Por ALFREDO REICHLIN
Desearía expresar mi más profundo pésame por la pérdida de Pietro Ingrao. Por la persona que ha sido, por el conjunto de pensamientos y afectos también familiares que ha representado, pero sobre todo por la marca tan profunda y siempre abierta y viva que ha dejado en la vida italiana.
«Ha muerto el jefe de la izquierda comunista», así, con este flash, la televisión daba la noticia la tarde del domingo. En esta extrema simplificación y en los comentarios de estos días he visto algo que nos lleva a reflexionar.
Quiere decir que después de todo este país tiene una historia. No es solo una confusa sucesión de individuos que se distinguen entre ellos solo por la manera de vivir y consumir. Tiene una gran historia de ideas, de luchas y pasiones, de comunidad, y de personas, a pesar de que no hayamos sabido cuidar esta historia.
No lo sé. Lo que sí sé, sin embargo, es que ahora estamos en un trance muy difícil e incierto de nuestra historia. Y que la gente está confusa y vuelve a plantearse grandes preguntas y a expresar una necesidad irreprimible de nuevas necesidades y significados de vida.
Aparece sobre la escena una nueva humanidad. Y creo que esta es la razón por la que la muerte de Pietro Ingrao (un hombre que permanecía callado desde hace casi veinte años) ha golpeado de esta manera a la opinión pública.
¿Porque era un hombre de la izquierda? Se han perdido muchos de los significados de esta antigua palabra. Y hoy, incluso el fundamental: la lucha por la emancipación del trabajo, el camino de liberación del hombre de los miedos y dogmas; la libertad de la necesidad y al mismo tiempo la asunción de responsabilidades hacia los demás.
Quizás me equivoque pero siento renacer la necesidad de hombres que piensen y miren lejos, que digan la verdad, que no sean pelmazos, que de verdad se den cuenta de que lo viejo ya no puede más pero vean lúcidamente que lo nuevo no termina de llegar. Y que por eso se interroguen acerca de cómo rellenar el vacío tan peligroso producido al desgarrarse el tejido que mantiene unidos pueblos y Estados.
Pietro Ingrao no nos dio, obviamente, la repuesta a estos problemas, pero nos dijo una cosa fundamental: que la política no se puede reducir a mercadeo y a luchas de poder entre las personas. Que hace falta darle una nueva dimensión, también ética y cultural.
Esta es la lección de Pietro Ingrao. Una lección que permanece, es más, que resulta hoy más necesaria que nunca. Es el redescubrimiento de la política, no como mito y horizonte inalcanzable, sino como conciencia de la propia vida.
La más grande pasión laica: la construcción de una nueva subjetividad, y, por tanto, de una mirada más profunda a través de la cual leer las cosas, la realidad. Y por tanto, actuar. Para asumir la tarea que los acontecimientos históricos nos colocan delante de nosotros.
Todos hablan de Ingrao como el hombre de la duda. También lo haré yo. Pero antes de todo Pietro, para mí, ha sido esto: la fusión entre política y vida, la política como historia en acción. ¿Queríamos la luna? Efectivamente, nunca se hablaba de palabras demasiado grandes, como revolución. Se hablaba, sin embargo, mucho, y con gran pasión, de la lucha por cambiar el tejido profundo, incluso cultural y moral, del país. La idea de la llegada de las clases trabajadoras al poder por una vía propia.
Lo esencial era partir de los últimos, de los desheredados, y ver cómo convertirlos en protagonistas, cómo dar vida a nuevas estructuras sindicales, políticas, culturales, cooperativas. Cómo no dejar a las personas solas ante el poder del dinero.
Esta fue nuestra gran pasión. Sumergirnos en la verdadera Italia, adherirnos a «todos los pliegues de la sociedad». Esta pasión yo no la he visto en nadie de manera tan insistente como en Pietro Ingrao. Pietro Ingrao fue una mente libre, tenaz y sedienta de conocimiento. Aquí radica el famoso hombre de la duda. No era un escéptico, quería comprender. No era un ingenuo, sabía luchar y golpear (después de todo dirigió un gran periódico popular que era un arma formidable) pero sabía que para vencer hace falta ante todo comprender el punto de verdad que siempre hay, en el fondo y en alguna medida, en tu adversario. En suma, la hegemonía.
Ingrao, el hombre justo.
Creo que esto explica la paradoja para aquel a quien las habladurías consideraban el delfín de Togliatti, y el mismo que empezó a notar la insuficiencia de la gran lectura togliattiana de Italia como país atrasado para el cual la tarea histórica de los comunistas consistía en resolver las grandes «cuestiones» históricas: el Mezzogiorno, la cuestión agraria, la relación con el Vaticano.
Esta lectura, en su conjunto, no llegaba a reflejar las transformaciones que comenzaban a cambiar radicalmente el rostro de Italia: el paso de un país agrícola a uno industrial, una emigración bíblica que vaciaba los campos del Sur, la llegada del consumo de masas, la revolución de las costumbres.
Hubo después otras muchas historias, e incluso rupturas. Nuestros caminos se separaron. Todos nos vimos envueltos en la dolorosa contradicción entre la creciente potencia de una economía que se globaliza, con los mercados desregulados que gobiernan la riqueza del mundo, y el poder de la política que no consigue dotarse de nuevos instrumentos supranacionales.
Pero este es ya un tema para los historiadores. La globalización es el terreno nuevo al que nos invitaría a pegarnos Pietro Ingrao, si estuviera todavía entre nosotros.
Una cosa es cierta. Necesitamos nuevas dudas y nuevos análisis. Necesitamos nuevos jóvenes como Ingrao. Las crónicas de las tragedias desesperadas de los inmigrantes nos dicen que se está formando una nueva humanidad.
Abrazo a los hijos, a la hermana, a los nietos y bisnietos de mi viejo amigo el cual desde esta tarde reposará en paz en su Lenola.
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[Este es el texto del discurso que pronunció Alfredo Reichlin en el funeral de Pietro Ingrao en plaza Montecitorio de Roma el pasado 30 de septiembre. Publicado en Il Manifesto del 1 de octubre. La traducción del italiano es de Javier Aristu]