Por EDGAR MORIN
I. UNA NUEVA CLASE DE EDAD
La ola de rock’n’roll que llegó a Francia con los discos de Elvis Presley, no provocó de inmediato la aparición de un rock francés. Solo hubo una tentativa paródica, llevada a cabo por Henri Salvador, del tipo Va t’fairecuire un œuf, man! La ola pareció retroceder por completo; pero había penetrado profundamente en los barrios populares y en las periferias (banlieues), y prevaleció en los juke-boxes de los cafés que frecuentaban los jóvenes. De allí salieron pequeños grupos salvajes de guitarras eléctricas, que emergieron a la superficie en el Golf Drouot1, donde la competitividad hizo una primera criba de esas formaciones. Algunas, como Les Chats sauvages o Les Chaussettes noires, fueron engullidas por las casas de discos. Johnny Hallyday ascendió al cenit. Fue llamado «el ídolo de los jóvenes».
Y es que este público del rock, como en Estados Unidos algunos años antes, estaba compuesto por chicos y chicas entre los 12 y los 20 años. La industria del disco y de los aparatos de radio supo desde los primeros éxitos que en Francia se había abierto al consumo un público de siete millones de jóvenes; los jóvenes, en efecto, ascendían impulsados por el rock a la ciudadanía económica, se equipaban con tocadiscos y radios de transistores, y se proveían regular y masivamente de discos de 45 revoluciones.
Del Golf Drouot a la Nation
El fenómeno se amplía: del rock se pasa al twist, y las jóvenes estrellas de la chanson cambian su repertorio. En la radio Europa 1, Daniel Filipacchi lanza el programa «Salut les copains!»; la palabra clave ya no es «ídolo», como habían creído los comerciantes de discos, sino «copain» (colega, compañero). En ese tono de camaradería, «Daniel», rodeado con frecuencia por Johnny Hallyday, Sylvie Vartan, Françoise Hardy o Petula Clark, presenta los discos, charla. El twist reina como un tirano ilustrado, tolerante con otros estilos, otros tonos. La noción de colega no se restringe a las estrellas de menos de 20 años: es posible ser colega incluso rondando los treinta, a condición de poseer ese no-sé-qué del colega; así, Brigitte Bardot o Petula Clark (ya casada y madre) son colegas. Claude Nougaro solo es medio colega.
El éxito de «¡Salud, colegas!» es inmenso entre los «dieciañeros» (¿cómo traducir «teen-agers»?). Las comunicaciones de masas se apoderan de los ídolos-colegas. Triunfan en TV. La ola de estrellas de 15 años se abalanza detrás de los ya casi caducos2 Richard [Anthony], Johnny (al que la edad del servicio militar le parece el “final” definitivo), Sylvie, Françoise. Sheila triunfa con su disco L’école est finie, lanzado al éxito tras una emisión de TV, o Sophie, triunfadora también con la agradable Quand un air vous possède. En 1962, Filipacchi lanza discretamente una revista, Salut les copains, que celebra su primer aniversario con una tirada de un millón de ejemplares, mientras que, en paralelo, boy-scouts, juventud católica y juventud comunista se esfuerzan por imitar el estilo «copains». El Buenos días, amigos católico, el Nosotros, los chicos y chicas comunistas, se sacuden bailando el twist en la estela de «SLC».
En 1962, Filipacchi lanza discretamente una revista, Salut les copains, que celebra su primer aniversario con una tirada de un millón de ejemplares, mientras que, en paralelo, boy-scouts, juventud católica y juventud comunista se esfuerzan por imitar el estilo «copains»
El music-hall exangüe renace con la afluencia de los colegas; las giras se multiplican en provincias, jalonadas por los dos grupos líderes, el grupo Johnny-Sylvie y el grupo Richard-Françoise. Paris Match consagra entre los «caducos» el triunfo de los «colegas», al conceder a los supuestos amores de Johnny y Sylvie el lugar de honor antes reservado a las Sorayas y Margaritas. Ici Paris cotillea publicando las memorias de una amiga abandonada de Johnny, que intenta salvaguardar su posición relacionándose únicamente con los ex-amantes de «BB». La apoteosis «colegas» tiene lugar uno de los últimos sábados de junio de 1963, cuando en la gran carpa colega, la de Daniel, se organiza un encuentro masivo en torno a las nuevas estrellas de la canción. Ciento cincuenta mil dieciañeros (adolescentes) se presentan a la cita sabática, manifestando ese entusiasmo que tiene el don de aturdir totalmente a los adultos3.
¿De qué se trata?
– de la promoción de nuevos artistas de la canción. En primera fila, como autora-compositora e intérprete, yo pondría a Françoise Hardy, que transforma cualquier prosa en poesía, y cualquier poesía en música. Pero en conjunto, toda la promoción «colegas» de Filipacchi-Ténot es excelente (ambos compadres ya eran con anterioridad dos perspicaces aficionados al jazz);
– de la irrupción y después de la difusión del rock y del twist francés;
– de un episodio importante en el desarrollo del mercado del transistor y del single de 45 revoluciones.
– de un episodio importante en la extensión del mercado de consumo a un sector situado hasta ahora fuera del circuito, el de los «dieciañeros» (adolescentes).
Este fenómeno, inscrito en el marco de un fuerte desarrollo económico, no puede ser diluido en ese mismo desarrollo. La promoción económica de los adolescentes se inserta en la formación de una nueva categoría de edad, que podemos llamar, según nos parezca (las palabras no son sinónimas, pero la realidad es demasiado fluida para que pueda ser atrapada con un concepto preciso), «teen-age» o adolescencia. Yo opto por este último término.
Los medios de comunicación de masas (prensa, radio, TV, cine) han jugado un papel importante en la cristalización de esta nueva categoría de edad, suministrándole mitos, héroes y modelos. En una primera fase, el cine hace emerger los nuevos héroes de la adolescencia, que se ordenan en torno a la imagen ejemplar de James Dean. En una segunda fase, es el rock quien juega ese papel motor. Pero todos los medios de comunicación están comprometidos en el proceso. Elvis Presley se convierte en estrella de cine, como posiblemente van a serlo en Francia Johnny, Sylvie, Françoise, que ruedan sus primeras películas; la segunda Françoise (Hardy) pasa a ocupar un asiento en el vehículo de la primera, (Françoise) Sagan.
La nueva clase adolescente
La adolescencia surge como categoría de edad a mediados del siglo XX, incontestablemente bajo el estímulo permanente de un capitalismo del espectáculo y del imaginario; pero se trata de un estímulo, no de una creación. Tanto en los países del Este como en los atrasados económicamente, vemos cristalizaciones análogas, como si el fenómeno obedeciese más al espíritu de la época que a determinaciones nacionales o económicas particulares. Dicho esto, el fenómeno se expande plenamente dentro del universo capitalista, a través de la intermediación de los «mass media».
Las clases de edad, cuya organización estructura las sociedades arcaicas, desaparecen de las sociedades históricas occidentales en el siglo XX
La adolescencia, como tal, aparece y cristaliza cuando el rito de la iniciación decae o desaparece, mientras que la incorporación a la edad adulta tiene lugar de forma gradual. En lugar de una ruptura, marcada por la muerte de la infancia y el renacimiento a la edad adulta, se produce una edad de transición, compleja, ambivalente, suerte de espacio biológico–psicológico–social, que prepara un terreno favorable a la eventual constitución de una categoría de edad adolescente.
Las clases de edad, cuya organización estructura las sociedades arcaicas, desaparecen de las sociedades históricas occidentales en el siglo XX. Curiosamente, nuevas clases de edad tienden a reformarse conforme evolucionan las actuales sociedades. La edad adulta está flanqueada de una parte por la «teen-age», y de otra por una «tercera edad» en formación, en la que se trata de evitar la ruptura de la cohorte de los post-quincuagenarios.
La constitución de una clase adolescente no es más que el simple acceso a la ciudadanía económica. De todos modos, esta incorporación significa promoción del espíritu juvenil. Esta promoción constituye un fenómeno complejo que implica sobre todo una precocidad cada vez mayor (aquí, sin duda, la cultura de masas juega un gran papel al introducir masiva y rápidamente al niño en el universo ya bastante infantilizado del adulto moderno).
A la precocidad sociológica y psicológica se une una precocidad amorosa y sexual (acentuada por la intensificación de «estímulos» eróticos aportados por la cultura de masas y la atenuación continua de las prohibiciones). De esta forma, la «teen-age» no es la chiquillería constituida en categoría, sino la chiquillería convertida en adolescencia precoz. Y esta adolescencia es capaz de consumir no solo el ritmo puro sino el amor, valor de mercado número uno y valor supremo del individualismo moderno; de la misma forma que es capaz de consumar/consumir el acto amoroso.
La formación de la nueva clase se desarrolla en un clima de promoción de valores juveniles en el conjunto de la sociedad (último homenaje: Maurice Chevalier lanzando el «yeyé» a la vez que su À soixante-quinze berges («Con setenta y cinco tacos»), canto de esperanza de los septuagenarios); la ambición del «caduco» es permanecer joven. Efectivamente, en el espíritu y en el cuerpo, podemos ya mantenernos jóvenes. Se trata, más aún que de una promoción de valores juveniles, de un incremento prodigioso del proceso de rejuvenecimiento del adulto en un mundo donde la «adolescencia permanente» es, si no todavía la consigna, al menos el deseo secreto que recorre como un escalofrío al adulto y al anciano.
La nueva categoría engloba a jóvenes de diferentes clases sociales: va en el sentido de la constitución del gigantesco estrato asalariado de las sociedades modernas, donde las múltiples jerarquías y diferenciaciones en autoridad, riqueza, prestigio, estatus, no impiden en absoluto la homogeneización de los gustos y valores de consumo, comenzando por la cultura de masas. Esta es la que dirige la homogeneización y, en ese sentido, se puede decir que la composición de la nueva categoría de edad es un aspecto del desarrollo de la cultura de masas.
La nueva categoría engloba a jóvenes de diferentes clases sociales: va en el sentido de la constitución del gigantesco estrato asalariado de las sociedades modernas, donde las múltiples jerarquías y diferenciaciones en autoridad, riqueza, prestigio, estatus, no impiden la homogeneización de los gustos y valores de consumo
Dicho esto, la nueva clase de edad no es totalmente homogénea. Presenta, incluso en sus héroes, un rostro complejo, o más bien múltiples rostros, desde la chupa de cuero negro adornada con cadenas de bicicleta (imagen predelincuente en la percepción de padres y adultos) hasta el beatnik, el intelectual barbudo y rebelde, heredero de eso que los periódicos llamaban hace diez años los existencialistas; desde Claudine Copain, la escolar de 14 años que lanza sus graciosas imprecaciones contra el profe de mates, hasta el muy viril Johnny. Sin embargo, es posible considerar trazos comunes.
La categoría de edad ha cristalizado sobre:
– Una panoplia común, que además evoluciona a medida que los «maduros» ávidos de espíritu juvenil se la apropian; de este modo se exhibenvaqueros, polos, chaquetas y abrigos de cuero, y actualmente la moda abarca desde la camiseta impresa hasta la camisa bordada. Los cánones de elegancia de los adolescentes, por tanto, se han conformado y se renuevan rápidamente según las normas de democratización;
– Una aristocratización característica de la moda adulta (sobre la que se trasplanta una dialéctica suplementaria provocada por el saqueo adulto y la voluntad permanente de diferenciarse de la clase saqueadora);
– Un cierto tipo de maquillaje femenino (ojos pintados, base de maquillaje, nada de rojo en los labios), y ciertos tipos de peinado, desde la ofélica cabellera en cascada hasta las trenzas rebeldes.En resumen, cánones de belleza y de seducción autónomos;
– El acceso a bienes de propiedad de estos jóvenes: tocadiscos, guitarra preferentemente eléctrica, radio de transistores, colección de discos de 45 rpm, fotos;
– Un lenguaje común salpicado de epítetos superlativos como «terrible», «genial»,un lenguaje «colega» donde la misma palabra colega es palabra clave y contraseña (¿sería exagerado equiparar esta pauta “twistera” a la aspiración que nos llevaba a tratarnos de «camaradas», o «hermanos»?)
– Sus ceremonias de comunión, desde la fiesta sorpresa hasta el espectáculo de music-hall y, quizás en el futuro, reuniones gigantes según el modelo de la Place de la Nation;
– Sus héroes. Ha nacido un culto familiar de ídolos-colegas. No se centra especialmente en el «voyeurismo»; de esta forma la naturaleza precisa de las relaciones entre Sylvie y Johnny no es un problema obsesivo para los jóvenes. Es verdad que no desean que el ídolo-colega del otro sexo se sujete o se case, pero no hay una obsesión por su vida privada. Este culto es por tanto mucho más razonable, menos creador de mitos, que el del «starsystem». Pero donde aparece como más caluroso es en el mismo acto de la comunicación, dela performance,en la que la relación llega a ser frenética, extática.
II. LO YEYÉ
En la película Lonely Boy, consagrada a Paul Anka, ídolo canadiense-americano de los «teen-agers», durante la gira del joven artista se ve a admiradoras poseídas, gritando, pasmadas, desfallecidas. Este entusiasmo, que recuerda las ceremonias arcaicas, que alcanza un punto álgido de éxtasis, espanta al adulto. Teme el frenesí que despierta un ritmo de twist, olvidando que un redoble de tambor, un grito de «muerte al canalla», desencadenan la suya. Lo que le horroriza es la exaltación sin contenido.
Efectivamente, hay un frenesí en vacío, que desencadena el canto con ritmo, el «ye-ye» del twist. Pero miremos más cerca. De hecho, a través del ritmo, esta música gritada, sincopada, esos gritos de «ye-ye», hay una participación con algo de elemental, de biológica. ¿No es acaso la expresión, algo más fuerte solo entre los adolescentes, del retorno de toda una civilización hacia una relación más primitiva, más esencial, con la vida, a fin de compensar el crecimiento continuo del sector abstracto y artificial?
Por otro lado, las sesiones twisteras, los encuentros twisteros, son ceremonias de comunión donde el twist aparece como el medio de intercomunicación; el rito que permite a los jóvenes exaltar y adorar su propia juventud. Una de las significaciones del «yeyé» es «somos jóvenes».
Por otra parte, si nos fijamos en el texto de las canciones, encontraremos los temas esenciales de la cultura de masas. El «yeyé» se acompasa con el amor: «Contigo estoy bien, ¡Oh ye-ye!» cantan Petula Clark y Dany Logan. «¡Oh, sí, queridos, os amo a pesar de todo! ¡Oh ye-ye! ¡Oh ye-ye!» (Vosotras las chicas). A estos se añaden temas propios de estas edades y también de recuerdos escolares (Le twist du bac, L’école est finie).
Lo «yeyé» emerge en los contenidos de la cultura de masas para adultos, es verdad, pero no debemos disolver su carácter propio. Este nos introduce en un juego puro, en una estructura de vida que se justifica esencialmente en el sentimiento del juego y en el placer del espectáculo. A esta estructura se le puede llamar nihilista en el sentido de que su valor supremo está en el juego mismo. Este juego es además ambivalente.
Por una parte, se despliega sobre esta forma apacible y consumidora de nihilismo que constituye el individualismo de disfrute personal; de ahí quenos recuerde más a la cultura de masas de los adultos e incluso más ampliamente a la actual civilización burguesa. Por otra parte, puede haber en lo «yeyé» los fermentos de una no adhesión a ese mundo adulto del que rezuma el tedio burocrático, la reiteración, el engaño, la muerte; mundo profundamente desmoralizador en relación con todas las profundas aspiraciones de un ser joven; mundo donde la joven lucidez (no compartida por todos los jóvenes) solo ve fracaso en la vida de los adultos:
La exaltación del «yeyé» puede llevar en germen el furor de la chupa negra, el rechazo solitario del beatnik, pero también puede ser la preparación purificadora al estado de asalariado casado, sumiso, integrado, beneficiado
«Je sais bien que la vie est brève. Et j’en ai fait le tour» (Françoise Hardy, Comme tant d’autres) («Sé bien que la vida es breve. Y ya estoy de vuelta») la exaltación del «yeyé» puede llevar en germen el furor de la chupa negra, el rechazo solitario del beatnik, pero también puede ser la preparación purificadora al estado de asalariado casado, sumiso, integrado, beneficiado. Y es que en este «yeyé» son todavía indistintos el nihilismo de la consumación y el nihilismo del consumo. En lo «yeyé» hay superposición, es decir mezcla de contenidos de la cultura de masas y de una ausencia de contenidos.
«Yeyé» es algo que suena como el dadá de Tzara, y algo que suena también a gagá, achocheo. Esta contradicción o, si se prefiere, esta heterogeneidad se acompasa bien con la adolescencia, edad de la preparación al estado adulto y de rechazo del estado adulto, edad ambivalente por excelencia que lleva consigo la revuelta posible de la juventud y su probable conformismo.
Por eso hay que interpretar los múltiples sentidos de lo «yeyé», pensando que el sentido finalmente dominante no reducirá la ambivalencia. En efecto, creo que el sentido finalmente dominante del éxtasis deseado, reclamado por el «yeyé», es el goce; un goce bajo todas sus formas que engloba (y se derrama en él) el goce individualizado burgués: el goce de un lugar bajo el sol, el goce de los bienes y de las propiedades, el goce consumista en fin. Pero la profundización y la intensificación del consumo es la consumación.
El «coleguismo»
La nueva clase adolescente aparece como un microcosmos de la sociedad en su conjunto; lleva con ella los valores de la civilización en desarrollo: el consumo, el goce, y aporta a esta civilización su propio valor: la juventud.
De todos modos, aunque nace a imagen de la sociedad, la nueva clase tiende a encerrarse en una pequeña sociedad hermética. No de una forma agresiva (y esta ausencia de agresividad, ¿no traduce ya la profunda marca de la cultura de masas?), sino con una voluntad de indiferencia, que es quizás su gran ilusión.El mundo «colega» se encierra en un «nosotros, los jóvenes, no somos arcaicos», como si así se dotara a la juventud de una cualidad inalterable e inalienable; como si su problema no fuera, precisamente, el envejecimiento.
La nueva clase adolescente aparece como un microcosmos de la sociedad en su conjunto; lleva con ella los valores de la civilización en desarrollo: el consumo, el goce, y aporta a esta civilización su propio valor: la juventud
Pero guardémonos de la percepción superficial. El eufórico «somos jóvenes» esconde un rechazo, más que una tonta inocencia. Revela quizás una manifestación particularmente intensa de una angustia particularmente intensificada, la del envejecimiento. Porque los progresos del rejuvenecimiento son también los de la angustia de envejecer.
Del mismo modo, el «coleguismo» general, quiero decir la eliminación de los aspectos desagradables de la existencia, ¿refleja una frivolidad tonta o el deseo de ganar tiempo respecto de la seriedad inexorable, los conflictos y tragedias reales del hombre y de la sociedad? Un juicio de conjunto es difícil; y es difícil porque el problema, que parece superficial, de una gran reunión twistera, remite a la formación de una clase de edad, que ramifica sus raíces en el interior de todo el cuerpo social. Para captarlo hace falta una comprensión sistemática de toda la civilización en desarrollo, lo que convoca a un gran esfuerzo de revisión de los lugares comunes de estudio y de reflexión.
Difícil además porque la percepción de los adultos, padres y educadores está de entrada deformada, desviada, adornada. El adulto siempre se sorprende de ver aparecer una fuerza primitiva, fulgurante, o simplemente extraña, en lo que él siempre querría seguir percibiendo como inofensiva inocencia.
El adulto debe hacer autocrítica, diría incluso que hipercrítica, de su actitud que, de todas formas, estará demasiado cargada de autojustificación. Tendrá también que desconfiar de su amargura peyorativa, de su tristeza compasiva y en algunos casos de una contra-tendencia a la complacencia, que le lleva a maravillarse de «esta espléndida juventud». Finalmente, hay una dificultad que está en la naturaleza del fenómeno juvenil actual y del fenómeno global de civilización. Como la edad de la adolescencia, la clase de edad adolescente es compleja, ambivalente. En ella se enfrentan y combinan elementos contradictorios, con vectores múltiples. De ahí, en el mismo fenómeno, la incertidumbre.
Coleguín colorado
¿Podríamos decir, por ejemplo, que la juventud está satisfecha o descontenta? ¿No es acaso distorsionador este esquematismo? ¿Podríamos decir que está satisfecha en algunos aspectos y descontenta en otros? ¿O, quizás es que somos incapaces de saber si está satisfecha o descontenta?
Vayamos más lejos: esta incertidumbre ¿no está basada en la realidad? ¿No transmite el sentimiento profundo de la parte de la humanidad que está instalada en la civilización del bienestar, del confort, del consumo, de la racionalización, que goza y se maravilla de la misma, pero que al mismo tiempo trasluce un malestar en el bienestar, una incomodidad del alma en esa comodidad, una pobreza afectiva en la opulencia, una irracionalidad fundamental bajo la racionalización? ¿Sabemos si hay que estar satisfechos o insatisfechos de esta sociedad? O más bien,¿no estamos a la vez muy satisfechos y muy insatisfechos?
En este mundo que evoca el espíritu juvenil, y donde este espíritu evoca al mundo, hay que precaverse de un pensamiento simplificador y de un juicio de perfil bajo. Tomemos, por ejemplo, esos delirios frenéticos que suscita una performance musical. Es eso lo que sin duda parece lamentable a la mayoría de los adultos. Por mi parte, hasta Lonely Boy, siempre había juzgado esos trances con un ojo clínico y divertido, y me gustaba diagnosticar la presencia, en nuestra sociedad orgullosa, de las formas primitivas de la mística, de las formas elementales de la posesión.
Con Lonely Boy, como si una membrana se rasgara, creo percibir algo más: una verdad. He encontrado emocionante el éxtasis por una canción, el trance provocado por una voz musical, esa relación tan violentamente emocional con el ritmo y la música, incluso acompañada de adoración fútil, cuando esa adoración no es otra cosa que el agradecimiento por el éxtasis experimentado.
Un mensaje de éxtasis sin religión
Hay un mensaje de éxtasis sin religión, sin ideología, que nos ha llegado por un prodigioso mandato de savia negra, de negritud desenraizada, en la civilización americana, y que se ha incorporado a la humanidad del siglo XX. El yeyé es testigo del mismo de forma virulenta.
En verdad yo soy de esos a los que les gustaría que los éxtasis tuvieran un sentido, que se inscribieran en un movimiento de realización de la fraternidad humana, del progreso de la especie. Pero soy también de esos que prefieren un fervor por así decir hueco e inofensivo a los fervores extraviados y corrompidos de las décadas de 1930 a 1950.
Hay un mensaje de éxtasis sin religión, sin ideología, que nos ha llegado por un prodigioso mandato de savia negra, de negritud desenraizada, en la civilización americana, y que se ha incorporado a la humanidad del siglo XX
De ahí que me parezca bueno desde entonces lo que atormenta o aflige a los adultos. Inversamente, muchos adultos se tranquilizarán por lo que a algunos les parecerán signos de adaptación, no a la vida, sino a la mediocridad de vivir, en una sociedad mediocre y en una época mediocre.
También aquí, feliz aquel que puede alinearse de forma clara. La clase de edad adolescente tiene ciertamente la función de preservar la adolescencia. Pero tiene también la función de preparar para la edad adulta. Es un canal encauzado que dirige a los jóvenes, a través de los trastornos necesarios, hacia la adaptación a la vida social. Finalmente, esos jóvenes, objetos de tantas angustias e inquietudes -que ellos mismos reprimen lo más profundamente, como reprimen sin duda sus necesidades de entusiasmo sin empleo- se dirigen hacia la edad adulta, coleguín colorado.
[Traducción de Javier Aristu, con la ayuda y asesoramiento de Paco Rodríguez de Lecea]
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1.- El Golf Drouot fue la primera discoteca rock de París. Estaba situada en el distrito 9 de la ciudad, en la esquina de la rue Drouoty el boulevard Montmartre. [^]
2.- Equivaldría al actual «carroza». [^]
3.- El sábado 22 de junio de 1963, Daniel Filipacchi organizó un concierto gratuito en la Place de la Nation de París para celebrar el primer aniversario de la revista «Salut les copains», al que asistieron más de 150.000 personas, desbordando a organizadores y policía. [^]