- He aquí cómo describe el autor la “rosa de los vientos” de la solidaridad (cap. 3): «Ante todo es útil dibujar, si no una ruta precisa, por lo menos unos puntos de referencia terminológicos y conceptuales. Una especie de rosa de los vientos que agitan a la solidaridad de una parte y de otra, como una vela cuando no está bien “tensada”. La posición de los puntos cardinaleses arbitraria, pero ayuda a representar la contraposición entre términos y modos de entender la solidaridad, colocando al norte a lindividuo, al sur la colectividad, al este la igualdad, y al oeste las diversidades. Y se podrían añadir a nuestra brújula otros puntos intermedios de referencia como la libertad y la fraternidad, contra la arbitrariedad y la separación; la idea de sociedad (que puede estar segmentada o cohesionada en varios modos y grados) y la formación de un Estado que se adecúa a las necesidades de los ciudadanos, muy distinto de un Estado situado por encima de los propios ciudadanos, identificado y visible esencialmente en el poder que ejerce (y en los tributos que recauda). Y además, inclusión y exclusión, dignidad o subordinación, igualdad o discriminaciones de distinta naturaleza entre los individuos, tolerancia o intolerancia, deber regulado u opción espontánea, beneficio (o beneficencia) y derechos, intervenciones ex ante o ex post, primacía de la propiedad o del principio de la responsabilidad social de la empresa, trabajo o indigencia, cooperación o separación de las funciones sociales, e incluso, como veremos, descomposición fordista de las tareas contra organización integrada del trabajo. Finalmente, en esta rosa de los vientos no se puede olvidar a las diferentes éticas religiosas: la cristiana (teóricamente abierta a todos los hombres), la musulmana (también en teoría reservada solo a los creyentes) y la judía (vinculante solo respecto del propio pueblo), por no mencionar otros pensamientos religiosos más lejanos.» [^]
7.- El origen histórico de la palabra “solidaridad” se sitúa en el derecho romano, según se explica en el cap. 1 del libro. Consistía en la obligación,para cada uno de varios socios deudores, de abonar “in solidum”, en su totalidad, la cantidad prestada. «Más como garantía para el acreedor, advierte el autor, que por voluntad espontánea de los socios de ayudarse entre ellos.» [^]