Por Stéphane Sirot
Kourtney Roy. IDRINK
La huelga, ese cese colectivo y concertado del trabajo, es un hecho social que llama la atención, suscita pasiones y análisis a menudo contradictorios. Como cualquier otro hecho político o social, no escapa al campo de las encuestas. El 6 de diciembre de 1998, el IFOP afirmaba que el 82% de los franceses estaban a favor de un servicio mínimo en caso de conflicto en los servicios públicos. Este tema recurrente acompaña a los estallidos de fiebre huelguística, por cuanto afectan a sectores, como el ferroviario, cuyo lugar en la esfera productiva les permite frenar la actividad económica y contraria la vida cotidiana de los individuos. Desde 1988, se han presentado no menos de once proyectos de ley en el Parlamento para imponer, como indica la última debatida en el Senado en febrero de 1999, «la obligación legal de un servicio público mínimo». El propio presidente de la República, Jacques Chirac, en la inauguración del TGV Méditerranée en junio de 2001, hizo un llamamiento a «reflexionar sobre la institución de un servicio mínimo tal como reclaman los franceses1«. Las reacciones a este discurso, así como los debates en el Parlamento, revelan cada vez el juego de roles habitual: una derecha unánime en la condena de los perjuicios sufridos por las empresas y los usuarios; una izquierda que se alza contra lo que condena como una voluntad de socavar el derecho de huelga. Estos debates, más allá de su retórica codificada, muestran hasta qué punto la huelga forma parte de esas pasiones francesas que alimentan las escisiones históricas, los antagonismos políticos (derecha/izquierda) y sociales (asalariados/empleadores) tradicionales. También muestran hasta qué punto el fenómeno de la huelga está en el corazón de la sociedad francesa contemporánea que, al construir un universo industrial y salarial potencialmente antagónico, ha erigido progresivamente el conflicto en el centro de la regulación de las relaciones sociales.
«La huelga, ese cese colectivo y concertado del trabajo, es un hecho social que llama la atención, suscita pasiones y análisis a menudo contradictorios»
Esto nos lleva a una serie de preguntas que también suscitan regularmente debates entre los observadores de este hecho social: ¿cuál es el lugar de la huelga en el mundo moderno? ¿Cómo evoluciona? ¿Será superada por otros modos de protesta y de regulación, o está destinada a perdurar con fuerza?
Para algunos, la huelga es la expresión de una lucha de clases que cuestiona el funcionamiento del sistema capitalista, o al menos expresa la rivalidad fundamental e «irreductible» entre los trabajadores y sus patronos2. En otras palabras, desde hace dos siglos Francia es escenario de una «batalla social» salpicada de episodios épicos y trágicos, desde la revuelta de los canuts lyonnais de 18313 dispuestos a «Vivir trabajando o morir luchando», hasta el movimiento social de noviembre-diciembre de 1995, pasando por el Frente Popular y Mayo del 68. La huelga está, en efecto, en el corazón de cada uno de estos movimientos de protesta, que han tenido un impacto considerable, tanto en el momento en que tuvieron lugar como en el recuerdo.
«¿cuál es el lugar de la huelga en el mundo moderno? ¿Cómo evoluciona? ¿Será superada por otros modos de protesta y de regulación, o está destinada a perdurar con fuerza?»
Otros creen, por el contrario, que la huelga se está convirtiendo poco a poco en una forma natural de regular las relaciones sociales, que no implica, en esencia, un desafío a las formas de dominación propias de la esfera productiva4. Sin embargo, desde los años sesenta y la entrada en la era postindustrial, la huelga se anuncia regularmente como una práctica condenada a marchitarse por la construcción de sociedades consensuales5, o a ser superada por la proliferación de nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, regionalismo, etc.) en los que la relación salarial no es el elemento central6. «Estos juicios, a menudo precipitados, se ven desmentidos a intervalos regulares por acontecimientos de actualidad que, a veces para asombro de observadores demasiado apresurados, vuelven a situar la huelga en el centro de las preocupaciones actuales. Si bien es cierto que, desde los años 80, la conflictividad tiende a erosionarse, tanto en Francia como en Europa Occidental7, no es menos cierto que las erupciones periódicas nos recuerdan su vivacidad. Dos acontecimientos de los últimos años lo demuestran. En primer lugar, el movimiento social de noviembre-diciembre de 1995 contra el plan Juppé de reforma de la Seguridad Social y el cuestionamiento de los regímenes especiales de pensiones, protagonizado por los ferroviarios de la SNCF. Este conflicto incendió la sociedad e hizo correr muchas tintas contradictorias: «Algunos veían en él una renovación de la lucha de clases y la impugnación global de una política económica8«; otros se inclinaban por una interpretación centrada en lo que consideraban una poderosa persistencia de la crispación sobre las ventajas adquiridas, estimando que las reivindicaciones de los huelguistas «eran capaces de superar, pero sin ir mucho más lejos, el estadio de la defensa corporativista o de categoría9«.
Cinco años más tarde, en el sopor estival de 2000, la huelga con ocupación de la fábrica Cellatex, en Givet (Ardenas), ocupó durante varios días los titulares de la prensa escrita y audiovisual. Los empleados de esta fábrica de fibras textiles artificiales en suspensión de pagos amenazaron con volar la fábrica y verter ácido sulfúrico en el río Mosa. A raíz de este conflicto, otros se inspiraron en él, que también protagonizaron una especie de dinámica mediática habitual. Los análisis que acompañan al asombro ante la aparentemente repentina resurrección de los movimientos de línea dura tienen que ver en gran medida con el recuerdo de tiempos pasados. Por ejemplo, cuestionan el «retorno del ludismo “rompe-máquinas», subrayando que estos movimientos «evocan la atmósfera de las primeras revueltas obreras del siglo XIX10«. El sociólogo Jacques Capdevielle ve en ello «el resurgimiento de un anarcosindicalismo que se creía sofocado por los años de crisis». Y el periodista, siguiendo al experto, evoca, en una premonición arriesgada, que «este tipo de movimientos desesperados no son la cola de un cometa. Al contrario, podrían convertirse en movimientos populares. Si la gente se identificara con esta forma de resistencia11«.
«la huelga acompaña a las metamorfosis de la cuestión social, que se han ido gestando a lo largo de los dos últimos siglos y que han modificado profundamente la condición de los individuos»
Como vemos, para comprender estas movilizaciones, su amplitud o su brutalidad, a menudo se buscan explicaciones en el pasado y demasiado poco en las características de la sociedad contemporánea. Por un lado, se habla de un resurgimiento del corporativismo, expresión que en sí misma parece condenar la acción de protesta y prescindir de una reflexión seria, en la Francia contemporánea donde, según un observador estadounidense, «cualquier acción colectiva llevada a cabo por un grupo para defender sus intereses se hace pasar inmediatamente por corporativismo»12. Por otra parte, se utilizan referencias que tienen un sabor medieval para el lector contemporáneo, el de los rompe-máquinas y el sindicalismo de la Belle Époque, asociados para la ocasión y de forma un tanto abusiva a la acción violenta, permitiendo que aflore el miedo a los disturbios industriales. En el fondo, para quienes así se expresan, parece que la huelga es el resurgimiento de una forma de protesta antigua, incluso nostálgica, que no tiene realmente un lugar propio en el mundo moderno. O bien, por el contrario, está constantemente en fase con las transformaciones sociales, se adapta a ellas, sigue sus movimientos, a veces contribuye a su dirección y sólo puede comprenderse plenamente cuando se sitúa en los pliegues de su época. Desde la construcción de las «sociedades industriales y asalariadas», es un fenómeno fijado al centro del mundo contemporáneo.
Ésta es sin duda la razón por la que, entre el conjunto de los hechos sociales, es uno de los que han dado lugar a un mayor número de obras, a veces significativas para la historia social13. Atrae la atención de investigadores de todos los horizontes: historiadores y economistas primero, sociólogos, politólogos y antropólogos después. Más que otros objetos de estudio, requiere de una exploración pluridisciplinar para ser comprendida en su complejidad, su morfología y sus plurales modalidades. Pero esta producción intelectual sobre la huelga es fragmentaria: se examina en un período cronológico corto, en un ámbito geográfico reducido o se centra en una profesión. Por otra parte, los intentos de síntesis son escasos14. También suelen estar limitados por un enfoque que permanece confinado, en su mayor parte, a una historia interna y lineal de la huelga. Se describen sus grandes rasgos, generalmente observados en sí mismos, para poner de relieve sus transformaciones, pero demasiado pocas veces se intenta relacionarlos con el universo social en el que tienen lugar los conflictos laborales. Sin embargo, el fenómeno de la huelga, su evolución, su permanencia y sus rupturas están plenamente inmersos en las transformaciones globales de las sociedades. De hecho, la huelga es ante todo «un producto del cambio social«15 y sólo permite «domesticar» su carácter híbrido una vez que se ha establecido una conexión entre ella y su entorno económico, político y, sobre todo, social. Debe entenderse como parte de un proceso a largo plazo que conduce a la centralidad del trabajo en las sociedades contemporáneas, al auge del mundo obrero y, posteriormente, a la cristalización del trabajo asalariado. En otras palabras, la huelga acompaña a las metamorfosis de la cuestión social16, que se han ido gestando a lo largo de los dos últimos siglos y que han modificado profundamente la condición de los individuos. Una historia social de la huelga contemporánea nos parece, pues, la única capaz de hacer inteligible, a largo plazo y en sus múltiples facetas, un fenómeno tan compuesto y abierto al exterior. Tal lectura rechaza naturalmente las explicaciones ex nihilo (desde la nada) que aprisionan un fenómeno sobre sí mismo, prefiriendo un enfoque que contempla el universo en el que evolucionan los hombres, los grupos sociales y las estructuras implicadas en la confrontación social. En otras palabras, en las páginas que siguen, la huelga se lee abarcando la sociedad en su conjunto. La huelga es por excelencia uno de esos acontecimientos que se enfrentan constantemente con el conjunto social y que, a cambio, contribuyen a ponerlo de relieve. Roland Barthes escribió sobre ella con una fórmula literaria muy escogida: «[…] La huelga funda el devenir y la verdad del todo. Significa que el hombre es total, que todas sus funciones son interdependientes […] y que en la sociedad todos se ven afectados por todos. Al protestar porque esta huelga le crea molestias, la burguesía da testimonio de una cohesión de las funciones sociales, que es finalidad misma de la huelga manifestar17.
La ambición de este libro es, pues, proponer, desde los comienzos de la industrialización hasta nuestros días, una interpretación cuyo valor sólo puede ser global. Naturalmente, sería utópico pretender ofrecer un cuadro analítico que pudiera aplicarse sistemáticamente a cada huelga o a cada universo profesional. Se trata más bien de construir un tipo ideal, tal como lo definió Max Weber: «Un tipo ideal se obtiene destacando unilateralmente uno o varios puntos y vinculando entre sí una multitud de fenómenos dados aisladamente, difusos y discretos […] que se ordenan según los puntos de vista previos elegidos unilateralmente, con el fin de formar un cuadro homogéneo de pensamiento»18.
«[…] La huelga funda el devenir y la verdad del todo. Significa que el hombre es total, que todas sus funciones son interdependientes […] y que en la sociedad todos se ven afectados por todos»
El tipo ideal de la huelga contemporánea propuesto en este libro querría dar al lector una forma de pensar los conflictos laborales, de hacer coherente su historia. Pero este tipo ideal se nutre constantemente de ejemplos escogidos entre los doscientos años de historia que nos ocupan. Se presenta, pues, como un punto de vista teórico puesto en práctica y validado por observaciones concretas seleccionadas en función de su recurrencia y ejemplaridad. Se prefiere pues lo general a lo particular, la búsqueda de invariantes a la de singularidades, tan presentes en este momento único que constituye cada conflicto.
Nuestra historia social de la huelga se divide en tres fases, organizadas de forma que capten este fenómeno de la forma más amplia posible. En primer lugar, trazamos las grandes tendencias y evoluciones. Esta crónica de dos siglos muestra el paso progresivo de un acto reprobable a un fenómeno social de gran envergadura que se ha ido integrando progresivamente en la sociedad industrial y asalariada. Durante mucho tiempo, se limitó esencialmente al mundo del obrero, del taller, de la obra y de la fábrica. Luego, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, la huelga se extendió a todo el campo social: el conjunto del mundo del trabajo, cada vez más terciarizado, se aprovechó plenamente de ella. Los rostros de la huelga y las reivindicaciones que planteaba conservaron, en sus grandes líneas, muchas características casi invariables. Pero la extensión del conflicto a nuevas categorías y la evolución de la sociedad salarial conducen a adaptaciones o modificaciones de fondo.
La huelga es también una práctica, a la vez estable y móvil. Expresa un «nuevo tipo de sociabilidad basada en el antagonismo de las clases sociales»19, con sus usos en lenta evolución. Contribuyó a construir una identidad común, a pesar de la composición de los orígenes y las condiciones del mundo del trabajo. En efecto, «es la experiencia del trabajo, y más aún la de los conflictos laborales, la que permite al trabajador reconocerse como tal por su oposición a la clase dominante20…” Modo de presión, la huelga es también un medio de expresión. El estudio de las prácticas y sus rituales muestra esta dimensión consustancial a un acontecimiento que perturba las reglas de la producción y contribuye a desligar la palabra y el gesto. Lucha y fiesta, violencia y negociación: tantos elementos a priori antinómicos que, de hecho, son cada uno parte de un todo en esta obra de teatro social representada por sus actores principales: los huelguistas. El conflicto reivindicativo es la expresión de un modo de cultura y de autonomía obrera y, más ampliamente, del mundo del trabajo. Es también un momento en el que, al mismo tiempo que se toma distancia de un orden industrial o salarial establecido, se construye y se hace visible una manera de asimilarse a este orden, sin querer necesariamente derrocarlo en profundidad. Además, en palabras de Jean-Daniel Reynaud, «la huelga, en su mayor parte, no nace de la marginalidad ni del repliegue, afecta a los trabajadores centrales y a los activos, procede de una cierta integración profesional: a un oficio, a una comunidad de asalariados e incluso a la empresa», porque «lo que permite la acción colectiva no es la miseria extrema, la desposesión más total. Al contrario, es cómo mínimo el principio de la apropiación del trabajo, de la posesión de un capital profesional, de la ayuda y de los intercambios mutuos»21. En otras palabras, «los movimientos sociales son también espacios donde se expresan y cristalizan las identidades colectivas, formas de vivir la propia inserción en la sociedad»22. Sin embargo, son precisamente las prácticas de los huelguistas, sus evoluciones, la modulación de sus rasgos, cincelados por los cambios sociales, los que nos permiten leer la profundidad de este anclaje. Por tanto, nuestra historia de la huelga no es sólo la historia de estas «fiebres hexagonales»23 a las que Francia está acostumbrada en un continente europeo que quizás se perciba como menos turbulento. Es también la historia del proceso de socialización del mundo obrero, del universo del trabajo.
«los movimientos sociales son también espacios donde se expresan y cristalizan las identidades colectivas, formas de vivir la propia inserción en la sociedad»
Por último, la huelga es uno de esos acontecimientos que ponen en movimiento a todos los actores sociales: a los asalariados que la han elegido como modo de acción, por supuesto, pero también a los que se encargan de la defensa de sus intereses (los sindicatos), a aquellos contra los que se dirige principalmente (los empresarios) y a los que enmarcan la sociedad (el aparato del Estado). Como escribe Pierre Bourdieu: «La huelga sólo adquiere su sentido si la resituamos en el campo de las luchas laborales, una estructura objetiva de relaciones de fuerza definida por la lucha entre los trabajadores, de los que constituye el arma principal, y los empresarios, con un tercer actor -que tal vez no sea un tercer actor-, el Estado»24
El modo en que las organizaciones de asalariados perciben la huelga, el modo en que los empresarios reaccionan ante ella y la manera en que el aparato estatal se posiciona ante una fisura del orden social constituyen, por tanto, una dimensión consustancial a la comprensión de las transformaciones y del sentido de las formas de acción colectiva.
Habremos comprendido que, además, la historia de la huelga es una historia de la sociedad francesa contemporánea que está a punto de abrirse a nuestra mirada.
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Stéphane Sirot. Historiador especializado en la sociología de las huelgas, el sindicalismo y las relaciones sociales. Es profesor en la Université de Cergy-Pontoise y en l’Institut d’administration des entreprises de l’Université de Nantes. Le syndicalisme, la politique et la grève: France et Europe: xixe – xxie siècles, (Arbre bleu, 2011), Électriciens et gaziers en France: une histoire sociale, xixe – xxie siècles (Arbre bleu, 2017). El artículo es la introducción del texto Stéphane Sirot (2002) La grève en France. Une histoire sociale (XIXe-XXe siècle). Paris, Odile Jacob, facilitado por el autor. Traducción Pere Jódar.
1. L’Humanité, 9 juin 2001.
2. Por ejemplo, Claude Durand, Pierre Dubois, La Grève, Paris Presses de Sciences-Po, 1975.
3. N del T. Los canuts de Lyon, eran los maestros tejedores del textil de dicha ciudad, mantuvieron diversas movilizaciones a lo largo del siglo XIX, la revuelta de 1873 tuvo cómo motivos la descualificación del oficio y los bajos salarios. En la actualidad hay un museo dedicado en Lyon.
4. Adam, J-D Reynaud, Conflits de travail et changement social, Paris, PUF, 1978. Edición española en Ibérico-europea de Ediciones, 1979.
5. Arthur M. Ross, Paul T. Hartman, Changing Patterns in Industrial Conflict, New York, Wiley, 1960.
6. Alain Touraine, “Les nouveaux conflits sociaux”, Sociologie du Travail, n.1, janvier-mars 1975, 1-17.
7. Ver Maximos Aligisakis, “Typologie et évolution des conflits du travail en Europe occidentale”, Revue internationale du travail, vol. 136, n. 1, printemps 1997, p. 79-101. Edición española en Revista Internacional del Trabajo.
8. François Dubet, “Introduction”, Sociologie du Travail, Vol. XXXIX, n.4, 1997, p.395.
9. Michel Wieviorka, “Le sens d’une lutte”, en Alain Touraine et al., Le Grand Refus. Réflexions sur la grève de décembre 1995, Paris, Fayard 1996, p.266.
10. Le Monde, 5 agosto 2000.
11. Libération, 31 julio 2000.
12. Steven L. Kaplan, La Fin des corporations, Paris, Fayard, 2001, p.IX.
13. Michelle Perrot, Les Ouvriers en grève. France 1871-1890, Paris-La Haye, Mouton, 1974.
14. Las principales son las de E. Shorter, C. Tilly, Strikes in France (1830-1968), Cambridge, Cambridge University Press, 1974, traducción española, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986; Guy Caire, La Grève ouvrière, Paris, Éditions ouvrières, 1978; G. Adam, Histoire de la grève, Paris, Bordas, 1981; P. Fridenson, “La grève ouvrière”, en A. Burguière, J. Revel (dir.), Histoire de la France, Paris, Le Seuil, tomo V, L’état et les conflits, 1990, p.355-453.
15. Guy Groux, Vers un renouveau du conflit social?, Paris, Bayard 1990, p.30, subrayado por el autor.
16. Robert Castel, Les Métamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat, Paris, Gallimard, 1999. Edición española en Paidós 2002.
17. Roland Barthes, “L’usager de la grève”, Mythologies, París, Le Seuil, 1995, p.154, edición española en Siglo XXI, 2012.
18. Max Weber, Essais sur la théorie de la science, París, Plon, 1965, p.181, subrayado por el autor, edición española en Coyoacán, 2013.
19. Yves Lequin, Histoire des Français XIXe-XXe siècle, Paris, Armand Colin, t.II: La Société, 1983, p.433.
20. Alain Touraine, Sociologie de l’action, Paris, Le Livre de Poche, 2000, p.170. Edición española en editorial Ariel, 1969.
21. Jean-Daniel Reynaud, Sociologie des conflits du travail, París, PUF, 1982, p.25.
22. Érik Neveu, Sociologie des mouvements sociaux, París, La Découverte, 1996, p.33.
23. Winock, La Fièvre hexagonale. Les grans crises politiques 1871-1968, Paris, Calmann-Lévy, 1986. N del T: Fiebres exagonales, hace referencia a la forma física de la nación francesa y sus periódicas convulsiones sociales y políticas.
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