Luo Yang. Girls
Saito, Kohei (2022) El capital en la era del Antropoceno. Penguin Random House. 306pp.
El autor, marxista convencido y nada dogmático, es uno de los especialistas que van poniendo orden en las toneladas de papel escrito por Marx en el proyecto MEGA. Su papel renovador se centra en utilizar el enfoque marxista para desnudar el capital empeñado en la destrucción de la sociedad y la naturaleza. El autor comienza de manera provocadora anunciando que los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) son el opio del pueblo, porque no sólo no impiden hacer frente a la emergencia climática, sino que, además, culpabiliza a las personas para impedir que tomen conciencia de quiénes son los verdaderos culpables y de cómo hacerles frente. Se trata de aquellos que sostienen y propagan el modo de vida imperial (concepto retomado de Brand y Wissen) de consumo desmedido, de saqueo, explotación y expropiación de los trabajadores y del medio ambiente; o que extienden la creencia de que la asignación de precios por el mercado, o el desarrollo tecnológico serán suficientes para hacer frente a los problemas; así como los que practican el cinismo de la transferencia de cargas y costes (que Saito denomina la falacia de los Países Bajos) hacia los países periféricos, y la estupidez de la transferencia temporal: ¡Después de mí el diluvio!, que apechugue las próximas generaciones. Además, el autor no sólo arremete contra el capitalismo, aunque sea verde, sino también contra la derecha negacionista, la izquierda aceleracionista, o la ecología decrecentista que no cuestiona la raíz de los problemas: el capitalismo. A todos ellos les opone aquel Marx que traza la teoría del metabolismo, o que tiene en cuenta el problema de la relación de la humanidad con la naturaleza, en textos tan destacados como La carta a Vera Zasulich. Un Marx que parte del análisis del trabajo, como relación entre la humanidad y la naturaleza y sirve a Saito de punto de partida; el proceso de trabajo resultante durante siglos se basó principalmente en el valor de uso de aquello que se produce, mientras que el capitalismo lo sustituye por el valor de cambio. Todo es susceptible de ser mercancía y ello conlleva la explotación de las personas mediante la división del trabajo y las tecnologías y el saqueo de los recursos naturales. El metabolismo natural, la relación de la naturaleza consigo misma, es alterado por el uso humano, pero sin punto de comparación al “desgarramiento insanable” que supone el capitalismo. La alternativa que propone Saito es el comunismo decrecentista: garantizar el acceso universal a los bienes necesarios y a las medidas que protejan los ecosistemas; reducción de la jornada laboral como medida de calidad de vida y de ahorro de energía; transformación de la división del trabajo uniformizadora e insatisfactoria, en un trabajo humano digno y creativo mediante tecnologías abiertas; democratización del proceso de producción: información y conocimiento como común de la humanidad; revalorización de las actividades esenciales: asistencia y cuidado de las personas.
Enzo Traverso (2022) Revolución. Una historia intelectual. Madrid, Akal. 524pp.
El texto comienza con una referencia a Marx y su 18 Brumario de Luís Bonaparte, junto a la imprescindible interpretación de Walter Benjamín del ángel de la historia pintado por Paul Klee, que gira la cara hacia el pasado pleno de ruinas, de las que surge una fuerte tempestad que le impulsará hacia el futuro: el progreso. Esta imagen que ya citaba en Melancolía de la izquierda es reemplazada aquí por la obra de Gericault La balsa de la Medusa, símbolo de la aflicción de las personas comunes, un fuerte contraste entre desesperación y esperanza. Inspirándose en el enfoque de Marx y de Benjamin, Traverso aborda la rehabilitación del papel de la revolución, entrelazando causalidad y agencia, determinismo estructural y subjetividad política, con el objetivo de contribuir a su comprensión. El autor no confunde las revoluciones populares, de los comunes, con las contrarrevoluciones y pone, entre otros, el ejemplo español: no fue una revolución falangista, sino un golpe militar y la única revolución fue la movilización espontánea contra ese golpe. Se trata de un texto cuya lectura enriquece, por la densidad de referencias, de autores, de experiencias revolucionarias, de referencias artísticas. Recuperemos algunas palabras del epílogo: Una nueva generación ha crecido en un mundo neoliberal donde el capitalismo se transformó en una forma “natural” de vida… Una nueva izquierda global no tendrá éxito si no “trabaja sobre” esa experiencia histórica. La extracción del núcleo emancipatorio del comunismo de ese campo de ruinas no es una operación abstracta y meramente intelectual: exigirá nuevas batallas, nuevas constelaciones, en las que, de improviso, el pasado resurja y “la memoria destelle”. Las revoluciones no pueden programarse: siempre vienen cuando menos se las espera.
Alain Supiot (2023) El trabajo ya no es lo que fue. Madrid, Siglo XXI- Clave Intelectual. 124 pp.
El libro recoge dos conferencias de Alain Supiot, una presentada en el Collège de France (2019), y que ya fue publicada por Pasos a la izquierda (número 19) y, otra, impartida en Blois (2021) y que, presentadas en común, aportan una respuesta implícita a la pregunta del subtítulo: ¿Cómo pensarlo de nuevo [el trabajo] en un mundo que cambió y que nos tiene desconcertados? Una breve introducción de Adrián Goldin nos permite contemplar la importancia de Alain Supiot en el Derecho del Trabajo francés, europeo e internacional, con obras cómo el Informe Supiot; El espíritu de Filadelfia; El trabajo ya no es lo que fue. De la contraportada, el resumen del texto “un llamado a dejar de pensar el trabajo como una actividad por la que se recibe un salario para poner en el centro de la cuestión a las personas y asegurarles una protección que no solo prevea la situación de desempleo, sino la formación permanente, las tareas de cuidado y el trabajo comunitario”. El autor es claro y firme en su oposición al neoliberalismo y la mercantilización, mientras remarca la necesidad de expandir la democracia, la atención a la naturaleza y a la dignidad de los seres humanos bajo el impulso de la justicia social. Como dice el autor: “no hay paz duradera sin justicia social”.
Marco d’Eramo (2022) Dominio. La guerra invisible de los poderosos contra los súbditos. Barcelona, Anagrama. 366 pp.
de los oprimidos, súbditos o dominados que se levantan contra los opresores, poderosos, dominadores. Del mismo modo cuando se pronuncia lucha o guerra de clases, pensamos en los trabajadores en lucha con el capital. Hoy día, se han invertido los términos y se habla de revolución neoliberal, aún vigente por mucho que hablen de su derrota, y quizás la expresión más clara de este cambio de sentido histórico son las palabras de Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo y CEO de Berkshire Hattaway: “es evidente que hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, quien la encabeza y estamos venciendo”, en la versión de 2006 y “hemos vencido” en la de 2011. El derrotado neoliberalismo de los años 40 (la sociedad Mont Pelerin) vio compensada su constancia a partir de los años 70 y su predominio a partir de los 80. Claro que dicha constancia se vio aupada por los milmillonarios americanos, profundamente conservadores, que crearon fundaciones específicas para incentivar el cambio por medio de subvenciones millonarias. De entrada, un cambio en el mundo de las ideas. Por ello era necesario convencer a un buen número de profesores y universidades de la bondad de la sociedad de empresas y mercados; esas ideas fueron traducidas en programas e iniciativas por los think tanks para que, finalmente, los movimientos de base (entendidas como organizaciones privadas) las pongan en acción.
El libro es de fácil lectura y está plagado de ejemplos, declaraciones y argumentos que lo convierten en imprescindible para orientarnos en este mundo, en el que los conceptos se interpretan al revés de su significado literal. Así, menos Estado (e impuestos) significa más estado para el libre mercado y las grandes corporaciones y más impuestos para trabajadores y clases medias al tiempo que pierden estado social. Asimismo, las grandes corporaciones que monopolizan un mercado (energía, alimentación, etc.) fomentan con su acción oligopolista la competencia, mientras se acusa a los sindicatos de monopolios. Algunos de los héroes de este pensamiento: Robert Nozick “un sistema libre debería permitir al individuo venderse como esclavo”. Friedrich A. Hayek “la justicia social es una expresión totalmente vacía” y su admiradora Margaret Thatcher “No existe la sociedad, sólo individuos”. El mismo Hayek en su visita al dictador Augusto Pinochet: “Personalmente prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático que carece de liberalismo”, o el “todos capitalistas” que hay detrás del capital humano de Gary S. Becker y que nos sume inermes en un individualismo extremo. Asimismo, el discurso reaccionario de la perversidad o de la futilidad: cualquier iniciativa para atajar la pobreza o el racismo, los agrava; la educación pública hace a la población más ignorante; la sanidad pública acorta el promedio de vida; el exceso de democracia conlleva ingobernabilidad. Por el contrario, las iniciativas correctas son las que pasan por el mercado, por ejemplo, ante la contaminación se ha de establecer un nivel óptimo a partir del que se generan unos costes a valorar (destrucción ambiental, enfermedades…) para buscar soluciones que no necesariamente implican acabar con la contaminación dado que, además, se pueden trasladar esos costes a otros países. En el paquete también entra la libre compraventa de niños que asegura la calidad de los futuros ‘hijos’ mucho mejor que las adopciones, tan farragosas. Nos han devuelto al tiempo de los ‘barones ladrones’, en los que Andrew Carnegie proclamaba las beneficiosas virtudes de la desigualdad, mientras sus matones mataban sindicalistas; o de John Rockefeller que mientras gastaba parte de su fortuna en obras de beneficencia (puntualmente retornada por el estado) también masacraba a sus mineros. Recientemente la familia Sackler filántropos del arte, inundaban las farmacias de OxyContin que, recetada a mansalva para las molestias y pequeños dolores ha generado miles de muertes y millones de personas enganchadas a esa droga. Todos incluido el estado y sus servicios nos hemos de comportar como empresas o empresarios, en la denominada gobernanza.
La cuestión es que una vez las universidades, think tanks y movimientos de base han cumplido su labor de diseminación e implementación de ideas, empiezan las obligaciones y los castigos: los estados y sus leyes mediatizados por el poder de los lobbies, los FMI, BM, OMC y sus informes negativos o positivos; las tres agencias de calificación dependientes de grandes corporaciones y fondos de inversión que asimismo premian o castigan a los estados en función de ideología más que de la eficiencia. La unión de la religión de mercado, en la que ofician grandes directivos, empresarios y economistas, con la cultura evangélica más reaccionaria e integrista -y mercantil- (Ver Kristin Kobes du Mez: Jesús y John Wayne. Como los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación), junto con la proliferación de un lenguaje empresarial y de mercado poco relacionado con la realidad y plagado de anglicismos, nos hace más sumisos, consigue el “conformismo voluntario” del que hablaba Hayek. La victoria ideológica de los que dominan y el triunfo del sentido común neoliberal, que no nos ha abandonado.
Como colofón de quién esto escribe. Esta miseria intelectual, en la que todo se compra y se vende, todo se evalúa en términos de incentivos cuantitativos y materiales, y se desprecia al que no llega, ha sembrado el terreno del qué surge el miedo, el odio, la irracionalidad, el cuestionamiento de la democracia y el autoritarismo.
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