Entrevista a ALAIN SUPIOT, por CHRISTOPHE BYS
A dos pasos del Panteón, en una elegante oficina completamente blanca, Alain Supiot ha respondido a nuestras preguntas con ocasión de la salida de dos obras: La gouvernance par les nombres (Fayard), que recoge sus lecciones en el Colegio de Francia, en donde es titular de la cátedra Estado social y mundialización, y L’entreprise dans un monde sans frontières, obra que ha dirigido en las Ediciones Dalloz. Recurriendo tanto a la filosofía griega clásica, a la teoría del Derecho, o a la Historia del cine (incluyendo los progresos de Hollywood), ilumina con sus ideas los cambios que, aquí y allá, modifican el mundo. Para él, vivimos un cambio de imaginario, del reloj al ordenador. Esta mutación pone en cuestión el trabajo y la empresa.
L’Usine Nouvelle. En su libro La gouvernance des nombres [Fayard, 2015], que recoge sus lecciones en el Colegio de Francia, usted habla de una inflexión, de un cambio de civilización actualmente en marcha. ¿Cómo lo caracteriza?
Alain Supiot. Para entender las transformaciones en marcha en una época dada hay que identificar el imaginario que la domina. Este imaginario compartido impregna efectivamente todas nuestras formas de pensamiento: las instituciones, las artes, las ciencias y las técnicas. Una de las tesis de mi libro es que a la revolución informática le corresponde un cambio de imaginario.
Desde la Edad media, los occidentales se han representado el mundo bajo el modelo del reloj. Desde la invención de la máquina de Turing y los comienzos de la informática lo conciben con el modelo del ordenador, es decir, como una máquina programada y programable. Esta representación influye en nuestras maneras de organizar las relaciones sociales y en particular nuestra concepción del derecho y de las instituciones, es decir, las reglas que gobiernan y hacen posible la vida en sociedad.
L’Usine Nouvelle. Antes de ir más lejos, ¿cómo caracteriza el periodo en el que el mundo era concebido como un reloj?
Alain Supiot. Grandes historiadores, como Jacques Le Goff o Lewis Mumford, han mostrado el lugar central del reloj en el nacimiento de los tiempos modernos. Nuestra civilización es la única que ha elevado los relojes a la cima de sus lugares de culto, en todas las ciudades. La filosofía de la Ilustración veía a Dios como un gran relojero y el mundo como un inmenso mecanismo regido por las leyes de la física clásica, por un juego inexorable de pesos y fuerzas, de masa y de energía.
De ahí la idea de que el hombre podría, a través del estudio de esos mecanismos, resolver los misterios de la creación y hacerse dueño del universo. Las instituciones se conciben de este modo: es soberano aquel que tiene el poder de fijar las reglas generales y abstractas y, con la Revolución, es el Pueblo -como entidad metafísica- quien accede a este lugar soberano.
El taylorismo ha trasladado en cierto modo este modelo a la empresa. Genios como Fritz Lang en Metropolis o Charlie Chaplin en Tiempos modernos, han descrito lo que eso implicaba: el hombre es capturado por un gran mecanismo, en un juego de engranajes que termina por aplastarlo.
L’Usine Nouvelle. Es el comienzo del taylorismo, que usted evoca a través de la figura del ingeniero y del cronómetro. En su libro pone en evidencia un curioso paralelismo entre Taylor y Lenin…
Alain Supiot. Lenin y en general los bolcheviques eran en efecto fervientes seguidores de la “organización científica del trabajo” preconizada por Taylor. Ahí vieron un modelo para la organización de toda la URSS en su conjunto. La planificación soviética ha sido también un primer intento de gobierno por los números, pero participaba todavía del imaginario mecanicista. Como mostró Bruno Trentin en su gran libro sobre “La ciudad del trabajo”, hubo un profundo acuerdo del capitalismo y del comunismo para situar el trabajo bajo la égida de la tecno ciencia y marginarlo así del perímetro de la discusión política y de la justicia social. Lenin es un precursor en su forma de querer extender a toda la sociedad el modelo de la empresa, según el credo hoy día repetido por los predicadores del ultra liberalismo y del New Public Management, que piensan que un Estado de derecho debe ser gestionado según los mismos métodos “científicos” que una empresa.
Lenin y en general los bolcheviques eran en efecto fervientes seguidores de la “organización científica del trabajo” preconizada por Taylor. Ahí vieron un modelo para la organización de toda la URSS en su conjunto
L’Usine Nouvelle. ¿Cuándo y cómo se produce el paso del reloj al ordenador?
Alain Supiot. Como ocurre frecuentemente, el cambio de imaginario comenzó en el orden jurídico antes de expresarse en el plano científico y técnico. La pérdida de fe en la existencia de un soberano legislador data del siglo XIX y de la primera crisis de legitimidad del estado. Esta crisis es la que dio origen al estado social, pero también a las experiencias totalitarias del siglo XX que buscaron en las ciencias las “verdaderas leyes” que debían regir la humanidad. En el plano científico y técnico son los años 30, años de los grandes descubrimientos matemáticos -en especial los de Gödel, después la invención de la máquina de Turing y los comienzos de la informática, que marcan el paso al imaginario cibernético- . Hay que leer en este sentido los escritos visionarios de Norbert Wiener, uno de los padres de la cibernética. Según él, podemos pensar de la misma forma los hombres, las máquinas y el viviente. Todos son dispositivos de tratamiento de la información.
Tres conceptos juegan un rol esencial en esta nueva visión del hombre y del mundo: el programa, el feedback (hoy día diríamos la “reactividad”) y el rendimiento. El “hombre-máquina” de los siglos XVII-XVIII desaparecería o, más exactamente, se metamorfosearía, en “máquina inteligente”, máquina programable para objetivos codificados.
Es precisamente en el mismo periodo de la inmediata postguerra cuando comienza la “revolución de la gestión” (managerial revolution) especialmente con la invención de la dirección por objetivos, debido sobre todo a Peter Drucker. Hay que subrayar que este último advertía de los límites de su método. Para él, la evaluación debía contener una autoevaluación y no servir para un “control de dominación” que arruinaría sus efectos.
El fantasma hoy perseguido es el de una dirección automática de los asuntos humanos.
Por supuesto se apresuraron en olvidar estas precauciones y en lanzarse a callejones sin salida. De la misma manera que el taylorismo, esta nueva concepción de la dirección de personas por objetivos codificados, tras haber sido concebida para las empresas, se ha extendido a toda la sociedad. Lo cual ha tenido como resultado una nueva restricción del campo dejado a la política y a la deliberación democrática. No es ya solamente el trabajo como tal, sino también su duración y su precio los que se deberían sustraer a la política para ser gobernados por los mecanismos autoreguladores del mercado.
El fantasma hoy perseguido es el de una dirección automática de los asuntos humanos
Allí donde el liberalismo económico situaba todavía el cálculo económico bajo la égida de las leyes, el ultra liberalismo sitúa las leyes bajo la égida del cálculo económico. El fantasma hoy perseguido es el de poner los asuntos humanos bajo una dirección automática, como se puede ver en el Tratado sobre la gobernanza de la Unión monetaria europea, que prevé mecanismos “de activación automática” en caso de desviación en la realización de las trayectorias programadas.
L’Usine Nouvelle. “Se piensa en el trabajador basado en el modelo del ordenador en vez de pensar en el ordenador como medio de humanizar el trabajo”, escribe usted. ¿Se puede decir que esta frase resume su pensamiento sobre el trabajo?
Alain Supiot. La cuestión del trabajo es efectivamente central puesto que es en el trabajo donde, para lo bueno y para lo malo, el hombre inscribe las imágenes que le animan en el orden de las realidades del mundo y donde él se confronta con esas realidades. Dicho de otro modo, no se puede pensar en el trabajo sin superar la dicotomía del sujeto y el objeto. De lo contrario estamos condenados a eso que el gran geógrafo Augustin Berque llama la “prescripción del trabajo”.
Permítame, para aclarar este punto, volver un poco atrás, al final de la Primera guerra mundial. De esta terrible experiencia se sacaron dos lecciones bastante antinómicas. La primera, y ya no volveré sobre ella, fue la posibilidad de una “movilización total” de los recursos humanos y la extensión del taylorismo a la organización de la sociedad en su conjunto. Posibilidad continuada en tiempos de paz y que en nuestros días toma la forma de eso que el Premier británico, Cameron, llama la Global race, es decir, una carrera mortal para sobrevivir en un mercado que ha pasado a ser global.
La cuestión del trabajo es efectivamente central puesto que es en el trabajo donde, para lo bueno y para lo malo, el hombre inscribe las imágenes que le animan en el orden de las realidades del mundo y donde él se confronta con esas realidades
La segunda lección fue inscrita por el tratado de Versalles en el preámbulo de la Organización internacional del trabajo: “no hay paz duradera sin justicia social”, de ahí la misión confiada a esta Organización de garantizar a escala mundial el establecimiento de un “régimen de trabajo realmente humano”. Si nos tomamos en serio esta noción en lugar de limitarla solo a las condiciones de trabajo (duración y salario), ello nos lleva a identificar dos formas de deshumanización del trabajo. La primera es aquella del taylorismo inmortalizada por Chaplin: es una negación del pensamiento y la reducción del trabajo a la obediencia mecánica a las órdenes. Es lo que en derecho del trabajo se llamó en esa misma época la subordinación. La segunda es una negación de la realidad y la asimilación del trabajo a un proceso programado de tratamiento de la información. A esta forma de deshumanización es a lo que conduce la gobernanza por los números, dado que esclaviza al trabajador atado al objetivo de satisfacer los indicadores numéricos del rendimiento, de acuerdo con los cuales él es evaluado independientemente de los efectos reales sobre su trabajo.
El indicador se confunde así con el objetivo, escindiendo al trabajador del mundo real y encerrándolo en bucles especulativos de los que no puede salir sino por el fraude o la depresión. A diferencia del taylorismo, que impedía pensar y condenaba al embrutecimiento, la gobernanza por los números pretende programar el uso de las facultades cerebrales con vistas a la realización de resultados cuantificables. Pongo el ejemplo de una red bancaria que establece como objetivos para sus asalariados no lograr una cierta cifra de negocios sino conseguir una cifra superior a las de las otras agencias, cifras que aparecen en tiempo real en sus ordenadores.
Esta desconexión del trabajo respecto de la realidad de sus productos pone en peligro, no ya la salud física sino la salud mental; no es raro, por tanto, el ascenso desde los años 90 de eso que se llama riesgos psicosociales. Representar al ser humano como un ordenador programable es mucho más delirante que representarlo como una pieza de relojería, y eso provoca riesgos que pesan no solo sobre los individuos sino sobre toda la organización, bien se trate de la empresa o de la sociedad en su conjunto.
L’Usine Nouvelle. ¿Quién es responsable? ¿Los directivos?
Alain Supiot. Uno de los rasgos más preocupantes de la gobernanza por los números es que nadie es responsable, en el pleno sentido de ese término, puesto que, a diferencia del taylorismo, la gobernanza afecta también a los dirigentes, que son ellos también “programados” para realizar objetivos cuantificados. Dicho de otro modo, no están en la acción sino en la reacción a las señales numéricas, ya se trate de precios de las cotizaciones o de sondeos de opinión.
Uno de los rasgos más preocupantes de la gobernanza por los números es que nadie es responsable, en el pleno sentido de ese término, puesto que, a diferencia del taylorismo, la gobernanza afecta también a los dirigentes, que son ellos también “programados” para realizar objetivos cuantificados
’Usine Nouvelle. ¿La gobernanza por los números amenaza a la empresa como institución?
Alain Supiot. La empresa es la institución más amenazada por la gobernanza de los números. Las leyes que han puesto en marcha los procedimientos de la Corporate governance —especialmente en el terreno de la contabilidad o de la remuneración de los dirigentes — han permitido que estos sean esclavos de los objetivos de creación de valor para el accionariado, lanzando a las empresas a un corto-placismo incompatible con la verdadera innovación. Aquellos que dicen “amar la empresa” deberían centrar sus afanes de reformas en este terreno. Más que obstinarse en hacer desaparecer el descanso dominical harían bien en tomar ejemplo de las grandes empresas alemanas que han decidido desconectar a sus cuadros dirigentes de los servidores de mensajes durante las horas y días de descanso. Recuperar un trabajo “realmente humano” es, a largo plazo, la clave del progreso económico.
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[Entrevista de Christophe Bys, publicada en L’Usine nouvelle, 24 de abril de 2015. La traducción es de Javier Aristu]